Se llaman Carlos y Nando. Viven en un pisito en plena Alameda de Sevilla, la zona de las putas, pero podrían también residir en el Barrio Chino barcelonés o en el pacense casco antiguo, porque a los dos les gustan los sitios con solera.
domingo, 11 de febrero de 2007
Una historia de amor
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Los viajes que no hice
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2/11/2007 11:16:00 a. m.
Etiquetas: Diario de navegante
... que no sepan volar
3 comentaronNo sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún concepto, que no sepan volar.
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Los viajes que no hice
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2/11/2007 11:02:00 a. m.
Etiquetas: Oliverio Girondo, Palabras
Lugares de regreso
1 comentaronDe nuevo en la estación, de nuevo los andenes, las agujetas en los hombros, las maletas cargadas de libros por leer, de discos escuchados una y mil veces. Otra vez la bienvenida y los abrazos, los bolsos en el coche, los cafés lentos, las llamadas preguntando por los planes: "Veros", responde: "Preferiblemente, de uno en uno. Y en el mismo lugar, porque me falta el tiempo".

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Los viajes que no hice
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2/11/2007 09:49:00 a. m.
viernes, 9 de febrero de 2007
... para que no nos duela al caminar.
2 comentaron"Entonces tu cola se dividirá en dos y se convertirá en lo que los seres humanos llaman piernas. Pero has de saber que eso te producirá tanto dolor como si una espada recién afilada te rajase por la mitad". La pequeña sirena, de Andersen. ¿Lo recuerda? "A cada paso que des te parecerá que pisas cuchillos afilados y que tus pies sangran". Yo lo recuerdo. Casi siempre en los cuentos las transformaciones se producen sin dolor, son instantáneas y completas. Pero esa cola de sirena que se resiste a dejar de serlo. Imagino que habrá habido multitud de interpretaciones sexuales para esa imagen, aunque creo que de niña no pensé en el sexo cuando escuchaba el cuento, y tampoco ahora. Pienso en el dolor de dejar de ser lo que se es, en cuánto puede durar.
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Los viajes que no hice
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2/09/2007 11:45:00 p. m.
Etiquetas: Belén Gopegui, Palabras
Con olor a madera
2 comentaronTiene más de setenta años y tres infartos a cuestas, pero jamás hará caso de los médicos que le prohibieron el vino. Cuando cocina es capaz, todavía, de beberse medio litro, pero lo rebaja con casera, creyendo que con eso desafía a la muerte. Y mientras, emperejila, encebolla, macera... y prepara una salsa de cangrejos de río cuyo olor sigo recordando como si hubiera sido ayer cuando la probé por última vez y hace ya más de tres lustros. Su paella es la única que puedo comer: quizá porque fue la primera que llegó a mi boca y, desde entonces, todas las demás me parecen insulsas.
Le han retirado el carnet miles de veces, pero los policías del pueblo le conocen y, cuando le ven conduciendo su coche destartalado, para ir a pescar al pantano de Orellana o donde se le ponga en las narices, porque es terco como una mula, sólo mueven la cabeza y le recuerdan que algún día tendrá un susto, porque casi ni ve, aunque conozca las carreteras y los caminos de campo como nadie. Un día se cayó al canal, con su mujer, y desde entonces ella le tiene pánico al agua. Como en su época no existía el divorcio, la mortifica en cuanto puede llevándola por las orillas.Guarda, además, miles de cuentos de los que valían a reales, algunas de cuyas historias podría contar ahora mismo sin saltarme un solo párrafo, porque él me descubrió el placer de los cómics con sus colecciones antiguas de Flash Gordon y El Hombre Enmascarado. Sus nietos le han pillado sin fuerzas ya, pero saben que deben aprovechar el tiempo que le quede, porque no hay mejor compañero de juegos ni nadie que disfrute más que él con las películas de dibujos animados y de monstruos extraños o con los relatos de amores imposibles.
Ganó dinero a espuertas, pero nunca le dio importancia y se lo robaron todo, menos su cabeza, que ahora flojea en ocasiones y no se acuerda de las citas importantes. Cuando éramos pequeños, mis hermanos y yo, pensábamos que se trataba de un simple carpintero, hasta que mi madre nos hizo notar que las carpinterías molientes no huelen a mádera de sándalo, a ébano de Egipto, ni a cedro del Líbano. Pero nunca dijo que se dedicaba a exportar y que confió en malos administradores, porque siempre le vimos construyendo puertas, mesas y armarios con paciencia infinita, y llevando serrín a los bares para limpiar los suelos en época de lluvias. Ya no hay bares con serrín y él se cortó cuatro falanges con una sierra grandísima y redonda, pero cuando fue al hospital y le vendaron la mano y le dieron cientos de puntos, comenzó a fraguar la leyenda de que las puntas de sus dedos habían desaparecido cuando luchaba con un león en las sabanas de África.
