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viernes, 3 de enero de 2014

2014

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Como los años comienzan cuando quieren, este nuevo año mío comenzó en un despacho, a las seis y diez de la tarde del día 30 de diciembre de 2013. Hablando con una desconocida que se despidió diciendo: "Vas a hacer tu vida bonita para ti". 



Ese es mi propósito principal de año nuevo. Hacer mi vida bonita. Hay ciertas partes que no lo son, que son muy feas o que no me gustan aunque no sean feas del todo. Necesito volver a escribir y a escribirme, contar alguna historia a alguien que no sea yo (creer que puedo contarle una historia a alguien que no sea yo), hacer ejercicio, retomar la dieta, cumplir un horario en mi tiempo libre hasta llenar los minutos, recuperar la poesía y la lectura, estudiar arte, leer en inglés algún libro de Twain que compré hace siglos en Nueva York, cocinar, hacer fotos, aprender, obligarme, obligarme y obligarme. Y cuidar a los amigos. Más. Porque sé quiénes son y cómo están, de qué manera contundente están conmigo: incluso aquellos a los que no veo tanto como quisiera porque no separan 12000 o 900 kilómetros.

No sé cómo acabará siendo el año. Sí sé, porque lo sé, que va a ser un proceso largo y doloroso y también estimulante y de reencuentro, que hace mucho que no me analizo y no me trabajo ("no juzgarías a otra persona tan duramente de estar en tu lugar": me lo dijo Nerea hace ya tantos siglos), que hace aún más que no me narro lo que no quiero saber y que no uso la escritura de la forma en que me era útil: como descubrimiento.

Feliz año nuevo. Que sea bonito.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Escribir

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Creo que se me ha olvidado cómo escribir, a no ser que esté viajando, fuera de mi país, fuera de ese territorio conocido que la mitad de las veces es húmedo e inhóspito (he tenido tan pocos lugares a los que llamar casa) y el resto del tiempo es medio ilusorio. Ahora, aunque no lo vaya a leer nadie, aunque esté en ese refugio que siempre suponen un bar, una libreta, un bolígrafo, no soy capaz de encontrar las palabras. A veces las palabras no consuelan. A veces —eso hay que aprenderlo despacito— no va a haber nada que consuele. Ninguna clase de redención, al final.

Mi pluma. Mi letra.

Pero, si no escribo, no sé vivir. 

Nunca he sabido cómo vivir si no es delante de un folio en blanco. Las épocas de mi vida que no conté, se me olvidaron: llevo haciéndolo desde que puedo empuñar un bolígrafo: me recuerdo con siete años con una libreta para los ejercicios de matemáticas y otra, al lado, para emborronarla. Todo eso lo perdí: ni siquiera sé si me reconocería ahora en la niña que fui: me cuesta reconocerme en los textos de hace un par de años: nunca he tenido claro quién soy.

Quería hacer un balance del año, como el resto de las veces. Pero no recuerdo qué ha ocurrido este año, salvo el naufragio rotundo que está suponiendo su final. Y no lo recuerdo porque no lo escribí, porque no fui capaz de contármelo, ni de contarlo. Hice un descubrimiento importante. Y espero que el año que viene, de verdad, sea un comienzo.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Manos

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Lucas y yo.
Las manos. Mano de dedos largos, de puntas cuadradas, un jersey negro, completamente abierta: el dorso de la mano con el que no se toca, ni se acaricia, el que queda a la vista cuando la apoyas en cualquier parte, el que sirve para que la cubra otra mano, para quemarse, la parte de ti más personal y más visible y más presta para la fantasía.
Las manos son el lugar donde comienza el juego.
Hemos aprendido a acariciar pantallas de móviles, a enviar abrazos a quien no puede abrazarnos, a pasar los dedos por un texto que no entiendes porque las palabras, a veces, no lo dicen todo. La yema de un dedo arriba y abajo y el corazón en la garganta. La garganta es el sitio donde se queda el corazón cuando lo que siente importa.
No me acuerdo de tus manos.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Historias

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28 de noviembre. Año 2013.

Nunca he sabido qué historias contar. Hace casi veinte años, porque ya de todo pronto hará veinte años, le escribí a Jandro sobre la necesidad de crear. Sobre las limitaciones, sobre las excusas. Hubo una vez una mujer que le regaló su mejor canción a un amigo. Es uno de los temas que escucho en los naufragios, cuando recuerdo que, a pesar de sentirme sola a veces, hay un sinfín de gente que me quiere y que me quiere mucho.



