Ya estamos aquí otra vez.
A las once de la noche, en la puerta de actores, la puerta lateral, con la arena entre las sandalias, los cables por el suelo, los auriculares, te entra o no te entra, el sonido está bajo, qué te ha parecido, cómo la ves... Se suceden los nombres: Calixto Bieito, Mario Gas, Tomaz Pandur (soy yugoslavo y Yugoslavia ya no existe), Blanca Portillo, Rafa Castejón, Julio Bocca, Ángel Corella, Helena Pimenta, Laila Ripoll, Alicia Hermida. Se suceden los nombres y los ritos. Brindar en los estrenos con los amigos. Comentar las obras de teatro. Tomar una copa en la terraza antes de volver a trabajar, dormir muy pocas horas; elegir la obra a la que mimar, porque siempre hay una obra a la que mimar. Sentir que da igual: que dan igual los cambios, porque va a transcurrir un año más y siempre habrá ese cosquilleo cuando comienza el Festival de Mérida: siempre ese cosquilleo, siempre la misma pena cuando acaba.
Y el aprendizaje. Lo que aprendo de teatro, de esta manera de mirar la vida de forma distinta.
4 comentaron:
Y los que nos quedan.
Dicen que ese Festival es una maravilla, lo cual no me extraña. Juntar magníficos artistas en ese entorno exquisito debe ser alusinante.
Saludos.
Llevaba tres semanas con el cerebro requemado con tanto conflicto laboral pero ayer, cuando pisé por primera vez este verano la arena de la Alcazaba, todo desapareció. ¡Ese Festival sigue siendo muy, muy mágico!
Francisco, desgraciadamente, no sé si nos quedarán muchos...
Migrante, te aseguro que lo es.
Palmiralis, creo que a mí siempre me va a poner las pilas...
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