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martes, 27 de agosto de 2013

Las Tesmoforias y Los Gemelos

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Odio las comedias. Cada vez que se programa una comedia en el teatro romano de Mérida, yo me muero de miedo, me retuerzo en mi asiento, miro al resto del público que se ríe como si fueran seres de otro planeta o como si se hubieran tomado diez copas antes (quizá debería hacer yo eso) y me sale una úlcera. Pánico, se llama, lo que yo le tengo a las comedias. También le tengo pánico a según qué tragedias sobreactuadas, pero eso se me hace más llevadero.

Este año, no. Este año me lo he pasado muy bien. Me lo he pasado muy bien en el festival, en general, eso es cierto. Ha habido, como todas las ediciones, una obra tremenda, muchas charlas con los amigos, mucha cena y desfase dietético, mucho debate (no hay nada que nos guste más que opinar de teatro) y un puñado de obras de todo tipo. Aunque alguna ha sido fallida, como Julio César (un texto estupendo, mal empastada), también nos ha regalado algún momento (Sergio Peris Mencheta y su discurso: cuánto amor a Shakespeare).

Ana Trinidad en su silla. Foto: Jero Morales.

Pero es que me lo he pasado muy bien en las comedias. Eran proyectos de varias compañías extremeñas. Triclinium Teatro y Samarkanda para Las Tesmoforias; Oscuro Total y Verbo Producciones para Los Gemelos. De Las Tesmoforias se me olvidó la parte cómica (salvo algunos momentos), porque me quedo con la interpretación de Fermín Núñez (qué guapo, este hombre, por cierto) espetándole su sentido de la tragedia a Aristófanes. Es que a mí me gustan más las partes serias...

En el teatro siempre pasan cosas. Pasan tantas cosas que, tres días antes de estrenar, Ana Trinidad se hizo un esguince de rodilla. Baja inmediata, le dijo el médico. Hasta el lunes no puedo, respondió. Salió en silla de ruedas, se creció como si estuviera de pie y ella, Fermín y los demás me regalaron la primera comedia de la que no salgo horrorizada, por cierto. Y eso, tratándose de mí, es un gran cumplido.

Las Tesmoforias. Personaje delirante. Jesús Martín Rafael. Foto: Jero Morales.

La escribió Juan Copete. Este año le he abrazado mucho. A él y a Esteban García Ballesteros, dos flanes, rediós, con la de veces que ha escrito para el teatro romano el uno y con la de veces que se ha subido al escenario el otro. Qué nervios, qué trasiego. Qué divertido, al fin.

Los Gemelos. Aquí Erotia, aquí un amigo.
La semana siguiente llegaron Los Gemelos. Y me reí. Me reí mucho con Esteban y me reí mucho, mucho, hasta dolerme la tripa, con Pepa Gracia (esa Erotia) y Ana García (una Andrea que no sabe ni enfadarse), de las que no conocía esa vis cómica. Los periodistas culturales, con Paco Vadillo a la cabeza, estamos pidiendo porfavorporfavorporfavor un mano a mano Ana Trinidad-Esteban García Sánchez en otra comedia en el teatro para el año que viene.  Porque hemos visto mucha comedia horrible en ese teatro, no se pueden ni imaginar las cosas que me he tragado yo en ese teatro (alguna de tres horas, y ese fin de fiesta (una comedia sin más pretensión que la de hacer reír, sin ínfulas de intelectualidad alguna, chorrada tras chorrada comenzando por la escenografía y terminando por el vestuario) ha sido el mejor que podría haber deseado para el Festival.

Es la única obra que he visto este año dos veces. El último día de representación, apareció por allí Pau Gasol (que por lo visto está yendo a un fisio buenísimo que hay en Montijo y está haciendo mucho turismo por Extremadura). El teatro rugió y le aplaudió. Debe de ser tremendo eso de que te aplaudan 3.000 personas así, nada más llegar a un sitio. Se rió con la obra. Nos reímos todos, de nuevo, mucho. Por favor, que alguien grabe el monólogo de Ana García.

Ana García, Andrea, en el centro. Genial.

Si el año pasado o hace dos alguien me hubiera dicho que yo iba a ver una comedia dos veces en el teatro, no lo hubiera creído. 

Pero en el teatro siempre pasan cosas.

jueves, 11 de julio de 2013

Fuegos

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Jero Morales

Qué aburrido hubiera sido ser feliz.

Qué aburrido hubiera sido ser feliz y que el dolor no hubiera creado nada.

No resulta fácil transformar un espacio de tres mil butacas en un lugar íntimo y pequeñito. Ni que se te olvide que ahí, sobre el escenario, están Ana Torrent -soy Ana, soy Ana-, Cayetana Guillén Cuervo, Carmen Machi, Nathalie Poza y veas, realmente, a María Magdalena, a Marguerite Yourcenar, a Clitemnestra, a Safo de Lesbos. Ni que, de nuevo, como en tres o cuatro obras solamente antes de esta, hayas tenido la necesidad, la necesidad real, de dar las gracias a todos y cada uno de los miembros del equipo: desde el iluminador hasta los técnicos, desde el director -José María Pou-, hasta la productora.

Nosotros podemos hacer esas cosas, después.

A mí se me olvidó respirar.

Jero Morales

Me daba cuenta luego, cuando era consciente de que me estaba quedando sin aire. Vi a María, la de Magdala, contenta y virgen como una niña chica, esperando su noche de bodas con Juan, el discípulo amado al que le repugnaban las mujeres y que la abandona para que ella caiga en brazos de otros hombres porque a veces el adulterio es otra forma de amor y porque, a veces también, pasas el tiempo acostándote siempre con la misma persona, aunque nunca estés con ella en una cama.

Yo no sabía que otro había amado a Juan antes de que yo lo amara, antes de que él me amara a mí. Yo no sabía que Dios era el remedio que buscan los solitarios.

Jero Morales

Hemos escuchado muchas veces a Clitemnestra, allí. No: no la hemos escuchado a ella. Hemos visto lo que hacía, solamente. La mujer vengativa que mata a su marido porque él llega con otra, casi una niña, y porque él ha matado a su hija, a la hija de ambos, para ganar un botín de guerra.

