viernes, 22 de julio de 2011

Lucien Freud

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"Mierda puta. Ha muerto Lucien Freud".

Ese ha sido el primer mensaje que he escrito en el ordenador esta mañana. Siempre me preguntan por la edad: qué me importa que tuviera 88 años, este tipo debería haber sido eterno; eterno su cuerpo enjuto y fibroso; eterna, con él, una mujer mostrándole el sexo o tumbada en un sofá, cualquier amiga, su hija. Retratar de la forma en que yo querría: descarnadamente, mostrando, revelando.

El primer libro de arte que tuve fue uno dedicado a él.

Retrato de Kate Moss

Me lo mostró Nerea, como antes, Joan me había mostrado a Egon Schiele, que me recuerda a él. Luego ya supe que era nieto de Freud, que pintaba de pie y frenéticamente, porque la pintura era la persona. Me asombra. Siempre me ha asombrado porque ni siquiera puedo decir que sus cuadros me gusten.  Me atraen y me repelen y me obligan a seguir mirándolos y a analizar las pinceladas, todo a la vez.

Si algo es verdad -decía- golpea de una manera mucho más fuerte que si sólo es un hecho.

jueves, 21 de julio de 2011

Antígona del siglo XXI

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No estoy acostumbrado a trabajar en eventos de este tipo.

Emilio del Valle dirige y escribe, con Isidro Timón. Y crean o recrean un texto de Sófocles con reminiscencias de Esquilo. Blanca Portillo lo dijo: "Lloré como un bebé". Y yo, que soy una descreída con lágrimas difíciles, asistía escéptica a los monólogos, a la declaración de intenciones del coro, a las palabras de ese Tiresias hablando de José Couso, de las noticias como espectáculo, de apagar la cámara porque lo que no se cuenta no existe y lo que no se nombra no existe y lo que no sale en la tele no existe. Antígona llegaba muy desnuda ya antes de quitarse la ropa. Y nos fue desnudando a todos. Por el amor. Y las lágrimas fueron surcando las caras, calladas, despacito.

Luego llegó la fiesta. Estar con los amigos, abrazar, dar las gracias, bailar con desinhibición, reír mucho, el llanto que se transforma en felicidad y la cabeza que quiere recordar un texto hermoso y publicarlo y releerlo.


Me harían falta mil años para explicar con palabras lo que siento por ti, pero me sobraría un minuto para poder verte otra vez.

lunes, 18 de julio de 2011

La libreta de Shakespeare

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12 de junio de 2011


Vuelvo a escribir en la libreta de Shakespeare que me compré hace cuatro años y vuelvo a hacerlo en el aeropuerto de Sevilla. Son las siete y media de la mañana. Mi viaje, mis vacaciones, comenzaron el viernes, con la boda de Charo y Antonio, en el castillo de la Arguijuela, cantando Jai Ho y bailando con una perfección inusitada Cheek to Cheek mientras por detrás, en una pantalla, Fred Astaire hacía lo propio en la más mítica escena de Top Hat.

Lo demás se resume en bailes, falta de sueño y croquetas del Eslava, amén de una protesta en el Ayuntamiento de Sevilla.

Ahora me hago mi propia guía de Barcelona. Para no cumplirla. Como siempre.

jueves, 14 de julio de 2011

Asteroide 1583 / ¿Para qué? / Antígona de Mérida

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Es un guerrero. Se llama Antíloco, guarda un dolor de cinco mil años y está enamorado. Quiere contar su verdad, lo mismo que la esclava de Andrómaca nos muestra cómo, si somos espectadores, nunca pasa nada.

Últimamente no paro de ver soldados. En Game of Thrones, por ejemplo. En Antígona de Mérida: nacionales, milicianos. El honor. El dolor. La guerra.

No sé por qué me gustan tanto las espadas.

Sí sé por qué disfruto. Incluso cuando no he disfrutado, cuando quería que se acabara. El teatro me hace ver quién soy. Lo que podría ser. Me cuenta. Y me obliga. Ahora, a ponerme en la piel de un hombre, con la sensibilidad de un hombre y con la sensibilidad de un actor que dice no estar en su mejor momento, precisar de una armadura, y que habla del miedo a mostrar su vulnerabilidad. Volvemos a transitar sobre el miedo. El miedo del día del estreno. El miedo a no haber captado bien qué quería contarme alguien. El miedo a no saber cómo transmitirlo. La cobardía que no se admite.

Las excusas. Una y otra vez.

Quizá sí sea posible elegir.


miércoles, 13 de julio de 2011

Sheet Music

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Hola, Olga.

Buenas, el-más-humano-de-los-replicantes.

 
Hoy hace un año de eso. Durante este tiempo, he aprendido, por él o gracias a él, cuál es la cara de Charles Burns; qué es una prótasis y qué una apódosis; a utilizar varios programas de ordenador y un sistema operativo nuevo; que Santiago García es el Trajano Bermúdez a quien leía tanto de pequeña y que hay quienes montan revistas de cómics cuando los demás tocan en grupos de rock. También sé de los mecanismos censores cinematográficos en Estados Unidos, de varias de las exposiciones que se montan en Nueva York y cuál es la programación del Metropolitan. Siempre pido crónicas de todo eso.

