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viernes, 25 de noviembre de 2011

Humo

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Quería ver las luces de Madrid, la Plaza Mayor repleta, tan repleta que uno no puede acercarse a los puestos de Navidad. El vaho saliendo de la boca, los guantes que siempre se olvidan, los vaqueros fríos, el chocolate caliente. Los pequeños ritos de invierno, del puente de diciembre.



Pensaba que era mi despedida del año. Un poco antes. Pero mi despedida, la guinda redondita al 2011 que se acaba y que no ha sido ni bueno ni malo porque no lo recuerdo porque no lo escribí. Las castañas echando humo (siempre me hacen sonreír, las castañeras: me gusta tiznarme las manos), las luces de diseño sorprendentes. Buscar una obra de teatro, irme al Prado a ver la exposición del Hermitage el sábado por la mañana.

Esconderme en ti. Mirar el mundo contigo un ratito.

domingo, 13 de marzo de 2011

Madrid

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Madrid es besar a Nerea y que Jesús me bese, apretar la mano de Begoña y colegir, con Tormentito, que el 85 por ciento de la gente es gilipollas y que, del resto, hay muchos que no nos caen bien. Es reconocer en Cristina a la persona con la que me intercambio ocho correos diarios y ponerle cara a Nacho. Hablar con Pepe de música. Que Kois me baje la persiana para que el sol no me despierte. Probar platos nuevos y hablar un ratito, avergonzada, con el dependiente de The Comic Co. sobre "La vida es buena si no te rindes", de Seth, que me he traído a casa después de que Nerea se lo haya ventilado apresuradamente, como antes leyó algunos U que también están ya conmigo.


Esa foto de la Plaza Mayor tiene una gota en medio porque llovía. No he hecho muchas más fotos y ninguna salvable: hacía tiempo, mucho tiempo, que no pasaba tanto frío en Madrid y que el tiempo no era tan desapacible.

Es testimonial. He vuelto a ir, claro. Yo siempre vuelvo.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Ir a Madrid

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Desde hace once años, ir a Madrid es pensar en alguien a quien nunca veré.

Le debo parte de lo que soy. Mucha parte de lo que soy. Frases que digo. Expresiones. Concepciones del mundo. Cierta militancia.

Si le viera por la calle, no le reconocería.

Ya no hablamos. Da igual: está dentro de mí.

Él es yo.

Tampoco hablo con otro alguien a quien nunca veré.

No sé su nombre y le pedí que se fuera.

Lo he contado mil veces. Es una historia vieja.

De esto hace tres años.

Volvió por un rato y fue peor. Fue muchísimo peor.

Ya sé que no puedo ir a la Plaza Mayor sin que se me vuelva el estómago del revés. Y que me muero por hacerle una foto nocturna al templo de Debod, pero posiblemente no vaya nunca.

Siempre que voy a Madrid me ocurre lo mismo.

Me sienta
tan bien
(y tan mal)
al mismo tiempo...

martes, 21 de septiembre de 2010

Al final todo llega

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Al  final todo llega. Llegó la noche antes de coger el tren, con el sueño  intermitente y ese terror eterno a no despertarse y perder el  transporte. Llegó Atocha, y el metro a Puente de Vallecas, Nerea  esperándome en la esquina, la tapa en casa, salir a comer, contar los  viajes. Ha estado en Grecia, viendo a los Durrell; en Italia y un pueblo  de tejados cónicos en el que los habitantes, a pesar de las  prohibiciones, arrojan las basuras a una cala que ya no puede acoger  más; y en Albania, con su Tirana de casitas de colores y los mercados  cochambrosos. Hablamos de la colonización de los espacios, de cómo la  llegada del capitalismo impulsó a la gente a comprarse coches y más  coches, y de la capacidad de los sistemas políticos para definir unas  creencias que luego se quedan en nada, porque hay que vender las granjas  para irse a la ciudad y comprarse un BMW.

Recuerdo a Tomaz  Pandur, en la presentación de Medea, el año pasado: "Yo soy yugoslavo y  Yugoslavia ya no existe". A Nerea y a mí nos faltan conocimientos para  entender qué pasó. Cómo se conjugan los héroes de la patria, las  estatuas dedicadas a los obreros en armas, la exaltación de la mujer  campesina, con los Volkswagen y los Audi en cada puerta. Cómo se  consigue que un pueblo desee y crea lo que luego va a dejar de desear y  de creer. En un tris.

