En mi vida siempre habitaron hombres. Desde los inicios. Hubo quien nos enseñó a jugar al hockey. Hubo un primer amigo. Hubo amores imposibles de niñez -Dios mío, cuánto tiempo ha pasado-. Hubo dos por quienes celebré los 24 de marzo como el día de mi llegada a la Badajoz temida, haciendo novillos en el instituto para ir a desayunar. Hubo un primer amor a los diecisiete (a veces todo pasa a los diecisiete) y otro dos años más tarde, con quien hace una década que no hablo pero que siempre pregunta por mí. Hubo pintores y poetas -quién no tiene amigos pintores o poetas en la Facultad-. Hubo quien me enseñó que, cuando uno se pasa la vida haciendo maletas, siempre tiene la prudencia de guardar una mano para agarrarla fuerte. Hubo un flechazo a primera vista y una relación que comenzó una carta y que continúa hoy. Hubo un piso franco en la calle Tintes, sin café, sin leche y sin azúcar -¿recuerdas?- pero con muchas charlas de cama y muchos abrazos. Hubo un yonki, atracador a mano armada, enfermo de SIDA, que me mostró que no todas las experiencias valen. Hubo otro yonki con un perro hermoso que venía flechado si me veía. Y otro más, que me descubrió cómo saben los besos. Hubo un fraile que ya no lo es y que me salvó la vida más veces de las que puedo recordar. Hubo un profesor que me habló de libros delante de un plato de comida y del valor de adoptar una forma de ser aunque vaya contracorriente. Hubo varios maestros: quien me enseñó el valor del camino hacia el Ser y quien confió en que yo podía hacer las cosas de tal manera que me sintiera orgullosa de mí. Hubo quien me construyó de nuevo a los 25, sin habernos visto las caras nunca y sin que haya visos de que un día le conozca la voz y la risa. Hubo sexo cada año a partir de los 28: con un desconocido que ahora es colega, con un amigo que dejó de serlo, con un deseo alcanzable quién sabe si sólo una vez. Hubo parejas de amigas que ya no son sus parejas, y un hermano que es también amigo, y los amigos de ese hermano que son hermanos también. Hubo un militar de ojos azules, un sindicalista, un legionario y un compañero allá en Melilla. Y un escritor guapo que me regaló un anillo que no me quito desde entonces. Y otro que vuelve, como si no hubiera pasado el tiempo ni nos separara el mar. Hubo quien supo de amigos contingentes. Hubo maridos de amigas. Hubo conexiones brutales que duraron dos años y recuerdos. Hubo con quien hablé de política y sexo guarro hasta las seis de la mañana todos los días durante meses. Hubo un diseñador coherente, estable, amoroso, que me dio palabras, cenas y paseos. Hubo un copistero amante del cine y las confidencias. Hubo una casa acogedora en Sevilla, por un amigo común de ojos verdes con quien hablé una vez 29 horas seguidas. Hubo quien se materializó después de cinco años gracias a unos billetes de avión que me regalaron. Y quien no se ha materializado todavía porque me queda conocer Valencia aún. Hubo con quien compartí piso un año. Hubo un amor a primera vista una noche de karaoke y borrachera que sigue siendo un amor. Hubo dos dependientes que me guardaron libros, revistas y cómics.
Los hay que están todavía. Los hay con los que ya no pueden ni la incomunicación, ni la distancia de meses, porque siempre habrá un reencuentro de decíamos ayer. Los hay que son nuevos descubrimientos asombrosos que me cuidan en esta ciudad en la que sólo hay relaciones laborales. Los hay que me desmontan todos los mitos masculinos que enarbolan las mujeres que no han conocido más hombres que sus parejas (aunque ellas piensen que mis amigos son raros). Son hombres/nombres clave. Me definen y me anclan y me recuerdan que siempre les necesité, en esta vida tan poblada de mujeres que llevo ahora, porque la mayoría de mis hombres viven lejos. Algunos se marcharon, o los eché, que es lo mismo. Pero otros siguen, incansables, hablándome de lo que son, lo que quieren, lo que esperan. En eso, como en tantas otras cosas (siempre lo digo) he tenido suerte.
Fotografías de Robert Mapplethorpe.
miércoles, 6 de diciembre de 2006
Masculino plural
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Los viajes que no hice
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12/06/2006 03:45:00 p. m.