Hoy hace un año. Ha traído a gente a mi vida. Ha perdido el tiempo explicándome un sinfín de cosas simples. He descubierto que siempre tiene razón. Incluso cuando no la tiene. Me ha hecho reír a carcajadas. Ha trasteado con mis fotos. Ha formado parte diaria de lo que ha pasado por mí y en mí este tiempo.

Eso ha tenido alguna consecuencia. 

Lo que ocurrió malo fue menos malo porque él estuvo ahí.

jueves, 7 de julio de 2011

Ya estamos aquí otra vez

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Ya estamos aquí otra vez.

A las once de la noche, en la puerta de actores, la puerta lateral, con la arena entre las sandalias, los cables por el suelo, los auriculares, te entra o no te entra, el sonido está bajo, qué te ha parecido, cómo la ves... Se suceden los nombres: Calixto Bieito, Mario Gas, Tomaz Pandur (soy yugoslavo y Yugoslavia ya no existe), Blanca Portillo, Rafa Castejón, Julio Bocca, Ángel Corella, Helena Pimenta, Laila Ripoll, Alicia Hermida. Se suceden los nombres y los ritos. Brindar en los estrenos con los amigos. Comentar las obras de teatro. Tomar una copa en la terraza antes de volver a trabajar, dormir muy pocas horas; elegir la obra a la que mimar, porque siempre hay una obra a la que mimar. Sentir que da igual: que dan igual los cambios, porque va a transcurrir un año más y siempre habrá ese cosquilleo cuando comienza el Festival de Mérida: siempre ese cosquilleo, siempre la misma pena cuando acaba.

Y el aprendizaje. Lo que aprendo de teatro, de esta manera de mirar la vida de forma distinta.

domingo, 26 de junio de 2011

35

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Hoy es mi cumpleaños.
35.
Eso que está ahí arriba soy yo. Y comienza a gustarme mucho esto de buscar la visión que perdí cuando era niña.
Llevo celebrando el cumpleaños quince días, de la mejor manera que sé. Con amigos.

lunes, 6 de junio de 2011

De 2007 a 2011

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En 2007, escribí ocho cosas que no he hecho últimamente o nunca y que me apetecen.
He sonreído mucho al verlo.

1.- Vivir completamente sola en un espacio abierto que pueda considerar propio. Y no me refiero a comprar una casa. Yo con un piso amueblado (pero amueblado bien: nada cutre) me conformo.
Ya vivo sola, desde hace un par de años. Y desde el primer día pienso que se me tiene que ir mucho, mucho, mucho la cabeza para volver a compartir mi espacio con alguien.


2.- Viajar. Viajar sola. Que eso es un problema, porque soy mujer. Me refiero a viajar, no a desplazarme para ver a los que están lejos. Y me refiero a viajar sola porque no tengo pareja y me temo que no voy a tener a nadie con quien viajar.
Me fui a Nueva York. Y me voy a París.


3.- Ponerme a dieta. Tener la suficiente fuerza de voluntad para ponerme a dieta y perder los treinta kilos que me sobran (que todo el mundo dice que no son tantos, pero son treinta, os lo digo yo, que soy la que los peso) y estar monísima de la muerte. Bueno, monísima no. Delgada. Que es distinto. En fin: que esto no me apetece una mierda, pero tengo que hacerlo.
Estoy en ello. He perdido seis kilos. Me siguen sobrando 24.

4.- Tener un trabajo de lo más estable, con unos horarios definidos, con tiempo libre para ir al gimnasio, leer, cocinar y asumir lo que pienso que es "una vida adulta" y que algunos de mis amigos (algunos de mis amigos con casa propia, pareja y queriendo tener niños, que tiene bemoles la cosa) definirían como "una vida burguesa".
No tengo trabajo estable, pero sí horarios definidos. Mi vida tampoco es adulta. Creo.

5.- Leer. Leer sin que nadie ponga la tele, sin que nadie te moleste porque estás muy callada (¡coño, estoy leyendo!) y escribir en las mismas condiciones.
Hecho. Vivo sola.

6.- Aprender a mirar para hacer fotos (que debería ser cuando tenga un trabajo estable por fin y pueda ahorrar para comprarme una cámara digital réflex).
Tengo dos réflex. Sigo sin saber hacer fotos. Sé mirar fotos, pero no mirar a través de un visor.

7.- Ir a Suiza y tomar un café con una persona a la que no voy a ver nunca. Esto lo quiero desde hace siete años y no va a ocurrir, pero lo sigo queriendo. Antes vivía en Madrid, ahora en Suiza, así que me cae más lejos. Pero tuve la mala suerte de conocerle por internet y él no conoce a nadie en la vida real a quien haya encontrado por la red. Así que me moriré sin oírle la voz ni ir con él al cine ni mirar un atardecer extremeño lila. Y la verdad es que genera una frustración horrorosa. Se pasa con el tiempo, porque ya hace siete años y no afecta tanto. Pero desgasta que es una barbaridad. A él no, digo: te desgasta a ti. Que es peor, dónde va a parar.
Eso sigue igual. No la he visto nunca ni la voy a ver. Han pasado once años. Por el camino, me encontré con otro con el que tampoco me voy a tomar un café.