Nunca se había puesto delante de mí para contarme su historia.

Las mujeres siempre somos malas.

Dejar de ser amada es convertirse en invisible.

Pero yo quería obligarlo a mirarme de frente por lo menos al morir: por eso lo iba a matar, para que se diera cuenta de que yo no era una cosa sin importancia que se puede dejar o ceder al primero que llega.

Jero Morales
Safo quiere volar para morir. Es acróbata, como en otros tiempos fue poetisa, pues la índole especial de sus pulmones le obliga a escoger un oficio que pueda ejercerse entre la tierra y el cielo. Recorre los puertos para buscar a Attys. Pero encuentra a un hombre: qué error tan grande creer que había un hombre joven.

El desamor.

La creación. El trabajo de construir a un personaje que no sea, nunca, tan limitado como tú eres. Hacerlo caminar y controlarlo, para que te enseñe las cosas de las que eres capaz. Para que, escuchando, yo me acuerde de las noches de frío. De las veces que abandoné o me abandonaron. De la forma de reaccionar. De si el dolor te hace crecer o es únicamente dolor.

De por qué solo escribo cuando tengo que explicarme.

sábado, 6 de julio de 2013

Cuando tocan los amigos

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OEX ensayando. La hice con el móvil, sí.
Conozco ese teatro como la palma de la mano y siempre me asombra estar allí. Si la obra es una mierda, me dedico a ver las columnas. Una está mal colocada. Al final, entrar por primera vez cuando comienza el Festival de Mérida al ensayo general, al primer ensayo general, se ha transformado en un rito. Recorrer la rampa, esperar a que enciendan las luces para no matarte con las piedras, quejarse porque el aire acondicionado no funciona otro año más, saludar a los técnicos de sonido a los que ves una vez al año, enchufar los cables, hablar con los compañeros, que los compañeros te pregunten si te ha gustado y qué esperas de la obra, acabar a las dos de la mañana, dormir poco, escribir, sacar cortes.

Y el estreno.

Ver ese teatro lleno, ese teatro que son dos teatros y dos pueblos enteros, esas casi tres mil localidades una al lado de la otra, es una bestialidad. Siempre te encuentras a alguien (una pareja de un amigo, unos turistas) que lo ve por primera vez, que te cuenta la maravilla que es y que tú sabes, porque cada vez que viene alguien haces lo mismo: pagas la entrada del Consorcio, lo llevas al vomitorio central, haces que se tope con Ceres en el centro y le miras la cara. 

Maribel Gallardo. Foto de Jero Morales.
Ayer se estrenó Medea. Abrió la Orquesta de Extremadura con la Medea de Barber. La obra nos la sabemos de memoria: las distintas versiones y el encargo de Corinto y por qué mata a sus hijos y por qué mata a Creusa, o a Glauce, y lo hijo de la gran puta que es Creonte, así que no es difícil, no fue difícil, imaginar un ballet mientras tocaban. Esperanza Rayo y yo lo comentamos, las dos con la boca abierta, cómo componía este señor, de dónde el desamor, la desesperación y los celos. 

Y luego salió el Ballet Nacional y yo me acordé de Treme. De la necesidad de conservar la propia historia y la propia cultura, de la necesidad de reconocer lo que es tuyo. Lo que tienes en casa, lo que ha nacido en las exiguas fronteras de tu país, cierta tradición actualizada. Y ese animal que es Maribel Gallardo encima de un escenario.

Hacía mucho tiempo que no veía a dos mil personas puestas en pie gritando y aplaudiendo durante horas. Y cuando José Antonio Montaño hizo que la Orquesta se levantara y el público de Mérida, que no era de Mérida solamente, se vino arriba y actuó como actúan los hinchas en un campo de fútbol, como yo no recordaba que hubiera pasado nunca -solo en Nueva York, en el concierto de Sonny Rollins, he visto un comportamiento así de enfervorecido-, para que se percatara quien se tiene que percatar del orgullo de tener esto aquí, fue como un cumplimiento.

Luego, lo de siempre: el peristilo, las declaraciones, los abrazos, la euforia. Y una charla con copa hasta las cuatro y media de la mañana que se queda dentro de esas cosas que los periodistas conocemos del Festival y que no vamos a contar nunca en público.

No pudo haber mejor comienzo.

miércoles, 3 de julio de 2013

'El club de La Lonja', la crítica del Festival

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Este texto NO es mío. Es de mi amigo Paco Vadillo y se publicó en El Peristilo del Teatro Romano.


