lunes, 24 de enero de 2011

Si mis fotos hablaran

17 comentaron


Ni sé el tiempo que hace que hablamos, este chico y yo. Un par de años, puede. O más. Asistí, en la distancia, a un embarazo azaroso, a un parto que nos tuvo en vilo (cable va, cable viene: parece que fue hace siglos), a algún cambio de trabajo y varias dudas.

En los foros, la gente me llama la atención por las cosas más peregrinas. En su caso, por un avatar que muestra a Jack Nicholson en El resplandor. Y, como siempre, por la manera de escribir. El qué y, sobre todo, el cómo. Porque este hombre es brillante.

Y acaba de inaugurar blog.

Imagen de Jordi Carranza. Por supuesto.

jueves, 20 de enero de 2011

La propia sombra

10 comentaron


Antes de que David muriera, yo tenía su dirección y su teléfono y fui a Madrid muchas veces desde que nos conocimos. Nunca le avisé y no nos vimos nunca.

A estas alturas, ni siquiera sé si a él le pasó lo mismo.

También supe dónde trabajaba Neno, que sigue siendo una influencia poderosa, porque lo que me dio se quedó dentro de mí y porque jamás he querido a nadie como le he querido a él (más que a él, sí: como a él, no). Me alojé una semana al lado de su trabajo: jamás fui a buscarle.

No pido lo que no sé si me van a dar. No lo pido nunca, no en este terreno.

Tragamuvis, que estaba profundamente enamorado de Yolanda, me tiró los trastos durante años.

Porque el juego forma parte de la vida.

La penúltima vez que me ocurrió, fue divertido porque era de noche y él estaba a mi lado y pude contárselo. La que después iba a ser su pareja nos había sorprendido hablando y, en un aparte, me dijo algo así como que a un hombre no se le podían contar ciertas cosas.

Me reí mucho.

El miedo es libre, pensé. Pero yo he llegado antes. Y voy a saber más. Iba a saber más, después. Como el nombre de las 17 tías con las que se ha acostado mientras estaba contigo. Eso, a ti, no te lo va a contar nunca.

Ni vas a enterarte.

A veces no llegas antes.

A veces uno juega. Uno comienza a jugar: ¿por qué?

Porque el juego forma parte de la vida.

Y resulta que sí, que sí se enteran. Y que hay ciertas palabras que dan miedo. Porque hay quien construye así sus relaciones: acotando.

El amor es esa cosa extraña que te hace pensar, y creer, que una persona es mejor que todas las demás. Y que no necesitas al resto.

Porque ella te basta.

Al cabo de los años, quizá descubres que ella te basta porque no tienes a nadie más.

No hay amigos ni aficiones. Caminas a su lado como una sombra y ella creyó que tú eras su sombra y tú lo creíste también.

Porque una mujer pensó que su pareja era su sombra, le prohibió hablar conmigo. Leyó mis correos (en los que hablábamos de una pasión de él que ella ha cercenado), me escribió para enviarme un mensaje insultante y asistió a todas mis intervenciones en un foro. Yo nunca le dije cuál era mi nick.

Tampoco es un secreto.

No sé si me siento desnuda o prostituida.

He acabado agradeciendo en lo más profundo que la persona que más sabe de mí de ese foro y con la que más me escribo sea una mujer.

Claro que si su novio ve que la llamo "cariño" lo mismo se mosquea.

No sé de quién es la imagen.

martes, 18 de enero de 2011

Joan Margarit

2 comentaron



El lector es el músico que toca la partitura. Con todo lo que él es. Con sus deseos, con sus ilusiones, sus frustraciones, su orgullo, sus sueños o su veneno.

Yo empecé a tocarle hace mucho. No leo libros enteros de poesía, aunque haya libros de poesía que me he leído enteros muchas veces, y hay matices. No recuerdo cuándo fue y no me importa, porque tampoco recuerdo quién me trajo a Auden. Margarit, como otros antes, sin conocerme, me contó una vida que es la mía y le habló a alguien que yo fui, a la corriente subterránea que me habita y que no controlo salvo cuando leo algún verso y sé que sí, que soy exactamente eso. Que otros me ayudan a explicarme. A que sea más fácil vivir conmigo. A mantener la esperanza de que existe alguna clase de piedad.

En alguna parte.

Tantas ciudades a las que debimos haber ido.


Es de ciudades cultas nuestro sueño
con música y cafés hospitalarios,

la majestad de un puerto y estaciones
de hierro y de cristal con los trenes bruñidos por la noche

y por la lluvia, por la misma lluvia
que nos arrulla en un pequeño hotel

o desde las ventanas de un museo.
Hay lugares tranquilos al amparo

de grandes árboles, gente educada,
callada, bien vestida, librerías 
donde los ojos vagan mientras cae la tarde.


Tantas ciudades a las cuales debimos haber ido, amada mía.
La luna sale tras aquellos puentes de hierro de los años

en los que fue cambiando nuestra ley.
Desde entonces el tiempo es una lluvia

que nos inunda como a los tejados.
Pero en la luz del patio están los templos

de mármol blanco y travertino de oro.
Y por las calles de pequeños pueblos

encontramos estucos color tierra,
fastuosos, esgrafiados por el viento.

La casa del balcón posee aún
luz de conversaciones y refugio,

y cuando de los dos quede uno solo,
tendrá por compañía los recuerdos,

la hiedra y el ciprés hasta encontrarnos
en las ciudades de este sueño.


Joan Margarit


La foto es mía.

jueves, 13 de enero de 2011

Baila

11 comentaron


Hay un cierto tipo de intimidad que solo se consigue dentro de los exiguos márgenes de una cama. En realidad el lugar no importa, aunque deberíamos alzarle un monumento a los hostales. Importan el ritmo y la piel, el descubrimiento del mapa que trazan los poros del otro; dejar de mirar a los ojos para empezar a mirar un ombligo; besar el corazón, que se te metan dentro. Parar de pensar. O no. O seguir pensando, verbalizar en silencio lo que piensas, o lo que sientes: la humedad que te baja, la que sale de él; los dedos en las cuerdas; la justa eternidad en que los labios se acercan pero ni se han rozado todavía, las reacciones del cuerpo que crece y se estira y las adivinanzas y comenzar a temblar y los caminos del sartorio y del deltoides.

Y las palabras que se dicen dentro de una cama cuyo tono no podrás repetir con nadie más. Aunque las digas. Porque al final él te estará escribiendo y dibujará parte de lo que tú eres. Y habrá dolor, pero no importará y entrará dentro de ti para que descubras que eres tú la que está entrando y te turbarán las preguntas y todo habrá acabado para comenzar de nuevo porque a veces todo el mundo está dentro de los exiguos márgenes de una cama y fuera de una piel y otra piel no existe nada más.

Baila, niña. Baila mucho. Baila todo lo que puedas.

Este mensaje está dedicado. Y ella lo sabe.

Imagen de Matthew Dolls.

jueves, 6 de enero de 2011

Nigger

12 comentaron

Fue mi autorregalo en Nueva York. Un facsímil de 1994 de la edición de Las Aventuras de Huckleberry Finn ilustradas por Thomas Hart Benton.