Aquel hombre afable que todos los domingos nos llevaba a buscar el Cangrejo de las Pinzas de Oro por los ríos de Extremadura, nos enseñó también a decir tacos como hostia puta, joío y la madre que te parió a la tierna edad de seis años y nos hablaba de política un bienio más tarde, cuando no entendíamos nada y seguimos sin entenderlo. Pero jamás encontró interlocutores más atentos, porque no todos los días se tiene la oportunidad de que te explique el mundo quien robó ámbar de ballena a los piratas de los Sargazos y quien descubrió los tesoros de todas las islas.
Ha tenido fieles compañeros, pero ninguno como una perra pastor alemán, llamada Pizquita, cuyo nombre han heredado todos los canes que le han seguido cuando murió de vieja y de lealtad. Me enteré un sábado, recién sucedido, y como nunca he tenido demasiadas lágrimas, pasé horas llorando a mi manera, sola en una ventana mientras mis amigos jugaban a los bucaneros, pensando en el mejor homenaje a ese animal hermoso que todos los años nos regalaba una camada de cachorros de los que jamás nos quedamos ninguno. Entonces prometí escribirle una historia, pero ahora sólo guardo su imagen frente a la puerta verde de la carpintería, a la que no sabría llegar porque hace demasiado tiempo que no la piso y a veces la memoria juega a su antojo con los recuerdos.
Pasamos meses enteros planeando un viaje a la Luna, cuando estuviera redonda y colorida, con una nave que pensamos real. Él sería el piloto, por supuesto, porque sólo él conocía el camino y podía sortear agujeros negros, meteoritos y galaxias. Mi hermano Nacho, el mayor, consiguió el título de primero de a bordo; yo me ocuparía del cuaderno de vuelo, para que te pases el día escribiendo, niña; y a mi hermano Antonio, que siempre fue su preferido porque era el más pequeño, le asignó el más ansiado: el de grumete.
Para comer, bastaban pastillas energéticas que luego se transformarían en lo que nuestros sueños ordenaran. Los trajes espaciales se los había encargado ya a una modista americana llamada NASA, que jamás vendría a probárnoslos porque la materia de la que estaban construidos los hacía ajustables a peso y altura. Sólo había un requisito: que, cuando volviéramos, más sabios y mejores porque habíamos salido del mundo, jamás le contáramos a nadie dónde habíamos estado, que hay lugares que sólo deben ser visitados por cierta gente. Leímos a Julio Verne para prepararnos y, cuando lo teníamos todo a punto, decidimos que queríamos comenzar por cinco semanas en globo o veinte mil leguas de viaje submarino.
Cuando crecimos y la imaginación se nos llenó de cine y de pantallas, nos dimos cuenta de que jamás había hablado de la guerra que vivió. Se construyó un mundo a su medida, y a la nuestra, mucho menos duro, con perros de porcelana en el poyete de la chimenea y un dálmata grande que no ladraba al que abrazar. Pasamos en su casa miles de horas activas, inventando juegos, levantando historias y dando rienda a los deseos. Los fines de semana le estaban dedicados, completamente, porque nadie como él para cuidar de la niñez y hacernos madurar a nuestro ritmo.
Ahora el relevo lo ha tomado su hija Lupe, igual de mal hablada que él, que parió un hijo con parálisis cerebral y que lo arregla todo a base de bofetadas de autoestima. Alejandro nació casi sordo y con la misma cara de gitano que su abuelo, como si el padre no hubiera tenido nada que ver en el asunto. Anda a trompicones, pero sonríe todo el rato y reacciona a los sonidos lentamente. Lupe aceptó lo que le vino en cuanto se lo pusieron en brazos y fue a psicólogos, logopedas y maestros mientras el alma se le hacía añicos e intentaba reconstruírsela de nuevo. Cuando necesita descansar, deja al niño en las mejores manos y se marcha tranquila, por unas horas. Mientras su madre se escandaliza y da voces en el salón, su padre obliga a Alejandro a ponerse de pie y le aplaude los progresos con cientos de besos cariñosos. Si Lupe abre la puerta, la recibe contándole historias exageradas, porque él ha visto a su nieto volar.
Cuando acabe su labor, tengo pendiente con él un viaje a la Luna...
A Antonio Peris
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2/09/2007 10:31:00 p. m.