Esta mañana estaba escuchando a Ángel Calleja hablar sobre cine: es un señor mayor, de Mérida, encantador, con una forma de narrar preciosa y emocionante. Le he pedido el teléfono como si tuviera delante a Paul Newman: con el mismo arrobado tono que hubiera usado con él. He visto a niños pataleando cuando ganaban los buenos y una lámpara de araña moverse por el ruido. Los pantalones cortos, los empujones por el mejor sitio.

Hoy he encontrado la historia que quiero contar. Y se la he regalado a otra persona.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Suicidios

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Me suicidé por primera vez a los 25. No lo busqué. No lo busqué, no lo planeé, tuve más frío del que he sentido jamás, descubrí todas las maneras en las que podía actuar como un animal herido que solo busca un refugio calentito pero quiere matarlo todo y quiere matarse a sí. Cuando camino por algunos lugares de Madrid, de vez en cuando, durante algún minuto de esos días caóticos, de repente, por un lugar, o por una charla con una mujer con la que siempre acabo desnudándome del todo, recuerdo a dos personas a las que nunca he visto, a las que nunca veré, que ya no están en mi vida, pero que me suicidaron. Una a los 25. Otra a los 32. También me morí pasados los 30 y a los 35. Yo me muero de a poquitos.



La última vez fui todas y cada una de las cosas que me aterran ser y que desprecio ser.
Dejé de escribir.
Estoy intentando descubrir, en este preciso instante, si lo que no te mata te hace más fuerte.

martes, 2 de abril de 2013

Dios

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No se de quién es esta imagen, que lleva en uno de mis hogares ni se hace cuánto tiempo...


Hace exactamente ocho años y cuatro días, ocurrió algo que escribí, para rememorarlo, cuatro años más tarde.

Tenía el acento dulce, no nos conocíamos de nada y me enseñó que seis horas pueden ser definitivas.

Las mejores mitades de mí le llaman Dios.

Hoy he vuelto a hablar con Él.



 

viernes, 15 de marzo de 2013

Vocabulario

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Hace algún tiempo, hace muchos años, en realidad, le dije muy contundentemente a una clase de Secundaria que, si uno poseía un vocabulario más o menos amplio, sus relaciones personales serían más ricas.

-¿Por qué?- preguntó una chica. Una de esas (pocas) alumnas preguntonas y beligerantes que tanto me gustan.

-No sé explicártelo- respondí. Yo no sé poner palabras a muchas cosas. Pero le di un cuento.

Al día siguiente entró en el aula y se acercó a mi mesa, me miró y sonrió:

-Tenías razón.

martes, 23 de octubre de 2012

La niña de sus ojos / Intimidades

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Joyce se me aparece, otra vez, como lo hizo en la Facultad, con Michael esperando bajo el frío en Dublineses. Nunca he leído el Ulises, pero sí me ventilé, cuando tenía 12 años, con una mezcla de asombro, pavor y excitación, sus Cartas a Nora, en una biblioteca de pueblo, de pie. Siempre había pensado en Joyce como en un Kierkegaard cualquiera, con sus paseos a las cinco en punto de la tarde y jamás me imaginé que fuera tan absolutamente pornográfico. Ahora leo La niña de sus ojos, sobre Lucia Joyce, sobre Mary M. Talbot, sobre Bryan Talbot, sobre Samuel Beckett, sobre James S. Atherton y pienso que, al final, una necesita sus propios ajustes de cuentas, cuando ya no pueden leerlos.

Y esas mujeres.

Las que no supieron, las que se volvieron locas, a las que internaron en sanatorios porque vivieron en la época equivocada, o las que murieron intentando controlar su cuerpo, como ocurre en Intimidades, de Leela Corman (sí, ya lo sé: ¡confundí el Lower East Side con el Upper East Side! ¡Yo! ¡La que se compró hasta la guía de los cómics de Nueva York!). Las dos son historias tristes. Una la cuenta a cuchilladas, de una manera totalmente asentimental, unas elipsis que te dejan construir la parte del discurso que te falta (lo que no, te lo ofrecen las caras, unos ojos, un rictus). Las dos hablan de la dualidad, de la identidad propia, de la supervivencia, de la formación. De la ropa tendida, de relaciones que nunca son mágicas.