De Twain he escuchado de todo. Lo último, que era racista.

Supongo que porque usaba la palabra "nigger".

Hay quien se dedica a opinar de libros sin saber leer o sin haberlos leído, porque Huck va, precisamente, de la amistad entre un niño y un negro, que además es esclavo. Y de la libertad. La libertad que representa Huck y la que quiere para Jim.

En uno de los libros de Tom Sawyer, que es un cabronazo magnífico, inteligente y tierno, Huck se va de casa de la viuda, a la calle, a jurar y cagarse en la puta madre que la parió. Porque las palabras sirven para esas cosas, Tom, y si a mí me quitan las palabras y la posibilidad...

Eso dice. Es un parlamento magnífico de un parrafito.

A mí con Twain me pasa como con Stevenson y con Dickens: que, de repente, en un párrafo, me dan un puñetazo en el cráneo de una manera brutal.

Huck lo hizo, hablando de las palabras que no le podían quitar. De por qué la viuda no le podía prohibir hablar mal.

Y ahora llega un gilipollas que se la coge con papel de fumar y sustituye la palabra nigger por la palabra esclavo.

Para no herir susceptibilidades.

Y a mí me produce estupor que alguien intente enmendarle el estilo a Twain, para empezar, y para seguir me produce auténtico pánico.

Y una sensación de indefensión absoluta.

Huck debe de estar cabreadísimo.

La imagen es una de las ilustraciones de Thomas Hart Benton, que aparece en su página web.

lunes, 3 de enero de 2011

Una foto al día

12 comentaron

He comenzado el año con un nuevo reto. Me convenció, ayer, Pacensepatoso, que en realidad se llama Domingo. Se titula 2011 en 365 fotos y es un grupo de Flickr. No es un proyecto nuevo: hay varias páginas en la red dedicadas a dar consejos sobre ello, como Fotografía Esencial o la de Arturo Goga, por ejemplo. No sabía cómo afrontarlo. No sé contar historias con la cámara. Ni siquiera me aclaro con la técnica todavía (aunque soy de las que empiezan la casa por el tejado y en cuanto mide dos fotos bien se compra una 60D). Pero me gusta el proceso. Y me ha gustado pensar en que puede ser algo que me mantenga activa todo el año y que, al mismo tiempo, me va a servir para escribir más, quizá, y para contarme más. Para recordar, con imágenes y con palabras, cómo ha ido todo. Para comprobar si la creatividad acaba con los dolores, sean estos cuales sean. O si el entusiasmo me hace avanzar. O si podré ir viendo una evolución y atreverme con los temas que no me gustan.


La primera imagen que colgué es este enanito. Está en mi árbol de Navidad. Ese día hice un sinfín, porque comencé el año en casa de María, como siempre, tomando café y galletas de chocolate, con dolor de riñones (eso, menos mal, no ocurre todos los 1 de enero) y con amigos. Con los mismos amigos con los que llevo compartiendo las Navidades ya ni sé cuánto tiempo. Ni falta que me hace.


La segunda es la parte trasera de mi iMac. Ayer, por error, introduje la tarjeta SD en la ranura del CD. Por lo visto le ha ocurrido a más gente. Después de un ataque de pánico, con correos a mi Sensei en Nueva York, twitters con Alcintas y Pacensepatoso y una llamada a Abraham (que dio con la tecla y me calmó), la tarjeta está en mi poder y pude descargarla y revelar... todas esas fotos trepidadas porque todavía me lío con la relación entre distancia focal y velocidad de obturación (ya no se me olvida).


Esta es la que más me gusta. La hice sin ponerme a la altura de los ojos de la niña (porque yo no me podía mover de una silla: me estaban tiñendo el pelo), que es la hija de una de las mejores peluqueras del mundo (y la que más me sube la autoestima: debería visitarla una vez al mes, pero soy un desastre). La iluminación tampoco era la mejor y tiene sombras en la cara. Pero me gustan sus ojos, que son así de grandes y azules y profundos y también me gusta su expresión, porque no quería que le hiciera fotos y al final he gastado más de una tarjeta en ella.

Mañana sé qué fotografiaré. A mi amiga Noelia, que está embarazada y me tendrá que enseñar su barriga. ¿Y pasado? Creo que será divertido...

sábado, 1 de enero de 2011

Adiós, 2010

9 comentaron


Ha sido un buen año. Si hablo estrictamente de mí, ha sido un buen año. A mi alrededor, algunos no pueden decir lo mismo: ha habido pérdidas dolorosas, cambios de vida y caos laboral. Pero se casaron Celia y Luis y eso hizo que viera a Vanessa después de muchos años y que le devolviera la visita a Raúl, que ha acabado el 2010 comprándose un ático que tendré que ir a ver cuando lo amueble. Es uno de mis propósitos de año nuevo: ir a Málaga para quedarme hablando hasta las cinco de la mañana con un amigo. 

Se casaron Luis y Celia e hice pan y recuperé a alguna gente y alguien se fue. Alguien me mintió, pero luego descubrí que le ha mentido a todo el mundo. Viajé con Pupe. Se repitió, como siempre, el café de los domingos con Raquel y Joaqui y María y Almudena. Noelia y Juli se quedaron embarazadas. Seguí viendo crecer a Hugo y llegaron Gabriel y Leo a nuestras vidas. Vi a Nerea, a Jesús y a Begoña. He visto a casi todos mis amigos este año.

Y llegaron otros. Incipientes, pero generosos. Llegó Sara y llegó Roy, que ha sido una de las mejores cosas de este año que se fue. Y llegaron otros a los que no les pongo cara ni voz, o a los que les pongo cara, pero no voz, aunque da igual. Sevilla siguió sentándome bien. Fui a Nueva York y conocí a Robert, a Fernanda, a X, a Dennis, a Katty. Le compré una libreta a Elías. Los círculos se abrieron. Celebré el cumpleaños de Sonny Rollins. Me compré una nueva cámara. Salí a hacer fotos. Aprendí.

Aprendí mucho. Y compartí. Y sentí. Y quise. Y quiero. 
Lo demás, a estas alturas, ya no importa.

La foto es mía. El recorte es de Workinpana, porque yo no lo vi.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Jorge

5 comentaron

Tú, pidiéndome que te dejara escucharme la voz. Comentándome las fotos en Facebook ("me gusta la modelo"), mandándome correos con mensajes grabados, chateando a todas horas y a horas intempestivas y sin dejar que me fuera a la cama. Hablando de mujeres poderosas y guapísimas. De política, siempre. De literatura.

Y de mí. Y de Yolanda. Y de ti.

El último es de junio del año pasado. Y hay otro de Navidad.

Siamo arrivati al 2009, qué bueno que sobreviví al 2008!!! y pienso seguir sobreviviendo unos cuantos más y más aún, en mejor forma, siempre que me pueda apartar del vicio de la quimioterapia. 

