Mostrando entradas con la etiqueta Pertur. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pertur. Mostrar todas las entradas

lunes, 23 de diciembre de 2013

2013

8 comentaron

El mejor culo del mundo. El Perseo de Cellini.
Como no te escribí, y casi no te fotografié, no te recuerdo. No demasiado. Sé que comenzaste con dos nacimientos: el de Marta, el de Marco. Fui a Florencia, a verle el culo al Perseo y a que Nerea me curara. Nerea me ha curado dos veces este año. Cristina también me ha curado dos veces. Y, como Cristina me curó dos veces y me dijo que me quiere el día del sorteo de Navidad (ella, que no lo dice nunca), me largué a verla, a Asturias, y descubrí por qué su vida sería peor sin Nacho. Ahora, en estos tiempos de mamporros, él me cuida mandándome canciones. Un correo de una línea o dos y una canción. De Bruce Springsteen, de los Rolling. A veces me hace llorar, pero nunca se lo he dicho.

Nerea en Florencia

Me fui a Granada a ver a la familia (hay familias de amigos que son tu familia, sí) y a estar con Ángel. Disfruté del teatro, como tantas otras veces: qué aburrido hubiera sido ser feliz. Bebí con Álvaro y me emborraché vilmente (y me hacía falta) con Ana, Bego y Nerea. Madrid son dos barrios y tres mujeres. Acudí al GRAF. Abracé, por fin, a Javier Olivares y a Christian Osuna y a Octavio y a Alberto y a Iñaki. David Aja me regaló una viñeta por mi cumpleaños. Álvaro Pons me corrigió un texto. No ha sido lo único que ha hecho, este año, ese tipo, ni lo único que seguirá haciendo el año que viene, espero. Y hoy, Manel Fontdevila me ha nombrado en su blog y me ha hecho sonreír mucho rato. Hubo muchos cafés los sábados y los domingos, con el grupo de siempre. Me regalaron libros.

Leí poesía y cómics. Muchos. De ambos. Entrevisté a gente interesante. Se me murieron otros. Javier Leoni, por ejemplo, y me quedé sin sus besos en los labios.

Llegó Raquel ("yo te vi y me enganché a ti", me dijo). Llegó Raquel, con sus ojos grandes y su confianza y toda su belleza y llegó Iván, que conoció primero unas letras y luego siguió escribiendo y supo del cuarto de atrás antes que de la luminosidad y la ternura y hubo franqueza y honestidad, mucha de ambas, sobre todos los temas que cuesta contar. También llegó Mónica, que ya no es (aunque lo sea y lo vaya a seguir siendo) mi dietista, sino mi amiga. Mientras me pesa y me mide nos contamos lo que nos ha ocurrido en las últimas tres semanas, apresuradamente. Y nos reímos. Nos reímos mucho juntas. De todo lo malo.

Y un día de abril, Ale y yo por fin nos abrazamos, después de cuatro o cinco años compartiendo mensajes fotográficos, charlas literarias, desahogos psicológicos, tutoriales y conocimiento. Me lo recordó él: que fue en abril, en Sevilla, en la Alameda, en el Bulevar, con un café y unas cervezas, porque a mí me parecía que habían transcurrido más meses. Este año también le veré más.

Hay veces que guardar silencio sobre algo se parece demasiado a mentir. Así que, cuando me caí y me rompí, yo, que no llamo nunca y que cuento pocas veces aunque no lo parezca, reuní a los amigos y les conté. A los viejos y a los nuevos. Me sirvió para conocer mejor a algunos y para constatar que tengo mucha suerte, siempre he sabido que tengo mucha suerte con la gente que me encuentro, ni siquiera sé por qué. Me acariciaron mucho rato en un sofá de Madrid, como si fuera una niña pequeña y, por primera vez en muchos años, me sentí protegida y acunada. Buscaron una wifi por Sri Lanka y me mandaron correos escritos en un avión. Luis me recordó su mucho criterio a la hora de elegir a la gente a la que quiere. Fui con Pupe a un balneario. Acudieron, de todas las maneras, cada uno a su modo, todos esos hombres y mujeres que hay en mi vida. Son muchos. Una veintena de gente que está pendiente de mí. A algunos, a los que están más lejos en distancia, los veré el año que viene, en Barcelona.