Siempre me ha interesado por qué la gente elige una forma determinada de contar y cómo mi propio mundo, tan pequeño, tan de andar por casa, es capaz de interpretarla. Qué se elige en el encuadre de una viñeta, qué se saca del encuadre de una fotografía, por qué un trazo, por qué una luz, por qué una nota. Por qué, al final, yo leo lo que leo y por qué sé, al instante, nada más pasar la última página de esos dos libros, Intimidades, La niña de sus ojos, que lo único que voy a ser capaz de recordar dentro de unos meses es la pena.

lunes, 22 de octubre de 2012

Una cosa pequeña

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He hecho mi primera reseña de un cómic. Me la pidió Pepo Pérez. No tengo idea de por qué, ni de cómo dio conmigo. Es una cosa tonta, tiene 1000 palabras, que son apenas un par de párrafos y no he contado lo más importante.

Lo más importante es que he hecho una reseña de un cómic y no te la voy a poder mandar.

domingo, 19 de agosto de 2012

Hopper

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Pavimentos de Nueva York. Hopper.

En Pavimentos de Nueva York hay una monja empujando un carrito de bebé, casi fuera de cuadro. En el arte no hay nada accesorio. Hopper compró una cámara para apresar los detalles de los edificios, pero se dio cuenta de que la perspectiva no era la misma que la de su ojo y la abandonó. Le fascinaban los cuartos vacíos. Qué es lo que pasa, se preguntaba, en una habitación vacía cuando no la ve nadie. He pensado en Estados Unidos, he reconocido los tejados de Nueva York y me ha sobrecogido la perfección de las acuarelas. Y los grabados. Y el gusto por las sombras duras en los costados de las casas. Los toldos azules y blancos, los brownstones, las gasolineras por las que no pasaba casi nadie, los edificios con pasarelas de madera que se adentraban en el bosque, las marinas con el agua moviéndose -el agua se mueve en los cuadros de Hopper- y los grabados llenos de sombras nocturnas, de parejas sórdidas, de barcas varadas.

Room in New York. Hopper.

Hay mucha soledad en los cuadros de Hopper. Pienso en Dorothy Parker, cómo no pensar en Dorothy Parker al ver el retrato de un matrimonio callado, ella tocando aburrida una tecla indolente en el piano, él leyendo el periódico sin levantar la vista. Cómo no acordarme del matrimonio perfecto que se separa porque descubre que, tras una década, ya no tiene nada que decirse. Cómo no ver, también, que hay mucho de Hopper en la serie de Mad Men y cómo no pensar en el mural neoyorquino que mostraba a los hombres trabajando, las camisas medio abiertas, los músculos tensos, mientras veo las fotos de las portadas que Hopper ilustraba: el trabajo en los muelles, los obreros -todos hombres, ninguna mujer, todos elegantes (camisa, chaleco, gorra cuadrada con visera)-: inmigrantes quizá buscando la tierra prometida llena de oportunidades.

Night Shadows. Grabado. Edwad Hopper.

Hay una América que quiso contar Hopper, o varias. ¿Qué lleva a un pintor a retratar casas solitarias, con sus postes en medio, a plena luz del día? Me lo pregunto, también, porque en Canadá surgio un movimiento nacionalista, el Grupo de los Siete, que no quería mirar a Estados Unidos ni quería, tampoco, mirarse en Europa -el París que Hopper también retrata, de un modo muy distinto, con niebla, indefinido- a como retrata las calles de su país. La gran búsqueda de una identidad artística propia, aunque luego todos se formaran al otro lado del océano, claro, con ambientes y tradiciones muy distintos.

Árbol seco y vista lateral de la Casa Lombard. Hopper.

Conozco muy poco de América, de la América del Norte, pero en mis dos viajes he tenido la impresión de que estaba a medio hacer. De que esa construcción de América que han reflejado tantos -Hart Benton, por ejemplo, o el mismo Hopper, con sus escenas portuarias, o Charles C. Ebbets o Margaret Bourke-White-, no ha acabado todavía, porque su historia es cambiante y solo bien entradas varias décadas del siglo XX surgió el movimiento conservacionista. La América donde todo es grandioso: las casas, los parques, las montañas, las hamburguesas, los cafés y las avenidas, los diners y los moteles de carretera.

New York Corner. Hopper.

Pintar lo que ven. Reflejar lo que se conoce, como Cortázar habló de París y Buenos Aires, del barrio de Agronomía, o como Borges habló de Palermo o Arlt de Flores. Pintar a la gente como si todos fuésemos, o fuéramos a ser, esa misma gente. La mujer que mira un papel en una habitación de hotel en penumbra; la que mira a través de la ventana o la que espera en algún pueblo del Sur, con los brazos cruzados en el pecho y los tacones, a que ocurra algo que no sabe si ha buscado todavía.

