viernes, 9 de febrero de 2007

Una Excusa

Cada uno de nosotros sabe, al menos, un par de historias hermosas que desearía contar. La mía trata sobre la limitación. Continuamente me someto a pensamientos que creo reales por el puro placer de la palabra "imposible". La camuflo con la indisciplina, la falta de imaginación y la creencia en las musas. Aún más con todo lo que me queda por leer y con todo lo que no he aprendido todavía, con la insatisfacción constante. ¿Qué límite separa lo que sería de interés universal de lo que sólo tiene validez en la memoria de los más allegados? No lo sé y probablemente no lo sabré nunca.

Me enorgullezco de lo que leo más que de lo que escribo. Carezco de esa vanidad como carezco de la envidia. Ante personas como Stevenson, Tolkien, Shakespeare, Kipling o Kafka a mí sólo se me escapa un silbido. Es la conmoción más absoluta, la pregunta que siempre me ronda: cómo fue posible. Y no digamos ya cuando me enfrento a la poesía: a Pessoa, Lorca, Cortázar, Borges... o a aquellos que le eligen a uno, los que le acompañan, los libros que releemos compulsivamente una y otra vez, por tontos que parezcan o malos que sean. Me gustaría saber contar historias. Quizá, más bien, me gustaría inventar historias. Aunque los grandes temas ya se hayan tratado y sólo consiga exprimirlos de nuevo. ¿Cómo se hace para escribir un libro? Uno perdurable, quiero decir. Uno que reescriba el mundo de nuevo, que amplíe la visión de los demás, que les haga un poco más sabios y más inteligentes, que les lleve a amar, en definitiva, puesto que de eso se trata. La respuesta no incluye solamente trabajo y más trabajo, sino una buena dosis de genialidad, la conciencia de que es lo único que realmente puedes hacer. Tu manera de servir.

No sé si podré hacerlo nunca. No sé si la búsqueda de empleo y dinero, de un techo bajo el que dormir y de un plato caliente, y de ser buena en lo que hago, o quizá de que los demás crean que soy buena, me apartará de eso cuando aún no he comenzado. Hace siglos que sólo escribo cartas, pero los que me conocen opinan que me ven escribiendo más que ninguna otra cosa, y se convencen de ello, y a veces logran entusiasmarme a mí también, por más que les explique una y mil veces por qué no puedo. No puedo vivir las vidas de otros ni ser otros mientras me siga tomando tan en serio. Al final me consuelo pensando en algo que me descubrieron hace poco: Azorín no imaginaba. Contaba lo que veía. A lo mejor yo podría contar lo que veo también. De la manera en que llega a mí. Lo que ocurre es que no he visto muchas cosas. Analizo más que describo, pero sólo desgrano aquello que conozco bien. No los problemas de un país ni su funcionamiento interno. Quizá debería empezar por labores de documentación. La Historia. La que se cuenta y la que no. Lo que existe y lo que no existe. Los mitos, los cuentos, los elfos y las brujas. Las intuiciones que se producen cuando te roza un ángel: esa creatividad. Crear algo que parezca real, que sea tan real que ayude a comprender la realidad en la que nos movemos y, además, con algún tiempo de antelación. Es demasiado ambicioso. Otros lo lograron antes de que yo naciera y esa permanencia sólo se descubre después de siglos, cuando ya no importa porque ya no lo sabrás nunca. Supongo que la escritura es lo más hedonista que hay: un cumplimiento. Escribo porque siempre lo he hecho, por ninguna otra razón. Aún más: escribo para vivir más y de nuevo, para recordar, para repensarme y crecer, porque no sé existir de otra manera. Puedo pasar un mes sin la presencia de los que más amo, pero no sin un papel. Si esto no es determinante, no sé qué lo es, pero eso sólo no me basta. Y esta cualidad es la que lo hace difícil, el placer y el dolor unidos inextricablemente, el orgullo y la burla sobre lo que eres y lo que haces, todo a la vez. El acierto, la maravilla, la admiración y una desazón estúpida. El convencimiento de que, siendo más y sabiendo más, podría hacerlo mejor, y la certeza de que nunca sabré todo lo necesario y nunca seré todo lo que quiero. Acabar algo sabiendo que no le sobra una coma ni le falta nada, que está tal y como debe estar, que los pensamientos son los más certeros y las palabras, las más exactas. La insatisfacción estropeando lo que debería ser sublime si tuviera alas. Ésa es la historia de mi limitación: una excusa.

