Mostrando entradas con la etiqueta Arte. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Arte. Mostrar todas las entradas

viernes, 24 de mayo de 2013

San Miniato al Monte II

0 comentaron

San Miniato al Monte

El libro Arte y arquitectura en Florencia, de Rolf C. Wirtz, que me dejó mi padre, se ha vuelto imprescindible. Aquí se cuenta que en el año 250 después de Cristo, san Miniato fue martirizado en Florencia durante el reinado del emperador Decio. Cuenta la leyenda que, tras ser decapitado, el santo recogió su propia cabeza y subió hasta la cima de la colina situada al sur del río Arno. Allí se edificó una capilla sobre su tumba en la Alta Edad Media, en algún año entre los siglos VII y IX.

San Miniato de noche


A principios del siglo XI, se hallaron sus restos y se edifició un monasterio benedictino, que luego perteneció a los cluniacenses. En el suelo de la iglesia figura el año 1207 -que yo no fotografío porque esto lo leo después- y suponen los historiadores que el edificio ya estaba terminado para entonces. San Miniato y el Baptisterio de San Giovanni son los ejemplos más sobresalientes del protorenacimiento italiano. Las fachadas de ambos son de mármol blanco y verde oscuro. La de San Miniato se inició en el año 1075. El águila que hay encima del templo es el emblema del gremio de Calimala (los mercaderes de tela), que financió la construcción de la iglesia.

El águila de Calimala
Baptisterio, con el mismo tipo de mármol
El campanario está inacabado: Baccio d'Agnolo lo construyó en 1518 porque el anterior se derrumbó en 1499. Durante el sitio de Florencia de 1529, Miguel Ángel lo hizo rodear de colchonetas para protegerlo de la artillería enemiga.

El campanario, a la izquierda, y San Miniato, a la derecha
Tienda de los monjes
Luego, el gran duque Cosme I convirtió la iglesia en fortaleza porque desde allí se divisa toda la ciudad y, durante la epidemia de peste de 1630, San Miniato funcionó como hospital y luego como asilo para los desamparados. Ahora, los monjes que lo ocupan son benedictinos y visten de blanco. El techo es de madera, los capiteles de las columnas son de varias épocas, algunos bizantinos. En el siglo XIX se restauró el templo y se pintaron escenas en la nave central. El suelo, que no se puede pisar, es una maravilla.

Interior de San Miniato

Escenas en la nave central del siglo XIX
Cementerio de las Puertas Santas

domingo, 19 de mayo de 2013

San Miniato al Monte I

2 comentaron


Subimos -más escaleras- a San Miniato al Monte, en la que hay una tienda de productos que hacen -o venden- los monjes, pero cuyo horario, descubrimos, no se cumple. Entrar en esta iglesia es gratis. Los monjes visten de blanco. Si vas por la mañana (nosotras llegamos a la una) la luz se cuela en forma de haces por la ventana y crea una atmósfera maravillosa. Por la tarde, a partir de las dos y algo, cuando salimos, ya no se ve ese juego de luces.



Pero antes de llegar, de tomar aliento cuando se te acaba subiendo las escaleras, hemos estado tomando fotos de las calles de Florencia. Las calles siempre salen mejor con gente, pero a esas horas no pasa casi nadie. Cuando miro las fotos por el visor de la cámara, me detengo ante una: "Señor gusta", porque le he sacado una foto a un transeúnte que ahora pasa justo por mi lado, me escucha, sonríe y me saluda con la mano. Es un músico: muy guapo, por cierto. Me muero de la vergüenza, pero nos reímos un buen rato.

Señor gusta.

Una de las casas de Florencia
Llamador
Portero automático. Son muy típicos. Hay hasta postales.
Claro que en los nombres de los supuestos habitantes de la casa pone Michelangelo, Donatello, Giotto... 
En San Miniato, cuando bajas a la parte de la iglesia en la que están las reliquias del santo, hay un cartel que ruega que no hagas fotos. La gente las hace hasta con flash y yo comienzo a cabrearme más y más porque todo el mundo debería saber que no se pueden hacer fotos con flash en ninguna parte en la que haya obras de arte. Yo quito el aviso sonoro y las hago igual. Sí, soy así. Sin flash, claro. Con trípode.

Cripta y tumba de San Miniato

Descubro que mi hasta entonces infrautilizado Gorilla Pod es una auténtica maravilla, con su cabezal de rótula y sus patas que se mueven en todas las direcciones posibles. Disfruto como una loca fotografiando esa iglesia hermosa, que me parece la iglesia más bella en la que he estado jamás, por encima de catedrales, por encima de cualquiera. Además, cuando hemos llegado, había un monje en la puerta (otro tipo guapo: qué desperdicio), hablando con una mujer mayor a la que le enseñaba una foto o un documento en el móvil. Y, al entrar, estaban cantando.