Cuando cae la noche de los veranos emeritenses, un grupo de periodistas que trabajan en Mérida se citan, desde hace más de un lustro, en la cafetería de la Lonja Agropecuaria de Extremadura. Realmente no se conoce bien si este dicharachero grupo escogió el bar, o el bar les escogió a ellos. Lo cierto es que la ubicación del establecimiento, justo frente a la puerta lateral del Teatro Romano, lo convierte en el punto de encuentro perfecto para las charlas más secretas, divertidas y estrambóticas de los periodistas que cubren la información ‘festivalera’. Porque cuando finaliza junio, ‘El club de la Lonja’ vuelve a su actividad.
Es una ‘club’ sin estatutos, ni junta directiva. Sin fin social ni subvención. Es un ‘club’ ficticio que se ha convertido en una tradición, y que se convierte cada verano extremeño, en una mesa de análisis, crítica y tertulia sobre el contenido del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Y es cierto que allí, en La Lonja, se reúnen casi todos los profesionales que cubren para sus respectivos medios la información del certamen, pero el club sólo lo conforman un pequeño y heterogéneo colectivo de periodistas. Quedan incluso dos horas antes de los estrenos, de los ensayos y en días sueltos durante el Festival. Y con los años, ser, pertenecer y vivir ‘El club de la Lonja’ se ha convertido más en una necesidad que en un placer…Y cuando los quehaceres se convierten en ‘necesidad’ se conforma algo sólido. Los años han solidificado este grupo de amigos/periodistas que sobre todo, y por encima de todo, aman el Festival de Mérida.
En esas tertulias, acompañadas siempre de una tapa o ración, y su respectivo refrigerio, no sólo se analiza el montaje de turno, sino que se comenta cada detalle organizativo y folclórico del evento cultural. No son expertos, al menos no lo son todos, en periodismo cultural, pero su amor por el Festival les convierte en un sanedrín peculiar, diferente, que cada año gana adeptos. Es más, han sido muchos los directores, jefes de prensa y productores del festival que se acercan a estas reuniones, no sólo para saludar, sino para conocer la opinión sobre cada uno de los montajes que estos profesionales ofrecen. No son opiniones más, son opiniones de quien siente el Festival como algo suyo. Y esto, que puede parecer bohemio, es hasta peligroso, puesto que el nivel de exigencia tan alto muchas veces no permite al ‘Club de la Lonja’ dirimir sobre la calidad de un montaje…Pero cada maestrillo tiene su librillo, y sentirse en propiedad de algo, en ocasiones, no te deja ser objetivo. Pero hasta con sus lastres, este improvisado club, es una delicia de la que me siento parte.
Y para que conste, y con el máximo respeto a los compañeros que lo conforman, no podría acabar esta entrada en el blog sin contaros quién forma parte de un ‘club’, que por supuesto está abierto a los profesionales del periodismo amantes del certamen.
A día de hoy, este grupo lo conforman Esperanza Rayo, periodista del gabinete de presa de la Consejería de Cultura. Es, sin duda, la profesional que más sabe, conoce, ama, disfruta, de la cultura extremeña. Ha trabajado siempre como una ‘jabata’ y el Festival forma parte de su DNI. Inma Salguero, “la voz” de la Cadena SERen Extremadura, y este apelativo, sin intención de menospreciar a ninguno de sus compañeros de la emisora de Prisa, se lo pongo yo, porque la conozco a nivel personal y la veo luchar por su empresa y transmitir la cultura desde las ondas como nadie. Es además de una gran amiga, una excelente profesional. Fue la “voz en off” del Festival. Y conoce los entresijos del certamen a fondo. Enrique Treviño, nuestro ‘Quique’. Amor gaditano por los cuatro costados. Quique es de los profesionales que más años lleva cubriendo el Festival de Mérida. Es el responsable que el evento emeritense haya guardado sonidos históricos durante años. Además, entre sus múltiples premios consiguió el ‘Premio de Periodismo Radiofónico Pepe Andreu’ de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche por el programa ‘Margarita Xirgu, la primera actriz’, presentado por Radio Nacional de EspañaOlga Ayuso, la voz, las manos y la cara de la Cultura en Canal Extremadura Radio. Su programa es el faro cultural en los medios de comunicación de Extremadura. Su ácidez, pone la nota de color siempre, a cada análisis que el ‘club’ realiza, es imprescindible. Sandra Hernández, quien nos lleva en imágenes, gracias a Canal Extremadura TV, los estrenos teatrales de la región. Cubre la información para la tele autonómica dándole un toque de calidad en cada una de sus piezas, porque conoce, desde hace muchos años, el universo cultural de la región. Además, es una de las compañeras más amables y cariñosas de la profesión.
Completa el grupo un servidor, que lleva desde pequeño viviendo el festival, gracias a mi madre, que desde que tenía 8 años compraba los abonos para no perdernos una sola obra. Y gracias a mi profesión puedo hablar del festival en la Cadena COPE, pero también lo he hecho para el diario HOYABC y la emisora municipal de Mérida.
‘El club de la Lonja’ no es un grupo cerrado, siempre se nutre de nuevos compañeros, o viejos que quieren charlar y divertirse. Vivir el Festival de forma más intensa. Una excusa para hablar de teatro, de Festival y reunirnos. Queda un mes para la primera reunión…se apuntan?

El festival, para nosotros, comienza oficialmente mañana a las once y media de la mañana.

Y sí: es nuestro.

viernes, 31 de agosto de 2012

El final, de nuevo, y La Lonja

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Yo enterré a mi hermano y quizá no debí hacerlo. Perdí a mi familia, y a mi hermana cobarde, y me enfrenté con mi tío...

Así podría comenzar una Antígona. Hace unos días, Amparo Baró, que pudo estar en el Festival de Mérida pero no estuvo, hace muchos años, me dijo que le hubiera gustado representar Antígona. Ayer se lo recordé:
-Estoy muy mayor para ese papel.
-¿Y una Antígona que recuerda?
-Oye- se asombró, y me miró con extrañeza y lo pensó unos segundos:-Qué buena idea.

Amparo Baró, por Jero Morales.


Miguel del Arco, luego, me reconoció y me abrazó, muchas veces, con mucha alegría. Y vi a Alicia Hermida con su marido y me dio vergüenza acercarme porque hace muchos años que la entrevisté y Cayetana Guillén Cuervo me sonrió y me apretó el brazo y miré los ojos azulísimos de Héctor Alterio, tan grande, tan grandísimo, y vi una proyección en 3D que me hizo olvidar los 700.000 euros que ha costado la gala y todo lo demás porque sé, desgraciadamente para mí, que este Festival no ha tenido un Juicio a una zorra, ni una Medea dirigida por Tomaz Pandur, ni unos Persas de Calixto Bieito; ni un bailarín como Ángel Corella haciéndome descubrir la danza, ni una Antígona del siglo XXI haciéndome reflexionar sobre el amor y sobre mi profesión.

Pero a Amparo Baró le pareció magnífica una idea mía.


Mapping de Romera Diseño e Infografía, por Jero Morales.

Y eso es muy tonto, porque es muy tonto, y porque no era oportuno ni necesario que yo tuviera un recuerdo que voy a tener, pero me gustó escuchar a Juanjo Seoane hablar de ópera y hablar de la subida del IVA, mañana mismo ya, y a Juan Echanove, a quien, años después, le agradecí el haber dirigido Visitando a Mr Green solo para mí (una de esas obras con la que yo establezco siempre una comparación, como lo hago con Los chicos de historia de Pou). Pero también hubo una cierta vindicación de la profesión teatral (con los grandes nombres, sí, que en otros lados son motivo de orgullo -no me imagino a los ingleses pateando a John Gielgud, por decir alguien que es una clara referencia- pero que aquí lo son de cainismo) y la hubo en un momento en que las políticas culturales públicas asimilan cultura con entretenimiento y el rédito económico lo sobrevuela todo. Y se propició, además, una cierta reconciliación con algunos de esos actores a los que en el anterior Festival no les pagaron, o no les dieron de alta y supongo, también, que eso es bueno en cierta medida y compartir la indignación recitando un parrafito de Las Avispas de Aristófanes para descubrir que todo, arriba y abajo, gobernantes y gobernados, sigue exactamente igual.