Madrid también ha sido un paseo hasta el  centro, para entrar en Madrid Cómics. Alguien a quien no conozco y a  quien no sé si alguna vez tendré la oportunidad de abrazar, me había  dejado allí muchas revistas. Internet crea extrañas alianzas. Y en  demasiado poco tiempo, apenas una veintena de mensajes cruzados. Siempre  me asombrará esa generosidad. Me asombra y me conmueve. No creo que  vaya a poder corresponderle nunca.

A Begoña también la conocí por  internet, hace casi una década, hablando de Pessoa, de sor Juana Inés  de la Cruz y del miedo en las relaciones. Cuatro meses después de  aquello, nos tomábamos los primeros vinos en la plaza de Chueca. Desde  entonces, Madrid es también esa mujer guapísima y divertida,  inteligentemente divertida, admirable para mí por muchas razones, con la  que comparto ciertos ritos extraños, como buscar los bares más  estrambóticos de la ciudad. Además, me presta a sus amigos, así que  visitarla a ella es dejar, también, que Jesús me abrace y me mime.

Hace  dos años o así, Jesús y yo nos ventilamos una botella de pacharán de la  que sólo íbamos a tomarnos un chupito. Al pacharán le habían antecedido  no sé cuántos vinos y algún vermouth, unas gambas, jamón ibérico y  mejillones. Yo salí del bar agarrada a él y haciendo eses. De lado a  lado. Desde entonces, aquella noche se ha convertido en una anécdota que  recordar cada vez que nos juntamos. Jesús jura y perjura que yo no  estaba tan mal y yo no me acuerdo de mucho.

Me han picado todos los mosquitos de Madrid y me he levantado tres veces en mitad de la noche.

28 de agosto.

viernes, 27 de marzo de 2009

Equilibrio

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La felicidad, a veces, sí, huele a azahar en Doña Elvira, porque hace muchos años que Santa Cruz no significa nada y que no duele y la luz amarilla se vierte a plomo sobre el puente de Triana y la orilla del río aún no está llena de mosquitos y se puede repostar en cualquier cafetería.

Sevilla y Madrid son las dos ciudades a las que más he escrito porque allí viven las dos personas que me faltan. Si estuvieran en otro lugar, ese lugar sería también mi casa y caminaría por las calles con esa plenitud y no querría encerrarme nunca entre cuatro paredes, catorce horas en los bares, caminando, viendo a los amigos por los que no pasa el tiempo, echando de menos el albero de la Alameda y los botellones a las once de la noche en El Salvador y sintiéndome en paz, completamente en paz y más yo, desde el justo momento en que veo la Giralda.

Equilibrio. Sevilla y Madrid se llaman equilibrio.

La imagen es de mi última visita a Sevilla: mi estampa favorita de la Giralda, desde el patio de banderas. Ya lo sé: no hago buenas fotos y ni siquiera las trato después con el Photoshop, porque no sé usarlo. Pero son mías.

jueves, 21 de agosto de 2008

Boquerones fritos

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Si fuera a Madrid por primera vez, no dejaría de visitar la Plaza Mayor, el Madrid de los Austrias, el Prado, el Thyssen y el Reina Sofía y quizá algún convento. Hace quince años que no piso el Palacio Real y el mismo tiempo que no entro en ninguna de sus iglesias. Salvo en la Almudena, ese monstruo horrible con aquel retrato de San José María Escrivá de Balaguer, canonizado por un Papa muy popular al que yo no le vi nunca maldita la gracia y que nos hace recordar a todos que no sufriremos los rigores del infierno. Si es que existe.

Me quedan pendientes la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Museo Nacional de Artes Decorativas, pero la ciudad que yo habito se mueve siempre entre unos pocos barrios -Chueca, Vallecas, Lavapiés-, en algunos restaurantes de comida internacional -esos vídeos musicales afganos, impagables, Dios-, tres o cuatro cafeterías imprescindibles y varias tabernas con vermú de grifo.