Te echo mucho de menos, Traga. No te imaginas cuánto te echo de menos.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Las condiciones humanas

0 comentaron

Él no lee esto, ni creo que se lo mande, y tampoco lee poesía, o no demasiada, pero el otro día me encontré con unos versos de Stanislaw Baranzack traducidos por Abraham Gragera, que se llaman Las condiciones humanas, y me vino a la memoria.

Las condiciones humanas de la vida, las que me
garantizaron: el derecho a sentir humanamente,
el derecho a la incertidumbre, al temor, al (cuán humano es)
odio (hacia enemigos, claro, cuidadosamente
escogidos para mí, para que no tenga que molestarme);
el derecho a la humana (no es ninguna vergüenza)
fisiología: a sudar (en el trabajo), a llorar
(contra la almohada), a sangrar incluso
(en el banco de sangre); no sólo es mi derecho
sino que es mi deber exhibir todas
las flaquezas humanas: nadie me obliga, por ejemplo,
a ser un héroe, esto es: a decir la verdad,
a no ser un chivato, a abstenerme de la muy humana
necesidad de golpear a un hombre caído; nada
de lo humano me es ajeno, y además
nada de lo ajeno es humano para mí, vivimos
aquí, en nuestro círculo, no necesitamos
a los de fuera, somos todos buenos camaradas,
chicos normales y corrientes,
sólo gente.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Epílogo

8 comentaron

Después de volver y de que se sucedieran, encadenados, varios sucesos muy desagradables, he aprendido cuánta razón tenía Kavafis. Las ciudades se llevan dentro. Ahora archivo las fotos. Alguna -una imagen de Robert, inesperada- me da un muerdo al corazón. Yo estuve allí. Viví allí de paso. Allí tomé vino una noche de un día de diario cualquiera, salí a cenar bajo una terraza durante la lluvia, abastecí de tabaco a muchísimos mendigos que me pidieron perdón por no poder pagármelo, esperé la llegada de alguien en la Penn Station, quedé para tomar cervezas y desayuné todos los días en el mismo lugar.

Ni siquiera me di cuenta de que estaba de vacaciones. Llegué con un calor pegajoso y húmedo y me fui cuando el viento hacía volar las hojas de los periódicos, el cielo se nublaba entero y la ciudad rugía. De todos modos, Nueva York siempre ruge.

Echo de menos caminar hacia el agua, observar dos ciudades al otro lado del río, el cansancio de los músculos y, sobre todo, echo de menos a unas cuantas personas.

La mujer que volvió es un poco distinta. Como la que regresó de Canadá, hace ya un año -mi pasaporte marca la misma fecha, con un año justo de diferencia, entre un aterrizaje y otro-, pensando en cómo sería el invierno en La Malbaie con la nieve hasta las caderas y los perros tirando de los trineos.

En la casa de Pupe está el Nueva York de los años 40, un skyline reconocible en el que hago recuento de los edificios que me faltan y que yo vi. Pienso en los míos, sacando la ropa de invierno, saludando a la nieve con el mismo hastío de todos los años, quejándose de las temperaturas extremas y el frío, cogiendo una cámara para medir la luz y haciendo planes para largarse de un lugar que a veces les resulta muy inhóspito pero del que saben que no van a poder irse nunca.

Tampoco me fui del todo de Canadá. De la Place Royale, ni de La Malbaie, con su comida reconfortante, ni de las charlas con Aldo, que continúan un año después, ni de la explosión de agua de Tadoussac, donde se juntan Saguenay y San Lorenzo. Hay ciudades de las que no te vas nunca. Cada cual elige las calles que son suyas, los lugares a los que desea volver de nuevo, los ojos en los que quiere volver a mirarse, los bares: la White Horse, la Pete's Tavern, el Legal Grounds.

Y tú, sobre todas las cosas que vi, para no tener que volver a despedirme con un nudo en la garganta: yo, que no me acostumbro jamás a las despedidas.

Nueva York y Jersey City son más bonitas cuando tú caminas por ellas...

3 de octubre.


Y fin de la crónica del viaje.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Aeropuerto

0 comentaron

Y ahora estoy aquí, escribiendo para calmarme, sorbiéndome los mocos, mirando los aviones, porque uno de ellos me llevará a Washington y otro me llevará a Madrid y el tren me llevará a Mérida y llegaré a casa y encenderé el ordenador y archivaré las fotos y me reiré mucho viéndolas.

Y bueno.

Mi viaje a Nueva York tiene muchos nombres.

Pero el suyo es el más importante de todos.

El viaje es más corto de lo que esperaba, a cuenta de la melatonina, que me sume en un sopor maravilloso durante ocho horas. El avión que sale de Washington se retrasa. Llego justita para coger el enlace a Madrid. Sigo acordándome del viaje en coche:

-Por favor, ¡miente! ¡Di que has ido al MoMA!

Ayer me lo preguntó:

-¿Se puede saber qué has hecho en 18 días?
-He sido feliz. ¿Te vale?

Hay una canción que me ha acompañado durante todo el viaje. Tan joven y tan viejo, de Joaquín Sabina. Se me metió un día en la cabeza y ya no pude dejar de cantarla por las calles de Nueva York. Se lo cuento a Robert y me contesta:

-¿Sabes que jugué al ajedrez con Javier Krahe? Me ganó.

Tenía comprado un billete de tren. Sale a las cuatro de la tarde. He llegado a las siete de la mañana, con una maleta que pesa un quintal y de la que no me han cobrado sobrepeso porque le he dicho a la mujer que llevaba libros. Así que cojo un taxi, le pido que me lleve a la Estación Sur y tengo suerte, porque el próximo exprés sale a las diez de la mañana. Llegaré pronto, encenderé el ordenador, desharé la maleta, pondré lavadoras, comenzaré a contar mi experiencia y volverá la vida que tenía.

18 de septiembre.

jueves, 23 de diciembre de 2010

El último día

2 comentaron



Espero a Robert en Legal Grounds. Hemos ido a Liberty State Park ("aquí empezó todo, ¿te acuerdas?"). A Nueva York hoy lo cubren la niebla y las nubes. Él mira el perfil de Manhattan:

-Despídete.

Luego me dejará sola, en el Legal, para que me despida de los niños. En casa abrazo a Boule, que no me hace ni caso porque está comiendo. Voy a buscar a D. No sé cómo despedirme, pero él me ayuda cuando me tiende los brazos. Mientras me abraza, me susurra:

-I'll miss you.

Y yo empiezo a llorar ya.

Lloraré más cuando me abrace X.

-¿Volveré a verte?
-No lo sé. Si usted viene, no vendrá antes de un año...

No lo sé, pienso. Quizá sí.

-Bueno. Si no estás aquí, iré donde estés.

La última imagen que veo de Nueva York es la primera que vi. El perfil de Manhattan como un lego y la Estatua de la Libertad.

-Hey, ahí está la niña.

Robert me sonríe.

Hoy he desandado todos los lugares. El Liberty State Park, el Legal Grounds, la casa de Robert, cerrar la puerta por última vez; please, don't let the door slam; abrazar a Boule y acariciarle a contrapelo.

Así comenzó y así acaba.

