Dentro de un par de meses, me voy a Nueva York. Mi único plan (que no le pase nada) es ir a un concierto de Sonny Rollins, el 10 de septiembre: celebra su cumpleaños. Ochenta. Estará con amigos. Veré a un señor que anda despacito y que toca como anda: un amigo mío le escuchó en Sevilla hará un par de años. Ahora, me vuelvo loca planeando un viaje al que iré con la única compañía de dos cámaras de fotos, algunos cuadernos y varios bolígrafos. He visto 14 museos imprescindibles (aunque el Museum for African Art está cerrado, porque va a cambiar de edificio); dos cementerios en los que están las tumbas de gente que amo (como Ralph Waldo Emerson, Miles Davis o Duke Ellington; aunque en el Cementerio del Bronx, para hacer fotos, es necesario un permiso), alguna iglesia interesante (como la Trinity Church, a la que iba George Washington), muchas calles, alguna taberna histórica y varias rutas literarias... También he copiado las direcciones de las panaderías interesantes; de los restaurantes japoneses imprescindibles y de varios vegetarianos con comida macrobiótica, que no sé qué es, pero habrá que probarla algún día. Tengo en la cabeza cientos de edificios históricos, un plano de metro, otro de autobuses y la imagen de la Estatua de la Libertad. Haré un picnic en Central Park al atardecer, me estiraré en la hierba, fumaré donde me dejen y escribiré mucho.
Prometo contarlo después.
A lo mejor le tengo que cambiar el nombre al blog.