Hace mucho tiempo, en un Festival de Mérida en el que había un profesor de Clásicas al que yo tenía que atender porque iba a hacer unas críticas, mientras hablábamos de literatura, me dijo que los jóvenes no leían, en general -este tipo de charlas se tienen con generalizaciones- y que, claro, cuando leían, solo leían cosas como El Señor de los Anillos.
-No tienes ni puta idea de literatura.
Eduardo Segura ha traducido a Tolkien. Yo he hablado con él por La caída de Arturo, un poema inconcluso que acaba de editarse en español. Y, cuando estábamos hablando, se ha detenido y, con cierto asombro -me ocurre muchas veces- me ha dicho: "Me gusta mucho el enfoque que le estás dando a la entrevista, porque a Tolkien se le suele banalizar mucho".
Yo le debo a ese hombre uno de mis personajes favoritos, que no es Aragorn y no es Gandalf. Me enamoré de él por un párrafo, al inicio, unas pocas palabras que me han acompañado desde entonces, porque en ellas hay mezcla de orgullo y mezcla de dignidad.
-Tú no eres de aquí, no eres un Bolsón, tú... ¡tú eres un Brandigamo!
-¿Has oído eso, Merry? Fue un insulto, ¿no?- dijo Frodo, cerrando la puerta en las narices de Lobelia.
-Fue un cumplido -respondió Merry Brandigamo-, y por eso mismo falso.
Hemos hablado de la importancia de los medios de comunicación a la hora de transmitir la obra de un autor. De cómo la idea de Tolkien está, sí, profundamente mediatizada (la lucha entre el bien y el mal y ya está, las películas de Peter Jackson -Segura dice que, salvo genios como Malick y otros, se está olvidando la importancia de narrar en el cine norteamericano-) y de que ya hay opiniones que no cabrean.
Yo le debo haber creado Lothlorien, me ha dicho Jordi: Y también haber creado a Lúthien y a Beren. Y Antonio, al que no conozco aún, pero conoceré, me ha recordado el momento en que Frodo le perdona la vida a Zarquino y él le dice: Has crecido, mediano. Él le dio el libro a su hermana, que comenzó a llorar a moco tendido, a los catorce, con la balada de Frodo Nuevededos y el Anillo del Destino y él, que tenía cinco años más, quiso retroceder para volver a leerlo por vez primera y emocionarse tanto como ella.
Casi nunca hablo de libros así.
Al final, los mitos son una llave. Y esa llave implica que tú creces con ellos. Que, a los 13, no soportas a Boromir y luego, a los 30, descubres que tú también necesitas perdón y le entiendes. Y quieres ser Gandalf, y tener las riendas, o conocer a algún Gandalf, y conseguir un maestro y una guía y asumes la oscuridad de Aragorn, su camino de retorno, el peso que supone ser la única esperanza. Y también sabes que eres Sauron.
Sabes que eres Sauron, aunque quisieras ser Sam.