viernes, 2 de noviembre de 2012

Agustín García Calvo

2 comentaron

Estoy en Buenos Aires. La única noticia que me llega de mi país (yo siempre me entero de las cosas importantes) es que ha muerto Agustín García Calvo. Ese señor tradujo, para mí, quiero pensar, los sonetos de Shakespeare de la mejor manera en que jamás nadie los ha traducido. En mi época de Facultad fue un referente: un referente moral, un referente ético, un referente vital, un referente literario, de los que surgían en las charlas con amigos. Nunca le entrevisté: siempre me produjo muchísimo respeto: me da miedo entrevistar a la gente a la que admiro.

Imagen de Virutas


Le voy a echar de menos.

jueves, 25 de octubre de 2012

Cuando te vas del Daily Planet

4 comentaron

Se están yendo muchos. Yo sé de periodismo. Es decir, sé del afán por contar las cosas tal y como son: las cosas del exiguo mundo que manejamos, lo que nos llega. Sé de buscar palabras, para que las palabras digan lo que han de decir y ninguna otra cosa más. Sé de las incoherencias de este oficio, sé que este oficio es orgásmico, sé que yo no sería quien soy sin él y sé, además, que es una de las dos profesiones que podría ejercer sin tener ganas de pegarme un tiro.

Y sí: podría hablar de parcialidades y de editores y de la capacidad performativa del lenguaje y de cómo los medios construyen el mundo y hasta de la agenda y del discurso del poder y de la publicidad y de las grandes corporaciones y de cómo, hace mucho tiempo, fundar un periódico costaba dos duros. Esas cosas ya las sé. También sé que el 90 por ciento de la gente que habla de manipulación asimila la manipulación con la línea editorial (lo repetiremos, para torpes: si uno se da cuenta de que le están manipulando, no le están manipulando) y que ese mismo 90 por ciento es capaz de creerse la información que hay en una cadena de e-mails pero no una noticia del periódico de mayor tirada de su país o las imágenes que ve en televisión.

Si no fotografío esto, la gente como mi madre pensará que la guerra es lo que sale en televisión.
Kenneth Jarecke. Fotoperiodista.


Podría hablar de todo eso. Podría hablar también de que no, de que no cualquiera es periodista. Yo, de hecho, después de más de diez años de profesión, estoy verde como una vara verde y a veces estoy verde en mi misma área, que es cultura. Podría decir, y lo voy a decir, que sin periodismo y sin periodistas estaríamos todos jodidos. Porque lo que llega es poco, pero llega. Y llega porque otros lo cuentan, lo graban y lo fotografían.

Hay quien no se doblega y los matan.

Y hay quien se va.

Esta columna salió ayer en El Mundo. Y es imprescindible.

Personajes en limpio
por Manuel Jabois

OPINIÓN | Personajes en limpio
Cuando te vas del 'Daily Planet'
El periodista Clark Kent convertido en Superman.
El periodista Clark Kent convertido en Superman.

