Periodistas.

Ya se han acabado las citas en La Lonja. Estos de ahí arriba, conmigo, son mis compañeros. Muchos de ellos quedamos hora y media antes de los ensayos y antes de las obras: en la foto faltan un par de personas importantes, pero los demás, unos y otros (sobre todo un núcleo duro: Inma, Sandra, Esperanza, Kike, Paco y yo), llevamos compartiendo, durante seis años, nuestro concepto de teatro, nuestro concepto de cómo ha de dirigirse un festival y nuestro concepto de los clásicos que nos sabemos de memoria. Porque nosotros podemos repetir el parlamento del hombre de Antígona sin respirar, y sabemos por qué Medea decide matar a sus hijos y cómo Las Asambleístas no es, ni de lejos, tan feminista como la pintan y nos miramos al final de una obra y sabemos lo que pensamos de todas las interpretaciones, de la versión del autor y de la escenografía y la luz. Hemos escuchado mil veces las palabras "marco incomparable" y nos han prometido más de mil que este año, esta vez sí, señores, se recupera lo que han dado en llamar "la esencia grecolatina" y que nos hace reír o asustarnos dependiendo del humor del día. Nos comentamos dudas, nos intercambiamos opiniones, lanzamos ideas sobre reportajes y tenemos siempre la misma esperanza cuando se apagan las luces: descubrir algo que nos haga aprendernos, que nos cambie la vida, que nos suscite debate, que genere controversia (no la controversia fácil, sino la que te hace plantearte). Sabemos de la dificultad de girar unas obras que se realizan para un espacio que tiene 50 metros de ancho y de la dificultad que hay cuando se cambia de director una y otra vez porque no se puede realizar un proyecto reconocible. Nos ilusionamos a la vez y, también, nos decepcionamos a la vez. Y eso ocurre una vez al año, en torno a un proyecto que esperamos cada mes de julio con una sonrisa, aunque no durmamos nada en ocho semanas. Ocurre una vez al año y, aunque nos traguemos propuestas horrorosas (que nos las tragamos), el primer día, el primer encuentro, esa frase que decimos siempre ("ya estamos aquí otra vez") nos abre una etapa que somos muy afortunados de vivir y de poder compartir con los amigos.

sábado, 7 de julio de 2012

Citas

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Era un lunes de agosto, después de un año atroz, recién llegado. Recuerdo que de pronto amé la vida, porque la calle olía a cocido y a cuero de zapatos.

José María Pou, en Hélade.

La muerte se muere a cada instante. Renace a cada instante, lo mismo que la vida. Desde hace millares de años, mozos y mozas bailan bajo los árboles de renovado follaje. Álamos, pinos, robles, plátanos y esbeltas palmeras. Y seguirán bailando dentro de millares de años con rostro ansioso de deseo.

Concha Velasco, en Hélade.

Tengo 47 años y soy feliz, porque estoy sentado aquí, en un rincón privilegiado, y dentro de este día, que no es de ayer ni es de mañana.

Lluís Homar, en Hélade.

Que no soy marinera y pierdo el norte.

Silvia Pérez Cruz, en Hélade.

miércoles, 4 de julio de 2012

Hélade

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Amo estas piedras. Por estas piedras, y por lo que pasa en ellas dos meses de verano, he callado lo que debería haber dicho. Me han construido y me han dado forma. Me regalaron la danza y unas charlas, buenas, geniales, con Alicia Hermida (sobre libros, por encima de todas las cosas); con Emma Suárez (sobre el miedo, el patetismo, la confianza -esa esperanza firme que se tiene de alguien, o de algo; la que a veces se tiene, la que te piden no tener-); con Calixto Bieito; con Pau Miró; con Marta Etura y Antonio Gil; con Carmen Machi; con Ángel Corella; con José María Pou.

Me recibió dándome la mano y al finalizar me preguntó: ¿Puedo? Y nos dimos un medio abrazo tímido, porque hablamos de los niños que sueñan, como decía Sir Michael Gambon, de esos niños que sueñan y luego quieren ser actores de teatro. No le pregunté sobre la mentira y quizá no hubiera sabido responderme.

 Imagen de Brígido.

Llevo tres días pensando sobre la mentira. Sobre lo que se cuenta y lo que no, lo que se dice y lo que no, lo que no se tenía que haber dicho, los mensajes que no sabes descifrar porque dejaron de ser claros hace mucho tiempo, sobre las personas a las que querrías en tu vida aunque ellos no te quieran en la suya, sobre la esperanza (de nuevo, esa puta), sobre el poso que dejan las buenas obras de teatro (la educación, que no sirve para nada por muy libertaria que sea; el sistema que te engulle, las relaciones con los amigos que no son amigos; la camaradería que comienza, siempre, por alguna parte: una apertura pequeña, un pequeño secreto, una necesidad imbécil de que la otra persona sepa, quizá, quién eres).

Estas piedras me han aburrido, me han hecho enojar, me han traído el sabor terroso de la envidia y me han salvado la vida como me la van a volver a salvar esta noche. Sé que, si no hubiera estado la esperanza puesta en Hélade, en una entrevista con Pou llena de miedos, en un proyecto que no puede morir porque sería un horror que muriera, mis tres últimos días habrían sido muy distintos y mucho peores. Theo Angelopoulos, Joan Ollé, Pou, Concha Velasco, Maribel Verdú, Lluís Homar y Ara Malikian y Séneca y Kavafis y Elytis y Ritsos van a hacer que me olvide, un rato, que se detenga el tiempo, un rato, que desaparezca el dolor, un rato, y que vuelva a ilusionarme como si no hubiera nada más en el mundo que unas cuantas personas recitando para mí, solo porque yo vivo y soy y actúo, aunque actúe muy torpemente con algunos que me importan.

