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domingo, 5 de febrero de 2012

Lucas

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La primera canción que le canté fue Yesterday.
La segunda, Waltzing Matilda, y pidió más.
Me vomitó encima, me tiré con él en una manta, le besé mucho, descubrí que le gustan las pelusas.
Creo que me he enamorado.

sábado, 1 de octubre de 2011

Niños

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Nico

A Nico no le gusta que le hagan fotos y la primera vez que le vi en persona se quedó dormido en la mesa del restaurante porque había ido de cumpleaños la noche anterior y se quedó en casa de un amigo. Yo no le pedí permiso: siempre le dije a su padre que quería retratarlo y se dejó, a regañadientes, porque es demasiado educado para decirme que no. Toca la batería, es asombrosamente guapo y juega al fútbol.

Hugo y Javi

Hugo ha cumplido tres años y yo no estuve, pero le veré este mes y volveré a besarle y abrazarle, me llamará "tita Olga", le haré cosquillas, le echaré de menos, terriblemente, cuando me vaya; me producirá la misma admiración que siempre comprobar la fantasía y la incansable disposición de su padre al juego y a la risa; cambiaré algunos bares por parques infantiles y atracciones, si las hay, y veremos alguna de esas películas que él ya ha visto 64 veces.

A Pau le conozco desde que nació, sin habernos encontrado nunca. He asistido, en la distancia, a una incubadora, juegos en la playa y en el parque, un rato con su padre quitándose los calcetines el uno al otro sin parar de reírse y alguna cosa más de la que no quiero acordarme. Tengo dos fotos suyas en el móvil. Tiene la mirada sabia de los niños que miran como las personas mayores que aún no han perdido el brillo en los ojos.

A Leo le he bañado mucho rato, le he hecho fotos gateando y ahora anda. Es un niño viajero que ya ha visto lugares a donde yo no he ido. Cuando su padre toca la guitarra, él aplaude, y su madre querría llevarlo de nuevo dentro -debe de habérsele olvidado la que lio cuando salió- y, a pesar de las noches sin dormir -que han sido más de las que puede recordar-, su mente siempre viaja a casa. Leo juega con su pelo, le da la mano y corretea.

También está Lucas, en Francia, al que aún no conozco pero al que he oído llorar y balbucear en ese lenguaje imposible de los bebés que solo entienden sus madres. Y Miguel, con una hermana nueva y recién estrenada, que juega con los coches de colección de su padre cuando él no mira. Y Gabriel y Carmelo, a los que por fin encontraré en la misma ciudad en la que conocí a sus padres.

Los hijos de mis amigos me han hecho estar pendientes de otros niños. Los veo en el PATH de Nueva Jersey, asistiendo con los ojos abiertos a un cuento narrado por su padre. En el autobús urbano de Mérida, intentando mantenerse de pie en las curvas; lanzando una pelota contra un muro, solitarios; descubriendo el mundo que está más allá de la esquina, fuera de la vista de los adultos, subidos en un triciclo de colores.

Siempre me pregunto cómo crecerán.


sábado, 1 de enero de 2011

Adiós, 2010

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Ha sido un buen año. Si hablo estrictamente de mí, ha sido un buen año. A mi alrededor, algunos no pueden decir lo mismo: ha habido pérdidas dolorosas, cambios de vida y caos laboral. Pero se casaron Celia y Luis y eso hizo que viera a Vanessa después de muchos años y que le devolviera la visita a Raúl, que ha acabado el 2010 comprándose un ático que tendré que ir a ver cuando lo amueble. Es uno de mis propósitos de año nuevo: ir a Málaga para quedarme hablando hasta las cinco de la mañana con un amigo. 

Se casaron Luis y Celia e hice pan y recuperé a alguna gente y alguien se fue. Alguien me mintió, pero luego descubrí que le ha mentido a todo el mundo. Viajé con Pupe. Se repitió, como siempre, el café de los domingos con Raquel y Joaqui y María y Almudena. Noelia y Juli se quedaron embarazadas. Seguí viendo crecer a Hugo y llegaron Gabriel y Leo a nuestras vidas. Vi a Nerea, a Jesús y a Begoña. He visto a casi todos mis amigos este año.

Y llegaron otros. Incipientes, pero generosos. Llegó Sara y llegó Roy, que ha sido una de las mejores cosas de este año que se fue. Y llegaron otros a los que no les pongo cara ni voz, o a los que les pongo cara, pero no voz, aunque da igual. Sevilla siguió sentándome bien. Fui a Nueva York y conocí a Robert, a Fernanda, a X, a Dennis, a Katty. Le compré una libreta a Elías. Los círculos se abrieron. Celebré el cumpleaños de Sonny Rollins. Me compré una nueva cámara. Salí a hacer fotos. Aprendí.

Aprendí mucho. Y compartí. Y sentí. Y quise. Y quiero. 
Lo demás, a estas alturas, ya no importa.

La foto es mía. El recorte es de Workinpana, porque yo no lo vi.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Irse

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Me he ido muchas veces, de muchos sitios. De tantos que no sé qué hice, ni dónde estaba, a los 23, ni a los 25, porque mi vida se divide por ciudades y no por años. He dejado de mudarme, por ahora, aunque tengo que consultar siempre el tiempo exacto que llevo aquí.

Si tú pierdes la memoria, qué nos queda.

El otro día leí un mensaje, cariñoso, que le escribí a un tipo del que no recuerdo nada. A algunos otros los tuve durante mucho tiempo dándome vueltas en el estómago, surgiendo como un ahogo que me atenazaba la garganta o sintiendo en ellos ese sabor a óxido que producen la rabia y el desencanto. Hubo gente que vino y se fue, a otros los eché, otros se largaron sin que ocurriera nada y sin despedirse. No hubo preguntas, ni el beneficio de la duda. En algún caso, incluso, hubo promesas de que no ocurriría nada.

-¿Sabes lo que me jode? Que esto nos va a pasar factura a los dos.
-No, hombre, qué va, ni de coña.


Y ésa fue la última charla, hace casi un año. Me revienta comprobar de qué manera absurda puedo ser tan poco observadora y tan clarividente a la vez y en ocasiones. Justo en las únicas ocasiones en las que me gustaría no predecir el futuro.

Pero luego me he acordado. Este fin de semana voy a ver a una mujer que no dudaría en coger un avión para venir desde Francia si yo lo preciso. He repasado mentalmente el único hecho relevante que tengo que contar, me he imaginado mis palabras y sus respuestas, porque estaremos tres allí, como siempre. He visto sus ojos, dos días antes, la mirada brillante porque yo la estoy mirando, el rímel en su sitio, el marco negro de ese brillo, he recordado su voz y su recuerdo me ha llevado a otras vidas que vivo a trompicones, repartidas y a esa manera que tiene alguna gente de hacerme decir con dos frases que estoy perdida, que deseo, que no sé si esto se llamará vacío, que hay desorden o que añoro. Aún más: a la manera que tiene esa gente de hacer que la bola enorme y hueca que me anida a veces se vaya en dos minutos, por un tiempo.

Hay gente que no va a irse.