Ábside de San Miniato
San Miniato al Monte es mágica.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Museo Larreta

0 comentaron

Museo Larreta

Entramos también en el Museo de Enrique Larreta, un escritor que tenía una quinta y se hizo de unos jardines hispanomozárabes inspirados en el Generalife. Nos atiende Esteban, que nos hace un recorrido por las diferentes etapas del arte (Renacimiento, manierismo...) y lo mismo te nombra a Orson Welles que a Lévi-Strauss.

Jardín del Museo Larreta

 El jardín es una maravilla: se plantaban los setos y luego se lanzaban las semillas hacia atrás para que la naturaleza siguiera su curso caótico dentro del orden que suponía esa barrera. Y es un laberinto. En el centro hay una fuente de mármol de Carrara que en invierno se llena de flores de camelia: caen al suelo, realmente, pero los visitantes del museo, en su mayoría escolares, las recogen y las depositan en la fuente.

Escultura de Pablo Larreta


También hay una escultura de Pablo Larreta, nieto del escritor y pionero en el arte de disponer esculturas en los jardines, al aire libre. Esteban nos recuerda la importancia de que los museos reciban visitas: si no reciben visitas, no existen. Y nos cuenta que uno de esos árboles inmensos tiene 120 años (el museo celebra su quincuagésimo cumpleaños estos días) y no es un árbol. No tiene madera. Es un arbusto. De la pampa. El ombú. No hay muebles de madera de ombú: si alguien te ofrece uno, te está engañando.

Ombú. No, no es un árbol.

En esta casa grande, adonde iban las señoras de buena familia embarazadas ilegítimamente a esconderse y a dar a luz, se desarrolla La gloria de don Ramiro, una novela histórica que nos cuenta la historia de un hombre debatido entre dos amores, una cristiana y una mora, con todas sus implicaciones sociales de por medio porque al final se descubre que él no es cristiano viejo. Hay cosas que no han mutado demasiado, en según qué estrato.

Escritorio de Enrique Larreta

Esteban sigue hablando: las casas cambian, dice. Las casas cambian y celebran, así que se nos ocurrió traer a Goya: hay una exposición de sus grabados: la mayoría los he visto ya: otros no. Aprendo, además, que un retablo es un retrotablo, detrás de la tabla, detrás del altar. El de Larreta está dedicado a Santa Ana. Es el único retablo completo de principios del siglo XVI que se conserva en América del Sur:

-Si descubren que no es cierto, por favor, mándenme un e-mail.

Retablo de Santa Ana
Y una flor, del jardín, de regalo

jueves, 13 de diciembre de 2012

Los grafittis de Saavedra

0 comentaron

31 de octubre de 2012.

Argentinizándose

El barrio de Saavedra está lleno de grafittis y Adriana y yo hacemos una ruta. Los firman: añaden página web y Flickr. Hay plazas defendidas por los vecinos. Una plaza es una manzana verde con césped -es decir, pasto: no, a veces no hablamos del todo el mismo idioma- y árboles. Un parquecito, diríamos aquí. Hay un paseo verde en el que los jóvenes entrenan y por el que nosotras paseamos viendo pintadas y más pintadas, muy imaginativas. Es un barrio tranquilo, dice. Tranquilo significa que no hay el bullicio del centro, porque a mí, que vengo de una ciudad de 50.000 habitantes y de un barrio en el que a menudo no hay más de diez personas por la calle, esta profusión de vida en la calle, coches, gente, gente, gente, pequeños comercios, parques y bares, me parece propia de un barrio vital. Aquí, aprendo después, un barrio tranquilo es un barrio en el que puedes caminar por las calles sin que te arrollen.




Y en esas calles hay carteles luminosos, comercios, pastelerías (si uno quiere llorar de emoción, que mire el escaparate de una pastelería cualquiera de Buenos Aires), museos, tiendas de ropa, tiendas de menaje, perfumerías, supermercados (Carrefour y ¡Día!), colores inabarcables. Una mezcla entre Nueva York, Lisboa, el Kensington Market y un zoco árabe. Es, creo, la ciudad más voluptuosa en la que he estado nunca.


domingo, 19 de agosto de 2012

Hopper

5 comentaron


Pavimentos de Nueva York. Hopper.

En Pavimentos de Nueva York hay una monja empujando un carrito de bebé, casi fuera de cuadro. En el arte no hay nada accesorio. Hopper compró una cámara para apresar los detalles de los edificios, pero se dio cuenta de que la perspectiva no era la misma que la de su ojo y la abandonó. Le fascinaban los cuartos vacíos. Qué es lo que pasa, se preguntaba, en una habitación vacía cuando no la ve nadie. He pensado en Estados Unidos, he reconocido los tejados de Nueva York y me ha sobrecogido la perfección de las acuarelas. Y los grabados. Y el gusto por las sombras duras en los costados de las casas. Los toldos azules y blancos, los brownstones, las gasolineras por las que no pasaba casi nadie, los edificios con pasarelas de madera que se adentraban en el bosque, las marinas con el agua moviéndose -el agua se mueve en los cuadros de Hopper- y los grabados llenos de sombras nocturnas, de parejas sórdidas, de barcas varadas.

Room in New York. Hopper.