Un día que andaba yo corriendo por el periódico, el subdirector me cogió del brazo y me dijo: “Qué te parece hacer una columna semanal”. Dije que me parecía bien, y escribí una columna, la primera de mi vida, sobre las prostitutas que se amontonaban en Reina Victoria. Se me censuró, claro, porque salía la palabra puta en cada línea. Fue como si en casa me hubiesen prohibido decir puta hasta tener audiencia: “ese lenguaje, cuando escribas en un periódico”. Exploté ante el folio, y al recibir la dirección mi artículo se quedó pálida, como si detrás de aquella fachada pública mía de cronista de plenos se agazapase un obseso sexual, que también.
Mi primera columna no salió. La segunda la titulé Pontevedra 501, pero el editor pensó que me refería al nombre genérico que llevaría el artículo y dejó salir la maqueta con el cajetín del título en blanco. Empezaba a pensar que me estaban tomando el pelo, y que todo era una maniobra antes de enviarme a corregir esquelas, cuando salió la tercera columna publicada sin ningún error, más allá de que yo no supiese escribir.
Necesité tres semanas para publicar mi primer artículo, y creo que necesitaría tres meses para escribir el último, en esa despedida pesada que practicó un colega de Local durante dos años “hasta que me salga uno bien”, y no hubo manera de que cogiese el finiquito. Por eso me sorprende la facilidad y la emoción contenida con que muchas firmas se han despedido de sus periódicos, con lo mucho que cuesta irse de la fiesta. Lo acaba de hacer Enric González saliendo de El País con una explicación en Jot Down (“He escrito estas líneas con vergüenza.Que yo deje un empleo carece de interés”) y lo hizo seis años atrás Arcadi Espada: “El periodismo se parece a la vida: no hay sentido, pero cualquier palabra tiene padre y madre. En realidad, ése es el sentido”.
Yo creo que marcharse de un medio de comunicación es como marcharse de una familia, por eso se necesita un talento especial para no acabar insultando a nadie en medio de la cena. “Estoy harto de tus jefes y de ti”, escribió Pérez Reverte en carta dirigida a Ramon Colom, director de RTVE. “Así que puedes tomar esta afirmación como motivo para abrir otro expediente más serio, por desacato, en lugar de esa estúpida parodia. Te regalo, como ves, veintiún años de antigüedad en el Estado (12 en PUEBLO y 9 en TVE) a cambio de mi dignidad y mi vergüenza, palabras cuyo sentido te hago el honor de imaginar que conoces. Que os den morcilla, Ramón. A ti y a Jordi García Candau”.
Javier Ortiz soportó la rara concepción que tenían muchos de sus lectores de la prensa libre: “¡Pero qué hace un tipo como tú escribiendo en El Mundo!”, como si un periódico tuviese que ser por defecto un rebaño: “Muchos de mis amigos y amigas no entienden que tomar esta decisión me haya costado Dios y ayuda. No se dan cuenta de la tupida red de lazos afectivos que uno puede establecer con un periódico para el que ha escrito durante 18 años”. 44 estuvo Bob Ryan en el Boston Globe hasta despedirse el pasado agosto. Su testimonio es prueba no del cambio de paradigma que dice Juan Luis Cebrián sino de falla tectónica: “Muchas de las personas con las que trabajé y admiraba habían nacido entre 1900 y 1920 (…) Dos de ellos nunca aprendieron a conducir un coche (…) Casi todo el mundo fumaba, y un porcentaje alarmante de periodistas deportivos eran alcohólicos reformados o funcionales”.
Ese periodismo nocherniego de alcohólicos y divorciados también ha ido desapareciendo poco a poco, por eso las despedidas no tienen aire a testamento, como Umbral dictando en su lecho de muerte 'Las uvas agraces'. No hay dinero para bodas ni para botellas, y el riesgo de viajar a una guerra con mochila ha sido sustituido por esquivar whatsapps de un concejal entendido en subtítulos. A veces viene alguien más joven a preguntarme por alguna hazaña de los buenos tiempos, cuando se trabajaba cobrando, y siempre cuento que una vez estaba escribiendo un reportaje, me miré de reojo en un espejo y me vi con unos pantalones dockers y una camisa por dentro. Pensé que aquello no era un periodista ni era nada, así que me levanté inmediatamente, salí a la calle a ponerme un piercing y volví para acabar el reportaje, que fue un reportaje de mierda, y yo me quedé como un gilipollas con un clavo en la ceja diez años. Ni siquiera me lo pagó el periódico.
Joan Perucho escribió en julio de 2003 este artículo. “Todo pasa en el tiempo y mi vida pasa también. En ella oigo los pájaros cantar sobre mi cabeza y las alondras volar alrededor de mí. Estoy cansado y enfermo y, por lo tanto, me es imposible continuar con mis tareas; o sea, seguir mis colaboraciones desde siempre con La Vanguardia (…) Estoy tendido en mi sofá ante el retazo que mi madre recortó cuando venía del frente, de La Vanguardia: Oración por los caídos, y con mi gata Luna sobre mi regazo, esperando mis caricias. Me estoy adormeciendo junto a mis queridos libros, recordando a mis amigos los lectores”. Murió tres meses después.
Quedan muchos actos heroicos y se recuperarán otros con el tiempo, pero mientras tanto nos entretenemos despidiéndonos –miles del oficio, algunos de los periódicos- mirando a los lados para tomar nota cuando toque. Así Indro Montanelli, todo dignidad, yéndose de Il Giornale: “Este es el último artículo que aparece con mi firma en el periódico que fundé y que he dirigido durante veinte años. Durante veinte años este ha sido -y mis compañeros de trabajo pueden testimoniarlo- mi pasión, mi orgullo, mi tormento, mi vida. Pero lo que siento a la hora de dejarlo es sólo asunto mío: los tonos patéticos no van conmigo y nada me resulta tan insoportable como el lloriqueo”. Dijo, un 14 de enero de 1994, haberlo resistido todo, salvo una cosa: “la promesa a la redacción, a mi redacción, de conspicuos beneficios si se adaptaba a sus gustos y deseos, es decir, si se rebelaba contra los míos. Llegados a este punto no tenía más que una opción. O resignarme a ser el altavoz de Berlusconi. O irme”.
Antes citaba a Cebrián, que se despidió de El País como director hace 24 años: “A su lado [se refiere a Jesús de Polanco] he aprendido el humanismo que encierra el mundo de la empresa y de la economía, algo demasiado desconocido para los españoles, castigados durante décadas por el capitalismo feudal y agrario, víctimas hoy del éxito de los especuladores financieros, y huérfanos del espíritu saintsimoniano que ha facilitado el desarrollo industrial y tecnológico de tantos países”. “Me voy”, dijo el ex director de El País, “pero me quedo”.
“Comencemos este último artículo robando, que es lo que mejor sabe hacer todo articulista que se precie: ‘Si muero, dejad el balcón abierto”, escribió Antonio Avendaño para despedirse de Público, donde además de Lorca recordó a Dylan y su pregunta de quién mató a Norma Jean: “Yo, dijo la ciudad”. Algo que no sé por qué me evoca al niño de la canción de Los Enemigos que se suicidó dejando una nota: “Id a por el pan, que yo no voy a ir”.
“Desde la fundación de este periódico, en 1917, escribo en él y en España sólo en él he escrito. Sus páginas han soportado casi entera mi obra. Ahora es preciso peregrinar en busca de otro hogar intelectual. Ya se encontrará. ¡Adiós, lectores míos!”, se despidió Ortega y Gasset de El Sol. Años después Indalecio Prieto también paró de escribir en Informaciones. No se le puede reprochar que no tuviese una buena excusa. Ni bronca con los propietarios, ni divergencias ideológicas, ni presiones del Gobierno ni una oferta de la competencia. Todo lo más, una Guerra Civil y un Ministerio: “Yo hubiera querido contribuir antes desde el Gobierno con mi esfuerzo a evitar la insurrección. El juego de la política frustró entonces el intento, porque encontré cerrado el paso. Hoy, en horas dificílisimas, se me llama para sofocar la sublevación. Acudo al llamamiento sin titubear y voy donde se me ordena”.
