miércoles, 31 de mayo de 2006

Fantasmas

Hay gente de la que no se vuelve nunca. Personas que surgen de repente, cuando cambia el viento, desenterradas de la memoria por un azar que nunca es azaroso, ni imprevisible del todo, ni inesperado. Llegan con ciertas estaciones, cuando se habla de ciertos temas, cuando la memoria se vuelve un ejercicio indispensable, cuando el cuerpo decide que las heridas han de sangrar aún más de lo que se vertieron hace años, o décadas, o siglos.

Todos tenemos fantasmas. Los monstruos también mueren, me escribieron hace tiempo en la dedicatoria de un libro por leer. Mueren los monstruos ajenos; los que pertenecen a casi cada individuo de cada época, los que han llegado a formar parte del imaginario colectivo, por razones históricas, vitales, de destrucción y muerte. Pero no los propios: los que traen la vergüenza o la culpa. Esos aparecen siempre, a poco que uno se descuide, reflejados en otra gente, otras circunstancias, otras vidas. Trayendo de golpe el dolor, el sonrojo, la tristeza o la rabia.

También hay lugares de los que no se vuelve nunca. Pero eso es otra historia.