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viernes, 24 de noviembre de 2006
Por alusiones
3 comentaronNo espío la felicidad de calabaza alguna, ni interpreto lo que desconozco (a quien desconozco), ni me importa saber o no saber, salvo hasta un punto. No la felicidad de la cabaza, sino la tuya. Soy explícita. O la suya (y leo porque me gusta lo que leo, y me gusta la manera de contarlo) en tanto en cuanto tenga que ver con la tuya y participe de ella. Más no. Lo puedes llamar espiar o lo puedes llamar asistir. Asisto -espío- los estados de ánimo, las canciones y las palabras rojas que escupe alguien que me salvó. El mismo con el que comencé a jugar una noche borde, a ver quién puede más y dice la burrada más gorda, hace más de seis años, en un bar que se llamaba La Vaca y que estaba en Melilla y ya no existe. El mismo que me escribía poemas donde todo era sorprendente y me hablaba, también con versos, de los amigos que se iban cuando quien abandonaba la ciudad -todas las ciudades- era yo. El mismo con el que me emborraché de Cune; el que asistió a mis cabreos por falta de pelas (y me los solucionó), por el paro, por las pérdidas. El mismo que me espoleaba. El mismo que lanza(ba) palabras como cuchillos. Al que dediqué un texto que se publicó. El mismo de Melilla, Badajoz, Sevilla, Lisboa. El mismo en Madrid.
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Los viajes que no hice
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11/24/2006 09:25:00 p. m.
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martes, 2 de mayo de 2006
Duele
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Todavía duele.
La tarde, la herida.
La nota de mi pulso
vibrando, única, duele.
Y si pongo el dedo en los labios o
si pongo el dedo en la herida
es lo mismo.
Azul. Transparente y azul como un zumbido.
Si tuviera que poner margen
a aquella tarde
a esta herida
no podría.
Las manos que olvidaron las caricias
los labios que no saben ya de besos
hoy duelen como duelen los derribos
como duelen las guerras
y los naufragios
y los desahucios
y los exilios...
Beatriz Batanete.
(Ellos dos ya saben).
Cuadro: El naufragio de "La Esperanza", de Caspar David Friedrich.
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Los viajes que no hice
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5/02/2006 09:35:00 p. m.
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domingo, 18 de diciembre de 2005
La historia del cuando
2 comentaronCuando Lolina salió de su casa, quiso comenzar a reconstruir su mundo de sentires y de percepciones. La venció la complejidad de un planeta extraño, en el que existían las propiedades privadas y las dictaduras enterradas bajo el nombre de libertades, o vivas con la íntima connivencia del menos malo de los sistemas posibles. Creía en un Dios que afirmó que la vida es una fiesta y que la rebeldía debe mantener la razón de la dignidad. Comenzó a saber del criticismo y conoció a unas pocas personas amables que le enseñaron que hay gente de fuego que puede abrasarte. Cuando Fernando conoció a esa mujer hermosa, había abandonado su mundo hacía mucho tiempo. Le sorprendió su ingenuidad inocente, que le hizo reír en ocasiones y le rompió la cabeza en muchas otras. Pero no pudo abrazarla, porque Lolina rehuyó todo contacto por creerlo inútil. Estaba convencida de que no podría cambiar las cosas si pensaba en sí misma, así que no se permitió querer a la única persona que le habría quitado el miedo a morir habiendo vivido una vida sin sentido alguno. Fernando sabía.
Sabía que la lucha es buena por sí misma, y que la coherencia es sólo una palabra que no existe. Sabía que los hombres no razonan, sino que actúan por impulsos y que racionalizan sus comportamientos más tarde, cuando ya nada tiene remedio, ejercitando el pensamiento absurdamente. Pudo haberle enseñado todas esas cosas, pero Lolina creía que sus convicciones eran las más correctas y las más profundas, verdades universales a las que nunca hubiera dado el nombre de creencias.
Fernando aprendió. Supo que el fuego había llegado para no marcharse y que el miedo de Lolina no desaparecería del todo. El miedo es el sentimiento más poderoso que existe, le repitió. Más fuerte que el amor y más que el odio. Lolina pensó que se refería a las muertes y a los desaparecidos, a los sin tierra y a la explotación, a todas aquellas causas perdidas a las que se dedicó, sin dejarse pensar en nadie más. Cuando Fernando quiso explicarse, no le dejó hablar.
Cuando volvieron a reencontrarse, Lolina había perdido la fe en sí misma y en el mundo y tampoco se dejó abrazar. Fernando no pudo decirle que las vidas sin sentido también son hermosas y que mirar la realidad desde la concepción total de un mundo extraño o tener como único planeta el espacio más cercano son las mismas cosas. Cuando se separaron por fin, Fernando ya no supo nada.
A Fernando Moragas, hace mucho tiempo...
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Los viajes que no hice
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12/18/2005 09:37:00 p. m.
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