En Madrid comencé a leer
Ventanas de Manhattan, de Antonio Muñoz Molina, que
a mi madre no le gustó porque no conoce Nueva York. Yo sé que volveré, no sé en
qué momento ni con quién, ni si iré sola de nuevo o no, yo sé que quiero volver
y sé también que no cruzaré contigo el puente de Brooklyn. Ni el de Verrazano.
Que ya no te voy a pedir permiso. Y que este dolor pequeñito, de andar por casa,
nada devastador, hecho de punzadas, de alguna risa, de una apertura que no debió
ser, de un poco de pudor tardío y de un mucho de vergüenza a destiempo, siempre
demasiado tarde, y de torpeza, se va a quedar durante muchos meses y regresará
en invierno, igual que ahora, pequeñito, insignificante, tornándome rubor y
silencio.
Regresar a un sitio conocido es volver a casa. Preparar un viaje también
tiene algo de eso: de querer llegar a un sitio conocido, esa urgencia de no
querer perderse lo que sabrás que te gustará del todo (siempre algunos bares,
algunos restaurantes, algunas pastelerías, una vista nocturna desde las alturas
y, si lo hay, siempre un puerto), reconocer los lugares y perderse, perderse
mucho también: al fin, las guías señalan lugares, pero no las calles donde
están, ninguna te fotografía la calle entera, el bullicio, los olores o esas
imágenes absurdas que te acompañarán durante días.
Tengo que volver a Canadá para escribirlo. Tengo que escribir todos los
viajes porque, si no, se me olvidan. Si no escribo mis años, se me olvidan. Así
que Begoña me regala un cuaderno artesanal mientras comemos salmorejo y cuscús de
verduras y me despido de esa Madrid en la que nunca te veo y yo compro
otro cuaderno en la exposición de
Hopper, porque no me resisto a saber que
escribiré en el Café Nostalgia, por ejemplo, como lo hice en el Legal Grounds
todos los días, o en la White Horse Tavern, levantando la vista cada tres
frases, buscando palabras que no estén gastadas para describir qué sentí, qué
viví, qué pensé, saboreando un café que al principio siempre está demasiado
caliente y después siempre está demasiado frío. Mirando el interior, mirando por
la ventana, sin ver nada.
Cuando voy a partir a alguna parte, me acuerdo siempre de los lugares en los
que querría estar.
4 comentaron:
Cuando tengas la oportunidad de ir a un sitiio fácil de volver... intenta no preparar el viaje, yo quedé fascinada con esa experiencia de no buscar y permitir que todo me sorprendiera y te la recomiendo. Y me alegro que cruzar el charco pueda ser una costumbre para ti porque en serio, me gustaría ser tu guía en mi paisito y que un lugar tan pequeño te diera grandes sorpresas... en fin, que si sigo te escribo una carta, jaja. Ya arregle lo de la palabra de verificación, se me había puesto en los dos blogs y no sé desde cuando. Siento mucho el mal rato que te hizo pasar. Un beso.
Aunque haya preparado el viaje, te aseguro que todo me sorprende. No lo preparo exhaustivamente. Es decir, yo recojo información, pero luego soy muy anárquica. Apunto sitios imprescindibles y no los veo (en Nueva York no pisé ningún museo, ni subí al Empire, por ejemplo). Pero este viaje está siendo más raro de preparar porque tengo que alquilar hoteles, así que estoy viendo páginas de vuelos, páginas de hoteles... Y nunca había hecho nada parecido. Es cansado. Siempre pienso que me van a tangar (=engañar).
Uff, si, eso cansa... lástima no te puedo ayudar con eso... :-/
ánimo!
migrante.
Pero es divertido!
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