8.- Esto... No se me ocurre nada. Aprender. Ésa es la octava. Aprender muchas cosas. Más bien, aprender todas las cosas, porque desde hace no sé cuántos años -no lo quiero ni pensar- estoy completamente plana y estancada.

Se supone que aprendo, pero nunca tengo la sensación de estar aprendiendo nada.

jueves, 2 de junio de 2011

Barcelona

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La semana que viene me voy a Barcelona, con una promesa incumplida porque sí he tardado cinco años en volver. En Barcelona está mi más viejo amigo, que no el más antiguo. Le conocí por la red, porque yo a la red nunca le agradeceré lo suficiente algunas cosas, en el mismo tiempo en el que Neno llegó a serlo todo (todas las palabras, todos los libros, todo el cine y todas las ideas) y me dibujó sin haberme visto nunca, con el yin y el yan en un ojo y en el otro una paloma. Guaya, que en realidad se llama Joan, me lleva 38 años, pero yo no lo sabía cuando debatía con él de política y de literatura y de normalización lingüística y de sida y de homosexualidad. Yo lo supe mucho, mucho más tarde.

En Barcelona también está mi amigo más joven. Se llama Pablo y escribe y un día me preguntó por qué escribía yo (porque siempre lo he hecho, cariño: no hay otra razón). Pablo me gusta porque me recuerda a lo que yo fui hace diez años y porque es mucho más valiente de lo que yo lo fui y porque hay textos suyos que me hacen mirar el ordenador con la mirada que yo pongo cuando sé que voy a aprenderme un texto o una cita: cuando algunas palabras van a empezar a formar parte de mí.



A Pablo lo encontré en el mismo lugar que a Marc y a David. Marc siempre ha sido una mano, un corazón muy grande y mucho cerebro. Y David... bueno: estos dos llevan tantos años en tantos sitios (un foro de cine, Facebook, blogs, Flickr...) que a veces sé que me los voy a encontrar en cualquier parte.

Varios años más tarde llegaron los demás. Silvia y sus crónicas, Carlos y su agudeza. Y Miguel, que lleva mucho tiempo resolviéndome problemas, de varios tipos. Y Pertur. Y Emiliano, al que tengo muchas ganas de volver a abrazar. Y Neus, a la que quiero escuchar de nuevo. Y Rubén, Dwaitt, que me acoge en su casa porque desde que nos leímos por vez primera en el Foro de Nueva York caímos rendidos el uno a los pies del otro.

Y un niño pequeño al que no sé si voy a retratar, al fin.



Hay un par de razones por las que voy ahora.

De todos modos, la razón principal es un hombre.

Y no vive en Barcelona.

lunes, 30 de mayo de 2011

16

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De mis 16 recuerdo varias cosas y, salvo una pelea con un profesor que duró todo el año y con el que me reconcilié más tarde, todas tienen que ver con la misma persona. Él de espaldas, mirando unos árboles (la memoria guarda fotografías, no películas): "qué bonito es esto, qué bonito". Sonriendo mientras me respondía: -¿qué te estás leyendo? -Las obras completas de William Shakespeare. Tocando la guitarra, cantándome Yolanda (años más tarde, varios años más tarde, dos amigas mías se la aprenderían para cantármela como regalo de cumpleaños en lo que ha sido, hasta la fecha, de hecho, uno de los mejores regalos de cumpleaños que he tenido jamás), enseñándome quién es Silvio Rodríguez y que, ciertamente, nadie canta Al Alba como Rosa León.




Esos son mis recuerdos de los 16. Y una libreta con músicos de jazz en la que me escribió para decirme que con él había hablado mucho pero con los demás no y que terminaba con un te quiero.

Siempre me ha pasado eso. Al final, sospecho, cierta clase de hombres me recuerdan los unos a los otros. Carlos me recuerda a José María que me recuerda a Jordi que me recuerda a Raúl. O quizá es que a mí solo me gusta cierta clase de gente.

Luego yo me largué a Sevilla y nos vimos una vez cada dos años. Hace más de una década que no me lo encuentro. Me he acordado de él de tanto en cuanto, muchas veces. Ni siquiera sé por qué ocurre que haya gente que sigue siendo importante en tu vida o para tu vida sin que les hayas visto más después.

Hoy me he topado con su blog, en la red: "La última vez que te vi fue en televisión, comentando sobre los Carnavales, con la misma voz dulce y la misma mirada inteligente".

Ni siquiera pensaba que se fuera a acordar. Pero me ha respondido con un enlace a Google Maps: la calle donde nos vimos por última vez. Yo ni siquiera había comenzado a trabajar. Luego me iría a Melilla.