En ninguna ciudad he caminado tanto, en pocas me he emborrachado más a gusto y sólo alguna más tiene ese asombro nuevo de lo cotidiano. Ahora sólo tengo un plan, porque Edward Steichen me espera en el Reina Sofía. Pero eso sí.

Me muero por un café con leche, en taza grande, y una buena tapa de boquerones fritos en el Café Gijón.


Imagen de Ariel Rubinstein.

viernes, 1 de agosto de 2008

Madrid

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Madrid es una mujer de voz dulce, que ve películas a las doce de la noche, en versión original: Bergman, Tarkovski, Antonioni, Tavernier, Dreyer. Es una mujer que descubre pizzerías, que me acompaña a conciertos, que es capaz de beberse conmigo una botella de vino y reírse y reírse y reírse y mirarme con ojos dulces y abrazarme mientras duerme y cuando nos damos los buenos días. Madrid es una habitación con una cama roja que es mi casa, porque ella es mi casa desde hace catorce años, y porque cuando llego parece, como siempre, que nunca me he ido. Y es un libro de Cortázar y una canción de Silvio y un tema de Rachmaninov para los porros y un ordenador lleno de collages de fotografías y una asamblea para hablar de asociacionismo, del compromiso social, de cómo demonios podemos cambiar el mundo, o alguna de nuestras circunstancias, de cómo se pueden tomar las calles, de qué necesidades puede tener un barrio.


Madrid es una librería de madera que se llama Traficantes de Sueños y un barrio lleno de inmigrantes y un indio donde cenar y la plaza de Chueca y la plaza Mayor y los Austria y las tascas y las charlas por los amores perdidos y por la pasión del amor y por la búsqueda constante de lo que sabemos que no vamos a lograr nunca. Y es la confesión del miedo y de la incertidumbre, la necesidad de ir en los naufragios, la convicción de que allí, a cuatrocientos kilómetros, siempre habrá un ancla que me recuerde lo que soy, lo que tengo, lo que quiero, lo que deseo, lo que valgo.

Madrid es una mujer que es un genio tierno y creativo que se revuelve del todo con la luz ocre del otoño y que se apoya en los radiadores durante los días de frío. Esa ciudad siempre ha sido ella, más que ninguna otra cosa. Más que las dos personas a las que nunca voy a ver aunque recorra las calles de la ciudad en la que viven.

Al final, Madrid siempre me espera.

Imagen de Javier Saracho.

viernes, 28 de diciembre de 2007

De museos y viajes

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Madrid, 20 de diciembre de 2007.

Madrid me mata y me destroza los pies: el Prado es mareante: demasiada gente, pero relativo silencio: en comparación, el Thyssen parece una tasca. No compro ningún catálogo: pesan demasiado. Nerea ha tenido que dejarme dos maletas y no sé cómo voy a acarrear las cosas. Veo los dibujos de Durero y las pinturas de Cranach, el Viejo y el Joven, y algunos otros cuadros de pintores alemanes que me hacen sonreír porque ahora sé de dónde saca la Viuda algunas de sus imágenes contundentes. Ayer fue el turno de Velázquez, la piel de gallina de nuevo cuando veo al Cristo, como me pasó a los 17, y todos agolpados ahora, otra excursión de instituto, delante del Jardín de las Delicias de Hyeronimus Bosch. Después -después de Velázquez, después de los maestros del XIX, después de los Grecos del Prado- paso por delante de Tiziano y Tintoretto, muy rápido porque estoy harta de cuadros y porque el Prado necesita de las horas más despejadas del día, de muchos días, para no saturarte. Pero busco a Van der Weyden, por supuesto, para detenerme un rato ante esas telas de relieve y estudio la composición de algunos lienzos, la regla de los tercios, las líneas de fuga, el uso de la luz. En los dibujos de Durero eso es imposible: son de decorado de película fantástica, mil detalles, aquí un perro, allí un cántaro, allí una hierba, un río desdibujado, una montaña...

Fotos y cuadros y esculturas. Luis Ramón Marín, 1908-1940, Ramón Gómez de la Serna en un circo y Josephine Baker, un cuerpazo, en su camerino, y los desayunos de Alfonso XIII. Como en El Vesubio, de nuevo. Lo complicado que resulta encontrar un sitio donde permitan fumar en Madrid. Debería haber bares con sillones para echar una siesta, sobre todo cuando llueve.

