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martes, 2 de abril de 2013

Dios

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No se de quién es esta imagen, que lleva en uno de mis hogares ni se hace cuánto tiempo...


Hace exactamente ocho años y cuatro días, ocurrió algo que escribí, para rememorarlo, cuatro años más tarde.

Tenía el acento dulce, no nos conocíamos de nada y me enseñó que seis horas pueden ser definitivas.

Las mejores mitades de mí le llaman Dios.

Hoy he vuelto a hablar con Él.



 

lunes, 4 de abril de 2011

Después

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Después de los besos, los abrazos, las miradas. Después de que te claves dentro de mí. Después de atenazarte con mis piernas. Después de que me inundes. Después del abandono y los gemidos. Después del cansancio y las lamidas y las chanzas. Después de que disfrutes, justo después, podrías hacerme una de las cosas que más me gustan.

Cuéntame tu historia.

Imagen de remed_art.

jueves, 13 de enero de 2011

Baila

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Hay un cierto tipo de intimidad que solo se consigue dentro de los exiguos márgenes de una cama. En realidad el lugar no importa, aunque deberíamos alzarle un monumento a los hostales. Importan el ritmo y la piel, el descubrimiento del mapa que trazan los poros del otro; dejar de mirar a los ojos para empezar a mirar un ombligo; besar el corazón, que se te metan dentro. Parar de pensar. O no. O seguir pensando, verbalizar en silencio lo que piensas, o lo que sientes: la humedad que te baja, la que sale de él; los dedos en las cuerdas; la justa eternidad en que los labios se acercan pero ni se han rozado todavía, las reacciones del cuerpo que crece y se estira y las adivinanzas y comenzar a temblar y los caminos del sartorio y del deltoides.

Y las palabras que se dicen dentro de una cama cuyo tono no podrás repetir con nadie más. Aunque las digas. Porque al final él te estará escribiendo y dibujará parte de lo que tú eres. Y habrá dolor, pero no importará y entrará dentro de ti para que descubras que eres tú la que está entrando y te turbarán las preguntas y todo habrá acabado para comenzar de nuevo porque a veces todo el mundo está dentro de los exiguos márgenes de una cama y fuera de una piel y otra piel no existe nada más.

Baila, niña. Baila mucho. Baila todo lo que puedas.

Este mensaje está dedicado. Y ella lo sabe.

Imagen de Matthew Dolls.

sábado, 30 de agosto de 2008

Planos detalle

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Siempre he tenido una imaginación fragmentada. Nunca recuerdo el todo: sólo planos detalle y sensaciones, sabores, olores, palabras. La curvatura de un hombro dorado; la línea de separación del pecho; unas manos muy sabias, de dedos cuadrados, perfectos, que no se me van de la cabeza; una caricia en la pierna que tuvo el poder instantáneo de hacerme temblar como un preludio; unas pestañas muy largas, muy tupidas, sobre unos ojos que saben escuchar; mi risa ante un ronroneo -no te rías- que fue espontánea porque me alboroza ver cómo alguien disfruta; una piel suave, muy suave, cuyo tacto recuerdan ahora las yemas de mis dedos; la manera de apresar un pezón entre los dientes; los dibujos que me hacían cosquillas en el costado; las palabras que no dije por pudor, vergüenza, bloqueo o -mucho me temo- gilipollez; un sexo muy duro rozándome el muslo al principio y su sabor -muy, muy rico- más tarde; la forma de entornar los ojos en una embestida; un susurro que jadea y un gemido; el color del semen encima del ombligo; un beso en el cuello; una lengua que entra en mi boca como si fuera suya; un cuerpo desnudo en la cocina; un antebrazo con la forma exacta.

Todo eso recuerdo.

También evoco lo que no ocurrió. El sabor terroso, amargo y seco de las ganas de más, desde hace días.

Ahora he descubierto que el tiempo a veces no mitiga: potencia.

martes, 8 de julio de 2008

Una isla furtiva

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-Eres la persona más excitante con la que he hablado nunca.

Ni siquiera fue ése el principio. Lo había sido mucho antes, cuando deshacía la cama por una sola y poderosa razón; cuando comenzó a jugar a un juego del que ella ya lo sabía todo, aunque no fuera muy consciente del momento exacto en que había comenzado la partida -siempre estabas muy ocupada; quiero saberlo todo de ti: qué te gusta, qué libros lees, quiénes son tus amigos-. Nunca pensó en nada más, porque siempre había otros (incluso uno que no servía ni para follar ni para llevárselo al teatro ni para ir de viaje, pero que estaba muy perdido en una vida que no quería y de la que no podía salir), porque no existía ningún futuro posible, porque por una vez le daba igual que el futuro no existiera y porque él también disponía de otro cuerpo: un cuerpo soso, un cuerpo que no se dejaba explorar demasiado, un cerebro dentro de un cuerpo que no le atraía lo más mínimo pero con el que había firmado un papel porque se había cansado de estar a salto de mata y fue ella quien le besó primero y quien no permitió que él dejara de besarla más tarde.