Me he pasado el día sonriendo. Resumiéndole qué he hecho desde que no le oigo cantar. Y diciéndole lo que ya sabía: que me gusta mucho desde hace mucho tiempo.

martes, 24 de mayo de 2011

Que sí, que yo ya lo sé

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Que al final las asambleas se transforman en aparatos, cuajados de estructuras de poder. Que todo movimiento tiene unos líderes. Que el pensamiento único también se filtra en quien quiere ser revolucionario. Que tendemos a imponer nuestras ideas sin escuchar, porque no sabemos escuchar. Que estamos llenos de prejuicios. Que cambiar el mundo es imposible. Y cambiar el sistema quizá también lo sea. Que una democracia solo es participativa si hay personas que quieren participar. Que la horizontalidad es muy bonita pero no es efectiva (y sin embargo, hubo una vez un pueblo que no conocía la palabra jefe). Que va a haber que luchar contra nosotros, también.

Yo ya sé todas esas cosas.

Pero no puedo quedarme en casa.

Y no voy a quedarme en casa.

jueves, 19 de mayo de 2011

Democracia Real Ya. Y una asamblea

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No recuerdo el tiempo que hace que no voy a una asamblea. Creo que la última fue en otoño. Un otoño sevillano, fresquito, en la Alameda de Hércules, cuando iban a cambiar la fisonomía de la plaza. En todas las ciudades que amo, en las dos que amo, se dedicaron a sustituir la vida por granito, para impedir que la gente estuviera en la calle, se sentara en los bancos. Se confina al ciudadano al espacio privado y luego, a muchos les coge con el pie cambiado que decidan tomar el espacio público.

 Imagen del País, de Samuel Sánchez.

Hoy voy a una asamblea. Me manipula no recuerdo quién, porque yo no tengo pensamiento propio, ya lo saben. De hecho, llevan tanto tiempo manipulándome que nadie entiende que pueda decidir, individualmente, sumarse a una protesta sin unas siglas detrás, sin una organización registrada y subvencionada detrás. Esta clase política censora, que gusta tanto de prohibiciones hipócritas, piensa que todos somos niños de teta. Procuraron que así fuera: crea un pueblo inculto y tendrás una población adocenada.

Comenzaron hace mucho: al principio, se nos miraba con simpatía, a los antisistema. Huy, pues esta gente ha creado el Foro Social; huy, pues esta gente protesta en Seattle. Qué monos son, quieren un mundo más justo. Y luego, la etiqueta.

Antisistema. Primero, con mucha gracia. Luego antisistema ha llegado a sonar tanto a terrorista que todos se apresuran a decir que no son antisistema. Yo sí lo soy. A mí este sistema, que me lleva negando el futuro más tiempo del que puedo recordar, me ha dado siempre un por culo que no veas.

jueves, 12 de mayo de 2011

Srta Bradshaw

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No vive en el 66 de Perry Street, pero se está quedando en el Upper West Side. Allí, en la calle 73, hay un Alice's Tea Cup que podrá servirle, quizá, de refugio contra las tormentas. Porque va a haberlas y ella lo sabe y porque la primera llamada a casa cuando una ha decidido irse seis meses siempre resulta dura y porque no están los de siempre y...



Se dejó el alma en ese lugar hace mucho tiempo, como la dejé yo, que todavía deshojo la margarita sin comprar un billete de avión porque me dan miedo las negativas que pueda encontrarme. Se dejó el alma y fue a recogerla. Por si seguía allí, agazapada entre los árboles de Riverside Drive, en alguna de las verjas de Pomander Walk, en Central Park o en el puente de Brooklyn.

O en Times Square. Cuando llegó, le hizo una foto a esa esquina bulliciosa y escribió: "I'm at home".

Estoy en casa. Con toda la mezcla de nervios, de miedo, de expectación y de alegría.



Lo he dicho muchas veces. A ti también. Que las ciudades se llevan dentro, niña. Cuando llegué, me sorprendí a mí misma sabiendo que Nueva York me había enseñado a mirar de otra manera y que había pasado a formar parte, en 20 días, de esos lugares donde soy más yo. Como Sevilla. Como Madrid.

Volverás a pasear de noche, con calma, por el Financial District. Volverás a pasar calor, a descubrir cómo llegan el verano y el otoño, a ver la exuberancia humana de Bryant Park: lloverá y hará sol. Te desesperarás. Y será duro. Pero a mí eso no me importa, porque me importan más la valentía, el afán de búsqueda que tú sí tienes y yo perdí, las risas y los amigos que te esperan. Los que vendrán. Tu manía de comenzar una y otra y otra vez.

Ya lo sabes. Aunque el techo se te caiga a pedazos, qué bueno es estar en casa.

Ve al Legal Grounds. Que te sirvan un café y un muffin de canela. Salúdame a los niños. Y cruza el Puente de Brooklyn por mí.