Etiquetas: Antonio Peris, Familia
Una Excusa
5 comentaronCada uno de nosotros sabe, al menos, un par de historias hermosas que desearía contar. La mía trata sobre la limitación. Continuamente me someto a pensamientos que creo reales por el puro placer de la palabra "imposible". La camuflo con la indisciplina, la falta de imaginación y la creencia en las musas. Aún más con todo lo que me queda por leer y con todo lo que no he aprendido todavía, con la insatisfacción constante. ¿Qué límite separa lo que sería de interés universal de lo que sólo tiene validez en la memoria de los más allegados? No lo sé y probablemente no lo sabré nunca.
Me enorgullezco de lo que leo más que de lo que escribo. Carezco de esa vanidad como carezco de la envidia. Ante personas como Stevenson, Tolkien, Shakespeare, Kipling o Kafka a mí sólo se me escapa un silbido. Es la conmoción más absoluta, la pregunta que siempre me ronda: cómo fue posible. Y no digamos ya cuando me enfrento a la poesía: a Pessoa, Lorca, Cortázar, Borges... o a aquellos que le eligen a uno, los que le acompañan, los libros que releemos compulsivamente una y otra vez, por tontos que parezcan o malos que sean. Me gustaría saber contar historias. Quizá, más bien, me gustaría inventar historias. Aunque los grandes temas ya se hayan tratado y sólo consiga exprimirlos de nuevo. ¿Cómo se hace para escribir un libro? Uno perdurable, quiero decir. Uno que reescriba el mundo de nuevo, que amplíe la visión de los demás, que les haga un poco más sabios y más inteligentes, que les lleve a amar, en definitiva, puesto que de eso se trata. La respuesta no incluye solamente trabajo y más trabajo, sino una buena dosis de genialidad, la conciencia de que es lo único que realmente puedes hacer. Tu manera de servir.
No sé si podré hacerlo nunca. No sé si la búsqueda de empleo y dinero, de un techo bajo el que dormir y de un plato caliente, y de ser buena en lo que hago, o quizá de que los demás crean que soy buena, me apartará de eso cuando aún no he comenzado. Hace siglos que sólo escribo cartas, pero los que me conocen opinan que me ven escribiendo más que ninguna otra cosa, y se convencen de ello, y a veces logran entusiasmarme a mí también, por más que les explique una y mil veces por qué no puedo. No puedo vivir las vidas de otros ni ser otros mientras me siga tomando tan en serio. Al final me consuelo pensando en algo que me descubrieron hace poco: Azorín no imaginaba. Contaba lo que veía. A lo mejor yo podría contar lo que veo también. De la manera en que llega a mí. Lo que ocurre es que no he visto muchas cosas. Analizo más que describo, pero sólo desgrano aquello que conozco bien. No los problemas de un país ni su funcionamiento interno. Quizá debería empezar por labores de documentación. La Historia. La que se cuenta y la que no. Lo que existe y lo que no existe. Los mitos, los cuentos, los elfos y las brujas. Las intuiciones que se producen cuando te roza un ángel: esa creatividad. Crear algo que parezca real, que sea tan real que ayude a comprender la realidad en la que nos movemos y, además, con algún tiempo de antelación. Es demasiado ambicioso. Otros lo lograron antes de que yo naciera y esa permanencia sólo se descubre después de siglos, cuando ya no importa porque ya no lo sabrás nunca. Supongo que la escritura es lo más hedonista que hay: un cumplimiento. Escribo porque siempre lo he hecho, por ninguna otra razón. Aún más: escribo para vivir más y de nuevo, para recordar, para repensarme y crecer, porque no sé existir de otra manera. Puedo pasar un mes sin la presencia de los que más amo, pero no sin un papel. Si esto no es determinante, no sé qué lo es, pero eso sólo no
me basta. Y esta cualidad es la que lo hace difícil, el placer y el dolor unidos inextricablemente, el orgullo y la burla sobre lo que eres y lo que haces, todo a la vez. El acierto, la maravilla, la admiración y una desazón estúpida. El convencimiento de que, siendo más y sabiendo más, podría hacerlo mejor, y la certeza de que nunca sabré todo lo necesario y nunca seré todo lo que quiero. Acabar algo sabiendo que no le sobra una coma ni le falta nada, que está tal y como debe estar, que los pensamientos son los más certeros y las palabras, las más exactas. La insatisfacción estropeando lo que debería ser sublime si tuviera alas. Ésa es la historia de mi limitación: una excusa.
A Jandro, en 1996.
Tenía veinte años. Diez años más tarde, no ha cambiado nada.
