Me voy el viernes de aquí. Robert y yo nos hemos ido a desayunar al Legal Grounds; he llamado a Juan para contarle el concierto de Sonny Rollins y luego he ido a recorrer la ciudad. Y a comprar un bolso para mi madre, que no sé si le gustará porque tiene letras, pero es el más decente, de Armani Exchange. Los dependientes tienen madres muy modernas: me enseñan bolsos acolchados con bolsillo para el iPod. Y yo me río.
Estoy en el Rice, dispuesta a dar buena cuenta de un dim sun de gambas y un thai coconut curry, después de haberme recorrido Battery Park y haberme perdido (así que llego a los sitios cuando están repletos de turistas: yo también lo soy, vale, pero ver a tanto igual me abruma): cientos de japoneses haciéndose fotos con el Charging Bull (había dos toros: no sé por qué). Broadway, hacia arriba, para pasar por la Strand, otra vez. Y la Bolsa, el Federall Hall, la estatua de George Washington, el Castle Clinton y un grupo de gaiteros y de autoridades dando discursos.
Voy sonriendo recordando muchas cosas. La charla con Fer y Robert sobre el sistema de salud americano y la privatización encubierta (más o menos encubierta) de las escuelas de Nueva York; la dificultad de establecer relaciones en según qué culturas; lo complicado que resulta para los inmigrantes integrarse (aquí se cohabita: no se convive; sobre todo porque hablamos de gente que no acabó la primaria en su país); la soledad que puede sentir uno en estas ciudades tan grandes; la forma de protegerse llevando una vida cotidiana, haciendo mucho sin pararse a pensar si se está siendo mucho, además.
Yo vuelvo pronto a casa, hoy. Me queda mucho por ver de Nueva York, pero Robert llega a casa a las cinco y cuarto y prefiero estar con él. Los negativos cuelgan de la pared: ayer los sequé, con la pinza, y hoy los revisamos. Son de hace algún tiempo. Boule está contento de salir tanto tiempo a la calle, cambiamos el coche de sitio porque van a limpiar (hay un sistema de aparcamiento por zonas bastante curioso: si los barrenderos van a pasar, uno de los lados de la calle ha de estar despejado. Robert me cuenta que a veces, en Manhattan, se ve a gente leyendo en el coche, esperando que sea legal aparcar. Cuando dan las diez de la mañana, que es la hora que suele poner en las señales de tráfico -ya sabéis, prohibido aparcar de 8:00 a 10:00-, salen de su coche y lo dejan allí, porque el camión de la limpieza suele haber pasado media hora antes. A veces pagan a alguien para que les aparque el coche... y se quede leyendo el periódico en su lugar), revisamos las fotos, hablamos, hablamos, hablamos.
A él no le gusta que le retraten. Enfogonao, se pone. Yo también: me ha borrado no sé cuántos retratos suyos, algunos muy buenos.
Yo he querido matarlo.
Pero el caso es que me divierto mucho estando con él.
13 de septiembre.
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