Como sola, una lasaña. Al lado hay un grupo de chicos que hablan de cine: de Spielberg, de Tarkovsky. Uno lleva la voz cantante, cigarro tras cigarro, muy guapo, muy apasionado; dos no abren la boca en el tiempo que dura la comida y él se va, me sonríe, le dice a sus amigos que vean Beau Geste y desaparece. Me quedo sola con un grupo de chicas enfrente, pero su conversación es mucho menos interesante: creo que trabajan en una revista o en un medio de comunicación, porque una dice que ha hecho una entrevista y otra habla del departamento de diseño gráfico. Dentro de tres horas he quedado con Nerea y, aunque el ensayo de viajar sola no ha sido tal, porque he estado acompañada la mayor parte del tiempo, creo que tendré que empezar por países hispanoparlantes para no perderme -Begoña se ha quedado enamorada de Argentina y quiere volver más pronto que tarde- y que el agua caliente con sal va a ser la mejor compañera de mis pies.


Primera pintura: Retrato de una dama, de Hans Baldung Grien.
Segunda pintura: El Descendimiento, de Roger van der Weyden.

jueves, 27 de diciembre de 2007

El plan es sólo arte

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Madrid, 19 de diciembre de 2007.


El plan es sólo arte. La mejor pinacoteca del mundo, el claustro de los Jerónimos, la ampliación de Moneo, las Fábulas de Velázquez y la colección general. Me hace falta un carnet de prensa, constato. Veo a Sorolla, Goya, Madrazo y descubro los retratos fuertes de Vicente López, a quien no conocía.

La imagen es el retrato que Vicente López pintó de Francisco de Goya.

sábado, 22 de diciembre de 2007

La plaza y libros

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Me pierdo buscando la Plaza Mayor, que quería ver de noche y en la que ya no dejaré ningún beso. Hace demasiado que no vuelvo a Madrid, porque antes me sabía el camino de memoria y hoy he acabado frente a la puerta del Thyssen. Me duelen los pies desde hace tres días, pero camino sin parar y me detengo en el Canal de Isabel II para ver las fotografías de Don McCullin, que se anuncian con un gran: "¡¡Atención!! algunas imágenes pueden herir su sensibilidad" y yo me pregunto qué sensibilidad escapista tan fácilmente herible tienen algunos. Le han descrito Susan Sontag y John Le Carré. Fotografía hasta los paisajes en blanco y negro y la negrura de África y las muertes de SIDA y el llanto seco de un niño huérfano -¿cuántos años tendrá hoy, si es que vive?- y la matanza de Sabra y la guerra de Vietnam y Chipre en guerra y la construcción del muro de Berlín y el Checkpoint Charlie. Subo para ver todas las fotos, a pesar del vértigo -no te quedes clavada en medio de la escalera, no te vas a caer, sigue subiendo, respira, no mires abajo- y vuelvo a comprar el catálogo de la muestra y hago recuento: me falta el Prado, me falta el Thyssen, me falta Mapplethorpe, me falta comprar más libros (mi hermano vuelve a pedirme a Samuel Johnson), me quedan dos días, me estoy cayendo de sueño y son las siete y diez de la tarde, dentro de hora y media cojo el metro, podría pasarme por la Fnac y terminar las compras y seguir revolviendo libros y seguir fundiéndome la paga extra en bibliotecas...

Imagen de Don McCullin.

Aprendo a mirar II

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También están la lluvia y el frío y las paradas para comer (Madrid es muy sano, demasiado sano: no permiten fumar en casi ningún sitio) y el aire que se cuela en las rendijas y los carteles grandes, las firmas de ropa con ropa prohibitiva, el metro caluroso y esta forma de aprender a viajar sola sin estar sola del todo, porque llama Arwen, porque llama Sonia, porque son las cuatro y media de la tarde y a las nueve he quedado con Begoña. Pero sola veo Ocultos y sola veo las esculturas poderosas de Camille Claudel y sola leo sus cartas y como en Vitamina un buffet libre de ensaladas y en el mercado de Fuencarral me hago socia de Greenpeace y vuelvo a sacar mi libreta de Shakespeare para hablar de estas vacaciones en Madrid cerca de la Navidad.