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2/09/2007 09:49:00 p. m.
domingo, 4 de febrero de 2007
Ansia en Plaza Francia
1 comentaron
Encerrado en mi torre de marfil,
la soledad del cuarto del hotel,
bajo el peso de mi propia ley perdí,
mi propia ley que es roce de tu piel.
Esperándote con ansia en plaza Francia,
la fragancia de tu rosa en mi pellejo,
que no pude borrar en cuatro días,
malditas despedidas, me están volviendo viejo.
En el ropero dejé la campera de cuero,
ahora soy un torero retirado de los ruedos.
Mi dinero me lo gasto en elegancia,
esperándote con ansia en plaza Francia.
En mi cárcel de cristal, te espero,
más allá del bien y del mal, te quiero.
Con mi tarjeta dorada no me puedo comprar nada,
el amor no se puede pagar.
Saco pecho y camino por el techo,
otra vez va a ser mejor comprarlo hecho al amor.
Andrés Calamaro
Me he acordado de ti.
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2/04/2007 07:22:00 p. m.
Etiquetas: Andrés Calamaro, Neno
domingo, 28 de enero de 2007
La Balada del Café Central
11 comentaronHay cierta clase de gente que sólo sale por la Alameda y que la visita cuando quiere sentirse en casa. Hay prostitutas rubias de bote que enseñan las tetas a las siete de la tarde y esperan billetes para espantar el mono, y gorrillas que lanzan litronas para luchar por un terreno que no es suyo ni es de nadie. Están la estatua del maestro Caracol y el bullicio puntual del mercadillo, y la gente se ríe y habla, y hay espacio donde encender un fueguito, tocar el djembé, fumarse unos porros como un rito antiguo, detener el tiempo. Hay días en los que el cielo se te cae trozo a trozo y esa Alameda cabrona e inhóspita, comprometida y acogedora, es el único lugar donde todo se derrumba y se reconstruye, una y otra vez.


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1/28/2007 04:47:00 p. m.
sábado, 27 de enero de 2007
Nadie dijo que fuera fácil
2 comentaronTodo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña –y lo que te queda todavía– no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando la inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero es un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, irás, esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.
Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.
Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.
El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.
Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.
Arturo Pérez Reverte.
Gracias, señor.
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1/27/2007 11:44:00 a. m.
Etiquetas: Palabras
viernes, 26 de enero de 2007
Instantes
2 comentaronHay alguien que regresa a una ciudad que no fue suya del todo, pero sí un poco suya, para poder cerrar las puertas. Un hombre perdido que recoge a su pareja de años en una estación, pero al que le gustaría dormir con otra. Una mujer, o una niña, que espera que se abra una ventana para poder ser tierna con alguien a quien no puede nombrar. Un duende que disfruta de la nieve en Asturias y lo escribe para que otros lo veamos. Una amiga suya que regresa a Granada y siente las mismas ganas de llorar que yo sentí cuando pisé las calles de Sevilla el fin de semana pasado. Cientos de mujeres poderosas que discuten sobre el feminismo en Mérida y que sí tienen presencia: Nadia Nair, Isel Rivero, Dolores Juliano, Rosa Cobo, Helena Taberna. Un hombre que planea un fin de semana con una mujer de la que no está enamorado, pero con la que se casó. Y una mujer, o una niña, que piensa en tenerlo dentro de su cama otra vez cuando sale en coche a trabajar, a diario.
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1/26/2007 06:49:00 p. m.
Etiquetas: m0ntaraz
sábado, 6 de enero de 2007
Manuel Prados, jesuita
4 comentaronEra pequeñito, tenía la espalda hecha cisco y se levantaba a las seis de la mañana para llevar café a un grupo de sintecho que andaba por Sevilla, prostituyéndose y drogándose. Estudió tres carreras. Era jesuita, así que eso no es nada extraño. Ni lo uno ni lo otro.
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1/06/2007 12:13:00 a. m.
Etiquetas: Manuel Prados
lunes, 1 de enero de 2007
2007
3 comentaronComienzo a contar el año en otoño y así no se me olvida lo que ocurrió. O por ciudades. Desde junio, en Mérida. Pero antes, ya no recuerdo en qué fechas, en Melilla, Almería, Granada, Sevilla intermitente, temporadas en Madrid... Mi 2006 empezó en junio, trabajando. Antes se desdibuja, salvo algún reportaje para la GEO, divertido y estimulante. El 2007 llega con nueva gente, o con vieja que se muda de ciudad (bienvenida, Sonia) y con amores antiguos, entusiasmos, retos.