Hogar intelectual, dijo Ortega. Lo dejó Anson, que tanto había contribuido a formarlo en Abc (“Al volver la vista atrás (…) se me enreda la tristeza en los puntos de la pluma antes de firmar mi artículo de adiós”). Y lo dejó en 1977 Jean D’Ormesson, que dirigía Le Figaro, por diferencias con el propietario. Serge July, cofundador del 'Liberation' con Sartre, abandonó el periódico obligado por el accionista mayoritario, Eduoard de Rotschild. “En esta situación ‘revolucionaria’ hay que tomar cien iniciativas al mismo tiempo. Pero, por falta de medios suficientes, no se toman. Y en las revoluciones, más que en otros momentos, el tiempo perdido no sólo no se recupera sino que se convierte en un elemento violentamente hostil”.
Por diferencias con su país, directamente, lo dejó Paul C. Robertson, editor del Wall Street Journal que se largó del oficio: “Los medios de comunicación americanos no sirven a la verdad. Sirven al gobierno y los grupos de interés que respaldan al gobierno (…) Cuando la pluma es censurada y puede que sea extinguida, me retiro”. A Antonio Fontán también le cerró el diario Madrid su país, concretamente su dictadura: “Colaborador de la tercera página desde aquel mismo septiembre y director del diario desde abril de 1967, he sido testigo y actor de este generoso empeño. Las principales vicisitudes y dificultades de estos años son de todos conocidas. De nuestros aciertos y de nuestros errores no soy yo el llamado a opinar (…) La historia de este capitulo de la vida periodística española contemporánea se escribirá en su día”.
“Una columna, en el mejor de los casos”, dijo Eduardo Mendoza en su adiós de El País, “ha de ser un impreciso sismógrafo, algo así como la previsión del tiempo: igual de falible y de científica, porque se elabora a base de mirar las nubes y ver por dónde sopla el viento. No en vano ocupa el último espacio del diario para los que lo leemos de delante a atrás”. Dijo adiós con orgullo: no falló ningún lunes y nunca utilizó el fútbol como metáfora de la vida.
“Es conveniente que las despedidas siempre sean breves. No es esto un aria de ópera para poner ahora un interminable adio, adio. Adiós, por tanto. ¿Hasta otro día? Sinceramente, no creo”, dijo Saramago a los lectores de su blog. Pero TS Eliot, que era poeta, escribió en prosa una larguísima despedida de su revista literaria 'The Criterion', condenada sin él al cierre: “No serán los grandes órganos de opinión, o las viejas revistas; serán los periódicos pequeños y remotos, que apenas son leídos por nadie salvo sus propios colaboradores, los que mantendrán vivo el pensamiento crítico, y darán estímulo a los escritores de verdadero talento”.
Borja Hermoso se fue de EL MUNDO: “He pasado aquí años y sensaciones que no puedo definir porque, sólo de pensarlo, las bolas de la garganta van transformando las gotas dulces de la lluvia en lágrimas de agua salada. Gente, cosas, risas, llantos, artículos, amigos, gente maravillosa, seres mediocres, ladinos y envidiosos, experiencias, enseñanzas, abrazos, besos, amores, desamores, cine, vida”. Y Carlos Boyero dijo adiós al mismo periódico a través de aquel chat suyo en el que le pregunté una semana tras otra por un compañero mío de Diario de Pontevedra al que quise darle una sorpresa que finalmente trocó en desgracia: “Carlos, una vez más, ¿qué te parece el crítico Ramón Rozas?”. “Pues que eres la hostia, Ramón Rozas”, terminó contestando.
No fue mi último altercado con Boyero. Una compañera buscaba documentación sobre el pontevedrés Jorge Castillo y su última película, Schubert. Encontré una crítica durísima de Boyero y se la leí en alto añadiendo una morcilla: “En fin, un bodrio. Pero qué se puede esperar de alguien de Pontevedra”. Nunca pensé que mi compañera decidiese acabar con ella la entrevista. “¿Pero eso ha dicho?”, gritó Castillo. “En fin, está loco, está loco. Tú misma lo ves”.
Wenceslao Fernández Flórez se fue con un alegre ¡Hasta la vista! de La Codorniz: “Yo soy, sencillamente, un hombre muy serio que siente la necesidad de atacar en sus escritos aquellas costumbres y modalidades que le descontentan”. Probablemente su contemporáneo Camba se despidió con algún refrito, que acabaron siendo tan célebres como sus mejores artículos –si no eran lo mismo-, pero fue famosa su llegada a Abc: “A los lectores de Abc yo no voy a decirles lo que gano, ni lo que como, ni lo que peso; pero quiero que sepan mi nombre y que se familiaricen pronto conmigo. Entrar en un periódico es para uno como entrar en el seno de una familia desconocida”.
Pedro Schwartz decidió dejar La Vanguardia tras ocho años y 250 artículos. Su adiós en 2006 sigue vigente, como si hubiese conseguido hacer una columna eterna, nada difícil en Cataluña, por lo demás, donde casi todo es retorno: “Abandono el empeño (…) porque tengo la triste impresión de que mis esfuerzos no han servido para nada: la burguesía de Catalunya, mi querida Catalunya, se va alejando inexorablemente de nosotros, los pobres liberales del ‘Estado español’, en busca de un Santo Grial comunitario”. Reconocía Schwartz, al final de su artículo, que había empezado a felicitar a los jóvenes catalanes por lo bien que pronunciaban el español. Cuatro años después se retiraba Félix de Azúa de El Periódico de Catalunya: “La ruina ha ido ensombreciendo la vida en común hasta el punto de que la próxima campaña electoral está derivando nada menos que en un simulacro de guerra civil. De un lado los insensatos que usurpan el nombre del socialismo, del otro los corruptos que dicen ser populares. (...) En estas circunstancias, la verdad, es inútil tratar de influir en la vida pública, así que me voy a los cuarteles de invierno a ver si logro hacer algo de provecho”.
La vida de un hombre, según Lee Iacocca, presidente en tiempos de Chrysler y columnista en Los Ángeles Times –que distribuía su artículo a Abc- se divide en tres fases. La primera de preparación, la segunda de ejecución y la tercera de contribución. “Algunos se conforman con una caña de pescar o un palo de golf y llaman eso descanso, pero para mí no es descanso; no es más que venganza, desquitarse por todos esos años de presión y duro trabajo”, dijo en su columna de despedida. Y tanto. Cuenta Arcadi Espada que la esposa de Homero Expósito decía que el compositor había hecho de Chau… no va más 63 versiones. “Yo le decía: ‘¿Hasta cuándo te vas a torturar con eso?’. Me contestaba: ‘Es que no quiero que después venga ningún boludo a decirme que la coma está mal puesta”. Espada se despidió de El País bailando un tango.
A mí este artículo se me ha ido de las manos, pues debería salir el domingo y a estas alturas del párrafo ya estamos a martes. Si habré llegado lejos con él que ha terminado por dimitir Superman, también por diferencias con los nuevos propietarios: “Esto es lo que ocurre cuando un tipo de 27 años se sienta tras un escritorio y tiene que acatar las órdenes de una gran corporación que en realidad no tiene nada que ver con sus intereses”, dice el autor. Tras irse del Daily Planet, los guionistas se plantean que Superman monte un Huffington Post o un Drudge Report, o sea que bajo la fachada normal y conocida de Superman se oculte Arianna Huffington. Además de salvar el mundo quiere salvar el periodismo dándole la oportunidad de su vida a jóvenes promesas: la oportunidad de convertirlo a él en inmensamente rico.
Ahora debería cerrar yo este texto a lo grande y para ello he descubierto de golpe que se exige mi cabeza, o sea mi despedida. Como si todo lo expuesto fuese estrechando el camino muy a mi pesar hasta dejarme a mí sólo una salida. El Artículo puede con el Autor y demanda su adiós para que el Artículo triunfe; el Artículo le está doblando el pulso al Autor, que de repente se da cuenta de que va a perder su trabajo por tonto. A mi casa se le ha puesto esa luz sombría que se le pone a las casas con recién nacido y un padre que lo va a dejar sin sustento por un final redondo.
Déjenme que por una vez en la vida prefiera sacrificar el Artículo y mantener con vida al Autor, de momento, por el mismo motivo por el que podría hacer lo contrario, que es la obsesión; me resulta imposible que entre tantas palabras escritas ahí arriba no haya una coma mal puesta.

