No te voy a decir qué, pero te he permitido hacer cosas que jamás le había dejado hacer a nadie.
He aprendido un sinfín de cosas en tres noches. Que, si pido, se me da, y yo doy si me piden. Que hay canciones que puedo repetir como un mantra para que todo esté bien y todo sea posible, para ahuyentar los miedos que me vuelven el estómago de revés y de golpe; que me bastan unas horas para saber -para saber
realmente- que quiero estar a tu lado cuando vengan dadas, porque van a venir dadas muchas veces. Que puedo volver a reírme como una niña chica, que mi piel se ha vuelto infinita, un ente que está fuera de mí y que no puedo controlar cuando me tocas por dentro, como tampoco controlo los sonidos, como tampoco controlo las palabras.
De momento, sé que él tiene mucha suerte. Me aprendí esa frase de Nuria de memoria, antes de llegar, entre lágrimas, para irme el lunes constatando, de nuevo, lo mal que se me dan las despedidas, porque me he pasado la vida despidiéndome de sitios, y de gente, de los que no quería irme.
Sé, también, que eres tan inteligente que no hace falta que te explique algunas cosas, porque ya las intuyes y eso me lo hace mucho más cómodo. Que, cuando me respondes, yo me abandono. Que la curiosidad y la ternura que me produce saber de ti se pueden volver tenazas cuando me doy cuenta de que nunca haré cosas contigo. Que voy a escribir para recordar, cuando lo que voy a recordar jamás podría explicárselo a nadie: un pliegue de tus labios, un par de olores, cientos de expresiones de tu cara, un rato de cosquillas, el agua cayendo; el color de tus ojos al sol, la forma en que brillan cuando adivino los nombres de personajes de cómics contigo, lo capaz que eres de terminar todas las frases y todas las historias.
De momento, sé que yo, también, tengo mucha suerte.