Feliz cumpleaños, Bea.

lunes, 9 de mayo de 2011

Sarah Kay y diez cosas que son verdad

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1.- Que existe al menos una persona encima de la Tierra que no me va a traicionar.
2.-  Que cierta clase de ideología y las personas que la sustentan me dan pavor.
3.- Que el machismo se interioriza.
4.- Que escribir me evita los naufragios. O los hace menos malos.
5.- Que si te metes un pico con aire no te mueres.
6.- Que no hay nada mítico en cierta clase de misterio.
7.- Que me puedo enamorar de un guión, una canción, un personaje, como no voy a enamorarme de nadie real.
8.- Que la gente, en general, no me gusta. En particular me gustan algunos.
9.- Que necesito, para viajar, una cámara, una libreta y un bolígrafo.
10.- Que me gustaría mirarte. Uno de estos días.

sábado, 7 de mayo de 2011

Al otro lado

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No voy a encontrarte.
Pero miro tus fotos. Un beso, una caricia, una voz que me gusta como me gustan tus manos.
Hago una lista con todas las cosas que no haré.
Viajaré a dos ciudades buscando rascacielos, una niebla, caminar hacia el agua, un edificio plateado que brilla como brillan los tapacubos de los coches, una cupcake de zanahoria y un parque con tableros de ajedrez.

Quiero cruzar contigo el puente de Brooklyn.

lunes, 25 de abril de 2011

Los desconocidos son amigos...

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Los desconocidos son amigos a los que nunca nos han presentado.
Walt Whitman.


A mí la gente no me gusta. Así, en general. En grupo pueden producirme auténtico pánico. Pero no se me nota, nunca se me nota, porque hablo mucho para no decir nada y porque, cuando estoy aturullada intentando cuadrar mi idea con la realidad que tengo enfrente, me largo a un bar, me tomo un ron, me tomo otro y se me olvida el miedo. O no. Pero lo parece.


Ha habido ochenta. Ochenta, ochenta y algo. A la inmensa mayoría ni les había leído. A otros sí y nunca tuve de ellos la imagen que otros mantienen. Llegó mi capitán, con esas manos que hablan y que no he podido retratar. Y llegó Carlos, por supuesto, Gayolopez. Y nos reconocimos. Al final siempre reconoces a la gente. A los que te gustan.


Jamás hubiera podido encontrarlos de otra manera. De pronto te encuentras tomando un café con alguien que te desbroza y te recuerda que si les das importancia a algunos, lo que estás haciendo sin pretenderlo es otorgarles poder. O caminas hacia el hotel, los pies doloridos, contando cómo funciona el mundo en el que estás. O asistes a una explicación sobre tarjetas de color y cartas grises, con esa manera que tiene Neus de contarlo todo tan claramente. Te despiertas porque Jocana te despierta ("los de Badajoz también duermen"), abrazas dos veces a Amparito en la despedida, intentas aprender un poco de valenciano mientras te ríes, compartes muchos ratos con Vigape para descubrir que su frialdad es timidez y ternura y escuchas a Joan Carles tocar el clarinete.



Nos vemos en el foro, dicen. Y es cierto. 

Me faltan fotos. Tendría que haber bailado un pasodoble con Pacosoriano (aka Pacocoñocallate) y haberme despedido de Pilar. Me quedo con las ganas de que me cuenten ciertas historias, aunque me haya venido con la del quarterback y la rubia, y lo demás. Un hijo escritor, una relación de 42 años, algunos gaperos reunidos, Gomendio acogiendo a todo el mundo, Begoña abrazándome antes de estallar, Javiermol (aka Mol) dándome mistela y descifrar qué quiere decir la firma de Megacampiona. Y la comida con Ramón y Cani, Carmen nombrándome mascotas; las gotas de la lluvia, el agua cayendo, el Vostell con mi cámara muerta, Vigape y yo escapándonos al lavadero de lana, Jocana intentando apresar el conceto que llevó a Vostell a hacer todo eso y los chistes del último día, Venexia fumando sin parar (organizar la próxima quedada es un palo que solo se calma con tabaco), las parejas que han creado el foro y las quedadas, lo interesante que es José Luis con sus catorce años y las ganas que tengo de volver a retratar a Nekane y la investidura de Urko como Pecanor. Mucha gente, muchas anécdotas, pinceladas que se volverán a repetir, o no, en próximos encuentros. Sin saber qué saldrá de todo esto, después del cansancio y de las fotografías.

Ha estado muy bien. Y ha parecido tan corto...

Otras crónicas: La de Urko.

jueves, 7 de abril de 2011

Una extraordinaria alegría de vivir

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Os explicaré cómo me asalta el deseo de hacer una fotografía. A veces es como la continuación de un sueño. Una mañana me despierto con una extraordinaria alegría de vivir.
Robert Doisneau (1912-1994).

Me gustan los libros porque puedo ser otros. Y escribir porque puedo apresar a otros, y a mí misma, como no soy capaz de hacerlo de ninguno de los muchos modos que existen. Conozco gente cuya mente está poblada de imágenes: reconocen las ciudades sin haberlas pisado nunca, pueden imaginarse tal y como eran hace veinte años, archivan fotogramas como yo me aprendo los poemas. Esa extraordinaria alegría de vivir puede ser, también, la extraordinaria alegría de escribir. Y de decidir querer escribir de otra manera.