Hace mucho que no le escribo una carta a los Reyes, en la única época en que me vuelvo monárquica a ultranza. Sigo pidiendo, me temo, lo mismo que hace seis años (siete: siete ya). Una manta para los días de frío; un poco de esperanza (si es que algún día descubro qué es), muchas risas; ver más a los que están lejos, o sentirlos cerca; descubrir nuevos ojos; que sigan caminando conmigo esos pies; poder abrazar a alguien a quien nunca he abrazado (aunque ahora sean dos "alguien" y no sólo uno, como aquella vez); que siga la buena racha en el trabajo -esto es, Virgencita que me quede como estoy-.
Lo que si sé es lo que habrá. Habrá, los domingos, cafés con Raquel, María y Joaqui. Las citas con Pupe y Cuqui. Viajes a Sevilla, de vez en cuando, para ver a Maricarmen. Propósitos de ir a Granada más a menudo. Calorcito de amigos. Cotidianeidad pura y dura, momentitos. Risas. Supongo, espero, que ningún llanto, porque hace mucho que no lloro y tampoco tengo edad ni salud para berrinches, aunque no podría firmarlo. Habrá conflictos que no sabré gestionar, como siempre. Y obsesiones. Y amor. Y viajes. Y alguna maleta donde guardar lo que no quiere ser perdido.
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1/01/2007 03:15:00 p. m.
Etiquetas: Navidad
domingo, 24 de diciembre de 2006
Navidad
7 comentaronMe gusta la Navidad. Es toda una declaración de principios, porque a los modernos, cultos e intelectuales no les gusta la Navidad. Pero a mí sí, desde siempre. Y deseo Feliz Navidad a todos y feliz existencia y feliz año nuevo, lo mismo que doy la bienvenida al otoño (aunque sólo se la dé a una persona). Me encantan las luces horteras por las calles, el olor a castañas asadas, los preparativos, poner un polvorón para los Reyes Magos en la mesa y los zapatos debajo del sillón (el agua para los camellos ya pasó a mejor vida), escuchar villancicos de niños repipis por la calle y rescatar los del folclore extremeño, en castúo, y el rito (paterno) de cantar Las Doce Palabritas, porque tardamos años en aprenderlas y hay quien todavía ni se las sabe. Y los mariscos de una vez al año, las zapateiras, la llegada de los que viven lejos, preparar la cena, sacar el vino, comerse las uvas sin piel ni pepitas, quedarse otro año en casa (o ir a casa de Raquel) en Nochevieja porque yo no pago 8 euros por cubata de garrafón en ningún bar porque no me da la gana (y además ningún año tengo ropa apropiada que ponerme para la ocasión ni me la voy a comprar). Y la Noche de Reyes, así en mayúscula. Comprar los regalos, gastarte una pasta (que este año sí tengo, menos mal), madrugar ese día... Y esta vez será de lujo, porque dormiremos todos en casa después de años sin estar juntos.
Así que Feliz Navidad.
Imagen de Thomas Nast
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12/24/2006 05:16:00 p. m.
Etiquetas: Navidad
viernes, 22 de diciembre de 2006
Foto
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12/22/2006 10:15:00 p. m.
Etiquetas: Diario de navegante
Piel
2 comentaronLa piel es capaz de rugir antes de que lo haga la boca. Comienza a picar, en el escote, y con el filo de las uñas, de los dedos, casi sin darme cuenta, pero a la vez muy consciente, acaricio el cuello desde la base y bajo. Porque la piel se eriza, reacciona y se levanta. Avisa del ataque antes que yo, o lo espera.
No creo que escapemos si alguna vez surge.
Imagen de Carla van de Puttelaar
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12/22/2006 09:26:00 p. m.
sábado, 16 de diciembre de 2006
Tú
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12/16/2006 09:02:00 p. m.
Etiquetas: Nerea
Resaca
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12/16/2006 12:19:00 p. m.
Etiquetas: Diario de navegante
viernes, 15 de diciembre de 2006
Fiesta
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12/15/2006 10:04:00 p. m.
Etiquetas: Diario de navegante
viernes, 8 de diciembre de 2006
Yo misma fui mi ruta
2 comentaron
Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes,
y mis pies planos sobre la tierra promisora
no resistían caminar hacia atrás,
y seguían adelante, adelante,
burlando las cenizas para alcanzar el beso
de los senderos nuevos.
A cada paso adelantado en mi ruta hacia el frente
rasgaba mis espaldas el aleteo desesperado
de los troncos viejos.
