Pavimentos de Nueva York. Hopper.
En
Pavimentos de Nueva York hay una monja empujando un carrito de bebé, casi
fuera de cuadro. En el arte no hay nada accesorio. Hopper compró una cámara para
apresar los detalles de los edificios, pero se dio cuenta de que la perspectiva
no era la misma que la de su ojo y la abandonó. Le fascinaban los cuartos
vacíos. Qué es lo que pasa, se preguntaba, en una habitación vacía cuando no la
ve nadie. He pensado en Estados Unidos, he reconocido los tejados de Nueva York
y me ha sobrecogido la perfección de las acuarelas. Y los grabados. Y el gusto
por las sombras duras en los costados de las casas. Los toldos azules y blancos,
los brownstones, las gasolineras por las que no pasaba casi nadie, los edificios
con pasarelas de madera que se adentraban en el bosque, las marinas con el agua
moviéndose -el agua se mueve en los cuadros de Hopper- y los grabados llenos de
sombras nocturnas, de parejas sórdidas, de barcas varadas.
Room in New York. Hopper.
Hay mucha soledad en los cuadros de Hopper. Pienso en Dorothy Parker, cómo no
pensar en Dorothy Parker al ver el retrato de un matrimonio callado, ella
tocando aburrida una tecla indolente en el piano, él leyendo el periódico sin
levantar la vista. Cómo no acordarme del matrimonio perfecto que se separa
porque descubre que, tras una década, ya no tiene nada que decirse. Cómo no ver,
también, que hay mucho de Hopper en la serie de Mad Men y cómo no pensar en el
mural neoyorquino que mostraba a los hombres trabajando, las camisas medio abiertas, los músculos
tensos, mientras veo las fotos de las portadas que Hopper ilustraba: el trabajo
en los muelles, los obreros -todos hombres, ninguna mujer, todos elegantes
(camisa, chaleco, gorra cuadrada con visera)-: inmigrantes quizá buscando la
tierra prometida llena de oportunidades.
Night Shadows. Grabado. Edwad Hopper.
Hay una América que quiso contar Hopper, o varias. ¿Qué lleva a un pintor a
retratar casas solitarias, con sus postes en medio, a plena luz del día? Me lo
pregunto, también, porque en Canadá surgio un movimiento nacionalista, el
Grupo de los Siete, que no quería mirar a Estados Unidos ni quería, tampoco, mirarse
en Europa -el París que Hopper también retrata, de un modo muy distinto, con
niebla, indefinido- a como retrata las calles de su país. La gran búsqueda de
una identidad artística propia, aunque luego todos se formaran al otro lado del
océano, claro, con ambientes y tradiciones muy distintos.
Árbol seco y vista lateral de la Casa Lombard. Hopper.
Conozco muy poco de América, de la América del Norte, pero en mis dos viajes
he tenido la impresión de que estaba a medio hacer. De que esa construcción de
América que han reflejado tantos -Hart Benton, por ejemplo, o el mismo Hopper,
con sus escenas portuarias, o Charles C. Ebbets o Margaret Bourke-White-, no ha
acabado todavía, porque su historia es cambiante y solo bien entradas varias
décadas del siglo XX surgió el movimiento conservacionista. La América donde
todo es grandioso: las casas, los parques, las montañas, las hamburguesas, los
cafés y las avenidas, los diners y los moteles de carretera.
New York Corner. Hopper.
Pintar lo que ven. Reflejar lo que se conoce, como Cortázar habló de París y
Buenos Aires, del barrio de Agronomía, o como Borges habló de Palermo o Arlt de
Flores. Pintar a la gente como si todos fuésemos, o fuéramos a ser, esa misma
gente. La mujer que mira un papel en una habitación de hotel en penumbra; la que
mira a través de la ventana o la que espera en algún pueblo del Sur, con los
brazos cruzados en el pecho y los tacones, a que ocurra algo que no sabe si ha
buscado todavía.
South Carolina morning.