* Documentación: Verónica Puertollano

miércoles, 24 de octubre de 2012

Mira, Traga

2 comentaron

Resulta que Monsieur Lange, y Droid, y Chuschao y los demás, con Vértigo también, que ahora se llama Pancho-Vertigen, han creado un foro de cine. Otro más, que hacía falta. Y resulta que me voy a Argentina, que está tan cerca de Uruguay y que, cuando leo ciertos mensajes, de ciertos temas, escritos por cierta gente que ahora creció y que tiene hijos y ha publicado libros y ha seguido viviendo a mi lado, más o menos, con esa cercanía que a veces da la gente a la que no has visto nunca y no sabes si vas a ver, regreso a ti de nuevo y a la tristeza.

Se diría que un ave de bronce emerge de una superficie de mercurio. 
Es sólo un pajarraco, posiblemente una garza, emergiendo del White Rock Lake,
pero se ve como el resurgimiento de Terminator.
La imagen y la leyenda son de Tragamuvis.

 Miro textos viejos. Releo tus poemas, me acuerdo de tu voz, tengo grabada tu voz. Pienso en Pablo, con el que no caminaré por Buenos Aires, y en m0ntaraz, y en Neno, que me hizo leer algunos hechos de la única manera en la que podré leerlos, en la manera en que él me hizo ser esto que soy, o estas partes que soy y, de rebote, porque el corazón hace estas cosas una noche cualquiera de finales de octubre, también pienso en la gente que se fue, en quien se acabó de ir hace casi cuatro meses y no va a volver ya más.

No es cierto que la música sigue sonando. No es cierto. Supongo que, como siempre, acabo deseando que la sinfonía hubiera sido más larga. Unos años más larga. Toda la vida más larga.

Se me dan mal las pérdidas y las despedidas. Y no saber qué ocurrió, qué hice, qué dejé de hacer, en qué momento debí cerrar la boca.

Echo de menos que me crezcas.

Echo mucho de menos que me crezcas.

martes, 23 de octubre de 2012

La niña de sus ojos / Intimidades

0 comentaron

Joyce se me aparece, otra vez, como lo hizo en la Facultad, con Michael esperando bajo el frío en Dublineses. Nunca he leído el Ulises, pero sí me ventilé, cuando tenía 12 años, con una mezcla de asombro, pavor y excitación, sus Cartas a Nora, en una biblioteca de pueblo, de pie. Siempre había pensado en Joyce como en un Kierkegaard cualquiera, con sus paseos a las cinco en punto de la tarde y jamás me imaginé que fuera tan absolutamente pornográfico. Ahora leo La niña de sus ojos, sobre Lucia Joyce, sobre Mary M. Talbot, sobre Bryan Talbot, sobre Samuel Beckett, sobre James S. Atherton y pienso que, al final, una necesita sus propios ajustes de cuentas, cuando ya no pueden leerlos.

Y esas mujeres.

Las que no supieron, las que se volvieron locas, a las que internaron en sanatorios porque vivieron en la época equivocada, o las que murieron intentando controlar su cuerpo, como ocurre en Intimidades, de Leela Corman (sí, ya lo sé: ¡confundí el Lower East Side con el Upper East Side! ¡Yo! ¡La que se compró hasta la guía de los cómics de Nueva York!). Las dos son historias tristes. Una la cuenta a cuchilladas, de una manera totalmente asentimental, unas elipsis que te dejan construir la parte del discurso que te falta (lo que no, te lo ofrecen las caras, unos ojos, un rictus). Las dos hablan de la dualidad, de la identidad propia, de la supervivencia, de la formación. De la ropa tendida, de relaciones que nunca son mágicas.



Siempre me ha interesado por qué la gente elige una forma determinada de contar y cómo mi propio mundo, tan pequeño, tan de andar por casa, es capaz de interpretarla. Qué se elige en el encuadre de una viñeta, qué se saca del encuadre de una fotografía, por qué un trazo, por qué una luz, por qué una nota. Por qué, al final, yo leo lo que leo y por qué sé, al instante, nada más pasar la última página de esos dos libros, Intimidades, La niña de sus ojos, que lo único que voy a ser capaz de recordar dentro de unos meses es la pena.

lunes, 22 de octubre de 2012

Una cosa pequeña

1 comentaron



He hecho mi primera reseña de un cómic. Me la pidió Pepo Pérez. No tengo idea de por qué, ni de cómo dio conmigo. Es una cosa tonta, tiene 1000 palabras, que son apenas un par de párrafos y no he contado lo más importante.

Lo más importante es que he hecho una reseña de un cómic y no te la voy a poder mandar.

viernes, 31 de agosto de 2012

El final, de nuevo, y La Lonja

0 comentaron

Yo enterré a mi hermano y quizá no debí hacerlo. Perdí a mi familia, y a mi hermana cobarde, y me enfrenté con mi tío...

Así podría comenzar una Antígona. Hace unos días, Amparo Baró, que pudo estar en el Festival de Mérida pero no estuvo, hace muchos años, me dijo que le hubiera gustado representar Antígona. Ayer se lo recordé:
-Estoy muy mayor para ese papel.
-¿Y una Antígona que recuerda?
-Oye- se asombró, y me miró con extrañeza y lo pensó unos segundos:-Qué buena idea.

Amparo Baró, por Jero Morales.


Miguel del Arco, luego, me reconoció y me abrazó, muchas veces, con mucha alegría. Y vi a Alicia Hermida con su marido y me dio vergüenza acercarme porque hace muchos años que la entrevisté y Cayetana Guillén Cuervo me sonrió y me apretó el brazo y miré los ojos azulísimos de Héctor Alterio, tan grande, tan grandísimo, y vi una proyección en 3D que me hizo olvidar los 700.000 euros que ha costado la gala y todo lo demás porque sé, desgraciadamente para mí, que este Festival no ha tenido un Juicio a una zorra, ni una Medea dirigida por Tomaz Pandur, ni unos Persas de Calixto Bieito; ni un bailarín como Ángel Corella haciéndome descubrir la danza, ni una Antígona del siglo XXI haciéndome reflexionar sobre el amor y sobre mi profesión.

Pero a Amparo Baró le pareció magnífica una idea mía.


Mapping de Romera Diseño e Infografía, por Jero Morales.