-No sé para qué te llevo al aeropuerto-dice Robert-: tu taxista debe de haber regresado ya de las Bahamas.

Ya sé por qué me gusta tanto verle conducir. Porque conduce igual que Pupe, cambiando de marcha de la misma forma. Casi no hablamos. A mí me da el aire en la cara y me alborota el pelo y le miro mucho. El rizo rebelde, las arrugas de alrededor de los ojos cuando sonríe, como ahora, la forma de agarrar el volante.

Se lo dije a Roy el miércoles: jamás imaginé que me resultaría tan duro despedirme de esta ciudad. En el bolso, la bolsa de la Strand, llevo un muffin de canela: hoy me han hecho un desayuno especial, un crepe de salchicha, con fruta. Antes de despedirme de Boule, Robert se ha largado a pasearlo sin decir nada. Y yo he sonreído, pensando en que tenía que adelantarme él en la salida, por última vez.

Ayer se lo pregunté:

-¿Te podré dar un abrazo cuando me vaya?
-Claro.

Y me abraza, flojito, la primera vez.

Qué quieres, pienso. Es americano.

Pero luego regresa. Y vuelve a abrazarme. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces.

-Espero que te lo hayas pasado bien.

Asiento porque no puedo hablar. Y vuelve a abrazarme. Y se va al coche porque llegará tarde al trabajo y yo le miro porque, cuando al fin he podido decirle "gracias", se me ha quebrado la voz.

Me hace reír. Para variar. Saca una botella de agua con la colilla que metí allí dos días antes, cuando fuimos a cenar con Marwan y nos dejó fumar en el coche:

-¿Qué es esto?

Y me río y lloro a la vez. Él se da cuenta:

-¡No te emociones!

Demasiado tarde.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Manhattan bajo la lluvia

0 comentaron

Al final sí vuelvo a Manhattan. Llega la hermana de Robert. Vamos a recogerla a la Penn Station y, mientras ellos hablan, yo observo cómo era ese edificio magnífico que se destruyó. Y me llevan los demonios, porque era verdaderamente impresionante. Llueve. Nos metemos en Borders y curioseamos. Hay muchísimo bullicio en la calle. Una mujer drogada y borracha y dos o tres mendigos que me piden cigarros. Estoy abasteciendo a todos los sintecho de Nueva York. Me dan la mano y me saludan. Cuando llega nuestra visitante, cenamos en la terraza del Cookshop, protegidos por una sombrilla cuadrada mientras afuera llueve. Los dos hermanos juntos son muy divertidos.

Maíz frito (curioso), spaguetti para mí, pizza para ella y un plato con berenjenas para Robert. Y los primeros pimientos que me gustan en mi vida.

Eso sí que me asombra.

Robert no me deja pagar. Me sonríe:

-Es tu última cena.

Cuando llegamos a casa, Robert le pregunta si se ha traído los zapatos. Tiene el mismo número que yo y me los deja: son acharolados, magníficos, de un diseñador del que no recuerdo el nombre pero con unos taconazos de vértigo. Los saca de su maleta y me dice: Póntelos.

Robert está en su cuarto y le silbo:

-Mírame bien, porque ningún tío me ha visto jamás, ni me verá, con unos zapatos así.
-Wow. ¡Te quedan muy bien!

Creo que alguna vez debería aprender a andar con tacones.

16 de septiembre.

martes, 21 de diciembre de 2010

Fotos

2 comentaron



Creo que me llevo 56 gigas de fotos. La mayoría, de apuntar y disparar y alguna con los parámetros equivocados. Robert escanea negativos. Los vemos en una caja de luz. Revisa mis imágenes y le gustan mucho algunas. A mí me hace ilusión. Sé que voy a sonreír mucho cuando las vea y las archive y que tendré que acordarme de cambiar la fecha y la hora de la cámara. Sé que querré llegar a casa pronto. Para encender el ordenador y descargarlas y ver de nuevo las caras de Robert, Boule, Fer, X y todos los demás.

Y contarlo.

Colgar en pasado lo que escribí en presente porque lo viví. Porque compartí mi vida con un puñado de personas a las que les he dicho muchas veces que me gustan mucho. Porque hubo un día en que caminé por Jersey y por Nueva York. Porque comí fluff de marshmelows y sushi. Porque escribí mucho en Legal Grounds viendo una parra cuajada de uvas.

16 de septiembre.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Recuerdo

3 comentaron



Recuerdo. La primera vez que oí la voz de Robert, por teléfono. La primera vez, pasados unos días, que Boule se paró en la escalera para esperarme. Y ayer, que me lamió por vez primera. El día que conocí a Fernanda, en Legal Grounds (soy argentina, fotógrafa y budista). La primera charla con X. Sus abrazos. El olor del Hudson. El olor de la hierba mojada de Central Park. La vida ebullescente del East Village. Sonny Rollins y Roy Hargrove y Christian McBride y Ornette Coleman y Jim Hall encima de un escenario. Yo, cantando New York, New York, en el Marquis. Los encuentros: Sean, los músicos de Verdi Square, la señora del Greenwich que me llevó a la casa de Mark Twain. La tercera planta de la Strand. Acordarme de Roy en cada esquina y desear caminar con Robert por el puente de Brooklyn. Louis, el taxista haitiano que me salvó la vida. El camarero orondo de la Pete's Tavern. Las múltiples visitas a la biblioteca. Detenerme en todas las librerías. Ser consciente de que soy muy feliz, de que he sido muy feliz aquí. Todas las charlas en inglés y Marwan mirándome, muy fijamente, y sonriendo:

-Hay que estar dispuesto a ser muy ridículo para aprender otro idioma.

Le cuento que vengo de una ciudad llamada Badajoz que fundó Ibn Marwan. Robert me sonríe.

-No hagáis planes sin mí -les digo cuando quedan para el domingo:-Estáis a ocho horas de avión y 700 euros.

16 de septiembre.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Varios años de golpe

0 comentaron


Nos encontramos en julio a cuenta de unas gaitas. Yo le había leído ya, con la misma fruición con que me leí los mensajes de la muy sabia e inteligente Tuppence cuando entré en DxC. Al fin y al cabo, ya me había enamorado antes de ese androide que me enseñó, hace mucho tiempo, que lo único que me diferencia de un animal es mi conciencia de muerte.

Luego se fue, por un rato largo. Un mes, algo más. Regresó a cuenta de una mezquita y de unos libros. Ocho días después, durante un viaje a Madrid en el que Nerea y yo acababamos mirando los tejados con un café en las alturas, me dejó un paquete en Madrid Cómics. Con muchas revistas y muchas palabras. Nerea y yo pasamos parte de la tarde, con los dedos llenos de polvo y de ilusiones, leyendo en el metro y en el sofá, sonriendo.

Hasta ese momento, él y yo habíamos intercambiado una veintena de mensajes.

Al día siguiente, me fui a Nueva York. Las revistas siguen en casa de Nerea, que las seguirá hojeando para tenerlas aprendidas antes de que yo vaya a recogerlas. En Nueva York me siguió acompañando, a su modo. Recomendándome librerías, actividades en el Tompkins Square Park a las que no fui, y alguna tienda de cómic. También por las calles, porque a veces ocurre eso: estás en una ciudad que no conoces y te acuerdas mucho rato de alguien a quien no has visto nunca.