Y también le pondré nombre a las cosas que están mal.

domingo, 14 de julio de 2013

Tolkien

2 comentaron

Hace mucho tiempo, en un Festival de Mérida en el que había un profesor de Clásicas al que yo tenía que atender porque iba a hacer unas críticas, mientras hablábamos de literatura, me dijo que los jóvenes no leían, en general -este tipo de charlas se tienen con generalizaciones- y que, claro, cuando leían, solo leían cosas como El Señor de los Anillos.

-No tienes ni puta idea de literatura.



Eduardo Segura ha traducido a Tolkien. Yo he hablado con él por La caída de Arturo, un poema inconcluso que acaba de editarse en español. Y, cuando estábamos hablando, se ha detenido y, con cierto asombro -me ocurre muchas veces- me ha dicho: "Me gusta mucho el enfoque que le estás dando a la entrevista, porque a Tolkien se le suele banalizar mucho".

Yo le debo a ese hombre uno de mis personajes favoritos, que no es Aragorn y no es Gandalf. Me enamoré de él por un párrafo, al inicio, unas pocas palabras que me han acompañado desde entonces, porque en ellas hay mezcla de orgullo y mezcla de dignidad.

-Tú no eres de aquí, no eres un Bolsón, tú... ¡tú eres un Brandigamo!
-¿Has oído eso, Merry? Fue un insulto, ¿no?- dijo Frodo, cerrando la puerta en las narices de Lobelia.
-Fue un cumplido -respondió Merry Brandigamo-, y por eso mismo falso.

Hemos hablado de la importancia de los medios de comunicación a la hora de transmitir la obra de un autor. De cómo la idea de Tolkien está, sí, profundamente mediatizada (la lucha entre el bien y el mal y ya está, las películas de Peter Jackson -Segura dice que, salvo genios como Malick y otros, se está olvidando la importancia de narrar en el cine norteamericano-) y de que ya hay opiniones que no cabrean.

Yo le debo haber creado Lothlorien, me ha dicho Jordi: Y también haber creado a Lúthien y a Beren. Y Antonio, al que no conozco aún, pero conoceré, me ha recordado el momento en que Frodo le perdona la vida a Zarquino y él le dice: Has crecido, mediano. Él le dio el libro a su hermana, que comenzó a llorar a moco tendido, a los catorce, con la balada de Frodo Nuevededos y el Anillo del Destino y él, que tenía cinco años más, quiso retroceder para volver a leerlo por vez primera y emocionarse tanto como ella.

Casi nunca hablo de libros así.

Al final, los mitos son una llave. Y esa llave implica que tú creces con ellos. Que, a los 13, no soportas a Boromir y luego, a los 30, descubres que tú también necesitas perdón y le entiendes. Y quieres ser Gandalf, y tener las riendas, o conocer a algún Gandalf, y conseguir un maestro y una guía y asumes la oscuridad de Aragorn, su camino de retorno, el peso que supone ser la única esperanza. Y también sabes que eres Sauron.

Sabes que eres Sauron, aunque quisieras ser Sam.

miércoles, 19 de junio de 2013

40

4 comentaron

Jordi en acción, hace un par de años.

Ese tipo de ahí arriba es, posiblemente, la persona a la que más admiro. La primera vez que le dije te quiero fue durante una bronca. La primera vez que me lo dijo él a mí ocurría algo parecido. Hace unos meses, en septiembre de 2012, yo, que conozco el miedo mejor de lo que conozco cualquier otra cosa, andaba envuelta en pánico, el pánico más atávico, más real y más terrible que he sufrido jamás, volviéndome experta en síndromes extraños, en estudios genéticos en inglés, francés y español; en conexiones neuronales, en palabras técnicas y en enciclopedias de medicina. Me cogió de la mano y me arrastró a la cordura. Mi salud mental, los meses que siguieron, se la debo a él.