Faltan dos horas, que a veces son eternas.

jueves, 18 de agosto de 2011

Emma Suárez

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Le brillan los ojos cuando hablan, le brillan mucho y, cuando confía, no tiene miedo de ser patética, ridícula o extremadamente divertida. Durante este Festival hemos hablado mucho del miedo. Del miedo a subirse a un escenario, del miedo a desnudarse y a que no te mimen, del miedo a no creer que lo que haces es verdad, del miedo a que los demás no entiendan qué historia pretendes contarles. Lo he hablado con Anna Allen, la mujer más cariñosa del mundo, y con Antonio Gil y con Helio Pedregal y con Marta Etura. El miedo a exponerse y, a la vez, a no estar lo suficientemente expuesto. La infinita suerte que es trabajar narrando y siendo otros.



También lo hablé con ella, con esa mujer menudita de ojos pequeños, una de las criaturas más bellas que he visto jamás. Cuando hilvana las frases (yo estaba asustada, iba precedida por comentarios negativos: he de aprender que conmigo siempre son distintos) descubro que es aún más guapa por dentro que por fuera, que tiene una inteligencia intuitiva maravillosa, un compromiso con su femineidad que va más allá del hecho azaroso de ser mujer. Y por eso habla de cuando a las mujeres no se nos escucha. De esa ignorancia sistemática a la que nos someten por el hecho de ser mujeres. De que César no escuchó a Calpurnia cuando vaticinó mediante sueños que iba a morir. Del dolor que supone que alguien no confíe. De que a veces ocurre que un hombre, Borja Ortiz de Gondra, puede escribir un texto profundamente feminista y que otro hombre, Norberto López, no tiene miedo de que su actriz se transforme en un pajarito. Y ella confía, vuelve a confiar, y habla de los hijos que no tuvo, que no va a tener, de la necesidad de sentir un cuerpo dentro de su propio cuerpo, del dolor ante la muerte de aquel a quien amas, de la ternura inmensa de una mujer sabia que luego eligió quedarse sola.

La entrevista a Emma Suárez y Norberto López está aquí

La imagen es de Ceferino López.

jueves, 21 de julio de 2011

Antígona del siglo XXI

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No estoy acostumbrado a trabajar en eventos de este tipo.

Emilio del Valle dirige y escribe, con Isidro Timón. Y crean o recrean un texto de Sófocles con reminiscencias de Esquilo. Blanca Portillo lo dijo: "Lloré como un bebé". Y yo, que soy una descreída con lágrimas difíciles, asistía escéptica a los monólogos, a la declaración de intenciones del coro, a las palabras de ese Tiresias hablando de José Couso, de las noticias como espectáculo, de apagar la cámara porque lo que no se cuenta no existe y lo que no se nombra no existe y lo que no sale en la tele no existe. Antígona llegaba muy desnuda ya antes de quitarse la ropa. Y nos fue desnudando a todos. Por el amor. Y las lágrimas fueron surcando las caras, calladas, despacito.

Luego llegó la fiesta. Estar con los amigos, abrazar, dar las gracias, bailar con desinhibición, reír mucho, el llanto que se transforma en felicidad y la cabeza que quiere recordar un texto hermoso y publicarlo y releerlo.


Me harían falta mil años para explicar con palabras lo que siento por ti, pero me sobraría un minuto para poder verte otra vez.

jueves, 14 de julio de 2011

Asteroide 1583 / ¿Para qué? / Antígona de Mérida

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Es un guerrero. Se llama Antíloco, guarda un dolor de cinco mil años y está enamorado. Quiere contar su verdad, lo mismo que la esclava de Andrómaca nos muestra cómo, si somos espectadores, nunca pasa nada.

Últimamente no paro de ver soldados. En Game of Thrones, por ejemplo. En Antígona de Mérida: nacionales, milicianos. El honor. El dolor. La guerra.

No sé por qué me gustan tanto las espadas.

Sí sé por qué disfruto. Incluso cuando no he disfrutado, cuando quería que se acabara. El teatro me hace ver quién soy. Lo que podría ser. Me cuenta. Y me obliga. Ahora, a ponerme en la piel de un hombre, con la sensibilidad de un hombre y con la sensibilidad de un actor que dice no estar en su mejor momento, precisar de una armadura, y que habla del miedo a mostrar su vulnerabilidad. Volvemos a transitar sobre el miedo. El miedo del día del estreno. El miedo a no haber captado bien qué quería contarme alguien. El miedo a no saber cómo transmitirlo. La cobardía que no se admite.

Las excusas. Una y otra vez.

Quizá sí sea posible elegir.


jueves, 7 de julio de 2011

Ya estamos aquí otra vez

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Ya estamos aquí otra vez.

A las once de la noche, en la puerta de actores, la puerta lateral, con la arena entre las sandalias, los cables por el suelo, los auriculares, te entra o no te entra, el sonido está bajo, qué te ha parecido, cómo la ves... Se suceden los nombres: Calixto Bieito, Mario Gas, Tomaz Pandur (soy yugoslavo y Yugoslavia ya no existe), Blanca Portillo, Rafa Castejón, Julio Bocca, Ángel Corella, Helena Pimenta, Laila Ripoll, Alicia Hermida. Se suceden los nombres y los ritos. Brindar en los estrenos con los amigos. Comentar las obras de teatro. Tomar una copa en la terraza antes de volver a trabajar, dormir muy pocas horas; elegir la obra a la que mimar, porque siempre hay una obra a la que mimar. Sentir que da igual: que dan igual los cambios, porque va a transcurrir un año más y siempre habrá ese cosquilleo cuando comienza el Festival de Mérida: siempre ese cosquilleo, siempre la misma pena cuando acaba.