Y eso es muy tonto, porque es muy tonto, y porque no era oportuno ni necesario que yo tuviera un recuerdo que voy a tener, pero me gustó escuchar a Juanjo Seoane hablar de ópera y hablar de la subida del IVA, mañana mismo ya, y a Juan Echanove, a quien, años después, le agradecí el haber dirigido Visitando a Mr Green solo para mí (una de esas obras con la que yo establezco siempre una comparación, como lo hago con Los chicos de historia de Pou). Pero también hubo una cierta vindicación de la profesión teatral (con los grandes nombres, sí, que en otros lados son motivo de orgullo -no me imagino a los ingleses pateando a John Gielgud, por decir alguien que es una clara referencia- pero que aquí lo son de cainismo) y la hubo en un momento en que las políticas culturales públicas asimilan cultura con entretenimiento y el rédito económico lo sobrevuela todo. Y se propició, además, una cierta reconciliación con algunos de esos actores a los que en el anterior Festival no les pagaron, o no les dieron de alta y supongo, también, que eso es bueno en cierta medida y compartir la indignación recitando un parrafito de Las Avispas de Aristófanes para descubrir que todo, arriba y abajo, gobernantes y gobernados, sigue exactamente igual.

Periodistas.

Ya se han acabado las citas en La Lonja. Estos de ahí arriba, conmigo, son mis compañeros. Muchos de ellos quedamos hora y media antes de los ensayos y antes de las obras: en la foto faltan un par de personas importantes, pero los demás, unos y otros (sobre todo un núcleo duro: Inma, Sandra, Esperanza, Kike, Paco y yo), llevamos compartiendo, durante seis años, nuestro concepto de teatro, nuestro concepto de cómo ha de dirigirse un festival y nuestro concepto de los clásicos que nos sabemos de memoria. Porque nosotros podemos repetir el parlamento del hombre de Antígona sin respirar, y sabemos por qué Medea decide matar a sus hijos y cómo Las Asambleístas no es, ni de lejos, tan feminista como la pintan y nos miramos al final de una obra y sabemos lo que pensamos de todas las interpretaciones, de la versión del autor y de la escenografía y la luz. Hemos escuchado mil veces las palabras "marco incomparable" y nos han prometido más de mil que este año, esta vez sí, señores, se recupera lo que han dado en llamar "la esencia grecolatina" y que nos hace reír o asustarnos dependiendo del humor del día. Nos comentamos dudas, nos intercambiamos opiniones, lanzamos ideas sobre reportajes y tenemos siempre la misma esperanza cuando se apagan las luces: descubrir algo que nos haga aprendernos, que nos cambie la vida, que nos suscite debate, que genere controversia (no la controversia fácil, sino la que te hace plantearte). Sabemos de la dificultad de girar unas obras que se realizan para un espacio que tiene 50 metros de ancho y de la dificultad que hay cuando se cambia de director una y otra vez porque no se puede realizar un proyecto reconocible. Nos ilusionamos a la vez y, también, nos decepcionamos a la vez. Y eso ocurre una vez al año, en torno a un proyecto que esperamos cada mes de julio con una sonrisa, aunque no durmamos nada en ocho semanas. Ocurre una vez al año y, aunque nos traguemos propuestas horrorosas (que nos las tragamos), el primer día, el primer encuentro, esa frase que decimos siempre ("ya estamos aquí otra vez") nos abre una etapa que somos muy afortunados de vivir y de poder compartir con los amigos.

viernes, 24 de agosto de 2012

Viajes

4 comentaron



En Madrid comencé a leer Ventanas de Manhattan, de Antonio Muñoz Molina, que a mi madre no le gustó porque no conoce Nueva York. Yo sé que volveré, no sé en qué momento ni con quién, ni si iré sola de nuevo o no, yo sé que quiero volver y sé también que no cruzaré contigo el puente de Brooklyn. Ni el de Verrazano. Que ya no te voy a pedir permiso. Y que este dolor pequeñito, de andar por casa, nada devastador, hecho de punzadas, de alguna risa, de una apertura que no debió ser, de un poco de pudor tardío y de un mucho de vergüenza a destiempo, siempre demasiado tarde, y de torpeza, se va a quedar durante muchos meses y regresará en invierno, igual que ahora, pequeñito, insignificante, tornándome rubor y silencio.

Regresar a un sitio conocido es volver a casa. Preparar un viaje también tiene algo de eso: de querer llegar a un sitio conocido, esa urgencia de no querer perderse lo que sabrás que te gustará del todo (siempre algunos bares, algunos restaurantes, algunas pastelerías, una vista nocturna desde las alturas y, si lo hay, siempre un puerto), reconocer los lugares y perderse, perderse mucho también: al fin, las guías señalan lugares, pero no las calles donde están, ninguna te fotografía la calle entera, el bullicio, los olores o esas imágenes absurdas que te acompañarán durante días.

Tengo que volver a Canadá para escribirlo. Tengo que escribir todos los viajes porque, si no, se me olvidan. Si no escribo mis años, se me olvidan. Así que Begoña me regala un cuaderno artesanal mientras comemos salmorejo y cuscús de verduras y me despido de esa Madrid en la que nunca te veo y yo compro otro cuaderno en la exposición de Hopper, porque no me resisto a saber que escribiré en el Café Nostalgia, por ejemplo, como lo hice en el Legal Grounds todos los días, o en la White Horse Tavern, levantando la vista cada tres frases, buscando palabras que no estén gastadas para describir qué sentí, qué viví, qué pensé, saboreando un café que al principio siempre está demasiado caliente y después siempre está demasiado frío. Mirando el interior, mirando por la ventana, sin ver nada.

Cuando voy a partir a alguna parte, me acuerdo siempre de los lugares en los que querría estar.

domingo, 19 de agosto de 2012

Hopper

5 comentaron


Pavimentos de Nueva York. Hopper.

En Pavimentos de Nueva York hay una monja empujando un carrito de bebé, casi fuera de cuadro. En el arte no hay nada accesorio. Hopper compró una cámara para apresar los detalles de los edificios, pero se dio cuenta de que la perspectiva no era la misma que la de su ojo y la abandonó. Le fascinaban los cuartos vacíos. Qué es lo que pasa, se preguntaba, en una habitación vacía cuando no la ve nadie. He pensado en Estados Unidos, he reconocido los tejados de Nueva York y me ha sobrecogido la perfección de las acuarelas. Y los grabados. Y el gusto por las sombras duras en los costados de las casas. Los toldos azules y blancos, los brownstones, las gasolineras por las que no pasaba casi nadie, los edificios con pasarelas de madera que se adentraban en el bosque, las marinas con el agua moviéndose -el agua se mueve en los cuadros de Hopper- y los grabados llenos de sombras nocturnas, de parejas sórdidas, de barcas varadas.

Room in New York. Hopper.