Reconocí St. Mark's Place porque él me la mostró. Y es suya mi foto favorita de Coney Island.

Cuando regresé, seguía estando aquí. Para trastear con mi ordenador, instalarme programas, enseñarme atajos de teclados, enviarme algún paquete, comentar alguna película o hablar de pasiones inefables. También me contiene cuando se me van los dedos, me critica de manera leal e implacable y me sujeta si voy a meterme en un lío.

Hacía mucho que no me fiaba tanto de nadie. Me gustan sus gustos, su humor y su ternura.

También me gusta su voz, pero me temo que eso no acaba de creérselo del todo.

Con alguna gente siempre voy a tener la sensación (qué coño sensación: la certeza) de que recibo más de lo que alguna vez podré darles.

Hoy le caen varios años más de golpe.

Y creo que eso no le gusta nada.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Legal Grounds

4 comentaron



El tiempo ha pasado muy rápido aquí. Hoy es mi último día entero en este lugar. En estos lugares. Volveré. No sé cuándo. Pero volveré. Antes de que Boule, que ya es viejito, se vaya para siempre. Para hacerle fotos raras. Para tomarme un muffin con canela o un bagel en Legal Grounds. Para pasear por el Greenwich y ver Harlem. Para ir de compras con Elizabeth.

-El domingo brindaremos por ti-me dijo ayer-: Estarás.



He quedado con Fernanda para desayunar, después de que Robert se haya ido y me haya dejado en el Legal Grounds con Boule. Desayunando, me voy al baño y me sigue: desde el baño, oigo la voz de Fer intentando que no salga del jardín. Sonrío: es la primera vez que ocurre. Creo que ya ha aprendido que, si Robert no está, yo cuido de él. Cuando se lo cuento a su dueño (y cuando le cuento que, después de escribirle y de que me entrara la llorera, Boule me lamió) se asombra mucho. Nunca lo hace, ni una cosa ni la otra.

Despido a Fer (y quedamos para comer, después de que ella trabaje un rato y archive unas fotos) y me voy a pasear. Cruzamos las vías, caminamos por el Morris Canal y aspiro su olor: recuerdo los paseos con Robert por esos mismos lugares y llego al Liberty State Park. Ahí comenzó todo. Viendo Manhattan sin saber que era Manhattan y con Robert haciendo que me fijara en la estatua de la Libertad, hace ya tantos días. Veo el edificio hermoso donde se compran los tickets para visitar Ellis Island: la Central Railroad Station de Jersey City. El sol me da de frente y Manhattan se desdibuja.



X viene a traerme el segundo café del día. Ayer los niños tomaron café turco, hecho en puchero, con cardamomo y canela. Boule está tendido a mis pies y mueve la cola cuando le acaricio. Luego dormita.

He escrito mis días para que no se me olviden. El jardín del Legal Grounds está creciendo. Alguien lo cuida:

-No sé hacerlo, pero está quedando bien. Nada es imposible.

16 de septiembre.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

En Paterson

0 comentaron

Se me acaba esta vida y ayer, Elizabeth, una mujer muy interesante que me tiene que llevar de compras la próxima vez que venga, me preguntó si no podía aplazarlo, porque el domingo tienen otra ruta gastronómica. Es una costumbre de su grupo: ayer, después de dos atascos considerables por dos accidentes, llegamos a Paterson, lleno de palestinos, para que Marwan nos invitara a un buffet (cordero con yogur, arroz con piñones, babaganoush, hummus, taboulé, carne con okra y dolmas y un sinfín de cosas más). Marwan acaba de casarse con Amira, una mujer guapísima, increíblemente guapa y muy interesante. Hablamos en inglés, en español, en árabe. A veces me traducen, a veces no y cuando veo que no sigo el hilo, pido ayuda.

Esa tarde, en el coche, viendo Jersey City, decido no ir más a Nueva York. Me voy a quedar en Jersey, paseando con Boule, y en Legal Grounds, con los niños y viendo la ciudad y el perfil de Manhattan que nos saludó ayer, cuando volvíamos.

Es lindo este chaval, pienso. Ayer, cuando cambiamos de bar para ir a tomar postres (y volver a hablar en inglés y en árabe con el camarero: lo poco que sé de uno y lo menos que sé de otro), salí a fumarme un cigarro y los veía allí, hablando: observando desde fuera. a Elizabeth y a Fer, a Robert, a Marwan, a Amira apoyada en él... y le miraba hablar y reírse, dando sorbos a un café turco que luego le puso espitosísimo cuando llegó a casa. Me gusta ir con él en coche y que me vaya señalando cosas interesantes, sin hablar, para que yo me fije, porque es mucho más observador que yo y tiene ojo de fotógrafo.

-En esta ciudad-le comenté un día- siempre hay un árbol o un coche que te jode la foto.
-Eso es porque no sabes integrarlos.

15 de septiembre (aunque lo escribí el 16).

martes, 14 de diciembre de 2010

Paseando a Boule

0 comentaron


Después de escribirle a Robert, me entra una llorera horrorosa. Cuando yo digo "llorera" es que se me saltan las lágrimas: lo que para otras personas sería "emocionarse", porque lo de llorar a moco tendido a mí nunca se me ha dado bien (y mira que lo intento, pero me veo ridícula llorando: creo que es la falta de práctica). Gracias a la ridiculez, decido irme con Boule a dar un paseo. Yo no lo dejo suelto, porque a mí no me hace caso: a Robert tampoco, la mitad de las veces, sobre todo cuando ve una ardilla o escucha ruido: se pone nervioso. Es curioso: el Chrysler es mi edificio favorito de Nueva York y he esperado a irme, casi, para entrar en él y para verlo desde abajo. Lo mismo me pasa con la imponente Grand Central Station (y eso que pasé por allí a los pocos días de aterrizar en la ciudad). Ahora recorro el camino diario: el Liberty State Park, la sección del Canal Morris. Hay lugares que he visto una y otra vez, casi a diario, y de los que no me canso nunca. Algunos saludan a Boule. Y me preguntan dónde está Robert. Llegará ahora: hemos quedado para ir a cenar a un árabe que está en Paterson. Yo decido no volver a Manhattan, a pesar de que me queda un día entero en este lugar. Quiero caminar por Jersey, mañana, y despedirme de la gente y hablar con X mucho rato.

15 de septiembre.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Enrique Morente

0 comentaron

Cuando no trabajo, no leo los periódicos. Ni siquiera la sección de cultura. Nada, casi nunca. Así que me acabo de enterar por Buby y por Toni, cuando salíamos a hacerle fotos a las luces de Navidad, de que se había muerto Enrique Morente. El mismo señor al que entrevistaron María y Maricarmen para su primer trabajo serio en la Facultad y que fue tan amable y tan atento con ellas. El mismo señor que llegó al Hotel Las Lomas de Mérida y me preguntó dónde era la rueda de prensa y estuvo hablando un rato conmigo, sin saber que yo era periodista y sin que yo hiciera el más mínimo ademán de reconocerlo.