Y el aprendizaje. Lo que aprendo de teatro, de esta manera de mirar la vida de forma distinta.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Blanca Portillo - Festival de Mérida

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Venía vestida de verde, por aquello de la esperanza. Sonia me dejó la chapa de Medea/Portillo que Ceferino López hizo para la obra de Tomaz Pandur que la tuvo como protagonista. Blanca Portillo ha venido a dirigir el Festival de Mérida. Con rigor. Hablando de los clásicos que nos interpelan y diciendo que estamos en el siglo XXI. A esta mujer la hemos visto escoger obras de teatro arriesgadas para sus papeles protagonistas, sabemos de su gran capacidad de trabajo y del compromiso que tiene con la profesión. Son cosas que también conocemos de Chusa Martín. Yo, desde ayer, sólo he pensado en una palabra, como una salmodia: "criterio", "criterio", "criterio". Una visión. Una visión, una idea de lo que tiene que ser Mérida: de lo que fue y de lo que no ha vuelto a ser.

Hacía mucho tiempo, muchísimo, que no tenía tantas ganas de que llegara julio.

Foto: Cefe López.

viernes, 21 de agosto de 2009

Ayer se acabó el verano

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Esta mujer me acompaña desde que tenía 13 años y la vi por vez primera en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. Cada verano me la encuentro, allí arriba, entre las columnas centrales, cuidando el paso de los actores, vigilante. Cada verano brindo al final por el final, en el peristilo que también enseño cuando vienen mis amigos de turistas.

Cuando se acaba el Festival, se acaba el verano. A los nervios del primer estreno (que me perdí) le suceden el cansancio de las jornadas laborales agotadoras ("¡gracias, Dioses, por fin se acabó!") y la tristeza. Brindas. Quieres quedarte, pero tienes que irte a trabajar. Y recuerdas. Al Brujo y su lección de teología; el deslumbramiento que fue Ángel Corella; la generosidad de Tamzin Townsend; los monólogos brutales de Edipo; un barco hecho con desechos y unos niños que aprenden y esa Medea comprensible, muy amable, en sentido estricto, que ha construido Tomaz Pandur.

El calor volverá pronto. Volverás a pedir una botella de agua en la barra, a echar un cigarro mientras ensayan los actores, a enchufar los cables mientras sostienes un plato de jamón, a mirarte en los ojos de los amigos... y a mirarlas, a mirar esas piedras que te sabes de memoria, como si fuera la primera vez.

Hasta el año que viene, susurro.

La imagen es mía. Que fue lo máximo que pude hacer con un 250mm.

jueves, 13 de agosto de 2009

Retrato

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-Oye... ¡Tú eres una gamberra!
-No lo sabes tú bien.
-Sí que lo sé, que te tengo calada del otro día.

Me enamoré de él, o de Dante, en Martín (Hache). Y me ha caído mucho mejor de lo que yo pensaba. A su puro estilo.

Y sí: he sido gamberra.

La imagen, supongo, es de Ros Ribas y pertenece al Festival del Grec 2009. La mujer que lo acompaña, a Eusebio Poncela (Edipo) un encanto, es Rosa Novell... (o Yocasta).

martes, 28 de julio de 2009

Carmen Corella. Iain Mackay

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Muchas veces es más difícil decir algo por medio de palabras que por medio de la danza”. No me lo creí, por supuesto, tengo en alta estima a las palabras, más que a cualquier otra cosa del mundo, a pesar de lo traicioneras y lo malinterpretables que pueden ser en toda ocasión. Y ni siquiera me planteaba cómo se podía hacer que un movimiento, o muchos entrelazados, contara una historia sin el concurso de un texto. O cómo alguien (en este caso, el coreógrafo, Ángel Corella) podía ver la historia y los pasos escuchando la música de un autor, Prokófiev, al que él ha bailado además un sinfín de veces y en el mismo papel que ahora interpretaba Iain Mackay. De hecho, una tiene su sensibilidad y su gusto educado, más o menos, a base de lecturas (Shakespeare incluido), teatro y algo más, pero ver un espectáculo de danza clásica, hasta hace cuatro días, no me atraía lo más mínimo. A veces los milagros ocurren y ahora escucho a Frank Sinatra y me imagino a un tipo vestido con pantalones negros y camisa blanca bailándome el Come fly with me: qué se le va a hacer. A mí cuando algo me da, me da. Como diría Suntzu.

Yo fui Carmen Corella. Eso ya lo he contado. Pero en realidad, lo descubro ahora, soy un poco más Iain Mackay. Soy el Romeo que llega corriendo, con la mirada perdida, buscando entre los balcones (entre las columnas del teatro romano) a la mujer que ama y sabiendo, porque lo sabe, que esa mujer se le va a escapar. Soy su desesperación a ratos, la forma en que intenta calmarla (no tengas miedo, soy yo, estoy aquí: tener, ser, estar, los verbos en los que se resume nuestra vida), la pasión con que la alza del suelo, porque quiere verla volar sin temores y soy, además, ese tipo de abrazo, el abrazo que es ardor y que es también protección, el capullo acogedor que te demuestra que todo va a estar bien y no va a ocurrir nada, aunque sea mentira y tú lo sepas.

Debí haberlo escrito de otra manera: yo fui Iain Mackay y quise haber sido Carmen Corella. Al fin y al cabo, yo suelo identificarme con ellos, más que con ellas. Lo bueno es que aquí, en este concreto pas de deux, no vi a una mujer, en el concepto más asqueroso de la palabra mujer, que existe, y de qué forma: la mujer que suspira por el príncipe azul y que no es más que un sujeto pasivo de toda historia, tan delicada ella y tan rompible. Y ni siquiera quiero decir que sus movimientos no fueran delicados, porque lo eran y nunca vi nada tan etéreo transmitir tanta fuerza. Quizá porque Julieta, la Julieta de Carmen Corella y de Ángel Corella, no es más que una criatura asustada, como tantas, como yo. Una náufraga, entre la seguridad de su vida tal y como es y la zozobra que le produce una relación que no sabe cómo va a acabar pero a la que no puede sustraerse. Y esa cualidad, tratándose de la historia romántica por excelencia (aunque los románticos, ya lo sabemos, acabaron todos suicidándose y con tuberculosis), qué quieren que les diga, es todo un alivio.