También le debo otras cosas. Que me hiciera investigar sobre fotografía, sobre las conexiones de la fotografía con la literatura y sobre la imagen como arte, y parte de mi capacidad analítica al abrir los ojos. Me gusta su manera de mirarme a mí. De cachondearse cuando le digo que no soy capaz de hacer algo. Esa fe.

Vive a más de 700 kilómetros. Nos hemos visto dos días, hace mucho. Organizó una quedada tremenda con alguno de mis fotógrafos imprescindibles, me llevó a una librería (hay muy poca gente con la que yo entre en librerías) y me mostró una luz hermosa que salía de un callejón. Le regalé un libro. Si ocurre algo grave (y han ocurrido un par de cosas o tres en todo este tiempo), se entera y me entero y estamos, que es lo único que se puede hacer cuando hay naufragios y hay tormentas. Alzar al otro, o confortarlo. 

Pertenece a ese grupo de personas a las que conocí de la manera más azarosa posible y se quedaron durante años. Mi vida, sin él, sería mucho peor.

Hoy cumple 40.

Algún día le haré un retrato que merezca el nombre. Y algún día le haré una foto a Pau.

Felicidades, niño. Por mucho tiempo.

lunes, 7 de enero de 2013

Nada es como esperaba

1 comentaron

Congreso de la Nación Argentina.

Nada es como esperaba. Se lo contaba ayer a Nico, que vino a buscarnos para dar un paseo. Adriana se quedó en casa, porque nos levantamos muy temprano. La madre de Nico vino con nosotros. Es curioso observar cómo son las madres de distintas, cuáles son las relaciones que se establecen con los hijos. Yo estoy agotada: hemos recorrido Congreso, el Abasto, hemos quedado con Sandra (que no tiene voz, que es entusiasta, sensible, dulce y cercana y cuyos ojos son inmensos como dos lunas. Sandra es vegana, comerá en casa cuando se vaya a alimentar a sus perros), no hemos parado un momento de ver cosas.

Confitería del Molino.
El edificio con la inscripción en catalán, como homenaje a Gaudí, "no hay sueños imposibles", los escudos de las provincias de Buenos Aires, la confitería del Molino, que me da una pena horrorosa porque está completamente abandonada (por lo visto, por un problema de herencias inexplicable para mí), hemos probado los Havannettes, que son conitos de dulce de leche recubiertos de chocolate (le tengo que pasar a Sandra la receta del dulce de leche sin leche), hemos visto paredes de colores y me he desesperado con los coches en mitad de la acera, porque no: yo no sé integrar un coche en una fotografía en la que pretendo sacar un edificio. Son las seis de la tarde, estoy agotada y ahora mismo dormiría, pero me tomo un mate, con Gabriela y con Nico. Me pregunta qué quiero ver. Lo que le enseñarías a tu mejor amigo, le digo, y me siento estúpida en cuanto lo pronuncio. Estoy torpe con ese muchacho. Estoy jodidamente torpe y yo jamás estoy torpe con nadie: puedo sentirme torpe, pero estar torpe, nunca. Llevo varias décadas de mi vida, desde antes de los diez años de edad, construyendo un carácter desenvuelto en el que no se me nota, nunca se me ha notado, que a mí la gente, en general, me da pánico.

No hay sueños imposibles.
Y el cansancio, además, no ayuda. No ayuda nada. Recuerdo pinceladas sueltas de la conversación: a ratos, él y su madre hablan de temas de los que yo no sé y no pregunto. Me cuenta, le cuenta a su madre, más bien, que no le gusta lo que ocurre en la cancha, la violencia asumida que ocurre en la cancha, esa violencia que se expande y a la que nadie pone freno.

La Bombonera.
Sé que él querría enseñarme otras cosas, otro Buenos Aires, pero no se atreve. Lo lindo y lo feo, lo llama. Lo feo son construcciones estilo totalitario (pienso en Jandro: en cómo me contó Jandro que era Bucarest), "donde vive gente muy pobre, muy pobre". Al final me lleva por el barrio lindo, el barrio más pijo de Buenos Aires, Belgrano R, pero luego paramos en su bar, que es el Kracow, en San Telmo, aunque está llenísimo y no tomamos nada y yo me encuentro pensando, como siempre, lo importante que es conocer qué tipo de bares le gustan a los demás, y vemos a Mafalda ("¿allá conocen a la Mafalda?"), sentada en un banco, de espaldas, y me cuenta que el barrio es histórico, sí, pero que hay una calle que es el Bronx en la que se vende muchísima droga y siempre hay bronca y que muchas de las casas que vemos están okupadas, algunas transformadas en centros sociales. Y me lleva al almacén Don Manolo.