Hay mucha soledad en los cuadros de Hopper. Pienso en Dorothy Parker, cómo no pensar en Dorothy Parker al ver el retrato de un matrimonio callado, ella tocando aburrida una tecla indolente en el piano, él leyendo el periódico sin levantar la vista. Cómo no acordarme del matrimonio perfecto que se separa porque descubre que, tras una década, ya no tiene nada que decirse. Cómo no ver, también, que hay mucho de Hopper en la serie de Mad Men y cómo no pensar en el mural neoyorquino que mostraba a los hombres trabajando, las camisas medio abiertas, los músculos tensos, mientras veo las fotos de las portadas que Hopper ilustraba: el trabajo en los muelles, los obreros -todos hombres, ninguna mujer, todos elegantes (camisa, chaleco, gorra cuadrada con visera)-: inmigrantes quizá buscando la tierra prometida llena de oportunidades.

Night Shadows. Grabado. Edwad Hopper.

Hay una América que quiso contar Hopper, o varias. ¿Qué lleva a un pintor a retratar casas solitarias, con sus postes en medio, a plena luz del día? Me lo pregunto, también, porque en Canadá surgio un movimiento nacionalista, el Grupo de los Siete, que no quería mirar a Estados Unidos ni quería, tampoco, mirarse en Europa -el París que Hopper también retrata, de un modo muy distinto, con niebla, indefinido- a como retrata las calles de su país. La gran búsqueda de una identidad artística propia, aunque luego todos se formaran al otro lado del océano, claro, con ambientes y tradiciones muy distintos.

Árbol seco y vista lateral de la Casa Lombard. Hopper.

Conozco muy poco de América, de la América del Norte, pero en mis dos viajes he tenido la impresión de que estaba a medio hacer. De que esa construcción de América que han reflejado tantos -Hart Benton, por ejemplo, o el mismo Hopper, con sus escenas portuarias, o Charles C. Ebbets o Margaret Bourke-White-, no ha acabado todavía, porque su historia es cambiante y solo bien entradas varias décadas del siglo XX surgió el movimiento conservacionista. La América donde todo es grandioso: las casas, los parques, las montañas, las hamburguesas, los cafés y las avenidas, los diners y los moteles de carretera.

New York Corner. Hopper.

Pintar lo que ven. Reflejar lo que se conoce, como Cortázar habló de París y Buenos Aires, del barrio de Agronomía, o como Borges habló de Palermo o Arlt de Flores. Pintar a la gente como si todos fuésemos, o fuéramos a ser, esa misma gente. La mujer que mira un papel en una habitación de hotel en penumbra; la que mira a través de la ventana o la que espera en algún pueblo del Sur, con los brazos cruzados en el pecho y los tacones, a que ocurra algo que no sabe si ha buscado todavía.

South Carolina morning.

viernes, 22 de julio de 2011

Lucien Freud

2 comentaron



"Mierda puta. Ha muerto Lucien Freud".

Ese ha sido el primer mensaje que he escrito en el ordenador esta mañana. Siempre me preguntan por la edad: qué me importa que tuviera 88 años, este tipo debería haber sido eterno; eterno su cuerpo enjuto y fibroso; eterna, con él, una mujer mostrándole el sexo o tumbada en un sofá, cualquier amiga, su hija. Retratar de la forma en que yo querría: descarnadamente, mostrando, revelando.

El primer libro de arte que tuve fue uno dedicado a él.

Retrato de Kate Moss

Me lo mostró Nerea, como antes, Joan me había mostrado a Egon Schiele, que me recuerda a él. Luego ya supe que era nieto de Freud, que pintaba de pie y frenéticamente, porque la pintura era la persona. Me asombra. Siempre me ha asombrado porque ni siquiera puedo decir que sus cuadros me gusten.  Me atraen y me repelen y me obligan a seguir mirándolos y a analizar las pinceladas, todo a la vez.

Si algo es verdad -decía- golpea de una manera mucho más fuerte que si sólo es un hecho.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Carta de Santiago Sierra

6 comentaron

A Santiago Sierra le han dado el Premio Nacional de Artes Plásticas. Treinta mil euros. 30.000 euros. Los otorga el Ministerio de Cultura, ése que le ha dado también 30.000 euros a Serrat y a Amaral y 20.000 a tantos otros (pero no a las editoriales, porque el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial es testimonial tan sólo), pero que, aduciendo que no hay dinero, recorta fondos de todas las partidas, incluidos museos, que nunca tienen un duro para hacer todo lo que deberían hacer.

A mí este hombre, que se ha pasado la vida denunciando las relaciones de poder que se crean en el sistema capitalista (no hay más que recordar su Penetrados, por ejemplo), siempre me ha caído bien.


Pero, después de leer su carta, me cae aún mejor.

Aquí la tienen:

Madrid, Brumaire 2010

Estimada señora González-Sinde,

Agradezco mucho a los profesionales del arte que me recordasen y evaluasen en el modo en que lo han hecho. No obstante, y según mi opinión, los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes.
Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local.
El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. No señores, No, Global Tour.

¡Salud y libertad!

Santiago Sierra

Imagen de Efe.