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domingo, 4 de noviembre de 2007

El café de los domingos

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El rito más sano del mundo es el café de los domingos. Ahora suenan a alianzas, trajes de novia, invitaciones que no se quieren hacer pero que son ineludibles, la diferencia entre la famila y los amigos y los precontratos con un salón de comidas. Llego con mil cosas en la cabeza que no me apetece contar porque son absurdas y ya me sé todas las respuestas posibles. Así que me zambullo, entre un partido de fútbol, un café, una menta poleo, en mil charlas sobre las dietas que las tres estamos haciendo porque casi ninguna de mis amigas cumple los cánones de belleza (aquí, o se habla de comida, o se habla de sexo) y me río y escucho e intento centrarme en temas de los que no entiendo.


Porque ciertamente nunca me he fijado, salvo lo imprescindible, en los vestidos de novia, en los ramos o en alianzas. Nunca he tenido que disponer unas mesas, la única razón por la que me casaría sería por poder reunir a todos mis amigos en un mismo lugar durante unas horas y nunca he sabido de las reglas mínimas de vestimenta protocolaria (mañana, vestido corto; noche, vestido largo: es lo máximo que alcanzo) y los precios de un menú me parecen desorbitadísimos.

Ahora me queda casi un año para acostumbrarme. Se casan el año que viene dos de mis mejores amigas: una en mayo (tengo seis meses para quitarme treinta kilos de encima, gramo arriba, gramo abajo) y otra en octubre (y otros cuatro para no volverlos a engordar) y aquí estoy yo, hablando de fechas de entregas de pisos, viajes de lunas de miel y con mi complejo de Peter Pan a cuestas. Y con cierta soledad que se hace una montaña en determinados momentos, cuando miras a tu alrededor y ves a los demás con una vida hecha que tú distas mucho de elegir, de querer elegir, de poder elegir, pero que no te importaría probar a veces. Como un experimento analítico, aunque sólo fuera para poder escribirlo, para poder adentrarte.

Escucho. Pongo condiciones. Porque me he perdido, también, mil ritos en mi vida (liarse con alguien cuando tienes quince; acabar un fin de año borracha; echar un polvo en un coche) y no me apetece perderme alguno más. Así que les digo que no tengo hermanas y no las voy a tener nunca y que quiero hacer cosas tontas: ir a que se prueben trajes de novia, mirar alianzas, preparar una despedida de soltera (el plan perfecto: cena y copas y charla), seguir opinando de lo que no sé -escotes tipo barco o palabra de honor -que a ver de dónde viene el nombre-, trajes con corte medieval, mantillas, calados y telas de nombre impronunciable o contundente, como tafetán -qué palabra más bonita-). Asisto a dos historias que culminarán en mayo y en octubre y que me siguen asombrando.

A veces me asombran los desenlaces lógicos.

Imagen del café de Sogno Lucido.

Imagen de boda de MadeInItaly.