Se fue a tomar un café y luego habló, con Estrella, y con Antonio, del concierto que iban a dar en el teatro romano de Mérida, hace dos años.

Fue la primera y última vez que le oí cantar en directo. Hay pocas voces flamencas que reconozca al punto: la suya y la de Camarón.

Hoy sonaba por las calles de Badajoz, en una atracción para niños.

Qué pena más honda.

Anne's Morgan War

0 comentaron



La Pierpont Morgan está cerrada por reformas hasta octubre, pero hay una exposición de la hija del magnate: Anne Morgan's War. Fotografías. Anne Morgan's War: Rebuilding Devastated France, 1917-1924. Un grupo de mujeres estadounidenses se fueron a Francia después de la Primera Guerra Mundial. Se llevaron cámaras de fotos. También hay textos y diarios. La muestra estará hasta el 21 de noviembre y merece mucho la pena.

Camino, sola, viendo los pueblos derruidos, los retratos de los niños y las instantáneas que muestran cómo trabajaban. Anne Morgan no estaba sola: la ayudó Anne Murray Dique, que era médico y organizaba todas las actividades. También hay películas mudas. Y cartas personales. Y mucha destrucción. Todavía no sabría definir si es fotografía de propaganda o fotografía documental. Quizá esté a caballo entre las dos. La población había perdido sus casas (hay muchos niños jugando entre las ruinas). Pero ellas llevaron libros y dieron clases, curaron y trajeron alimentos.

Al final, pienso, sólo he visto exposiciones de fotografía: ICP, Erwitt, Morgan. Sobrecogedoras, todas. Agridulces.

15 de septiembre.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Robert

0 comentaron



El camino hacia Grove Street. Please, don't let the door slam. Levantarse a las seis de la mañana, pasear con un perro que tiembla si te vas, lanzarle la pelota, sentarme en la alfombra para acariciarlo; las calles de Manhattan contigo en coche; un viaje a Cold Spring; un Kindle sorpresa; tú, apoyado en el quicio de la puerta, con una Coronita en la mano, para preguntar qué tal el día; tu sonrisa irónica; tu rizo rebelde. Los dos tonos distintos de voz. Aprender palabras nuevas. La reunión de los lunes. Las camisetas con mensaje. Una revista de geeks. Verte hacer cosas: conducir, prepararme un sándwich de salmón, fregar los platos. La forma en que acaricias a Boule con el pie. Tu generosidad. Que me hagas el café. Mirarte las pecas. Que me borres las fotos y me saques de quicio pero acabe riéndome porque lo cierto es que me divierto mucho estando contigo.

Ha habido más cosas: unas botellas de vino, un revelado, fotografías nocturnas, nuevos amigos, los tamales, una mujer apabullante y Boule siempre. Ahora está tendido a mis pies.

No te lo voy a poder agradecer nunca, Robert. Toda la belleza que eres capaz de generar, tu manera de acogerme y de cuidarme, el modo tan hermoso que has tenido de hacerme sentir en casa. Nueva York y Jersey City son mucho más bonitas cuando tú caminas por ellas. Cuídamelas, a las dos.

De Boule no te digo nada porque ya sé que lo cuidas. Voy a acordarme mucho de él.

Y a ti voy a echarte mucho de menos.

15 de septiembre.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Despedida

0 comentaron



Me he despedido de Bryant Park, con un concierto de piano. Esta noche hay ópera. También esgrima y yoga, gratis. He ido a Grand Central y al Chrysler (con ese vestíbulo tan impresionante y unas pinturas que parecen de Thomas Hart Benton y son de Edward Trombull), a ver el Daily News y Sniffen Court, con el portón cerrado. En la calle hay un cartel: What's your story?. Un concurso, creo recordar, para que cada cual escriba lo que quiera. Yo me acuerdo de Roy, por uno de los primeros mensajes que le leí, hace mucho tiempo, y sonrío mucho. Ya debe de haber llegado.



Cuando estaba en Bryant Park, he decidido comer en Legal Grounds. Me vuelvo a Jersey. Esta mañana ha hecho buen tiempo y he salido al jardín. Hablamos y hablamos. Robert me ha despertado con una llamada: he dormido cuatro horas, ayer llegué tarde, pero no me importa. El rito diario de hacer correr a Boule. No hay tiempo para hacer fotos: el viernes, promete. Aunque luego, como siempre, revisará y borrará las que no le gustan.



Cuando estoy con Boule, en casa, después de comer, comienzo a escribirle. Y decido no volver a Manhattan y quedarme mañana con los niños. A pesar de Harlem. A pesar de Bond Street. A pesar de todo lo que no he hecho.

Cuando llega, le regalo un libro de cocina vegetariana y un marcapáginas con un proverbio danés: de la Strand.

El camino a la casa de un amigo nunca es demasiado largo.

15 de septiembre.

viernes, 10 de diciembre de 2010

East Village

0 comentaron



Recorro el East Village buscando mis sitios. El antiguo Fillmore Auditorium, ahora un banco, donde The Who estrenó Tommy y donde tocaron Pink Floyd y Jimi Hendrix; la 8th Street, con sus casas perfectas, la Cooper Union donde estuvo Mark Twain y donde Abraham Lincoln hizo ese discurso tan famoso de El derecho hace la fuerza. La Grace Church está cerrada a las visitas, así que me quedo sin ver por dentro la iglesia que proyectó James Renwick Jr con 23 añitos (el mismo que hizo la catedral de Saint Patrick): las librerías. He quedado con JoshNogales y Virginia. Virginia llega tarde, porque se ha encaramado en la 77 en lugar de en la Séptima. No sé ni cómo nos encuentra. Me gustan estos dos. Hablamos mucho. De la ciudad y de nuestras vidas. Acabamos en un Dallas BBQ tomando un cóctel con tequila, fortísimo, y carísimo, por cierto (el alcohol es muy caro en esta ciudad, ya me lo había dicho Begoña) que pretendemos, estilo español, llevarnos en un vaso de plástico hasta que la camarera nos recuerda que es ilegal. Debe de pensarse que en España somos unos borrachos.



Hoy, casi cuando me voy a ir, descubro otros de mis lugares favoritos de Nueva York: el Tompkins a la cabeza (y pensar que por poco no voy, porque estaba agotada cuando decidí caminar siete u ocho calles más allá y verlo al atardecer) y el East Village, con su St Mark's Place cuajada de gente...



14 de septiembre.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Tompkins

0 comentaron



Escribo en el Tompkins: el lugar de la mayoría de las revueltas de Nueva Yor. Cuando uno entra en el parque, se pregunta cómo es posible que un sitio tan tranquilo haya sido escenario de todas esas protestas: la primera manifestación sindical, duras cargas policiales... Luego se fija en la gente que hay: donde, en el resto de los parques, se oye el sonido desgarrado y dulce de un saxo, aquí (a pesar de que escribo enfrente de la casa de Charlie Parker) está la fortaleza de los bongos y el djembé. Varios señores cubanos, mayores, hablan de política apasionadamente. Hay gente jugando a las cartas, canchas de baloncesto, hippies, hip-hoperos y varios grupos de tertulia. Si echo una ojeada, juraría que soy la única mujer blanca de este lugar.