Pero la rama estaba desprendida para siempre,
y a cada nuevo azote la mirada mía
se separaba más y más y más de los lejanos
horizontes aprendidos:
y mi rostro iba tomando la espresión que le venía de adentro,
la expresión definida que asomaba un sentimiento
de liberación íntima;
un sentimiento que surgía
del equilibrio sostenido entre mi vida
y la verdad del beso de los senderos nuevos.
Ya definido mi rumbo en el presente,
me sentí brote de todos los suelos de la tierra,
de los suelos sin historia,
de los suelos sin porvenir,
del suelo siempre suelo sin orillas
de todos los hombres y de todas las épocas.
Y fui toda en mí como fue en mí la vida…
Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes;
cuando ya los heraldos me anunciaban
en el regio desfile de los troncos viejos,
se me torció el deseo de seguir a los hombres,
y el homenaje se quedó esperándome.
Julia de Burgos
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12/08/2006 05:13:00 p. m.
Etiquetas: Feminismo, Julia de Burgos, Palabras
miércoles, 6 de diciembre de 2006
Masculino plural
3 comentaronEn mi vida siempre habitaron hombres. Desde los inicios. Hubo quien nos enseñó a jugar al hockey. Hubo un primer amigo. Hubo amores imposibles de niñez -Dios mío, cuánto tiempo ha pasado-. Hubo dos por quienes celebré los 24 de marzo como el día de mi llegada a la Badajoz temida, haciendo novillos en el instituto para ir a desayunar. Hubo un primer amor a los diecisiete (a veces todo pasa a los diecisiete) y otro dos años más tarde, con quien hace una década que no hablo pero que siempre pregunta por mí. Hubo pintores y poetas -quién no tiene amigos pintores o poetas en la Facultad-. Hubo quien me enseñó que, cuando uno se pasa la vida haciendo maletas, siempre tiene la prudencia de guardar una mano para agarrarla fuerte. Hubo un flechazo a primera vista y una relación que comenzó una carta y que continúa hoy. Hubo un piso franco en la calle Tintes, sin café, sin leche y sin azúcar -¿recuerdas?- pero con muchas charlas de cama y muchos abrazos. Hubo un yonki, atracador a mano armada, enfermo de SIDA, que me mostró que no todas las experiencias valen. Hubo otro yonki con un perro hermoso que venía flechado si me veía. Y otro más, que me descubrió cómo saben los besos. Hubo un fraile que ya no lo es y que me salvó la vida más veces de las que puedo recordar. Hubo un profesor que me habló de libros delante de un plato de comida y del valor de adoptar una forma de ser aunque vaya contracorriente. Hubo varios maestros: quien me enseñó el valor del camino hacia el Ser y quien confió en que yo podía hacer las cosas de tal manera que me sintiera orgullosa de mí. Hubo quien me construyó de nuevo a los 25, sin habernos visto las caras nunca y sin que haya visos de que un día le conozca la voz y la risa. Hubo sexo cada año a partir de los 28: con un desconocido que ahora es colega, con un amigo que dejó de serlo, con un deseo alcanzable quién sabe si sólo una vez. Hubo parejas de amigas que ya no son sus parejas, y un hermano que es también amigo, y los amigos de ese hermano que son hermanos también. Hubo un militar de ojos azules, un sindicalista, un legionario y un compañero allá en Melilla. Y un escritor guapo que me regaló un anillo que no me quito desde entonces. Y otro que vuelve, como si no hubiera pasado el tiempo ni nos separara el mar. Hubo quien supo de amigos contingentes. Hubo maridos de amigas. Hubo conexiones brutales que duraron dos años y recuerdos. Hubo con quien hablé de política y sexo guarro hasta las seis de la mañana todos los días durante meses. Hubo un diseñador coherente, estable, amoroso, que me dio palabras, cenas y paseos. Hubo un copistero amante del cine y las confidencias. Hubo una casa acogedora en Sevilla, por un amigo común de ojos verdes con quien hablé una vez 29 horas seguidas. Hubo quien se materializó después de cinco años gracias a unos billetes de avión que me regalaron. Y quien no se ha materializado todavía porque me queda conocer Valencia aún. Hubo con quien compartí piso un año. Hubo un amor a primera vista una noche de karaoke y borrachera que sigue siendo un amor. Hubo dos dependientes que me guardaron libros, revistas y cómics.