Almacén Don Manolo.
Su manera de observar, su manera de mirar, me enseña otro Buenos Aires. Otra manera de entender la política de Argentina, también, y otro modo de enfrentarse a sus personajes míticos, como el Gauchito Gil ("que era un cuatrero").

Gauchito Gil.
Caminamos en coche, por todas partes: por la capital del mundo llena de luminosos modernos publicitarios (que a mí no me gustan nada, pero a Gabriela sí), entre el caos del tráfico, la gente bien vestida (los pijos visten igual todos, en todas partes del mundo, le digo: y hay algo en mi tono que hace que vuelva a sentirme torpe. Además, tengo un tapón en el oído desde días antes de aterrizar y Nico y su madre hablan bajito y la mitad de las veces ni les oigo), el atardecer con el cielo naranja, la música en el coche (trip hop, Las Pelotas y el Somebody that I used to know, de Gotye, que tarareo con mi voz medio ronca ya). Buscamos una pizzería que él recuerda que debía de andar por alguna de esas calles de San Telmo, pero no la encontramos. Cenamos en cualquier parte. Me mira a los ojos y me dice una frase de la que no captaré el significado hasta quince días más tarde. Tomamos café: yo me caigo de sueño, al día siguiente me levanto a las cuatro menos algo de la madrugada y ni inyectándomelo en vena sería capaz de articular un discurso coherente.Y además sigo imbécil. Es curioso: no puedo recordar ninguna vez que me haya ocurrido eso. Puedo estar aterrada, muerta de miedo, paralizada por el pánico, pero así de incapaz, no. Y no me siento incómoda, que es lo más extraño. Porque debería. Supongo. Quizá.

Una casa curiosa en Belgrano R, desde el coche.

Viendo el Perito Moreno me acuerdo mucho de él. Me gusta mucho ese muchacho, es la persona más atrayente que he conocido en tiempos y me temo mucho que él no lo sabe o que no se lo han dicho nunca. Con Nico me ocurre como con Jordi. Tengo una imagen suya grabada en la cabeza ("te quiero sacar los ojos", "¿me querés sacar los ojos?"-se burla- y yo comienzo a balbucear -maldita torpeza-: "sí, tú... tú expresas mucho... con los ojos..."), pero no soy capaz de conseguirla en una fotografía. De Jordi eran gestos: la sonrisa sincera, la sonrisa irónica, esa rectitud que él es -cómo le gustaría estar aquí, cómo me acuerdo de lo loco que se volvería aquí-. De Nico son los ojos, la luz que le sale por esos ojos pardos e inmensos, las pestañas espesas y largas, los mil y un estados de ánimo (cansancio, diversión, burla, interés, alegría franca) que es capaz de expresar, los mil destellos que le ves cuando le miras a la cara. Y la sonrisa, esa sonrisa ancha, que le sube a la mirada y que hace que parezca que se ríe con todo el cuerpo. Está muy bien amueblado, ese niño. Nos despedimos con un medio abrazo: "Un placer", me dice. "Igualmente, niño", le susurro.

De repente, me he acordado de Robert.

