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lunes, 18 de julio de 2011

La libreta de Shakespeare

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12 de junio de 2011


Vuelvo a escribir en la libreta de Shakespeare que me compré hace cuatro años y vuelvo a hacerlo en el aeropuerto de Sevilla. Son las siete y media de la mañana. Mi viaje, mis vacaciones, comenzaron el viernes, con la boda de Charo y Antonio, en el castillo de la Arguijuela, cantando Jai Ho y bailando con una perfección inusitada Cheek to Cheek mientras por detrás, en una pantalla, Fred Astaire hacía lo propio en la más mítica escena de Top Hat.

Lo demás se resume en bailes, falta de sueño y croquetas del Eslava, amén de una protesta en el Ayuntamiento de Sevilla.

Ahora me hago mi propia guía de Barcelona. Para no cumplirla. Como siempre.

jueves, 2 de junio de 2011

Barcelona

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La semana que viene me voy a Barcelona, con una promesa incumplida porque sí he tardado cinco años en volver. En Barcelona está mi más viejo amigo, que no el más antiguo. Le conocí por la red, porque yo a la red nunca le agradeceré lo suficiente algunas cosas, en el mismo tiempo en el que Neno llegó a serlo todo (todas las palabras, todos los libros, todo el cine y todas las ideas) y me dibujó sin haberme visto nunca, con el yin y el yan en un ojo y en el otro una paloma. Guaya, que en realidad se llama Joan, me lleva 38 años, pero yo no lo sabía cuando debatía con él de política y de literatura y de normalización lingüística y de sida y de homosexualidad. Yo lo supe mucho, mucho más tarde.

En Barcelona también está mi amigo más joven. Se llama Pablo y escribe y un día me preguntó por qué escribía yo (porque siempre lo he hecho, cariño: no hay otra razón). Pablo me gusta porque me recuerda a lo que yo fui hace diez años y porque es mucho más valiente de lo que yo lo fui y porque hay textos suyos que me hacen mirar el ordenador con la mirada que yo pongo cuando sé que voy a aprenderme un texto o una cita: cuando algunas palabras van a empezar a formar parte de mí.



A Pablo lo encontré en el mismo lugar que a Marc y a David. Marc siempre ha sido una mano, un corazón muy grande y mucho cerebro. Y David... bueno: estos dos llevan tantos años en tantos sitios (un foro de cine, Facebook, blogs, Flickr...) que a veces sé que me los voy a encontrar en cualquier parte.

Varios años más tarde llegaron los demás. Silvia y sus crónicas, Carlos y su agudeza. Y Miguel, que lleva mucho tiempo resolviéndome problemas, de varios tipos. Y Pertur. Y Emiliano, al que tengo muchas ganas de volver a abrazar. Y Neus, a la que quiero escuchar de nuevo. Y Rubén, Dwaitt, que me acoge en su casa porque desde que nos leímos por vez primera en el Foro de Nueva York caímos rendidos el uno a los pies del otro.

Y un niño pequeño al que no sé si voy a retratar, al fin.



Hay un par de razones por las que voy ahora.

De todos modos, la razón principal es un hombre.

Y no vive en Barcelona.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Barcelona

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Prometo no tardar cinco años en volver. Y lo prometo porque dos días son pocos, poquísimos, para apresar nada de una ciudad como ésta. Me recordó a Madrid. Me recordó a Madrid quizá porque me sentí igual de cómoda que en esa otra ciudad que recorro tanto. Visité curvas y un mercado, lleno de frutas exóticas e insípidas. Paseé. Paseamos. Nos reímos. Arreglamos el mundo.

Y tuve mi ración de descubrimiento. Una cena compartida, unas copas, vino (anotado para la posteridad: Ribera del Duero, Pago de Carraovejas), de charla. De constatar lo que ya sabía. Que, después de un lustro telefónico, Internet, el móvil y el cara a cara no difieren un ápice...


Barcelona ha tenido colores. El de los árboles, los rojos de la casa de Tania y Óscar, la noche cayendo a las cinco de la tarde, el crisol de gentes caminando por las Ramblas, el de los azules y rosas de La Pedrera o los lilas y mares de la Casa Batlló.




Sensaciones. La sonrisa de un anciano que me explicó a Gaudí. La honestidad de un taxista que me dejó en la puerta y apagó el taxímetro y me contó su vida. La de quienes alternaban el catalán y el castellano, hasta que me descubrí diciendo "deu", "bon día" y "gracies". El cansancio en las piernas. Querer andar más, apresar más, y no poder.



Y Gaudí. Que nos ha quedado la sensación de que Barcelona no existía antes de que él llegara, porque hay otras Barcelonas que no hemos podido ver.

Necesito más días en ese lugar...