Los hay que están todavía. Los hay con los que ya no pueden ni la incomunicación, ni la distancia de meses, porque siempre habrá un reencuentro de decíamos ayer. Los hay que son nuevos descubrimientos asombrosos que me cuidan en esta ciudad en la que sólo hay relaciones laborales. Los hay que me desmontan todos los mitos masculinos que enarbolan las mujeres que no han conocido más hombres que sus parejas (aunque ellas piensen que mis amigos son raros). Son hombres/nombres clave. Me definen y me anclan y me recuerdan que siempre les necesité, en esta vida tan poblada de mujeres que llevo ahora, porque la mayoría de mis hombres viven lejos. Algunos se marcharon, o los eché, que es lo mismo. Pero otros siguen, incansables, hablándome de lo que son, lo que quieren, lo que esperan. En eso, como en tantas otras cosas (siempre lo digo) he tenido suerte.
Fotografías de Robert Mapplethorpe.
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12/06/2006 03:45:00 p. m.
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lunes, 4 de diciembre de 2006
Barcelona
2 comentaronPrometo no tardar cinco años en volver. Y lo prometo porque dos días son pocos, poquísimos, para apresar nada de una ciudad como ésta. Me recordó a Madrid. Me recordó a Madrid quizá porque me sentí igual de cómoda que en esa otra ciudad que recorro tanto. Visité curvas y un mercado, lleno de frutas exóticas e insípidas. Paseé. Paseamos. Nos reímos. Arreglamos el mundo.
Y tuve mi ración de descubrimiento. Una cena compartida, unas copas, vino (anotado para la posteridad: Ribera del Duero, Pago de Carraovejas), de charla. De constatar lo que ya sabía. Que, después de un lustro telefónico, Internet, el móvil y el cara a cara no difieren un ápice...Barcelona ha tenido colores. El de los árboles, los rojos de la casa de Tania y Óscar, la noche cayendo a las cinco de la tarde, el crisol de gentes caminando por las Ramblas, el de los azules y rosas de La Pedrera o los lilas y mares de la Casa Batlló.
Sensaciones. La sonrisa de un anciano que me explicó a Gaudí. La honestidad de un taxista que me dejó en la puerta y apagó el taxímetro y me contó su vida. La de quienes alternaban el catalán y el castellano, hasta que me descubrí diciendo "deu", "bon día" y "gracies". El cansancio en las piernas. Querer andar más, apresar más, y no poder.Y Gaudí. Que nos ha quedado la sensación de que Barcelona no existía antes de que él llegara, porque hay otras Barcelonas que no hemos podido ver.
Necesito más días en ese lugar...
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12/04/2006 10:47:00 p. m.
viernes, 24 de noviembre de 2006
Reto
4 comentaronEs lento, dice, y quizá cuando escriba no le entienda, si es que no tarda seis meses. Es capaz de arrollarme y por eso sólo le intuyo. Por eso y porque nunca podemos apresar del todo a nadie. Suscita preguntas. Me inspiró un texto que nunca escribí. No hay historia, sólo encuentros fugaces, con la complicidad que da el saber que alguien a quien respeto -una mujer clara y poderosa- le eligió para caminar hace años. Con esos retazos le construyo, moldeo la imagen y la rehago o la amplío con cada nueva charla. La disconformidad, la contundencia, las sensaciones, la cercanía, la forma de mirar. El juego de la observación, para el que nunca he valido. Quizá él tenga más suerte, con toda la complejidad que somos. Al menos sabe explicar, explicarse, apasionarse.
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11/24/2006 09:48:00 p. m.
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Por alusiones
3 comentaronNo espío la felicidad de calabaza alguna, ni interpreto lo que desconozco (a quien desconozco), ni me importa saber o no saber, salvo hasta un punto. No la felicidad de la cabaza, sino la tuya. Soy explícita. O la suya (y leo porque me gusta lo que leo, y me gusta la manera de contarlo) en tanto en cuanto tenga que ver con la tuya y participe de ella. Más no. Lo puedes llamar espiar o lo puedes llamar asistir. Asisto -espío- los estados de ánimo, las canciones y las palabras rojas que escupe alguien que me salvó. El mismo con el que comencé a jugar una noche borde, a ver quién puede más y dice la burrada más gorda, hace más de seis años, en un bar que se llamaba La Vaca y que estaba en Melilla y ya no existe. El mismo que me escribía poemas donde todo era sorprendente y me hablaba, también con versos, de los amigos que se iban cuando quien abandonaba la ciudad -todas las ciudades- era yo. El mismo con el que me emborraché de Cune; el que asistió a mis cabreos por falta de pelas (y me los solucionó), por el paro, por las pérdidas. El mismo que me espoleaba. El mismo que lanza(ba) palabras como cuchillos. Al que dediqué un texto que se publicó. El mismo de Melilla, Badajoz, Sevilla, Lisboa. El mismo en Madrid.
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11/24/2006 09:25:00 p. m.