lunes, 31 de diciembre de 2012

2012

6 comentaron

Nació un niño que es un redondel cuando se asombra. Nacerá una niña o quizá cuando se publique esto ya haya nacido, porque voy a trompicones actualizando el blog con las fotos y la crónica, vuelta a redactar a ratos, del viaje a Argentina: hay cosas que no puedo, ni voy, a contar. Me suicidé y sabía que me iba a suicidar pero entonces no me importó o no supe salir. Entrevisté, por fin, a José María Pou, y me dio un abrazo. Tuve una crisis laboral, y personal, de la que salí gracias a Charo Calvo, que me agarró de los pelos y me arrastró hacia la luz y la conciencia. Conocí a un chico que es de colores. Pero creo que él no lo sabe. Se fue alguien, en julio, y sentí frío: sigo sintiendo frío. Murió mucha gente a la que admiré y a la que quise: poetas, cantantes, actores. Rompí con la relación más dañina que he tenido en mucho tiempo. Utilicé canciones para sanar, como siempre. Escribí, volví a escribir, volví a estrenar libretas. Estuve en Sevilla, en mi casa. Pisé, nuevamente, un aeropuerto para vivir un mes en otro lugar, para descubrir a gente a la que quiero volver a abrazar. La Orquesta de Extremadura sobrevivió y eso, para mí, significa algo más que la música: una cierta unión, algunos cafés, ampliar los círculos. Llegaron los mineros, a Madrid, y canté, en la distancia, Santa Bárbara Bendita. Vi ballenas y orcas y glaciares y me enamoré de los Andes y del Lago Argentino y volví a cantar en un coche como cuando era pequeña, mirando al lago Futalaufquen. Probé el mate por primera vez y aprendí -estoy aprendiendo- a comer de una manera más consciente. Pedí permiso para hacer retratos.




Un amigo volvió a su casa, después de diez años en otro país, a abrazar a su mujer y a sus hijos, y me dijo que es feliz. Estuve en La Lonja, como cada verano, cenando penosamente pero riéndonos mucho. Invité a un tipo atrayente a cenar: nunca lo había hecho antes. Viví dos primaveras, con frío de hielo, con calor asfixiante, y me puse morena como hacía siglos que no me ponía. Hablé mucho y callé cosas, pero pedí ayuda, cosa que tampoco suelo hacer. Encontré a alguien que reacciona igual que yo ante las incoherencias sentimentales y fue un alivio, porque supe que no era lo que me daba más pánico ser. Volví a hacer fotos, al tuntún, sin pensarlas, en un viaje en el que el paisaje casi lo conseguía todo. Constaté que mi cuerpo reacciona cuando lo descalabran. Creé un blog de cocina. Tuve una charla sobre amores perdidos en Esquel con una chica que me gustó mucho. Conocí a un hada en Mechuque y la abracé. Se casó Ángel y nos vimos, después de ocho años, como vi a Jandro, a Mariana, a Miriam, a Martina, a Marcos, y me encantó lo que vi. Comencé el año con Noelia y lo acabaré, como siempre, en los brazos de un amigo que sabe que soy gilipollas, pero, aún así, le gusto, de todas maneras. Y me quiere. Jordi estuvo pendiente de mí y me salvó de la angustia y la agonía. Quise estar en San Sebastián para abrazar mucho a una persona, para abrazarla todo el rato y salvarla del dolor, aunque no sea posible.

Y, como todos estos años, sigo teniendo mucha suerte con la gente que eligió estar conmigo. Feliz año nuevo.

sábado, 1 de octubre de 2011

Niños

4 comentaron

Nico

A Nico no le gusta que le hagan fotos y la primera vez que le vi en persona se quedó dormido en la mesa del restaurante porque había ido de cumpleaños la noche anterior y se quedó en casa de un amigo. Yo no le pedí permiso: siempre le dije a su padre que quería retratarlo y se dejó, a regañadientes, porque es demasiado educado para decirme que no. Toca la batería, es asombrosamente guapo y juega al fútbol.

Hugo y Javi

Hugo ha cumplido tres años y yo no estuve, pero le veré este mes y volveré a besarle y abrazarle, me llamará "tita Olga", le haré cosquillas, le echaré de menos, terriblemente, cuando me vaya; me producirá la misma admiración que siempre comprobar la fantasía y la incansable disposición de su padre al juego y a la risa; cambiaré algunos bares por parques infantiles y atracciones, si las hay, y veremos alguna de esas películas que él ya ha visto 64 veces.

A Pau le conozco desde que nació, sin habernos encontrado nunca. He asistido, en la distancia, a una incubadora, juegos en la playa y en el parque, un rato con su padre quitándose los calcetines el uno al otro sin parar de reírse y alguna cosa más de la que no quiero acordarme. Tengo dos fotos suyas en el móvil. Tiene la mirada sabia de los niños que miran como las personas mayores que aún no han perdido el brillo en los ojos.