South Carolina morning.

jueves, 3 de mayo de 2012

Si fuera...

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Un amigo reciente, que se llama Sergio y que me sienta muy bien ha escrito lo siguiente y lo copio para guardármelo. Debe de ser porque estoy medio tonta últimamente, pero me ha emocionado y todo.


Si Sarmale fuera una fruta, sería una naranja enorme y jugosa, pero con un puntito ácido.
Si Sarmale fuera un color, sería un naranja chillón, y no sabría combinarse con otros colores, y acabaría mezclándose de modo irresponsable con rojos.
Si Sarmale fuera una estación del año, sería un verano asfixiante, con sus noches frescas, plácidas y divertidas, de ésas que deseas que no terminen nunca.
Si Sarmale fuera una canción, sería... no sé qué canción sería. Lo tengo que pensar mejor.
Si Sarmale fuera un animal, sería un oso hormiguero. No me preguntéis por qué.
Si Sarmale fuera un postre, sería una riquísima mousse vegana de chocolate. Hecha con sus propias manos.
Si Sarmale fuera una prenda de vestir, sería un picardías de lencería fina. Bueno, no lo sería, pero quería escribir esto para ver su reacción.

jueves, 8 de marzo de 2012

Perros

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Si existe un cielo de los perros, que no lo sé, Boule está ahora mismo jugando con Laika y con Alaska...


domingo, 21 de agosto de 2011

Amigos contingentes

Se crió con Baccara y Abba y los demás. También con Carlos Cano, de Graná, como él, porque cuando le conocí supe qué significaba, por fin, la mala follá. Nosotros somos amigos contingentes, nos decía. Y otras cosas. Querer ser gay es como querer ser judío en la Alemania nazi; yo quiero follar encima de un altar o en una sacristía; tienes unas tetas estupendas, pero a mí las tetas no me gustan. Los grandes amores a los que siempre se busca, en cada tío al que te tiras, sin encontrarlo jamás porque ya lo encontraste pero se marchó.

Y Angustias, la gata.

Atesoro recuerdos, los desempolvo. Recuerdos de hace diez años, los pantalones cortos, la camiseta de rayas. El momento de la confesión, en casa de Sonia: "Es que resulta que yo entiendo". Llegar tarde a los sitios y al conocimiento. Saber: que tu sobrino no tendrá memoria de ti. Que no me extraña el desenlace, pero que me jode igualmente y me jode oír llorar a los amigos y no poder abrazarlos.

Saber que nunca te dejaste ayudar y que siempre te costó mucho trabajo vivir.

Y tener que escribir y escuchar ciertas canciones para poder llorar.



viernes, 22 de julio de 2011

Lucien Freud

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"Mierda puta. Ha muerto Lucien Freud".

Ese ha sido el primer mensaje que he escrito en el ordenador esta mañana. Siempre me preguntan por la edad: qué me importa que tuviera 88 años, este tipo debería haber sido eterno; eterno su cuerpo enjuto y fibroso; eterna, con él, una mujer mostrándole el sexo o tumbada en un sofá, cualquier amiga, su hija. Retratar de la forma en que yo querría: descarnadamente, mostrando, revelando.

El primer libro de arte que tuve fue uno dedicado a él.

Retrato de Kate Moss

Me lo mostró Nerea, como antes, Joan me había mostrado a Egon Schiele, que me recuerda a él. Luego ya supe que era nieto de Freud, que pintaba de pie y frenéticamente, porque la pintura era la persona. Me asombra. Siempre me ha asombrado porque ni siquiera puedo decir que sus cuadros me gusten.  Me atraen y me repelen y me obligan a seguir mirándolos y a analizar las pinceladas, todo a la vez.

Si algo es verdad -decía- golpea de una manera mucho más fuerte que si sólo es un hecho.

domingo, 26 de junio de 2011

35

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Hoy es mi cumpleaños.
35.
Eso que está ahí arriba soy yo. Y comienza a gustarme mucho esto de buscar la visión que perdí cuando era niña.
Llevo celebrando el cumpleaños quince días, de la mejor manera que sé. Con amigos.

lunes, 6 de junio de 2011

De 2007 a 2011

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En 2007, escribí ocho cosas que no he hecho últimamente o nunca y que me apetecen.
He sonreído mucho al verlo.