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Estaré
0 comentaronYo estaré cuando él se vaya, cuando todos ellos se vayan. Estaré cuando aparezca la rabia, cuando no puedas analizar los sentimientos, cuando te mate el lugar en el que vives. Estaré en el principio y estaré si hay un final. A la sombra y en las tormentas. No es una intención. Es un hecho. Estaré si te divorcias, si tienes hijos, si deseas huir hacia adelante sin pensar; si sientes que se te han caído los años, uno detrás de otro, al lado de la persona equivocada. A pesar de la locura, del dolor y de la alegría que ciegan. A pesar de la vida misma, de la autodestrucción, de todos los momentos en los que no te guste lo que eres, ni lo que ves, ni lo que eres capaz de crear.
Estaré, pero a lo mejor no te gusta mi manera. Porque quizá no veas si necesitas silencio, opinión o preguntas. Porque lo querré todo y lo querré ya. Porque te zarandearé cuando tú no tengas tiempo, ni ganas, y no sabré abrazarte ni dejarte espacio. Y porque, como siempre, ya lo sabes, porque ya lo dijo Dickens, siempre es la persona que no se halla en el trance la que sabe perfectamente qué hay que hacer y la que lo haría, sin duda.
Pero estaré.
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11/24/2006 09:08:00 p. m.
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domingo, 5 de noviembre de 2006
Cotidianeidad
5 comentaronAhora no me hace falta un inventario de motivos contra la desilusión. Aunque seguirían estando, si lo hiciera, el mar de Caria, y los cafés a destiempo, y los libros. Puedo sentir que tengo las riendas, poco a poco, sin gritarlo mucho (no vaya a ser que se desboque). Hago planes. No me privo. Disfruto. Me dejo acunar. Ha llegado el otoño. Con su chocolate fundido, sus castañas asadas, su lluvia intermitente, los charcos, el frío, el brasero, las mantas de sofá, el edredón calentito; el rito de sostener, entre las dos manos, una taza de café; las charlas somnolientas, la noche interminable, las hojas caídas. Llega noviembre, el mejor mes del año, porque anuncia muerte y renacimiento. Porque cumple un ciclo. Porque ya no recuerdo qué hice el resto de los noviembres de mi vida, pero sí las sensaciones, mojarme con las primeras lluvias, buscar un refugio...
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11/05/2006 09:15:00 p. m.
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domingo, 29 de octubre de 2006
Consumiendo
19 comentaronQue me va a dar por hacer publicidad a estas alturas...
Hemos cambiado el ideal de la consumación por el de la consumición. La frase no es mía. Es de Manuel Ángel Vázquez Medel que ha sido (junto con algún otro) el mejor profesor que he tenido nunca.
Asumo que consumo. Y, desde que gano dinero, consumo aún más.
Pero, por primera vez, tengo conciencia del poder que tenemos como consumidores.
Y como recicladores (aunque, para eso, deberíamos tener todos los contenedores en el mismo sitio: ya están, al menos en Extremadura, los de plástico y los de residuos orgánicos, pero no los de pilas o papel: para eso hay que irse a los Eco Puntos, que suelen estar bastante alejados).
Así que sí: me va a dar por hacer publicidad.
Si alguien conoce alguna empresa más o alguna ONG más, que me lo haga saber...
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10/29/2006 06:54:00 p. m.
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domingo, 22 de octubre de 2006
Quiero bailar contigo
10 comentaronMe buscas y te busco. Te busco mientras tiemblo. No existen las palabras. Quiero bailar contigo.
Te aprendes mi piel. La piel que no sabía que era mía. Observas mis reacciones. Quiero bailar contigo.
Tu cabeza en mi vientre. Mi pierna entre tus piernas. Mi mano en tu espalda. Quiero bailar contigo.Susurro tu nombre. Tú gimes el mío. Quiero bailar contigo.
Me refugio en tu brazo. Me abrazas la barriga. Quiero bailar contigo.Me acaricias con la palma abierta. Con la punta de los dedos. Quiero bailar contigo.
Aprendo tu olor, tu sabor, tus lunares. Los dibujo con mis yemas. Quiero bailar contigo.
Me lames el cuello. Me indicas que confíe. Permanezco inmóvil. Quiero bailar contigo.
Escucho tus latidos. Recuerdo sus ritmos. Quiero bailar contigo.
Se mezclan nuestros cuerpos. Compartimos chocolate. Quiero bailar contigo.
Me embistes y sonrío. Quiero bailar contigo.
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10/22/2006 11:51:00 p. m.
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sábado, 21 de octubre de 2006
A favor de tu piel
2 comentaronDerechito al Edén,
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10/21/2006 08:25:00 p. m.
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