A Jandro, en 1996.

Tenía veinte años. Diez años más tarde, no ha cambiado nada.

5 comentaron:

Anónimo dijo...

Me temo que nos pasa lo mismo, pero de diferente manera. Mi búsqueda de la perfección me impide escribir siquiera una palabra, porque temo que no será perfecta, y ese es mi gran error.
Pero, es que es verdad. Me resulta inimaginable llegar a lo que he leído, conseguir que alguien se quede despierto porque no puede soltar un papel que yo escribí, que alguien se crea mi mundo como si fuera el suyo porque está plasmado como la verdadera realidad... Y tantas otras cosas que son excusas para no ponerme a hacerlo.
Yo no escribo tanto como tú, al menos en el papel. Yo leo y creo historias en mi cabeza, descubro los finales antes de que lleguen y hasta me atrevo a aconsejar (eso sí, para mis adentros) otros desenlaces.
Por eso no creo que llegue a escribir nunca nada que lean más que cuatro. Pero, también por eso, creo que escribiré algo que sea más largo que un folio y que me llene, al menos a mí, tanto como cualquiera de los libros que he leído.
Quizás el truco esté en escribir para uno mismo sin pensar que hay gente ahí fuera, aunque me parece que sólo lo lograría en una isla desierta.

Anónimo dijo...

No sé si te consolará o no, pero a mí me ocurre exactamente lo mismo. Escribir es lo que más feliz me hace y, sin embargo, no sé por qué, cada vez me veo más lejos de ello. A los cinco años ya tenía claro que eso era lo que quería hacer en mi vida (por eso el Periodismo y tantas otras cosas), pero, como te digo, cada vez me cuesta más. Cuanto más leo, menos escribo. Antes pensaba que era buena (la petulancia propia de la ignorancia), pero ya dudo seriamente de que tenga algo interesante que contar a nadie, ya sea real o inventado. No sé... Pero me alegra esto del blog y la terapia, porque me siento un poco menos sola en mi mar de dudas.

Anónimo dijo...

"escribo para vivir más y de nuevo, para recordar, para repensarme y crecer, porque no sé existir de otra manera". ¡Olé!

Por cierto, cuando descubras como escribir algo que perdure, no dudes en contarme el secreto (yo no creo que llegue a descubrirlo).
Todo lo que escribo son ejercicios de estilo. No me cuesta estructurar una historia, no me cuesta redactarla. Pero me falta poner el alma en lo que escribo. Escribo historias vacías, porque en general, estoy tan aburguesado que no tengo nada que decir. Ahora estoy escribiendo (de más de esas 10 líneas que suelo publicar en el blog). Habrá que colgarlo cuando acabe.

Actualizas poco, yo también. No entras (o no escribes por DXC). Yo entro poco. Se te echa de menos.

Además, tengo varios posts de tu blog atrasados por leer y comentar.

Yo ni siquiera tengo excusa.

Ps. A pesar de lo escrito más arriba, estoy en uno de los mejores momentos de mi vida...

Isabel Sira dijo...

Te he releído y me he releído. Y sigo pensando que es difícil. Tener miedo. Al menos seguimos escribiendo, aún tú más que yo. Y quizás no sea necesario ir más allá.

Los viajes que no hice dijo...

Lo mío viene, más bien, de que nunca he pensado que nada de lo que yo hago valga absolutamente nada para nadie.