Llevo, desde que la vi, haciéndome preguntas. Qué gracioso: no sé si alguien se ha planteado el sinnúmero de reflexiones a los que te pueden llevar veinte minutos de danza. A dónde voy yo con mis propias historias pequeñitas. A dónde fui una vez y por qué. Qué desesperación, si es que lo era, me llevó a buscar lo que no podía ser encontrado, sin tener conciencia ni de lo uno ni de lo otro. Qué hace a alguien querer esa comunión con otro tú. Por qué las ideas de lo que debe ser, de lo que es correcto, de la obediencia, acaban siempre influyéndonos y hasta condicionándonos, aunque nos dejaríamos ahorcar antes de admitirlo. Por qué los finales son un hundimiento, siempre. O si quiero que me abracen así. Cuántas veces he querido antes que me abrazaran así.

Todo eso me pregunto.

Me pregunto sobre el amor, los naufragios y las despedidas.

Para Rachel, que me lo pidió.

La foto es de Fernando Bufalá. Que, por cierto, no sólo hace fotos hermosas: baila impresionantemente.

sábado, 25 de julio de 2009

Kazuko Omori

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Volví a verlo todo. Con distintos bailarines en los papeles principales. Con Carmen Corella, de nuevo, intentando contenerse sin conseguirlo (qué manera de contar una historia: las zozobras, la pasión, la urgencia, el dolor de la despedida). Volví a verlo todo sin parpadear, a ver dónde ponen el pie y cómo se colocan, y pensé en las horas de trabajo, la dieta, los ensayos, los viajes (hoy estarán en Mérida y mañana van a Olmedo), el peligro de la carretera, el exilio, el desarraigo, la incomprensión y todo lo que sigue: lo que no adivino siquiera.

Pero luego salió esa mujer. Es pequeñita, tiene una cara muy dulce, debe de ser muy joven y parece un junco. Se llama Kazuko Omori y ya dije que se confundía con el suelo y las columnas del teatro romano de Mérida en Clear. Mucho del mérito, en esto, es suyo. El resto, también, es de los magníficos, insuperables e hiperprofesionales técnicos de iluminación, que deberían haber bajado también a saludar.

La vi, decía, con Ángel Corella en Diana y Acteón y hubo un momento, varios minutos, en que se me olvidó mirar a Corella y se me olvidó mirar sus pies. A esa mujer habría que ponerle unas gafas de sol cuando sale a bailar. Sale sonriendo, sonríe a todas horas, pero no es eso lo que impacta. Es la manera en que se le ilumina la cara. Y la manera en que tú descubres que se te está abriendo la boca porque la felicidad de otra persona, alguien a quien no conoces, te está haciendo muy feliz a ti.

Qué importará el sacrificio, pensé. De Japón a Flandes, de Flandes a España, todo el rato hablando un idioma que no es el suyo y la lucha por llegar, por no ser mediocre y las horas practicando un giro una y otra vez sin que salga y las lesiones y la falta de tiempo para todo lo demás. Qué importa.

No recuerdo haber visto nunca a nadie a quien le brillen los ojos así.


Actualizado: May me manda dos enlaces sobre Ángel Corella. Uno es su reportaje Gracias, Ángel. Y el otro es la dirección de la propia FotoEscena, pero de su foro, un foro magnífico (del que yo a veces no entiendo ni papa, por cierto), y magníficamente bien moderado, cosa que es de agradecer.


La imagen es de La Nueva España, de Jesús Vallinas.

viernes, 24 de julio de 2009

Ángel Corella. Corella Ballet

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"Es la primera vez que me siento delante de un teclado y no sé qué escribir". Eso dije ayer, de madrugada, la primera crónica que hago para un informativo desde que trabajo en esta radio: crónica real, en primera persona. "Habla de la belleza". Pfff. La belleza. Qué poco, ¿no? esa palabra. O qué poco el concepto.

No me llega. Vi a Hermán Cornejo y se me olvidó parpadear. Kazuko Omori se confundió con el suelo y las columnas. Ayer vi disolverse, delante de mis ojos, todas las células de una mujer y convertirse en luz y ser mármol y notas. La música fue cuerpo.

Yo fui Carmen Corella. También aprendí que en danza se da la identificación con el personaje de una manera más íntima que en cine, porque es a ti a quien abrazan y eres tú quien mira y tu mirada antecede al cuerpo y lo controla y lo maneja.

Y descubrí que se puede danzar una pieza de jazz. A Duke Ellington, a Billy Strayhorn. Para esto se me acaban las palabras. Qué pena no poder mostrar lo que vi, ni la manera en que lo vi. El punto de chulería, la manera de crecer, de convertir Mérida en un tugurio de Harlem, él solo.

Acabo de comprar la última entrada centrada que quedaba en Orchestra. Tengo que verlo de nuevo. Aunque no baile el We got it good. Por cierto, creo que soy la única periodista que, cuando no va a trabajar, paga religiosamente su entrada. Pero de eso podríamos hablar en otra ocasión.

Le entrevisté hace dos días, a Ángel Corella. Tiene un año más que yo. Me contó que en el colegio le cascaban y que su adolescencia se la pasó metido en el estudio y que estuvo relegado porque en España no había una compañía de danza clásica. Lo decía tranquilamente, le han hecho mil entrevistas, ha contado esto y mucho más, pero te mira a los ojos y le ves el punto de tristeza cuando te lo cuenta, en esa mirada brillante y dulce que tiene. "Poquito a poco te vas conociendo como persona. Paso mucho tiempo solo". Y tú estás allí, hablando con él los diez minutos reglamentarios, y piensas: este niño me gusta. Es la suerte de no ser mitómana: que nadie te deslumbra y que, cuando te gusta alguien, te gusta por lo que ves.

Cuando acabó la obra, le di las gracias. "Gracias a ti. Lo que necesites", me dijo y me apretó la mano. Pues no lo necesito, pero me apetecería un montón un café.

