"Mierda puta. Ha muerto Lucien Freud".
Ese ha sido el primer mensaje que he escrito en el ordenador esta mañana. Siempre me preguntan por la edad: qué me importa que tuviera 88 años, este tipo debería haber sido eterno; eterno su cuerpo enjuto y fibroso; eterna, con él, una mujer mostrándole el sexo o tumbada en un sofá, cualquier amiga, su hija. Retratar de la forma en que yo querría: descarnadamente, mostrando, revelando.
El primer libro de arte que tuve fue uno dedicado a él.
Retrato de Kate Moss |
Me lo mostró Nerea, como antes, Joan me había mostrado a Egon Schiele, que me recuerda a él. Luego ya supe que era nieto de Freud, que pintaba de pie y frenéticamente, porque la pintura era la persona. Me asombra. Siempre me ha asombrado porque ni siquiera puedo decir que sus cuadros me gusten. Me atraen y me repelen y me obligan a seguir mirándolos y a analizar las pinceladas, todo a la vez.
Si algo es verdad -decía- golpea de una manera mucho más fuerte que si sólo es un hecho.