Que no la tocáramos ya más, que así es la rosa, y la poesía pura, y la ortografía a su antojo, y las músicas de otros que traducía y Zenobia y un burro peludo y suave y Rabindranath Tagore, siempre Tagore, y el otoño que se lleva al infinito el pensamiento y la tarde como un sueño de colores y que quién pudiera hacer que el sueño fuese la vida y este poema, que me aprendí hace ya ni sé cuánto tiempo, el del tipo de la personalidad rara, y otro que hablaba de la noche y que ya olvidé pero para el que le pinté un cuadro mentalmente. Se llamó Juan Ramón Jiménez, murió hace cincuenta años y ni dios se ha acordado de él.
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincon de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espiritu errará, nostáljico.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincon de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espiritu errará, nostáljico.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
Imagen de *L*u*z*a*