La imagen es de Rosalie O'Connor y pertenece a la página de Ángel Corella.

martes, 11 de septiembre de 2007

El final de dos meses

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Hoy he vuelto a pasear por la Alcazaba. Cuando me fui, todavía estaban las banderolas del Festival de Teatro Clásico y la ciudad me ha parecido desnuda. En estos meses, ha habido un reencuentro, alguna bronca y muchas palabras. Aquí un reportaje, allí una crónica, un cierre, una entrevista. Algunas buenas charlas cuando se pulsa el botón de Stop, que me llevo yo y nadie más, muchas miradas, el descubrimiento de la danza como conciencia de un cuerpo que se niega, El Novio de la Muerte, muchas comilonas, alguna obra infumable de la que no he querido hablar aquí (pero sí en comentarios de otro blog) y gente que entra y sale de tu vida sin tiempo para más y que son atrayentes por el humor, la claridad, la inteligencia. Ahora echaré de menos ver a un tipo que va a ser padre y que imita a Cesc Gelabert y el movimiento abstracto; las sonrisas de los niños cuando se les cuentan mitos; poner verde a ciertas divas sin más oficio ni beneficio que ser tuertas en un país de ciegos; acostarme a las cuatro de la mañana; preguntarle a Tiresias su opinión y confesar que no quiero volver a ver una obra de teatro en, al menos, dos meses. Lo que sí quiero son los encuentros rápidos, las risas, probarle los micros a Luismi, sentir un cosquilleo en el estómago por el estreno de una obra, los descubrimientos, sentirme chiquita. Y el vino.
¿Nos vemos el año que viene?

Imagen de Capitán Patata.

viernes, 17 de agosto de 2007

De fuera y de dentro

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La primera vez que lo vi fue en Melilla. Fue en plena moción de censura a Mustafa Aberchan, agosto, sin noticias, y allí se plantaron todos: El País, El Mundo, TVE y Tele 5 con Jon Sistiaga a la cabeza (que iba a las ruedas de prensa y se espatarraba en el sillón, con los brazos detrás del cuello y el bolígrafo en la boca). Allí los periodistas locales, que sabíamos exactamente de qué iba la cosa, veíamos el informativo de La Primera y leíamos ciertas crónicas y pensábamos: "En qué lugar habrá estado éste, que yo eso no lo vi". Por no hablar de manipulación pura y dura porque habían llegado ayer y no se enteraban de la misa la media, pero no se relacionaban con los periodistas locales. Ya saben: unos de Madrid al cielo. Otros de provincia. Sin firma, sin criterio, sin profesionalidad. Los de provincias, digo. Para los de Madrid, digo.

A mí las catetadas me hacen gracia o me abochornan a partes iguales. Pero algunas me frustran y me cabrean. Como esa manía de tratar mejor a los de fuera que a los de dentro, cuando los de dentro informan de hasta tu último suspiro tres o cuatro veces al día y los de fuera de dos o tres cosillas, dos días después, cuando no hacen un copia-pega tan tranquilamente o manipulan la información porque así se vende más y aquí hay que vender y polemizar a toda costa, porque la polémica es muy chuli y crea debate y da mucho dinerito y tralalá. Pero los de dentro estamos acostumbrados. A pasar los últimos, a ser los últimos. Por muy bien que lo hagas. Por mucho que trabajes quince horas diarias. Por mucho que venga tu hermano de Pontevedra, cuando hace meses que no le ves, pero sólo puedas estar con él una tarde porque tienes que trabajar otras quince horas para hacer un bonito reportaje, una bonita entrevista, da igual a qué hora, a las seis y media de la tarde recién levantada de la siesta, porque te has acostado a las cuatro o las cinco de la mañana; a las dos cuando corres peligro de no llegar a tiempo a un programa que presentas en directo media hora más tarde porque estás en el quinto coño o a las ocho cuando lo que te apetece es quedar con alguien y tener vida más allá del trabajo. Que no la tienes.

Pues nada: que ayer Julio Bocca se transformó en los Fraggles. Porque resulta que estoy operada de la vista, porque resulta que veo halos, porque resulta que la iluminación del escenario es intimista como supongo que la historia se merece, porque resulta que allí salían bolitas brillantes (los que iban de blanco: he visto las fotos hoy en la prensa y uno de los personajes principales, el tercero en discordia de la obra, iba de gris y me he dado cuenta hoy de que el muchacho baila: como iba de gris, se me mimetizó con el escenario y no le vi) dando brincos y más brincos y yo creía distinguir a los bailarines de las bailarinas porque algunos de ellos iban con mallas y ellas con falda.

Y resulta que la organización estaba avisada. Es más, estaba avisada de que yo estaba dispuesta, dispuestísima, a pagar mis 226 euros de abono de orchestra para el Teatro y la Alcazaba. Pero no, si vas a trabajar como vas a pagar casi 50.000 pesetas. Pues las hubiera pagado, carajo. Porque resulta que ayer estaba encima del escenario uno de los mejores bailarines vivos del mundo. Resulta que hoy tengo que ir a otro puto estreno para acostarme otra vez a las cuatro y media de la mañana escribiendo otra puta crónica. Y resulta que mañana es el último día que baila Julio Bocca, pero tengo entradas desde hace semanas. Pero, como en orchestra no había para los nueve que somos, también estamos arriba. Total, como decía una amiga: "Si tú el día del estreno lo vas a ver bien, porque lo intuyas el sábado tampoco pasa ná".

Pues sí, sí que pasa, porque no le vi. No vi absolutamente nada.

Porque tengo la desgracia de ser extremeña.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Julio Bocca. Adiós, hermano cruel. Lástima que sea una puta.

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Y hablo de una obra antes de que se presente, porque Bocca es uno de los mejores bailarines del mundo, y porque le he hecho recordar alguna iniciativa para que la gente del interior, del interior de Argentina, pueda amar la danza y pueda acceder al teatro... Y porque ha recordado me ha sonreído y porque tengo ganas de ver Adiós, Hermano Cruel, que se basa en un drama de John Ford, Lástima que sea una puta, y porque después he hablado con Cecilia Figaredo, Lucía, su pareja, la hermana de la que se enamora Marco y me ha encantado esa mujer que habla de la danza como si fuera su mejor amante.

Un hermano que no ve a su hermana desde hace diez años y que se enamora locamente de ella y la deja embarazada, pero ella ha de casarse con un amigo de la infancia...

¿No os recuerda a alguien?


Fotos: Gaby Herbstein.