De repente, se me apareció el recuerdo.
Marcel Proust (1871-1922)

Escribir fija la memoria. La fotografía fija la memoria. Y, durante todo este tiempo, memoria y fotografía y testimonio han significado casi las mismas cosas. Yo compré una cámara por eso. Para poder escribir, también, como escribo con un bolígrafo, un teclado, una pluma. Para aprender un idioma. Para reconocer unas reglas. Para poder contar lo que veo cuando escribo o lo que no sería capaz de contar escribiendo.


El elemento más importante en una fotografía no puede ser definido.
Auguste Renoir. (1841-1919)

Punto de vista desde la ventana de Le Gras. Así se llama la fotografía más antigua que se conserva. Ocho horas de exposición desde allí y desde ninguna otra parte. ¿Escribir para contar qué? ¿Desde dónde se mira? ¿Hacia dónde? Acaso puedas reconocerte en las imágenes viejas, como no lo haces nunca en los viejos textos que tú has escrito.

La imagen es de Nicéphore Niépce y es, precisamente, claro, "Punto de vista desde la ventana de Le Gras".

lunes, 4 de abril de 2011

Después

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Después de los besos, los abrazos, las miradas. Después de que te claves dentro de mí. Después de atenazarte con mis piernas. Después de que me inundes. Después del abandono y los gemidos. Después del cansancio y las lamidas y las chanzas. Después de que disfrutes, justo después, podrías hacerme una de las cosas que más me gustan.

Cuéntame tu historia.

Imagen de remed_art.

jueves, 31 de marzo de 2011

Dos amigas

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Yo, ya lo sé, nunca me pondría unos zapatos como esos.

Pero la última vez que vi la luz, esa clase de luz, yo estaba con otra mujer, con varias copas de más y una ronquera más que considerable, contándonos la vida que nos vive y la que les vive a otras mujeres que están cerca. Pidiendo opinión y siendo leales, a las cinco y media de la mañana, después de haber estado caminando por Sevilla con un amigo con el que bailé.

No recuerdo cuánto tiempo hacía que no bailaba con nadie. Y que no hablaba de la muerte y del dolor y el desamor y el cambio que solo es posible con violencia y la rabia y los suicidios.

Luego llegué y la abracé y la besé y sus ojos se rieron, porque ella ríe con los ojos. Y le conté.

A mí me costó mucho estar así de abandonada con otra mujer, saber que forma parte de ese círculo luminoso que va a ser un colchón blandito en las zozobras, porque, durante mucho tiempo, ellas no me gustaron. Tardaron mucho, algunas, en transformarse en la mejor parte de mí, en la gente en la que me miro y reconozco.

Me he acordado, al ver esto.

Es la primera vez que me dedican una foto.

Hoy he estado leyendo un artículo de una fotógrafo de guerra, Lynsey Addario. Habla de cómo y por qué cubre una guerra una mujer. Hay una frase que me gusta: "People think photography is about photographing. To me, it’s about relationships".

He tardado un tiempo en comprender algunas cosas. Por qué me gustan las fotos que me gustan. Que hacer fotos y escribir eran solo una manera de contarme porque contarme siempre me ha sido complicado. Por qué, cuando otros fotografían flores o pájaros, yo les miro a ellos. Por qué me gusta la gente que me gusta. Y a qué clase de gente le gusto yo.

Gracias, Carlos.

La foto es de Carlos / Gayolopez.

martes, 29 de marzo de 2011

Marilyn

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La fotografió Bert Stern para la revista Vogue, seis semanas antes de morir. Cuentan que había unas botellas de Dom Pérignon, una suite -la 261 del Hotel Bel Air- y un cuerpo desnudo que era luz en el objetivo. La mujer que entornaba los ojos, la del lunar cerca del labio y el pelo rubio platino que siempre llegaba tarde, aparece con un pañuelo de rayas y una cicatriz en el costado. Un pecho más pequeño que el otro y más caído, algunas arrugas marcadas, el paso del tiempo y un costurón grande y bien visible.

Era, sigue siendo, el mayor mito sexual de la Historia.

Hoy la hubieran retocado con Photoshop.

Imagen de Bert Stern.

viernes, 25 de marzo de 2011

Cosas de las que no hablo con nadie

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(Normalmente): De que me gustan los dibujos de Fernando Vicente; de que, cuando salen Spike y Willow en Buffy, yo me lo paso mejor; del tufillo fascistoide y mesiánico que me jodió Battlestar Galactica y dejó de hacérmela redonda (aunque siga estando enamorada de Starbuck: o de la primera Starbuck) -por mucho que yo comprenda, bla bla bla, que en época de crisis, bla, bla, bla, la gente se aferra a la religión, y más bla-; de que me convertí en una experta en porno con trece años; de que Auden es capaz de traspasarme por la mitad; de la manera en que me enamoré de Athos hace ya mucho tiempo; de que algún día me gustaría hacer una buena foto en Nueva York; de que me gusta hablar con los chicos de Extrebeo porque puedo nombrar a superhéroes y decir "Chris Ware" o "Art Spiegelman" o "Krazy Kat" o "Midtown Comics"; de que a veces recito poemas en voz baja por la calle.