Hay mucha soledad en los cuadros de Hopper. Pienso en Dorothy Parker, cómo no pensar en Dorothy Parker al ver el retrato de un matrimonio callado, ella tocando aburrida una tecla indolente en el piano, él leyendo el periódico sin levantar la vista. Cómo no acordarme del matrimonio perfecto que se separa porque descubre que, tras una década, ya no tiene nada que decirse. Cómo no ver, también, que hay mucho de Hopper en la serie de Mad Men y cómo no pensar en el mural neoyorquino que mostraba a los hombres trabajando, las camisas medio abiertas, los músculos tensos, mientras veo las fotos de las portadas que Hopper ilustraba: el trabajo en los muelles, los obreros -todos hombres, ninguna mujer, todos elegantes (camisa, chaleco, gorra cuadrada con visera)-: inmigrantes quizá buscando la tierra prometida llena de oportunidades.

Night Shadows. Grabado. Edwad Hopper.

Hay una América que quiso contar Hopper, o varias. ¿Qué lleva a un pintor a retratar casas solitarias, con sus postes en medio, a plena luz del día? Me lo pregunto, también, porque en Canadá surgio un movimiento nacionalista, el Grupo de los Siete, que no quería mirar a Estados Unidos ni quería, tampoco, mirarse en Europa -el París que Hopper también retrata, de un modo muy distinto, con niebla, indefinido- a como retrata las calles de su país. La gran búsqueda de una identidad artística propia, aunque luego todos se formaran al otro lado del océano, claro, con ambientes y tradiciones muy distintos.

Árbol seco y vista lateral de la Casa Lombard. Hopper.

Conozco muy poco de América, de la América del Norte, pero en mis dos viajes he tenido la impresión de que estaba a medio hacer. De que esa construcción de América que han reflejado tantos -Hart Benton, por ejemplo, o el mismo Hopper, con sus escenas portuarias, o Charles C. Ebbets o Margaret Bourke-White-, no ha acabado todavía, porque su historia es cambiante y solo bien entradas varias décadas del siglo XX surgió el movimiento conservacionista. La América donde todo es grandioso: las casas, los parques, las montañas, las hamburguesas, los cafés y las avenidas, los diners y los moteles de carretera.

New York Corner. Hopper.

Pintar lo que ven. Reflejar lo que se conoce, como Cortázar habló de París y Buenos Aires, del barrio de Agronomía, o como Borges habló de Palermo o Arlt de Flores. Pintar a la gente como si todos fuésemos, o fuéramos a ser, esa misma gente. La mujer que mira un papel en una habitación de hotel en penumbra; la que mira a través de la ventana o la que espera en algún pueblo del Sur, con los brazos cruzados en el pecho y los tacones, a que ocurra algo que no sabe si ha buscado todavía.

South Carolina morning.

viernes, 17 de agosto de 2012

Bolita es una niña!

4 comentaron


Ilustración de Marianne Barcilon

Bolita es una niña!
Mensaje recibido este 16 de agosto a las 9:11 de la mañana.

Bolita crece en una barriga, ahora el corazón, ahora los ojos y las manitas y ahora ya no soy un renacuajo y pronto aprisionaré los pulmones, el estómago y hasta las costillas de mi madre. Tuve -tengo- el mismo miedo que con Erik: el mismo deseo prudente de que todo salga bien y que me impide ponerme a dar saltos y a gritar de alegría y que me lo impedirá, lo sé, hasta que nazcan.

Yo no podría tener hijos. No soy paciente, soy estricta e inaguantable, me encanta aperrearme, mis inseguridades son legendarias y no quiero proyectarlas, gracias, no soy capaz de tener la casa en orden y ni siquiera sé cocinar, lo que, desde luego, me incapacita completamente para ser madre. Pero, hace cuatro años, Hugo apareció en mi vida y me descubrí leyendo sobre partos y etapas y me descubrí echándole de menos y me descubrí completamente exhausta pero muy feliz y me vi, también, con infinito asombro, lo atestiguo, puedo jurarlo incluso, observándole embobada mientras su madre me contaba no sé qué porque yo no le hacía caso, cosa que jamás pensé que me iba a ocurrir a mí. Y, de vez en cuando, cada vez más, de hecho, me da mucha pena esa vida que no tendré, porque a veces -a veces- pienso que podría hacerlo bien y que un niño podría ser feliz conmigo, mientras crece.

Cuando le cuento esto a tu madre me recuerda que el instinto maternal y yo nunca nos conocimos. Pero ahora me veo cambiando pañales apestosos, cogiéndote en brazos y moliéndome la espalda y mirándote como si fueras la única persona que existe sobre la tierra. No sé jugar mucho, lo siento, ni sé si me revolcaré por el suelo, pero escucho bien. Y, por experiencia, sé que los amigos de los padres, los que permanecen cerca, son una referencia. Tu madre, lo he dicho muchas veces, es mi territorio, mi orientación y mi cordura. Es la persona que mejor me conoce y la que mejor me entiende y no hay ninguna duda en esto. Tampoco hay dudas de que es una de las mujeres más espectaculares que he encontrado, en todos los sentidos: es desinhibida, mezcla maravillosamente bien la prudencia con la locura, es creativa, imaginativa y alegre y yo la admiro mucho. Quizá tú tengas otra percepción cuando crezcas, porque de las relaciones madre-hija se ha nutrido toda la literatura desde que el mundo es mundo, pero ella no va a dejar de ser todas esas cosas y una de las partes importantes de mi papel en tu vida va a ser que tú lo sepas.

Luego, ya, seré lo que tú quieras.

jueves, 16 de agosto de 2012

Argentina

0 comentaron


Ahora estoy enfrente del Thyssen, con sus cartelones de Hopper, pintor del que no vi nada en Nueva York -el Whitney tiene sus cuadros, la mayoría, en el almacén- y que fotografió la vida americana como nadie. No está el Nighthawks, porque el Art Institute of Chicago se resistió a perder sus Meninas, pero es la mayor retrospectiva que se ha hecho de este señor que siempre me gustó. Tengo -pienso ahora- que limpiar la cámara, que tiene manchas de polvo en el sensor, antes de fotografiar el Perito Moreno y debería salir a practicar las panorámicas, si es que encuentro algún programa pirata que me las construya. Iré con una libreta en el bolsillo trasero, para apuntar los lugares que fotografío y, si tengo tiempo, volveré a escribir en los bares o en la terraza de Adriana lo que voy sintiendo durante el viaje.


Imagen de La Trochita.