A Leo le he bañado mucho rato, le he hecho fotos gateando y ahora anda. Es un niño viajero que ya ha visto lugares a donde yo no he ido. Cuando su padre toca la guitarra, él aplaude, y su madre querría llevarlo de nuevo dentro -debe de habérsele olvidado la que lio cuando salió- y, a pesar de las noches sin dormir -que han sido más de las que puede recordar-, su mente siempre viaja a casa. Leo juega con su pelo, le da la mano y corretea.

También está Lucas, en Francia, al que aún no conozco pero al que he oído llorar y balbucear en ese lenguaje imposible de los bebés que solo entienden sus madres. Y Miguel, con una hermana nueva y recién estrenada, que juega con los coches de colección de su padre cuando él no mira. Y Gabriel y Carmelo, a los que por fin encontraré en la misma ciudad en la que conocí a sus padres.

Los hijos de mis amigos me han hecho estar pendientes de otros niños. Los veo en el PATH de Nueva Jersey, asistiendo con los ojos abiertos a un cuento narrado por su padre. En el autobús urbano de Mérida, intentando mantenerse de pie en las curvas; lanzando una pelota contra un muro, solitarios; descubriendo el mundo que está más allá de la esquina, fuera de la vista de los adultos, subidos en un triciclo de colores.

Siempre me pregunto cómo crecerán.


jueves, 2 de junio de 2011

Barcelona

10 comentaron

La semana que viene me voy a Barcelona, con una promesa incumplida porque sí he tardado cinco años en volver. En Barcelona está mi más viejo amigo, que no el más antiguo. Le conocí por la red, porque yo a la red nunca le agradeceré lo suficiente algunas cosas, en el mismo tiempo en el que Neno llegó a serlo todo (todas las palabras, todos los libros, todo el cine y todas las ideas) y me dibujó sin haberme visto nunca, con el yin y el yan en un ojo y en el otro una paloma. Guaya, que en realidad se llama Joan, me lleva 38 años, pero yo no lo sabía cuando debatía con él de política y de literatura y de normalización lingüística y de sida y de homosexualidad. Yo lo supe mucho, mucho más tarde.

En Barcelona también está mi amigo más joven. Se llama Pablo y escribe y un día me preguntó por qué escribía yo (porque siempre lo he hecho, cariño: no hay otra razón). Pablo me gusta porque me recuerda a lo que yo fui hace diez años y porque es mucho más valiente de lo que yo lo fui y porque hay textos suyos que me hacen mirar el ordenador con la mirada que yo pongo cuando sé que voy a aprenderme un texto o una cita: cuando algunas palabras van a empezar a formar parte de mí.



A Pablo lo encontré en el mismo lugar que a Marc y a David. Marc siempre ha sido una mano, un corazón muy grande y mucho cerebro. Y David... bueno: estos dos llevan tantos años en tantos sitios (un foro de cine, Facebook, blogs, Flickr...) que a veces sé que me los voy a encontrar en cualquier parte.

Varios años más tarde llegaron los demás. Silvia y sus crónicas, Carlos y su agudeza. Y Miguel, que lleva mucho tiempo resolviéndome problemas, de varios tipos. Y Pertur. Y Emiliano, al que tengo muchas ganas de volver a abrazar. Y Neus, a la que quiero escuchar de nuevo. Y Rubén, Dwaitt, que me acoge en su casa porque desde que nos leímos por vez primera en el Foro de Nueva York caímos rendidos el uno a los pies del otro.

Y un niño pequeño al que no sé si voy a retratar, al fin.



Hay un par de razones por las que voy ahora.

De todos modos, la razón principal es un hombre.