Vuelvo a aprender a mirar. En el metro hay un señor que se parece a Tomás Segovia. Me encuentro en Trafis con un tipo al que conozco de alguna manifestación por una vivienda digna, Kois explicándome qué camino había que tomar si la policía cargaba, y conozco a Íñigo, que trabaja en todo, desde buzo para obras bajo el agua hasta porteador y que construye altillos -lo que me costó robar esas maderas- y hablo un poco con quien me encuentro y descubro que, en esta ciudad impersonal, la gente sonríe si tú sonríes primero.


Imagen de la página Escribir es vivir.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Aprendo a mirar

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Madrid, 18 de diciembre de 2007.

Veo a la Camille Claudel atormentada y a una mujer de rodillas ante una chimenea -El pensamiento profundo- y el corazón se paraliza y me oprime porque hay historias de amor que te mantienen encerrada durante treinta años, a pesar del orgullo, la dignidad -no se pase más por mi taller- y el tormento.

Aprendo a mirar. Compro una libreta con las letras tachadas de William Shakespeare. Escribo en los bares, de nuevo. Recuerdo lo que han dado de sí tres días y medio: la desazón de las Vidas Minadas de Gervasio Sánchez, leer títulos de libros (y comprarlos: ensayos de Virginia Woolf, los dos volúmenes que me faltaban de Memoria del Fuego, de Galeano y varios otros que no puedo nombrar porque son regalos de Reyes; tres catálogos de exposiciones -la de Claudel, la de Gerva, la del paisaje que reúne a Pollock, Nolde -me he enamorado-, Munch, van Gogh, Constable- y alguno más, que dejo en Traficantes de Sueños -William Wordsworth: volveré). Y un café en el Café Gijón lleno de cuadros, la foto de Alfonso a la izquierda, cerillero y anarquista; tres ancianos hablando a borbotones, con la mirada lúcida y un vermú de grifo. Y un concierto divertido, emocionante, de los Flying Pickets, la voz como instrumento más bello del mundo; los nervios de Nerea con una hipoteca a nombre de su hermana y una posible nueva vida y un crédito ICO para un ordenador con el que ver películas y el Círculo de Bellas Artes y Bergman, y el Hostal Olga, donde eché mi primer polvo, y mil letreros divertidos en las calles (José Luis y sus Chaquetillas, Sailor y Lula) y el metro que te lleva a todos lados...

viernes, 7 de diciembre de 2007

Agenda para unas vacaciones de frío

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Me voy a Madrid una semana, acabo de decidirlo y de hablar con mi partenaire, que tiene que trabajar (pero que sacará tiempo para mí). Y, como además de pasarme por la 8 1/2 y de trastear en librerías, me apetece una visita culturo-festiva, apunto aquí lo que tengo que ver y a dónde tengo que ir para que no me ocurra como con la exposición de Roy Liechtenstein, que la última vez fui a verla justo el día que cerraba el Museo...



1.- Don McCullin. Sala de Exposiciones Canal de Isabel II -Santa Engracia, 125. Es uno de los mejores fotoperiodistas del mundo y me apetece mucho una exposición fotográfica.
  • Hora: Martes a sábado, de 11:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:30h; domingos y festivos, de 11:00 a 14:00h; lunes, cerrado.
  • Precio: Visitas guiadas gratuitas los sábados de 12:00 a 14:00 horas y de 18:00 a 20:00 horas y los domingos de 12:00 a 14:00 horas.
2.- Museo del Prado, para las Fábulas de Velázquez, los pintores del XIX, la ampliación de Moneo y las puertas de Cristina Iglesias. Y para detenerme, otra vez y de nuevo como siempre, ante El Descendimiento de Van der Weyden, que es mi cuadro favorito.
  • Los Grecos del Prado
    Fecha de inicio: 04/12/2007
    Fecha de fin: 10/02/2008
    Hora: De martes a domingo de 9:00 a 20:00h
    Precio: General, 6 euros. Reducida, 3 euros. Entrada gratuita de martes a sábado, de 18:00 a 20:00h y el domingo, de 17:00 a 20:00h. Venta Vía web, Centro de Atención al visitante o en el teléfono gratuito 902 10 70 77.
  • El siglo XIX en el Prado
    Fecha de inicio: 31/10/2007
    Fecha de fin: 20/04/2008
    Hora: De martes a domingo de 9:00 a 20:00h
    Precio: General, 6 euros. Reducida, 3 euros. Entrada gratuita de martes a sábado, de 18:00 a 20:00h y el domingo, de 17:00 a 20:00h. Venta Vía web, Centro de Atención al visitante o en el teléfono gratuito 902 10 70 77.