He pasado por la St. Mark's Bookshop, para comprarle a Manolo un libro de fotografía (magnífico, por cierto): pequeñita, muy ordenada, muy linda. Me gustan las librerías de esta ciudad: hasta las de las grandes cadenas, mucho más impersonales: en todas he comprado algo.



Y también me gusta el East Village. Barrios así, cuajados de bares, con casas destartaladas (ya que están restaurando tanto, podrían hacer algo con Colonnade Row: lo construyeron, en 1883, los presos de Sing Sing y allí vivió Dickens), graffitis y mucha vida en las calles, me hace sentir cómoda. Me recuerda en parte a la Alameda, en los buenos tiempos de la Alameda, o a Malasaña (ídem). Aquí los niños gatean por el parque mientras sus padres están haciendo correr a los perros (porque hay un espacio para eso también) y una mujer me ha dicho que tomara unas fotos de unos cochecitos de juguete:

-Take a picture! You are in New York City!

Yo no la había hecho por si les molestaba:

-It looks like a town.

Estoy en New York City, cargada de libros y una caja de tiritas. Viendo a los chavales corretear, con sus gorras de beisbol, y a los ancianos de tertulia. Reviso mi guía y mis cuadernos.



Debería contar:
-No he ido a Harlem (pero pasé por él en coche).
-No he subido al Empire ni al TOR.
-No he montado en helicóptero.
-Tampoco en limusina.
-No he comido en Bubba Gump.
-No he entrado en Saint Paul.
-No fui a la conmemoración del 11-S.
-No he visitado ningún museo.

Pero:
-He aprendido a hacer tamales y a revelar fotos.
-He paseado a un perro muchos días.
-Me han contado cómo se entra ilegalmente a Estados Unidos.
-Me han recibido con un abrazo diariamente.
-He recorrido (puedo asegurarlo) la inmensa mayoría de las calles de Manhattan.
-He tenido encuentros muy hermosos.
-He sido muy feliz y tengo nuevos amigos.
-He ido a muchas librerías y tiendas de cómics y he comprado muchos libros.
-He pasado calor y he pasado frío y me he mojado los pies.
-Y me he reído mucho.

Me he fijado en cada ruido y en cada olor. Nueva York me ha enseñado a mirar. A fijarme en la manera en que un pueblo toma las calles y los espacios públicos, cómo integra a las mascotas en la vida cotidiana, cómo se relacionan con los demás.



Me he acordado de mucha gente estos días: de gente del foro, desde luego, pero también, y sobre todo, he deseado estar aquí con Pupe, con mis hermanos y Belén y Cristina y también con Carlos, para que se volviera loco con las tiendas de mapas antiguos. Nueva York ha sido solo mío: compartido con Robert al llegar la noche, pero mío únicamente, porque he hecho en cada momento lo que me apetecía hacer. Sin pensar en lo que me pareció imprescindible antes de venir, porque ha sido la ciudad la que me ha ido guiando.

14 de septiembre.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Una lista pequeña de sitios

0 comentaron



Hoy he quedado con JoshNogales y con Virginia. En McSorley's, a las ocho de la tarde, una de las pocas tabernas históricas que me quedan por visitar. Sé que me van a preguntar qué recomiendo y yo no sé qué decir, pero mientras camino por Central Park, voy haciendo mi lista de sitios imprescindibles.

-Ir a Jersey City. Pararse en Grove Street, localizar el establecimiento de comida rápida Subway que está enfrente, o en la misma acera, depende de dónde os bajéis, tirar hacia adelante toda esa calle y, cuando lleguéis a una taquería, girad por la misma calle de la taquería. Esa es Grand. Allí está Legal Grounds: saludadme a los chicos. Si veis, detrás de la barra, a un tipo con el pelo castaño y ojos azules, decidle que le echo mucho de menos. Después del café, seguid bajando por esa calle para ver, al final, siempre hacia el agua, el mejor perfil de Manhattan: el Empire y el Chrysler a la izquierda, el Woolworth de frente y una enorme viga de las Torres Gemelas en la plaza.

-Caminar por el puerto y ver los barcos viejos de los Piers 15 y 16.

-Pararse un buen rato en Bryant Park.

-Comprar un libro en la New York Public Library.

-Ver las pinturas de Thomas Hart Benton.

-Tomar un café en McNally Jackson Books después de patear el SoHo.

-Curiosear entre las estanterías de Midtown Comics.

-El olor de la tierra mojada en Central Park.

-Ir a ver algo: un concierto, un musical, un espectáculo de danza, una obra de teatro. Pero también pararse a escuchar a los músicos callejeros y comprarles un disco, si os gustan.

-Ir al Historic Richmond Town recorriendo parte de Richmond Road. Después, coger el bus de vuelta, pararse en Book&Cafe y pedir un trozo de tarta.

-Caminar por TriBeCa y reponer fuerzas en The Ear Inn.

-La orilla del Hudson. La orilla del East River.

-Riverside Drive. Y el Boat Basin Cafe.

-El Greenwich Village. Todo entero y durante muchas horas.

-La White Horse Tavern, la Pete's Tavern y el Old Town Bar.

-El mercado de Union Square.

-La tercera planta de la Strand.

-Los edificios emblemáticos: el Empire, el Chrysler, el Woolworth, el Flatiron.

-The Little Church around the corner.

-Un cupcake con té en Alice's Tea Cup.

-El Metropolitan Opera. Y su tienda, que pone la piel de gallina.

-Recorrer el puente de Brooklyn a pesar del vértigo.

-Hablar con varios desconocidos.

-Caminar. Al final, serán imprescindibles todos y cada uno de los pasos que deis en esta ciudad.

Cuando os vayáis, a lo mejor descubrís, como yo, que Nueva York os ha enseñado a mirar.

14 de septiembre.

martes, 7 de diciembre de 2010

Central Park

2 comentaron



Robert me despierta, con una llamada de teléfono. Quedamos en el Legal. Me quedo un rato más, hablando con X, como todos los días. No salgo al jardín porque ya hace frío. Una frase suya, sólo una frase, hace que se me salten las lágrimas, porque de repente no sé si lo veré más.

Antes de eso, Robert me sonríe:
-Guapa, me voy.
Y yo también sonrío, porque es la primera vez que me dice algo así.



Hoy está siendo duro. Bajar los escalones del metro, sabiendo que pocas veces vas a hacer eso ya. Bajarte en la Quinta, observar los edificios. En Legal Grounds pensaba ir al East Village, pero camino del Path cambio de rumbo: mañana puede haber tormenta, así que voy a Central Park. No hay mucha gente. Y caminar por el parque, ver las estatuas de Andersen, Alicia, Robert Burns, Schiller, Walter Scott y Shakespeare, me hace sonreír, aunque esté triste.



