Tenía la sangre roja y el corazón a la izquierda, y unos pulmones poderosos que destrozó un cáncer hace cinco días. Se están muriendo los supervivientes de la Guerra Civil, que quedará como el anecdotario de un inglés suicida a quien nadie le dio vela en este entierro y tampoco importa mucho, porque a los que vinimos después no nos gustaron las batallitas de historias pasadas de quienes construyeron la Historia.
Era amigo de Miguel Hernández, el que cantaba nanas con sabor a cebolla y le decía a Ramón Sijé que tenían que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. Le llevó comida a la cárcel y luchó después, sonrojado de vergüenza, con cuarenta años de dictadura que comenzaron cuando sus propios vecinos le negaban a su mujer un poco de leche para sus hijos por ser republicana sin República y vivir en España por la gracia de Dios.
Este verano, uno de sus nietos pensaba irse con él a la huerta, para grabar su imagen y sus palabras y hablar con él de vivencias y sentimientos, porque desde que creció y asumió lo que su abuelo significaba, supo que la memoria continuaría viva después de todo. No ha podido ser, pero él es optimista, porque ese alicantino revolucionario, demócrata y tranquilo, ha dejado escritos algunos poemas con los que desafiar a la muerte.
Ha dejado atrás también un espectro político que nunca quiso, basado en el privilegio por razón de cuna y en el diezmo del más débil al fuerte. Su nieto aprendió todo eso, con los años, y es republicano en una monarquía y canta la Internacional en cada fiesta, con el puño en alto como un sínbolo, que es casi lo único que nos queda ya a algunos: gestos gastados, palabras viejas y el sentimiento de que todo está por hacer y todo es posible, con la inconsciencia de los veintitantos años que vivimos ahora. Habla de los brigadistas y de la masacre en la Plaza de Toros de Badajoz, medio derruida desde hace años, cuando se secó la sangre que corrió como un río por varias calles, porque a nadie le interesa, tampoco, recuperar la memoria.
Ahora se van los que sobrevivieron, los del bando de los vencedores, maltratados después por serlo, y los del vencido, contemplados todos con el mismo respeto: ninguno. Se van muriendo poco a poco, o cayendo en las garras del olvido que produce la demencia, y ni siquiera tenemos la sabiduría de prestar las orejas para que nos cuenten, cuando no sea demasiado tarde, qué ocurrió en este país incierto en el que siempre nos hemos matado los unos a los otros por la más nimia razón.
A Carmelo. 15 de junio de 2000.
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Hace 5 días
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