  • Fábulas de Velázquez: Mitología e historia sagrada del Siglo de Oro
    Fecha de inicio: 20/11/2007
    Fecha de fin: 24/02/2008
    Hora: De martes a domingo de 9:00 a 20:00h
    Precio: General, 8 euros. Reducida, 4 euros. Entrada gratuita de martes a sábado, de 18:00 a 20:00h y el domingo, de 17:00 a 20:00h. Venta Vía web, Centro de Atención al visitante o en el teléfono gratuito 902 10 70 77.

3.- Durero y Cranach. En el Museo Thyssen-Bornemisza.

  • Pases: De martes a domingo, de 10:00 a 19:00h; lunes, cerrado.
  • Precio: Precio exposición temporal: 5 euros. Estudiantes, jubilados y mayores 65 años: 3,50 euros. Exposición temporal + Colección permanente, 9 euros. Reducida, 5 euros para estudiantes y mayores de 65 años. Exposiciones de la serie Contextos de la Colección permanente son gratuitas. La taquilla cierra a las 18:30 horas. Venta anticipada de entradas en las taquillas del Museo y en centros El Corte Inglés.
  • Hora: Martes a sábado, de 11:00 a 20:00h; domingos y festivos, de 11:00 a 14:00h; lunes, cerrado.
  • Precio: Entrada gratuita. Reserva de visitas guiadas para grupos en el teléfono 91 374 66 53

5.- Gervasio Sánchez. Vidas Minadas. Diez años después. Instituto Cervantes. Alcalá 49.

  • Hora: De lunes a sábado, de 11:00 a 14:00 y de 17:00 a 21:00h; domingos y festivos, de 11:00 14:00h.

6.- Día 15 de diciembre. Shuarma. Sala Caracol. C/ Bernardino Obregón, 18.

  • Hora: 22:30 horas.
  • Precio: 15 euros.

7.- Día 16 de diciembre. Flyin Pickets. Sala Galileo. C/ Galileo, 100.

  • Hora: 19:30 horas.
  • Precio: 10 euros.

8.- Día 18 de diciembre. Dayna Kurtz en la Sala Clamores. Calle Alburquerque, 14

  • Hora: 21:30 horas.
  • Precio: 12 euros.

9.- La abstracción del paisaje. Fundación Juan March. Calle Castelló, 77. Es decir, aquí Turner, aquí Rothko, aquí Richter, aquí mi queridísima O’Keefe y mis no menos queridos Pollock, Gottlieb, Constable, Van Gogh, Klee, Munch o Kandinsky (mi partenaire se acordará de los debates que se marcaba, carta va, carta viene, con sus teorías sobre "De lo espiritual en el arte").

  • Hora: Lunes a Sábado: 11.00 a 20.00 hs. Domingos y festivos: 10.00 a 14.00 hs.
  • Visitas guiadas gratuitas: Miércoles y jueves: de 11.00 a 13.30 hs. Viernes: de 16.30 a 19.30 hs. Las visitas guiadas comenzarán cada 30 minutos, cada una para un máximo de 15 personas, por orden de llegada.

10.- Roma S.P.Q.R. Centro de Arte Canal. Paseo de la Castellana, 214.

  • Hora: de lunes a domingo, de 10:00 horas a 21:00 horas.
  • Precio: general, 6 euros.

11.- Exposición Ocultos. Son fotos de culos. De Robert Capa, Cartier-Bresson, mi Mapplethorpe querido, Man Ray...

