Queridos Reyes Magos:
Hace cinco años que no les escribo una carta. He releído las antiguas: la gente a la que nombro sigue estando ahí. Me asombra eso, muchas veces: me produce admiración la forma en la que se construyen las relaciones y que haya relaciones con las que no pueden los kilómetros, la ausencia de cafés y de miradas y ni siquiera el hecho de no habernos visto nunca.
El año pasado reuní a la manada, porque la persona que mejor me conoce y me sabe me ordenó que tenía que cruzar a un sitio donde hubiera prados mejores. Mi manada es muy grande. Lo primero que les pido a ustedes es que sigan estando ahí. Como siempre.
Lo segundo es saber cruzar. Saber qué siento y por qué y cómo puedo cambiarlo. No asustarme. Repetirme ese mantra que me enseñó Neno y que escribió creo que Yourcenar: No tengo miedo. No tengo miedo de las cosas. No tengo miedo de ninguna de las cosas. Neno ya no está: le quise como a nadie. Neno ya no está, pero, si me pienso, descubro cuánto de mí, cuánto de lo que en mí hay ahora, le debo a él. Cuánta conciencia, cuánto libro, cuánta palabra y cuánta expresión que sigo usando con una sonrisa en los labios cuando le recuerdo y con algo de pena también. Supongo que también debería pedirles eso: que, cuando la gente se vaya, tenga algún modo de quedarse al final.
Aceptar los momentos. Eso también. Saber aceptar los momentos sin deformarlos: eso es importante. No dañar, ni hacerme daño. No esperar. Satisfacer los compromisos y las promesas. Abandonar la inconstancia. Aprender a contar delante de otra persona para que los cambios vayan viniendo por inercia y sin más violencia que la necesaria. Y recordar, sobre todo en los morrazos, que yo me río mucho, siempre me he reído mucho, y que hace exactamente 29 años decidí algo que a veces me cuesta demasiado cumplir.