1.- Vivir completamente sola en un espacio abierto que pueda considerar propio. Y no me refiero a comprar una casa. Yo con un piso amueblado (pero amueblado bien: nada cutre) me conformo.
Ya vivo sola, desde hace un par de años. Y desde el primer día pienso que se me tiene que ir mucho, mucho, mucho la cabeza para volver a compartir mi espacio con alguien.


2.- Viajar. Viajar sola. Que eso es un problema, porque soy mujer. Me refiero a viajar, no a desplazarme para ver a los que están lejos. Y me refiero a viajar sola porque no tengo pareja y me temo que no voy a tener a nadie con quien viajar.
Me fui a Nueva York. Y me voy a París.


3.- Ponerme a dieta. Tener la suficiente fuerza de voluntad para ponerme a dieta y perder los treinta kilos que me sobran (que todo el mundo dice que no son tantos, pero son treinta, os lo digo yo, que soy la que los peso) y estar monísima de la muerte. Bueno, monísima no. Delgada. Que es distinto. En fin: que esto no me apetece una mierda, pero tengo que hacerlo.
Estoy en ello. He perdido seis kilos. Me siguen sobrando 24.

4.- Tener un trabajo de lo más estable, con unos horarios definidos, con tiempo libre para ir al gimnasio, leer, cocinar y asumir lo que pienso que es "una vida adulta" y que algunos de mis amigos (algunos de mis amigos con casa propia, pareja y queriendo tener niños, que tiene bemoles la cosa) definirían como "una vida burguesa".
No tengo trabajo estable, pero sí horarios definidos. Mi vida tampoco es adulta. Creo.

5.- Leer. Leer sin que nadie ponga la tele, sin que nadie te moleste porque estás muy callada (¡coño, estoy leyendo!) y escribir en las mismas condiciones.
Hecho. Vivo sola.

6.- Aprender a mirar para hacer fotos (que debería ser cuando tenga un trabajo estable por fin y pueda ahorrar para comprarme una cámara digital réflex).
Tengo dos réflex. Sigo sin saber hacer fotos. Sé mirar fotos, pero no mirar a través de un visor.

7.- Ir a Suiza y tomar un café con una persona a la que no voy a ver nunca. Esto lo quiero desde hace siete años y no va a ocurrir, pero lo sigo queriendo. Antes vivía en Madrid, ahora en Suiza, así que me cae más lejos. Pero tuve la mala suerte de conocerle por internet y él no conoce a nadie en la vida real a quien haya encontrado por la red. Así que me moriré sin oírle la voz ni ir con él al cine ni mirar un atardecer extremeño lila. Y la verdad es que genera una frustración horrorosa. Se pasa con el tiempo, porque ya hace siete años y no afecta tanto. Pero desgasta que es una barbaridad. A él no, digo: te desgasta a ti. Que es peor, dónde va a parar.
Eso sigue igual. No la he visto nunca ni la voy a ver. Han pasado once años. Por el camino, me encontré con otro con el que tampoco me voy a tomar un café.

8.- Esto... No se me ocurre nada. Aprender. Ésa es la octava. Aprender muchas cosas. Más bien, aprender todas las cosas, porque desde hace no sé cuántos años -no lo quiero ni pensar- estoy completamente plana y estancada.

Se supone que aprendo, pero nunca tengo la sensación de estar aprendiendo nada.

jueves, 2 de junio de 2011

Barcelona

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La semana que viene me voy a Barcelona, con una promesa incumplida porque sí he tardado cinco años en volver. En Barcelona está mi más viejo amigo, que no el más antiguo. Le conocí por la red, porque yo a la red nunca le agradeceré lo suficiente algunas cosas, en el mismo tiempo en el que Neno llegó a serlo todo (todas las palabras, todos los libros, todo el cine y todas las ideas) y me dibujó sin haberme visto nunca, con el yin y el yan en un ojo y en el otro una paloma. Guaya, que en realidad se llama Joan, me lleva 38 años, pero yo no lo sabía cuando debatía con él de política y de literatura y de normalización lingüística y de sida y de homosexualidad. Yo lo supe mucho, mucho más tarde.

En Barcelona también está mi amigo más joven. Se llama Pablo y escribe y un día me preguntó por qué escribía yo (porque siempre lo he hecho, cariño: no hay otra razón). Pablo me gusta porque me recuerda a lo que yo fui hace diez años y porque es mucho más valiente de lo que yo lo fui y porque hay textos suyos que me hacen mirar el ordenador con la mirada que yo pongo cuando sé que voy a aprenderme un texto o una cita: cuando algunas palabras van a empezar a formar parte de mí.