  • Hora: de 11.00 a 20.00 h. Miércoles de 11.00 a 15.00 h.
  • Días: del 3 de octubre de 2007 al 6 de enero de 2008.
  • Lugar: Sala de exposiciones de la Fundación Canal (Mateo Inurria, 2).
  • Precio: Entrada libre.
¿Por qué? Pues porque este año me he encontrado con dos meses de vacaciones, de los que no he disfrutado ningún día porque he tenido que estudiar un examen suspenso. Porque hace mucho que no voy a Madrid. Porque me apetece atracarme de arte. Porque me apetece tomarme un vermú. Porque tengo ganas de vacaciones...

Y porque me gusta el estrés de ocio.

Las fotos son mías, de una de mis últimas visitas a Madrid. No seáis muy crueles, que las he escogido de entre lo mejor.

jueves, 23 de agosto de 2007

Paraísos perdidos

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Imagen de Madrid: Ramón Durán. Plaza de España.

Hay dos ciudades cuyas calles aprendo de memoria en cada visita. No hay más paraísos que los perdidos: por eso me conformo con habitarlas poco a poco, con colocar el tiempo donde puedo para ver a todo el mundo, con sentirme yo como en ningún otro sitio soy yo.

Imagen de Sevilla: Vincent Benoit. Café.

En cada una de ellas, el rito siempre es el mismo. Me espera una mujer a la que beso en la boca. Voy a casa y me desnudo. Me desnudo por fin, verdaderamente, toda yo entera. Y hablo y por fin digo, porque yo hablo mucho pero casi nunca digo nada. Bebo vino o ron miel, nos reímos hasta que nos duele el cuerpo, fumamos, escucho durante horas. Camino, observo a la gente, escribo en los bares, espero a que lleguen los amigos. Soy yo como en ningún otro sitio soy yo y me reconozco y al fin me gusta lo que veo. Y recuerdo que no volveré a vivir allí, que nunca podré vivir allí, y me aplastan las calles y el cielo, pero hay dos mujeres que me abrazan. Veo gente con la que no vivo, pero que sabe de mí más que nadie. Pienso en volver pronto y siempre vuelvo tarde, para recuperar los meses, para saber que soy feliz, que puedo compartirlo y compartirme. A pesar de que, siempre, en algún momento de ese paseo solitario que es también un rito, la nostalgia, la añoranza, la tristeza, acaben acompañando mi percepción de esas dos ciudades que se me niegan. Y que apreso como puedo en un fin de semana, siempre muy corto, muy rápido, muy nervioso y sin horas.

viernes, 22 de junio de 2007

Tengo que ir a Misa

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-No puedo quedar a comer: tengo que ir a Misa.

Lo dijo Kois, que significa "pez" en japonés, y que es un apodo heredado de su abuelo. Nosotras no fuimos. Nosotras somos Nerea y yo. Nerea sale con Kois. Nerea y yo nos conocimos en una Pascua, celebrando la Semana Santa, en marzo de 1994. Perdimos la fe al mismo tiempo, pero nos quedó algo. A ella, la conciencia que le hace ser una militante activista de movimientos sociales en Madrid. A ambas, el sentimiento íntimo de comunidad que sólo surge con alguna gente; cierto sentido de trascendencia; el cariño que sentimos hacia ciertas figuras (curioso: la mayoría, jesuitas, por qué será...): Monseñor Romero, Ignacio Ellacuría, Pedro Casaldáliga, Leonardo Boff, Jon Sobrino, el Padre Arrupe, Uta Ranke-Heinemann. Alguno excomulgado, otros llamados al orden, una y mil veces. A estos nombres se unen otros tres: Javier Baeza, Enrique de Castro y Pepe Díaz. Son curas. Trabajan en la parroquia de San Carlos Borromeo, de Madrid. Y el día que Kois tenía que ir a Misa, una Misa que duró tres horas, venía el gran jefe. El señor Rouco Varela en persona. El que está aquí arriba, fumando, es Enrique.