De que hay ciertos días que puedo llorar con cualquier cosa.

Con cualquier cosa. No por cualquier cosa. La charla con Enrique Bordes y Fermín Solís (al que nunca le agradeceré lo suficiente lo mucho que me hace crecer y lo bien que me lo paso hablando con él) está aquí.

El dibujo es de Fernando Vicente.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Elizabeth Taylor

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No he visto Cleopatra, pero recuerdo haber sonreído mucho cuando la vi, en pantalla grande por vez primera, en Los Picapiedra. Tenía, eso ya lo saben, los ojos más bonitos del mundo. Y una de las voces más personales que he escuchado jamás. Crecí con Gigante, con La gata sobre el tejado de zinc, con Un lugar en el sol, con Ivanhoe y con Quién teme a Virginia Woolf. Y, por supuesto, viendo la naricilla de Amy en Mujercitas, aunque yo siempre prefiriera a Jo March.

Me gustaba mucho esa mujer. Montgomery Clift, que también me gustaba, la llamaba Bessie Mae. Un día se irán Lauren Bacall, y Sophia Loren y, cuando eso pase, sí que nos habremos quedado solos.

lunes, 14 de marzo de 2011

Autobombo

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Pues eso.

Y no añado más porque estoy todavía completamente avergonzada.

Debería pasárselo a mis jefes.

Pero yo esas cosas no las hago nunca.

domingo, 13 de marzo de 2011

Madrid

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Madrid es besar a Nerea y que Jesús me bese, apretar la mano de Begoña y colegir, con Tormentito, que el 85 por ciento de la gente es gilipollas y que, del resto, hay muchos que no nos caen bien. Es reconocer en Cristina a la persona con la que me intercambio ocho correos diarios y ponerle cara a Nacho. Hablar con Pepe de música. Que Kois me baje la persiana para que el sol no me despierte. Probar platos nuevos y hablar un ratito, avergonzada, con el dependiente de The Comic Co. sobre "La vida es buena si no te rindes", de Seth, que me he traído a casa después de que Nerea se lo haya ventilado apresuradamente, como antes leyó algunos U que también están ya conmigo.


Esa foto de la Plaza Mayor tiene una gota en medio porque llovía. No he hecho muchas más fotos y ninguna salvable: hacía tiempo, mucho tiempo, que no pasaba tanto frío en Madrid y que el tiempo no era tan desapacible.

Es testimonial. He vuelto a ir, claro. Yo siempre vuelvo.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Ir a Madrid

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Desde hace once años, ir a Madrid es pensar en alguien a quien nunca veré.

Le debo parte de lo que soy. Mucha parte de lo que soy. Frases que digo. Expresiones. Concepciones del mundo. Cierta militancia.

Si le viera por la calle, no le reconocería.

Ya no hablamos. Da igual: está dentro de mí.

Él es yo.

Tampoco hablo con otro alguien a quien nunca veré.

No sé su nombre y le pedí que se fuera.

Lo he contado mil veces. Es una historia vieja.

De esto hace tres años.

Volvió por un rato y fue peor. Fue muchísimo peor.

Ya sé que no puedo ir a la Plaza Mayor sin que se me vuelva el estómago del revés. Y que me muero por hacerle una foto nocturna al templo de Debod, pero posiblemente no vaya nunca.

Siempre que voy a Madrid me ocurre lo mismo.

Me sienta
tan bien
(y tan mal)
al mismo tiempo...

martes, 8 de marzo de 2011

Cien años

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Han pasado cien años desde que comenzó a celebrarse.

No es una celebración, sino una reivindicación.

Si me quejo, o si me indigno, siempre recibo las mismas respuestas.

Que soy una víctima. Que no me puedo quejar, porque antes estábamos peor. Que odio a los hombres.

Yo no nací mujer.

Ni siquiera supe devenir en una.

La conciencia de género me la despertó un hombre. Fue un hombre quien me habló de Seneca Falls por primera vez. Y de Elizabeth Cady Stanton.

Existir, existen. Y existieron. Marx. Engels. Stuart Mill.

Raúl, que intenta entenderme. Carlos. Ángel, cuya escultura sobre la igualdad, uno de sus sobresalientes en Bellas Artes, preside mi estantería desde hace años. Luis. Agu. Carmelo. Javi. Alfredo.

Los amigos que tengo.

Y Neno.

Gracias.

La imagen es de Cady Stanton.

jueves, 3 de marzo de 2011

Por el placer de volver a verla

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Si se habla, y se escucha, a lo mejor podemos entendernos un día, o hacer como que nos estamos entendiendo, o creer que nos estamos entendiendo, porque creyendo, quizá se vuelva real. Escribir, también. Escribir, sobre lo duro que es crecer. Sobre lo difícil que es crecer.