Visitar a Argentina para ver a amigos es muy distinto, también. Hay otro modo de tomarle el pulso a la ciudad cuando piensas en comer con X o con Y o en ver una región, Chubut, con alguien que la conoce bien. No he parado de recopilar información que aún no he estructurado, sobre los Alerces, el Calafate, los 48 barrios de Buenos Aires o la península de Valdés, a la que yo conozco así, como península de Valdés a pesar de que en todas partes aparezca sin la preposición, porque me la nombró así una argentina hace muchos años. Es temporada de ballenas. Me gustan mucho las ballenas. Aprendo nombres sonoros: Trelew, Puerto Madryn, Humahuaca. Veo fotos de quienes estuvieron antes que yo y me paraliza no saber apresar con la cámara la inmensidad de la cultura y los paisajes de ese triángulo inmenso.

Pero Hopper me espera. América siempre ha sido una premonición.

lunes, 13 de agosto de 2012

Buenos Aires

2 comentaron


La noticia de la OEX me piló haciendo una guía exhaustiva de Buenos Aires. Los bares, los locales de jazz, los monumentos, las peñas, las milongas, las librerías, las tiendas de cómics, las rutas literarias, los cafés. He tardado en comenzar porque no me fiaba de la situación económica, que está para no fiarse, pero siempre he vivido ahorrando por si perdía un trabajo que siempre perdía y el ahorro no me va a compensar perderme la inmensidad extraña del Perito Moreno, un trayecto en La Trochita o caminar por las calles de Buenos Aires intentando reconocer la ciudad que otros me contaron.

Pintura de Horacio Spinetto.

Hay una inmensidad ahí afuera que nunca podré apresar como turista. La mayoría, claro, piensa de sí mismos que no lo son. Ellos viajan, faltaría más. Yo no. Yo turisteo, no me voy a engañar nunca. Turisteo, aunque me vaya a vivir a otro país un mes, aunque pernocte 20 días en Nueva York y aprenda a hacer tamales; aunque recorra algo de Canadá en coche y aunque añore todas las vidas que no voy a vivir y me prepare guías de viajes repletas de datos y lugares que solo a mí me interesan. Viajar es saber cuándo partes, pero no cuándo vas a regresar.

martes, 7 de agosto de 2012

Chavela Vargas

2 comentaron

Yo no entiendo de guitarras y no sé cómo se llama ese sonido sordo que tocan ellos, los que la han acompañado durante toda su carrera, sin mariachis, ella solita, ella sola, encima del escenario, con su medallón de chamán, su pistola encendida y ese poncho que visten, o vestían, los que no tenían nada que ponerse.


Se me murió La Negra y se me morirá algún día José Larralde y nunca les vi. Cuando Chavela apareció de nuevo, en los 90, yo tenía 15 años y la conocí entonces, antes con su voz rota, con la voz de cazalla y de tequila, que con la voz poderosa con la que hacía lo que le daba la gana en su juventud.

Me gustaba esa mujer. Yo no me identifico con muchas mujeres, desprecio muchos aspectos del universo femenino y, en general, tengo varios problemas con lo que significa pertenecer al género al que pertenezco. No, al sexo no. El sexo es otra cosa. Pero estos días, viendo a Eugenia León, a Tania Libertad y a Lila Downs en el velorio, he pensado que sí: que hay algunas mujeres en las que me puedo mirar.

Esta señora, como Billie, cantó así porque vivió así. Le debo a José Alfredo Jiménez, de quien descubrí su voz mucho después de haber escuchado su canciones, y una charla sobre la Macorina, hace muchos años, en otra vida, casi.

Ahora estoy en el rincón de una cantina, exigiendo mi tequila y exigiendo mi canción. Lo mismo me sirven la del estribo ya y la alzo y brindo y vuelvo a recordar que, cuando estoy desgarrada o triste, o escucho tangos o escucho rancheras, siempre de su voz.

martes, 31 de julio de 2012

Las cosas que me gusta contar

2 comentaron

La OEX se salva. Los músicos de la Orquesta de Extremadura llegan a un acuerdo. La Junta suspende el ERE extintivo que pesaba sobre la OEX. El acuerdo contempla una reducción de sueldo del 7,5 por ciento. Habrá dos reuniones para valorar el estado de pago de la deuda, que es de menos de 400.000 euros porque este año se pagarán unos 600.000.


Hasta ahí los titulares. Van a volver a sonar los violines, las trompetas, la percusión, los oboes, los clarinetes y los trombones. Yo volveré a hablar de música, y no de dinero (bueno, sí, me temo que habrá que seguir hablando de dinero; pero no únicamente, como hasta ahora). Y de instrumentos, compositores, directores y conciertos didácticos. Lo he celebrado abrazando y lo volveré a celebrar con Sandra esta noche, mientras vamos al ensayo de La Odisea, del Brujo.

La información cultural es muy rara. Ya lo he contado alguna vez. Entrevistas a gente mucho más culta que tú mientras estás ahí, boqueando, intentando que no se te noten los ríos, las lagunas y los océanos enteros. Hablas de algo con la ilusión de que a alguno, si es que te escuchan, pueda pensar, y sentir, que un poema te redime, como te salva una pieza de música o como te aventa los fantasmas una cita de un libro. No para explicar el mundo, sino para ser vehículo. Con todas las trabas: las novelas que te llegan, y las que no; las campañas de publicidad; el sambenito de elitismo, como si la información cultural que no comprenda los toros o el último éxito imbécil fuera elitista; como si la gente fuera más tonta de lo que es, o menos sensible de lo que es, o con más complejos de los que tenemos ya todos. Sin respuesta, casi nunca. Y sí: con la dificultad de las fuentes, también. No para dar una noticia, sino para que se conozcan las caras que no son visibles casi nunca. Los nuevos escritores, los nuevos grupos, un poeta veinteañero que escribe como Dios pero al que le cuesta publicar; los músicos que se dejan dirigir, porque siempre hablamos con los directores, lo mismo que a veces, cuando pides datos sobre algo, se te quiere poner el alcalde del pueblo y no el técnico que ha organizado el evento.

He ido a muchos conciertos, pero solo les he puesto nombre a las caras ahora, cuando no ha quedado más remedio, cuando se han convertido en interlocutores. Ocurre lo mismo en otras ramas: con el mundo del teatro, con las editoriales (esos escritores de los que se alaba su prosa en español cuando solo saben alemán). Con la música clásica es mucho peor porque la fuente siempre es el director de orquesta, cuando lo es. Cuando no es una nota al pie de la agenda dando cuenta del concierto de turno, quiero decir.