Hay personas a las que ni su vida, ni su carácter, ni sus circunstancias, les permiten tomar otras decisiones: se lo dijo una amiga muy sabia antes de que él hubiera aparecido siquiera, hablando de su propia e inolvidable historia, y ella no lo entendió del todo hasta que no le conoció a él y, de pronto, juzgar un comportamiento ajeno dejó de ser tan fácil y la palabra cobarde ya no definía nada. Al final ocurre eso cuando eres capaz de conocer a alguien, cuando te conoces a ti mismo, cuando no te aventuras a pensar qué harías tú de estar en su lugar porque nunca sabes qué respuesta darte, porque en todos hay miedo y necesidad de no estar solos y cierta capacidad de sacrificio y mil y una debilidades -querer levantarte con alguien una mañana, planear unas vacaciones, no tener que preocuparte de con quién irás al cine o a cenar, el íntimo regocijo de echar de menos una vida de soltero que había dejado de gustarte hace tiempo, aferrarte al espejismo de concederte que eres feliz a ratos-.

-Creo que me estoy enamorando de ti- le dijo un día. Y ella sonrió, porque era la primera vez, aunque hubiera habido otra, tres o cuatro años antes, mucho más rotunda (estoy enamorado de ti), una confesión que salió de las manos de un hombre a quien ella amó como a nadie y más que a nadie, con una desesperanza que todavía le asombra al recordar el frío del final, con esa pasión inocente y entregada de las que son primeras veces también. Y volvió a sonreírle, porque ella se lo había dicho también hacía meses -ahora sé que podría enamorarme de ti-, pero no recuerda qué le contestó, aunque sí sabe que le quería mucho, que siempre le ha querido mucho, porque ella era la más fuerte de esta historia, porque no tenía nada que perder, por supuesto, eso siempre te hace más fuerte, pero también porque no quería ganar nada, nunca había querido ganar nada, y sabía que él le decía la verdad, la única verdad posible, la única que podía romper todos los miedos, porque hay palabras que dan mucho miedo: enamorarse, amor, amor mío, mi vida, te quiero.

No se puede proteger a nadie. Eso lo descubrió mucho después, cuando ya se había dado cuenta de que deseaba tenerlo dentro de ella, todo su cuerpo dentro de su cuerpo, esconderlo de todos, volverlo invisible, construir una isla. No se puede proteger a nadie, pero lo intentó de la mejor manera que sabía: escuchar, preguntar, meter a otra persona en su cama, con ellos, después de un polvo fantástico -te follaré como no te han follado nunca, ni te volverán a follar-, porque ella también quería salvarlo todo y quería salvarle, aunque salvarle fuera imposible.

Existe esa clase de amor que consiste sólo en hacer eso mismo: escuchar, preguntar, respetar el ritmo íntimo de otra persona, no pedir lo que no quieres aunque se espere que lo quieras y que lo pidas y en el escozor de la piel y en que la piel se vuelva autónoma, un ente extraño que te pica, millones de alfileres ardiendo y el filo de las uñas intentando calmar sin resultado. Te follaré como no te han follado nunca, ni te volverán a follar. Y fue cierto, todavía hoy sigue siendo cierto, pero hizo más, porque la puso desnuda delante de un espejo, sus manos recorriendo desde atrás todas las esquinas, y ella jugó a que le daba vergüenza, pero miró su reflejo, el de ambos, como si ella fuese otra persona, una mujer a la que no era capaz de intimidar todo aquello porque era muy capaz de dejarse hacer y era muy capaz de abandonarse, que era lo que más le gustaba a él, ese abandono, la manera en que una puede asumir que su mundo está verdaderamente en la exigua superficie de una cama. Y era capaz de cumplir cualquier fantasía, porque todo le parecía divertido, incluso aunque su cuerpo dejara de responderle al cuarto o quinto polvo, porque lo importante era que la cabeza seguía queriendo más y era un descubrimiento que la cabeza siguiera queriendo más aunque no pudieras ni moverte y todos los descubrimientos tienen esa mezcla de curiosidad y de alegría con la que los niños encuentran un tesoro.

Él lo había sabido antes que ella, que no era muy consciente de su poder, porque siempre le había parecido que las demás serían mejores y que lo que ella pensaba, o decía, se encontraba dentro de los más estrictos márgenes de la normalidad, esa media eterna, ni suficiente ni sobresaliente, con la que pretendía juzgarse a diario. Él lo había sabido antes que ella, pero a ella no le asombró oírselo:

-Eres la caña.
-¿Por qué?
-Porque eres el justo punto medio entre la carnalidad y la intelectualidad.

