La única razón por la que me casaría sería por reunir a todos mis amigos en el mismo lugar. La cuestión es harto difícil: no hay candidato alguno a la vista, ni creo que lo haya en un plazo razonable; existen serias dificultades familiares que me impiden contraer matrimonio y que no voy a contar aquí pero mis amigos se saben al dedillo y tampoco creo que Dios o el Estado hayan de regular la vida público-privada de cada uno. Pero esto es una fantasía y en las fantasías todo es perfecto.
Y, como todo es perfecto, yo invito a la gente a mi boda porque me ha tocado la lotería y pago billetes, alojamiento, comidas, desayunos, cenas y hasta vestidos y trajes si hacen falta. Y peso veinte kilos menos y estoy espectacular -ejem: no me veo de blanco: obviemos este punto- y estoy enamoradísima de no sé quién -esto también se puede obviar: pongamos que he hecho las paces conmigo misma y me caso con la persona a la que más debería querer, que soy yo-. Pero sí hay una ceremonia, esa especie de rúbrica pública de un compromiso que no se sabe cuánto va a durar pero del que se espera que sea para siempre.
Esto es una fantasía y en las fantasías todo es perfecto. Por eso me casa Jandro, que es la única persona en el mundo que querría que me casara, porque me conoce desde hace catorce años, me ha salvado la vida y la psique en más de una ocasión y se sabe todos los entresijos de un buen ritual.
Antes, los preparativos. Ángel habría diseñado las invitaciones -a su estilo: nada cursi, en buen papel, con un buen sobre y una cartita (mía) personalizada para cada uno-. Reme me habría sometido durante meses a una cura de belleza milagrosa -mesoterapia, chocolaterapia, drenaje linfático, depilación, limpieza de cutis, prueba de maquillaje-. Rafa me cortaría el pelo -tengo cuatro: no hay prueba de peinado que valga: no es posible-. Y el vestido lo diseñaría Pupe, que ya dio buena cuenta de su saber hacer en su propia boda, bajo la supervisión de PeepToe y Raquel, a quienes les dejo los complementos y los zapatos. Esto es una fantasía y en las fantasías todo es perfecto, así que resulta que sé caminar con tacones sin caerme y parezco hasta femenina. Que ya es mucho fantasear.
Así, invitaciones repartidas, cuerpo de infarto; cara, la que tengo; los cuatro pelos colocados y ropa maravillosa, nos plantaríamos en el mejor lugar de la Tierra, los cortados de Aguadú cuando atardece -un atardecer eterno, porque la ceremonia será larga pero no se hará pesada-, con Jandro preparado y en el centro y los amigos.
Miguel conduce el coche. Pablo hace las fotos. Chiquitín graba cada minuto. Más que una boda, parece que exploto a los amigos. En fin.
Las fantasías son perfectas y a ellos no les importa y mi hermano Nacho canta sin que sea preciso emborracharle primero. The Man I Love. Porque me caso con un hombre al que amo, me casa otro hombre al que amo y un tercero, al que no amo menos, abrirá la ceremonia para leer. Un discurso de los suyos, de ésos que tarda cuatro meses en componer pero que luego redondea como nadie.
Después, no sé. No sé qué diría Jandro, pero sí que habría lecturas. De textos propios -Nerea, Maricarmen, Pupe, Sonia-; el Soneto VII de los Sonetos del Portugués, de Elizabeth Barrett Browning; el Toco tu boca, de Julio Cortázar; el Amor a primera vista, de Wislawa Szymborska; el Una mujer y un hombre, de José Manuel Díez (este último no está en la red: repartidlos como queráis, amigos míos) y unos versos de mi hermano Antonio, que leería él porque son suyos. No sé cómo enlazar tantas palabras juntas, pero las fantasías también pasan de puntillas por lo difícil y habría una canción que podría ser una promesa -Eternally- si no fuera porque no me fío de las promesas eternas que hago. No estoy muy segura de querer que haya anillos, pero debería cantarse justo en el momento ése en que a dos les definen como marido y mujer y ninguna otra cosa más.
Habría otra canción, de despedida. Over the rainbow. Comeríamos el menú más perfecto que pudiera elegir cada uno y correrían el vino y el hachís y el baile se abriría con una canción nuestra, de los dos, porque toda pareja tiene una canción que le trae al otro a la memoria. Si no existiera, cosa harto improbable, en el Plan B se contempla el My Way de Sinatra. Y me rodean el resto de las parejas de mi vida y hay lo de siempre: mucho beso, mucho abrazo, muchas canciones -los Beatles, Ray Charles, Sinatra, James Brown, Jackie Wilson, algún tango-, muchas risas, todo el amor del mundo...
... y un cansancio que te hace dormir mil horas seguidas.
La noche de bodas la dejamos para otro día, que yo hoy estoy muerta.
A petición de Tupp.
Imagen de Santidd. Imagen de Trainspotting. Imagen de Carlos Porto.