Fotografío, con sus cámaras, a un par de parejas. Me preguntan si quiero una foto yo, sentada en las rodillas del danés, pero declino la invitación. Cuando vuelvo a la calle, casi no saco la cámara. Me dedico a observar los tejados verdes, los rascacielos, la gran manzana de la tienda Apple, los tonos del parque desde los muros y la manera que está adoptando el verano para dar paso al otoño. Se me agota el tiempo y me queda tanto por hacer...

14 de septiembre.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Nombre y apellidos

2 comentaron

Mi viaje a Nueva York tiene nombre y apellidos. Los de un chico medio rubio y de ojos muy azules, que posee una sonrisa a ratos muy dulce, a ratos muy irónica, y una voz que le cambia muchísimo dependiendo de si habla en inglés o en español. Me gusta verle hacer cosas: preparar un sandwich con ingredientes de Trader's Joe para la cena, recoger la compra, alzarse el cuello de la camisa para colocarse la corbata, tirarle la pelota a Boule para que la recoja, sostener una cámara de fotos, hacer el café, fregar los platos. Y oírle hablar.



Ayer estábamos con Boule, dando vueltas y más vueltas:
-Tienes mucha paciencia porque estás aquí conmigo...
-Yo siempre estoy donde quiero estar.
-Pero estás de vacaciones y sacas conmigo al perro... ¿Siempre estás donde quieres estar?
-Sí. Me lo prometí hace mucho tiempo. Vamos a ver, trabajo y esas cosas, pero, en mi tiempo libre, siempre estoy donde quiero estar. Ten la completa seguridad de que si estoy ahora contigo es porque prefiero estar contigo antes de hacer cualquier otra cosa en el mundo.



Hoy me he dedicado a ir de compras. Pasé por las tiendas que he mirado sin verlas. He acabado en casa a las seis de la tarde, cargada con bolsas (libros de la Strand, libros de la Biblioteca Pública -al final no me he resistido y me he comprado la Marvel Comics Guide to New York City-, la Barbie de Leticia, regalos varios). He acabado en casa a las seis de la tarde y menos mal que me apetecía irme temprano para estar con Robert, porque se ha puesto a llover furiosamente: tengo los pies chorreando. Por la mañana, por fin el Puck Building y todos esos lugares plagados de los turistas que no he visto, por ejemplo, en el Greenwich o en el Historic Richmond Town. Todo plagado: no me gustan las multitudes, yo a la gente la prefiero de una en una y ni siquiera así estoy del todo cómoda.

Ahora estoy con Boule, que reclama mis caricias.

13 de septiembre.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Lunes y 13

0 comentaron

Me voy el viernes de aquí. Robert y yo nos hemos ido a desayunar al Legal Grounds; he llamado a Juan para contarle el concierto de Sonny Rollins y luego he ido a recorrer la ciudad. Y a comprar un bolso para mi madre, que no sé si le gustará porque tiene letras, pero es el más decente, de Armani Exchange. Los dependientes tienen madres muy modernas: me enseñan bolsos acolchados con bolsillo para el iPod. Y yo me río.



Estoy en el Rice, dispuesta a dar buena cuenta de un dim sun de gambas y un thai coconut curry, después de haberme recorrido Battery Park y haberme perdido (así que llego a los sitios cuando están repletos de turistas: yo también lo soy, vale, pero ver a tanto igual me abruma): cientos de japoneses haciéndose fotos con el Charging Bull (había dos toros: no sé por qué). Broadway, hacia arriba, para pasar por la Strand, otra vez. Y la Bolsa, el Federall Hall, la estatua de George Washington, el Castle Clinton y un grupo de gaiteros y de autoridades dando discursos.



Voy sonriendo recordando muchas cosas. La charla con Fer y Robert sobre el sistema de salud americano y la privatización encubierta (más o menos encubierta) de las escuelas de Nueva York; la dificultad de establecer relaciones en según qué culturas; lo complicado que resulta para los inmigrantes integrarse (aquí se cohabita: no se convive; sobre todo porque hablamos de gente que no acabó la primaria en su país); la soledad que puede sentir uno en estas ciudades tan grandes; la forma de protegerse llevando una vida cotidiana, haciendo mucho sin pararse a pensar si se está siendo mucho, además.



Yo vuelvo pronto a casa, hoy. Me queda mucho por ver de Nueva York, pero Robert llega a casa a las cinco y cuarto y prefiero estar con él. Los negativos cuelgan de la pared: ayer los sequé, con la pinza, y hoy los revisamos. Son de hace algún tiempo. Boule está contento de salir tanto tiempo a la calle, cambiamos el coche de sitio porque van a limpiar (hay un sistema de aparcamiento por zonas bastante curioso: si los barrenderos van a pasar, uno de los lados de la calle ha de estar despejado. Robert me cuenta que a veces, en Manhattan, se ve a gente leyendo en el coche, esperando que sea legal aparcar. Cuando dan las diez de la mañana, que es la hora que suele poner en las señales de tráfico -ya sabéis, prohibido aparcar de 8:00 a 10:00-, salen de su coche y lo dejan allí, porque el camión de la limpieza suele haber pasado media hora antes. A veces pagan a alguien para que les aparque el coche... y se quede leyendo el periódico en su lugar), revisamos las fotos, hablamos, hablamos, hablamos.

A él no le gusta que le retraten. Enfogonao, se pone. Yo también: me ha borrado no sé cuántos retratos suyos, algunos muy buenos.

Yo he querido matarlo.

Pero el caso es que me divierto mucho estando con él.

13 de septiembre.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Revelando

2 comentaron

Para revelar hay que abrir un carrete en la oscuridad, introducirlo en unas espirales, tomarle la temperatura al agua, hacer una emulsión, echar un fijador y que tus manos sean tus ojos, no sé en qué orden. Cada treinta segundos, se agita el bote en el que están los rollos con el líquido y se le da un golpe seco para quitar las burbujas. Seis minutos y medio a veinte grados. Esto es como una relación de pareja, dice Fer. Unión. Hay que usar las manos y la boca. Como en la camiseta esta rara que tiene para abrir los carretes no consigue meterlos en la espiral, Robert comienza a sudar. Yo le abanico (ese abanico se lo quedará Fernanda después, que nunca ha tenido uno) y Fer también, con el New York Times. Al final, Robert se va al baño. Ponemos la manta que le regalé a Boule en la ventana y yo cojo una toalla para tapar los resquicios de la puerta, mientras le apremiamos, porque estoy de puntillas con Fernanda acercándome la copa de vino. Porque para revelar hay que abrir una botella de vino. Y hay que hablar mucho: "¡Basta de dobles sentidos!", grita él. ¿Nosotras? Habráse visto. Burlonas. Hay escenas muy almodovarianas. Luego los invito a cenar porque a mí, si paso mucho tiempo encerrada, se me caen las paredes encima. Cae otra botella de vino. Robert está tan bien que hasta se fuma un cigarro. Y Fer lo inmortaliza con la Leicca, hasta que él se tiene que largar y nos quedamos las dos. Horas.

Me gustan estos dos.

12 de septiembre.