Y eso era verdad porque allí estaban todos esos millones de alfileres ardiendo, todas esas terminaciones nerviosas, el cuerpo al servicio de una imaginación calenturienta y muy sucia, las pruebas de ensayo en las que nunca hubo el más mínimo error, la percepción de la intimidad que son capaces de crear dos cuerpos desnudos cuando el sexo no se ha vuelto un trámite engorroso, las charlas de durante y de después, que siempre han sido las mejores porque nunca preguntó qué tal, nunca se comportó como el macho que precisa de la aprobación de la hembra -has estado magnífico, querido- para convencerse de que es un buen amante y que a ella siempre le resultó patético, esa conciencia de poder usar todos los músculos de tu cuerpo y de notar que eres agua, que te estás cayendo y que, derrumbada y todo, eres muy capaz de seguir riéndote durante y después y de transformarte en un lobo y ser consciente de la humanidad que, al mismo tiempo, te hace estar pendiente de un experimento que siempre sale bien.

Él usaba palabras de otros, a veces, para explicarse y explicarles: Borges, Apollinaire, Blake, Kennedy Toole. Todos los hombres importantes de su vida le han regalado textos. Todos han tenido una biblioteca en casa y esa complejidad acojonante que hace siempre querer apresar en los libros algo de su propia vida, de las vidas que no vivieron ni van a vivir ya nunca y remitirse a la ayuda de otros: otros que vivieron en otra ciudad de otro continente acaso y que hablaban un idioma extraño, pero que sabían que las verdades son siempre las mismas.

Una isla se puede construir con un cuerpo y otro cuerpo, pero al final siempre habrá un náufrago porque hay puertos que no existen y hay barcos que no llegan a ninguna parte.

viernes, 7 de septiembre de 2007

No sé si te han contado...

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No sé si te han contado alguna vez cómo se abre una mujer. La asfixia que se nota de golpe, los nervios concentrados en el centro, la sensación de que caes, de que te estás cayendo, y no hay asidero alguno al que agarrarse, cómo se nota la humedad dentro, cómo resbalan los líquidos, cómo notas que están bajando, que eres agua caliente, que la única parte de tu cuerpo que reacciona y que se mueve es esa agua que quiero que te bebas como si hubieran pasado siglos desde que la tomaste por última vez.


Eso sucede cuando la excitación es lenta. Pero hay veces que un estímulo acelera el pulso y en un segundo vuelves a ser agua densa, jugo espeso, y notas que tus piernas se abren porque tu sexo se abre, que quiere partirte por la mitad y el sexo abierto te duele, y no lo calma un dedo, porque necesitarás dos, al menos, metidos dentro, o una lengua lenta y profunda que repte despacio, o un sexo duro, terriblemente duro, también mojado, entrando, saliendo, embistiéndote, y no existen los brazos, ni las piernas, ni la espalda, sólo nosotros, clavados, moviéndonos, intentando acoplar ritmos, tus ojos muy abiertos, tu boca dentro de mi boca, mi boca dentro de la tuya, el baile más antiguo del mundo, el instinto, la mente ocupándose de los centros, del movimiento de los músculos, de apresar todo lo que se mueve, y se escurre, del calor que cubre el cuerpo, del peso que me aplasta mientras entras y sales y me quemas y me llenas y vuelves a beberme...

El cuadro, por supuesto, es de Modigliani y el texto primigenio se lo escribí a Adúlter, pero alguien me hizo cambiarle un par de palabras...

domingo, 15 de julio de 2007

Cuando acabe...

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... no me preguntes qué tal.
No me jodas la noche.

martes, 10 de abril de 2007

Nada de eso me sirve

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Ni la voz, ni los gemidos, ni un baile, ni un cuerpo rodando sobre el mío, ni una palma de la mano recorriendo pieles, ni el sudor, ni las lenguas, ni la mirada, ni la humedad, ni la apertura, ni la entrada y mucho menos la salida.

Nada de eso me sirve. Lo descubro contigo y tres vinos.

Yo me masturbo con palabras.

A Sonia.

viernes, 22 de diciembre de 2006

Piel

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La piel es capaz de rugir antes de que lo haga la boca. Comienza a picar, en el escote, y con el filo de las uñas, de los dedos, casi sin darme cuenta, pero a la vez muy consciente, acaricio el cuello desde la base y bajo. Porque la piel se eriza, reacciona y se levanta. Avisa del ataque antes que yo, o lo espera.
No creo que escapemos si alguna vez surge.



Imagen de Carla van de Puttelaar