Misa, manifestación por la vivienda, cena en Vallecas, porque a Kois le hacía mucha ilusión llevarme a Vallecas y charla. Kois habla siempre muy pausado, argumenta mucho, es radical, se ríe, pero pocas veces le he visto con ese brillo en los ojos y esa pasión hablando de Enrique de Castro. Cenábamos con ateos que dicen que Enrique, Javier y Pepe son sus curas y que San Carlos Borromeo es su parroquia. Que en la Misa, muchas madres hablaron de sus hijos, drogadictos; que los musulmanes le dijeron a Rouco (hay 180 personas empadronadas en la parroquia) que ellos creían en Alá, pero que un sacerdote cristiano, católico, les había ayudado; que vino gente de todas las redes sociales que tienen contacto con ellos y que alguien pidió perdón, de parte de la Iglesia, a las mujeres, a los gays y lesbianas, a los pobres.

Hoy me he tomado un café leyendo a Jon Sobrino, una entrevista que publica el diario El País. Y me acuerdo de un párrafo de la carta que le escribió a Kolvenbach, a su general: "Si me permite hablarle con total sinceridad, no me siento “en casa” en ese mundo de curias, diplomacias, cálculos, poder, etc. Estar alejado de “ese mundo”, aunque yo no lo haya buscado, no me produce angustia. Si me entiende bien, hasta me produce alivio".

Los movimientos sociales surgieron de los cristianos de base. Por eso me hace gracia cuando algún niñato (porque suelen ser niñatos) alternativillo se pone a criticar a los curas, sin tener ni idea de dónde viene el germen de lo que él cree. También me hace gracia que me pregunten si soy religiosa cuando digo que dos de mis poetas favoritos son San Juan y Sor Juana Inés (de la Cruz). La estrechez de miras. La absoluta verdad que el que no cree en Dios cree poseer, cuando lo suyo no es más que otra creencia...

Ésta es la voz de Javier Baeza, uno de esos curas. Si queréis firmar, podéis hacerlo aquí.

sábado, 30 de septiembre de 2006

Madrid I

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Sepan vuestras mercedes que caminamos por las mismas calles donde otros hombres, de carne y sangre o quizá de leyenda, caminaron antes: Lope de Vega, Cervantes, Quevedo, Tirso de Molina, Murillo, Velázquez... Todos pisaron esta misma plaza.

Piénsenlo. Recuerden vuestras mercedes Madrid, suéñenlo, porque la memoria de los que les precedieron les demandará justicia.

Madrid II

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Madrid. El Madrid de los Austria,












el de Valle-Inclán,

















Larra


















y Juan Gris.












El Madrid de franquicias,












el de las obras inacabables,











el de las campanadas de fin de año,














el Madrid tumultuoso, el de calles amplias,











barrios residenciales, moles sin ton ni son.










El Madrid que también se vuelve acogedor a ratos, el que se puede patear para ir encontrando, poco a poco, lo que un día fue.

Madrid III

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Ese Madrid de callejuelas, la Plaza Mayor como centro y como excusa para sentarse en el suelo, tomar un café, lanzar besos al aire.












Las ventanas con postigos,











la Gran Vía rotunda,











el Parque de las Tetas, las tabernas con vino y vermouth.
















El Madrid que es rojo de ladrillo, las tejas antiguas, la Cibeles, la Plaza de España y Don Quijote y Sancho. El Madrid desconocido para los madrileños, el clima recio, el humo, los coches.















Y el Madrid militante.

Madrid IV

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La ciudad que puede, gracias a unos pocos,














transformarse en grito, en protesta y en rabia.










La que dibuja agujeros en la realidad















y piensa que todo está por hacer y todo es posible.

















La de los músicos callejeros,













los mendigos en la plaza, la depredadora, la que niega sueldos que la disfruten y techos donde guarecerse.

viernes, 29 de septiembre de 2006

Madrid V

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Esta ciudad me cabrea y me enamora a partes iguales. Ya no es la promesa no resuelta, el lugar en el que debería vivir, sino las calles a las que vuelvo, al menos una vez al año, para caminarlas con cuatro o cinco personas. Para recordar lo que soy, lo que quiero, el camino que sigo. Para calmar y para sentir.

A pesar de la gente, del ruido, de los semáforos que no dan tiempo a cruzar la calle, de las escaleras mecánicas por las que todo el mundo corre, de la prisa, el estrés, la individualidad exacerbada, el anonimato. Esta ciudad estruendosa y loca también es mi casa, también es mía, aunque la pise con tanta premura como los que viven allí y como los que también la odian y la aman sin decidirse nunca por un sentimiento u otro.