Hoy nos hemos enterado de la muerte de Chris Marker, "el más famoso de los cineastas desconocidos", el tipo comprometido que intentó siempre contar lo que nadie más contaba de una forma en la que nadie lo hubiera contado antes. Y el Brujo ha vuelto a recordar cómo los clásicos nos explican y nos conforman, cómo la tragedia se basaba en la luz y en la oscuridad, las dos conviviendo en el interior del hombre, por los siglos de los siglos. Las mismas pasiones siempre, las mismas luchas de poder, las mismas negociaciones, la desazón, el miedo a la muerte, el miedo a lo desconocido, la familia como nexo y como espejo, la manta cálida que representan los amigos. Durante centurias nos hemos dedicado a eso: con dibujos, con edificios, con sinfonías y con danzas, con palabras, con el cuerpo o con notas: a contarnos. A explicarnos. A hablar de la grandeza y la pequeñez, del amor, de la naturaleza, de la desesperación, de todos los dioses, de la trascendencia, del deseo. De la lucha, también, porque la vida es lucha, entre otras cosas.

Podremos seguir contándolo con música también. Hablar de Brahms, de Tchaikoski, Strauss o Stravinski, del frenesí y la alegría de interpretar, de la creación de una obra en el tiempo (como en el teatro, como en el cine, como en la danza), del estudio, de las anécdotas, de los ensayos, de la confección de un programa, de la labor de dirigir también. Lo vamos a seguir contando y esa es la mejor noticia que he dado el 31 de julio de este 2012, después de una rueda de prensa con abrazos.

viernes, 13 de julio de 2012

Los medios públicos

1 comentaron

He hablado de mi oficio muchas veces. Toni Garrido, que se ha despedido hoy de Radio Nacional de España, porque no sabe si volverá en septiembre, también ha hablado de la importancia de los medios de comunicación públicos. Yo trabajo en uno. En esto del periodismo siempre hay una dicotomía. Si uno se debe a quien le paga o a quien le escucha, le lee, le ve. Yo lo he tenido muy claro siempre. Y siempre, voy a confesarlo, me ha ido muy mal. En internet se da por hecho que la radio pública, la que pagamos todos en toda España, va a prescindir de él, de Juan Ramón Lucas y de Pepa Fernández. Alguno hay confirmado ya.

Miren ustedes. Cuesta mucho trabajo, de verdad que lo cuesta, conseguir fuentes de información fiables. También cuesta mucho trabajo que esas fuentes de información no te utilicen (yo ni siquiera sé si lo han hecho conmigo alguna vez porque debo de tener en mis genes lo de la presunción de veracidad del interlocutor, que es una cualidad de toda comunicación, y no hay quien me lo quite, para mi desgracia). Es muy triste darte cuenta, durante toda tu vida profesional, de que, cada vez que conoces a alguien nuevo, lo primero de lo que te habla es de la manipulación informativa. De cuántas veces te han indicado lo que tienes que decir, te han impedido hablar de determinados temas o te han censurado directamente tu información. Si dices que nunca, no se lo creen.

Yo lo voy a repetir otra vez. Comencé a trabajar en el año 1999. Llevo trece años de profesión y jamás nadie nunca me ha dado ninguna consigna. Ni en medios privados ni en medios públicos. Y no me la van a dar porque, de verdad, no cobro tanto como para eso. También, lo voy a decir, he tenido y tengo, muy buenos jefes. Jefes que son periodistas, jefes con una visión de la realidad muy clara, jefes que tienen mucha más experiencia que yo y que nunca han trabajado para ningún gabinete de prensa y jefes muy rigurosos. Esa relación también se basa en la confianza. Porque aquí todo es una cuestión de confianza.



Los periodistas somos sospechosos de manipulación hasta que no se demuestre lo contrario. Demostrarlo cuesta mucho esfuerzo. Es un trabajo de años. Años entrevistando a unos y a otros, a estos y a sus contrarios; años intentando aprender de los más variados temas para contarlos bien; años en los que uno intenta construir una trayectoria profesional pasito a pasito, que se basa solo en eso. En que las fuentes saben que no vas a manipular torticeramente la información, y en que lo mismo piensan los espectadores, de los lectores, o de los radioyentes.

Esa confianza, que tarda años en aparecer y aún más en consolidarse, se destruye en un segundo. Y por eso sabemos que no nos fiamos de la labor de determinados nombres y que sí nos fiamos, por ejemplo, de un Fran Llorente.

Con una piqueta, me dijo un amigo, se puede destruir hasta la catedral de Burgos. Crear es mucho más difícil. Aunque los periodistas de los equipos informativos sean los mismos, con su misma visión del mundo y su manera de contar, una decisión política les acaba de condenar a la sospecha.

Y eso es lo peor que nos puede pasar.

jueves, 12 de julio de 2012

Las dos Españas. Jesús Ponce

1 comentaron





Hoy ha sido la subida del Iva y los palos a los mineros.


Ayer las 32 condiciones que nos ha puesto Bruselas por un dinero sin condiciones. 32 condiciones. Pero si quieren se las resumo en una: pagar lo que no es nuestro.

10 millones de españoles viven en el umbral de la pobreza. Se lo resumo en dos: mañana usted y yo.
Me dedico a un sector en crisis: la cultura, y siendo objetivo entiendo que cómo va a haber dinero para mis cosas si no hay para educar o curar. Eso pienso.

Cómo va a haber dinero para el arte, educar o curar si hay que volar en primera, piensan ellos.


Porque España siempre han sido dos: la roja y la nacional decían unos. La que muere y la que bosteza, decía Machado.


La de ellos y la nuestra, decimos ahora.


Pero la crisis no es sólo una, son millones, una en cada casa, y aunque sea contradictorio, hablamos de nuestra crisis en un extraño sentido de la colectividad, que sin embargo no nos mueve en masa porque somos españolitos y la mía es la mía.


Cuando dentro de unos años -no se sabe cuantos- todo haya pasado, y nuestros hijos sean unos maleducados en el sentido estatal y público de la palabra, cuando tengamos una enfermedad mal curada por falta de asistencia sanitaria, cuando desde el autobús de la vida veamos ese coche que malvendimos conducido por otro, cuando pasemos por nuestro antiguo barrio y veamos la casa que nos robaron alquilada por un banco, cuando la pobreza haya entrado por la puerta y nuestro amor haya saltado por la ventana del brazo de otro, ya habrá desaparecido todo el sentido de colectividad, y entonces no enseñaremos dientes sino que tragaremos lágrimas. Y no nos preguntaremos qué ha pasado con nosotros sino qué fue de mí.


Y una vez más habrá dos Españas, la de antes de la crisis y la de después.

Texto escrito por Jesús Ponce


La foto es la Plaza del Sol, durante el 15M