Eso nos han contado Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza. Miguel y Nana. Que alguien es importante cuando te apetece volver a verlo.

GAP

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Paso siguiente, inspiración siguiente, siguiente barrida.

Estoy en el GAP 4.0.

Es un grupo que surgió en Canonistas. Nace de la generosidad de otros, para que los demás aprendan. Cuando uno ha aprendido, mantiene el compromiso de enseñar y de seguir aprendiendo. "Siempre aprendiendo, siempre enseñando".

Yo no sé hacer fotos. Fotos memorables, por supuesto, digo, como varias de las que recuerdo de mis amigos. Y por eso estoy más que asustada.

El caso es que alguien piensa que sí puedo.

Y me llevó de la mano. Y eso está bien, porque soy insegura y suelo caerme.


La foto que puse era de Nueva York. Del East Village.

De momento, lo único que puedo decir a una crítica de mis fotos es Señor, sí señor. No deberé copiar fotos de otros lugares (porque si no, ¿de qué valdría querer aprender, querer experimentar, querer descubrir?). Nunca, nunca se justifica una foto. Ni se aclara. Ni se explica. Y no se admiten vampiros.

Quien me llevó de la mano va a ser mi capitán. Y ha empezado recomendando "Recuerdos de fiebre, sueño y duermevela" de un tal Machado. Porque con la poesía también se aprende a hacer fotos.

En los dos años siguientes, supongo que le agradeceré muchas cosas. 

Hoy solo una: que algún día le veré la cara a ese hombre, en Barcelona o en donde sea, y le daré las gracias por darlo por hecho, por decirme que lo diera por hecho. Con una foto.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Miguel Ángel Solá / Blanca Oteyza

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Hoy he estado hablando con Miguel Ángel Solá y con su mujer, con Blanca Oteyza. "Aquí o allá opino que los hijos de puta son y serán hijos de puta. Y que la vergüenza se pierde una sola vez y ya no se recupera. Y que, a partir de ahí, todo es cuesta abajo". Eso lo dijo él, en otra entrevista. Es un tipo dulce, o a mí me parece dulce porque los argentinos tienen ese acento cadencioso. Vienen a Mérida con una obra que se llama "Por el placer de volver a verla".

Me he puesto delante del micrófono contentísima, somnolienta, medio rota y hasta eufórica, pero es la primera entrevista en la que lloro.


Solá me estaba contando que a veces te gusta ver a alguien que ya no está. Ver su sonrisa, otra vez. Escucharle la voz. He recordado (ha sido un fogonazo) la última escena de Artificial Intelligence como si la tuviera delante. Y no se me ha notado, supongo, pero me ha dado mucha pena, se me han hecho un nudo el estómago y la garganta y se me han saltado las lágrimas.

martes, 1 de marzo de 2011

Una foto

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Hace unos días vi una imagen. Fue en un fin de semana muy raro, que pasé aliviada en parte, algo maltrecha también, con amigos, con libros, con fotografías. Compartí algún dolor que no se ha ido, porque eso me va a doler por mucho tiempo y de muchas maneras diferentes. Y vi una foto.

He visto muchas de esa ciudad. Fui sin saber reconocer el Empire State y ahora distingo cada edificio. He escuchado a Billie Holiday, a Billy Joel y a Frank Sinatra a todas horas. Decidí irme a París para viajar sola y porque hay que ir a Lyon a ver a Noelia cuando para a Mateo. Y porque París significa otras cosas: una reafirmación y otra huida. Sé bien lo que va a significar París.

Una negación, para empezar.

Por eso esa imagen me puso triste. Hay una mujer. Viste de negro. Mira un escaparate. Nada más. Porta una bolsa de las que tienen el logo: "I love New York". Parece cansada o yo la imagino cansada. Y al final ya no sé si se trata de lo que la foto enseña o de lo que yo vi. O de la parte de mí que quiso ser ella y pararse delante de un escaparate que muestra ropa de época, porque hay no sé qué de Jane Eyre, y llevar una bolsa de I love New York porque he entrado en una de esas tiendas horteras de souvenirs para turistas y he comprado algo y...

Me supo a derrota, la foto. Porque sé que iré a París queriendo estar en otra parte. Y sé exactamente qué querría hacer en esa otra parte y que no voy a pedir permiso. Y que por eso no voy, porque no me apetece un no por respuesta, porque sería la tercera vez y porque no estoy de humor como para que no me duela.

Aunque nunca salgan las cosas como pretendo.

No sé quién es ella, pero lleva acompañándome desde entonces. He aprendido las luces de memoria, la forma de las dos bolsas, las letras del escaparate, las manchas del suelo, cómo otra persona coloca una pajarita, las rayas del mármol.

Justo después de verla mandé un mensaje. Para que me esperen, con un café calentito y un muffin de canela.

Él, me contaron, se puso muy contento.

Ahora sólo me queda cruzar los dedos. Y lo demás.

Imagen de Workinpana.