4 de marzo de 2013.
Me voy a tomar una Coca-Cola Light a 5 euros el vaso, lo mismo que he pagado por entrar en Santa Maria Novella. Estoy en la plaza. Precio turístico, que no me importa. Necesito un descanso después de tres horas caminando por esa iglesia. El
Gorilla Pod vuelve a ser de gran ayuda... hasta que se me ocurre sentarme en un escaloncito y una de las vigilantes me pide que no lo use. Yo soy muy obediente y le hago caso -me encantaría que ocurriera lo mismo con todos los que tiran flashazos a las obras de arte-. Me han servido unos biscotti. Crujientes. Riquísimos. De chocolate.
Hacia el año 1456, Giovanni Rucellai, que era comerciante, le encargó a Leon Battista Alberti que remodelara la fachada de Santa Maria Novella. La iglesia es una maravilla, pero yo no dejo de echar de menos San Miniato. En la cornisa de Santa Maria Novella aparecen unas velas: la misma vela del escudo de la familia Rucellai.
La fachada original era del siglo XIII. A lo largo de los siglos, con este lugar se han hecho las más diversas barrabasadas: por nombrar solo una, Giorgio Vasari, en el siglo XVI, ordenó la demolición del coro y mandó cubrir algunos de los frescos que se habían pintado 200 años antes porque el gótico le parecía un estilo de bárbaros. Santa Maria merece al menos tres horas o tres horas y pico (sigo sin entender cómo hay gente que ve Florencia en tres días: después del tiempo que llevo aquí, pateando esta iglesia, tengo la sensación de que puede que me haya perdido diez o doce obras maestras).
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Trinidad de Masaccio |
En Occidente no inventamos la perspectiva: ya la usaban los chinos en el siglo XI, pero la Trinidad de Masaccio fue la primera obra, hacia 1427, en la que se utilizaron los principios de la perspectiva lineal que enunció Brunelleschi poco antes. El lenguaje formal de la arquitectura que él pinta recuerda a los edificios del maestro y por eso se cree que el arquitecto podría haber asesorado a Masaccio. Están Dios padre y Dios hijo en la cruz (todo muy rosa, por cierto) y la Virgen María y san Juan, el discípulo amado. Debajo de ellos están las figuras de los donantes (es decir, los que pusieron el dinero para la obra de arte) que pertenecen a la familia Lenzi. Hay además un sarcófago con un esqueleto en el que se puede leer: "Yo era lo que sois vosotros y vosotros seréis lo que soy yo". Los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos, como se lee en el osario de Évora, en Portugal: la muerte, en fin, la futilidad de la vida y, también y sobre todo, lo tétrica que es esta religión que hemos heredado sin pedirla.