A Pablo lo encontré en el mismo lugar que a Marc y a David. Marc siempre ha sido una mano, un corazón muy grande y mucho cerebro. Y David... bueno: estos dos llevan tantos años en tantos sitios (un foro de cine, Facebook, blogs, Flickr...) que a veces sé que me los voy a encontrar en cualquier parte.

Varios años más tarde llegaron los demás. Silvia y sus crónicas, Carlos y su agudeza. Y Miguel, que lleva mucho tiempo resolviéndome problemas, de varios tipos. Y Pertur. Y Emiliano, al que tengo muchas ganas de volver a abrazar. Y Neus, a la que quiero escuchar de nuevo. Y Rubén, Dwaitt, que me acoge en su casa porque desde que nos leímos por vez primera en el Foro de Nueva York caímos rendidos el uno a los pies del otro.

Y un niño pequeño al que no sé si voy a retratar, al fin.



Hay un par de razones por las que voy ahora.

De todos modos, la razón principal es un hombre.

Y no vive en Barcelona.

jueves, 31 de marzo de 2011

Dos amigas

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Yo, ya lo sé, nunca me pondría unos zapatos como esos.

Pero la última vez que vi la luz, esa clase de luz, yo estaba con otra mujer, con varias copas de más y una ronquera más que considerable, contándonos la vida que nos vive y la que les vive a otras mujeres que están cerca. Pidiendo opinión y siendo leales, a las cinco y media de la mañana, después de haber estado caminando por Sevilla con un amigo con el que bailé.

No recuerdo cuánto tiempo hacía que no bailaba con nadie. Y que no hablaba de la muerte y del dolor y el desamor y el cambio que solo es posible con violencia y la rabia y los suicidios.

Luego llegué y la abracé y la besé y sus ojos se rieron, porque ella ríe con los ojos. Y le conté.

A mí me costó mucho estar así de abandonada con otra mujer, saber que forma parte de ese círculo luminoso que va a ser un colchón blandito en las zozobras, porque, durante mucho tiempo, ellas no me gustaron. Tardaron mucho, algunas, en transformarse en la mejor parte de mí, en la gente en la que me miro y reconozco.

Me he acordado, al ver esto.

Es la primera vez que me dedican una foto.

Hoy he estado leyendo un artículo de una fotógrafo de guerra, Lynsey Addario. Habla de cómo y por qué cubre una guerra una mujer. Hay una frase que me gusta: "People think photography is about photographing. To me, it’s about relationships".

He tardado un tiempo en comprender algunas cosas. Por qué me gustan las fotos que me gustan. Que hacer fotos y escribir eran solo una manera de contarme porque contarme siempre me ha sido complicado. Por qué, cuando otros fotografían flores o pájaros, yo les miro a ellos. Por qué me gusta la gente que me gusta. Y a qué clase de gente le gusto yo.

Gracias, Carlos.

La foto es de Carlos / Gayolopez.

viernes, 25 de marzo de 2011

Cosas de las que no hablo con nadie

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(Normalmente): De que me gustan los dibujos de Fernando Vicente; de que, cuando salen Spike y Willow en Buffy, yo me lo paso mejor; del tufillo fascistoide y mesiánico que me jodió Battlestar Galactica y dejó de hacérmela redonda (aunque siga estando enamorada de Starbuck: o de la primera Starbuck) -por mucho que yo comprenda, bla bla bla, que en época de crisis, bla, bla, bla, la gente se aferra a la religión, y más bla-; de que me convertí en una experta en porno con trece años; de que Auden es capaz de traspasarme por la mitad; de la manera en que me enamoré de Athos hace ya mucho tiempo; de que algún día me gustaría hacer una buena foto en Nueva York; de que me gusta hablar con los chicos de Extrebeo porque puedo nombrar a superhéroes y decir "Chris Ware" o "Art Spiegelman" o "Krazy Kat" o "Midtown Comics"; de que a veces recito poemas en voz baja por la calle.

De que hay ciertos días que puedo llorar con cualquier cosa.

Con cualquier cosa. No por cualquier cosa. La charla con Enrique Bordes y Fermín Solís (al que nunca le agradeceré lo suficiente lo mucho que me hace crecer y lo bien que me lo paso hablando con él) está aquí.

El dibujo es de Fernando Vicente.

lunes, 14 de marzo de 2011

Autobombo

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Pues eso.

Y no añado más porque estoy todavía completamente avergonzada.

Debería pasárselo a mis jefes.

Pero yo esas cosas no las hago nunca.