Y no vive en Barcelona.

lunes, 30 de mayo de 2011

16

6 comentaron

De mis 16 recuerdo varias cosas y, salvo una pelea con un profesor que duró todo el año y con el que me reconcilié más tarde, todas tienen que ver con la misma persona. Él de espaldas, mirando unos árboles (la memoria guarda fotografías, no películas): "qué bonito es esto, qué bonito". Sonriendo mientras me respondía: -¿qué te estás leyendo? -Las obras completas de William Shakespeare. Tocando la guitarra, cantándome Yolanda (años más tarde, varios años más tarde, dos amigas mías se la aprenderían para cantármela como regalo de cumpleaños en lo que ha sido, hasta la fecha, de hecho, uno de los mejores regalos de cumpleaños que he tenido jamás), enseñándome quién es Silvio Rodríguez y que, ciertamente, nadie canta Al Alba como Rosa León.




Esos son mis recuerdos de los 16. Y una libreta con músicos de jazz en la que me escribió para decirme que con él había hablado mucho pero con los demás no y que terminaba con un te quiero.

Siempre me ha pasado eso. Al final, sospecho, cierta clase de hombres me recuerdan los unos a los otros. Carlos me recuerda a José María que me recuerda a Jordi que me recuerda a Raúl. O quizá es que a mí solo me gusta cierta clase de gente.

Luego yo me largué a Sevilla y nos vimos una vez cada dos años. Hace más de una década que no me lo encuentro. Me he acordado de él de tanto en cuanto, muchas veces. Ni siquiera sé por qué ocurre que haya gente que sigue siendo importante en tu vida o para tu vida sin que les hayas visto más después.

Hoy me he topado con su blog, en la red: "La última vez que te vi fue en televisión, comentando sobre los Carnavales, con la misma voz dulce y la misma mirada inteligente".

Ni siquiera pensaba que se fuera a acordar. Pero me ha respondido con un enlace a Google Maps: la calle donde nos vimos por última vez. Yo ni siquiera había comenzado a trabajar. Luego me iría a Melilla.

Me he pasado el día sonriendo. Resumiéndole qué he hecho desde que no le oigo cantar. Y diciéndole lo que ya sabía: que me gusta mucho desde hace mucho tiempo.

jueves, 3 de marzo de 2011

GAP

2 comentaron

Paso siguiente, inspiración siguiente, siguiente barrida.

Estoy en el GAP 4.0.

Es un grupo que surgió en Canonistas. Nace de la generosidad de otros, para que los demás aprendan. Cuando uno ha aprendido, mantiene el compromiso de enseñar y de seguir aprendiendo. "Siempre aprendiendo, siempre enseñando".

Yo no sé hacer fotos. Fotos memorables, por supuesto, digo, como varias de las que recuerdo de mis amigos. Y por eso estoy más que asustada.

El caso es que alguien piensa que sí puedo.

Y me llevó de la mano. Y eso está bien, porque soy insegura y suelo caerme.


La foto que puse era de Nueva York. Del East Village.

De momento, lo único que puedo decir a una crítica de mis fotos es Señor, sí señor. No deberé copiar fotos de otros lugares (porque si no, ¿de qué valdría querer aprender, querer experimentar, querer descubrir?). Nunca, nunca se justifica una foto. Ni se aclara. Ni se explica. Y no se admiten vampiros.

Quien me llevó de la mano va a ser mi capitán. Y ha empezado recomendando "Recuerdos de fiebre, sueño y duermevela" de un tal Machado. Porque con la poesía también se aprende a hacer fotos.

En los dos años siguientes, supongo que le agradeceré muchas cosas. 

Hoy solo una: que algún día le veré la cara a ese hombre, en Barcelona o en donde sea, y le daré las gracias por darlo por hecho, por decirme que lo diera por hecho. Con una foto.

lunes, 24 de enero de 2011

Si mis fotos hablaran

17 comentaron


Ni sé el tiempo que hace que hablamos, este chico y yo. Un par de años, puede. O más. Asistí, en la distancia, a un embarazo azaroso, a un parto que nos tuvo en vilo (cable va, cable viene: parece que fue hace siglos), a algún cambio de trabajo y varias dudas.

En los foros, la gente me llama la atención por las cosas más peregrinas. En su caso, por un avatar que muestra a Jack Nicholson en El resplandor. Y, como siempre, por la manera de escribir. El qué y, sobre todo, el cómo. Porque este hombre es brillante.

Y acaba de inaugurar blog.

Imagen de Jordi Carranza. Por supuesto.