Yo he visto a un amigo llorar porque otro se había alejado; a dos hombres heterosexuales besarse en la boca con pasión y a muchos más decirse que se quieren. Durante años he pensado que eso es lo normal: que quienes me decían "ellos no se expresan" no habían conocido realmente a ninguno. Que la castración sentimental era de otros -los de 50, los de 60-. Que lo de los chicos no lloran era tan real como que la mujer ha de ser invisible y discretita, pero que muchos -los míos, los que yo conocía- eran capaces de salirse de sí mismos, construirse de nuevo, asumir todos y cada uno de sus estados de ánimo. En otros casos no, pero lo achaqué a la sociedad -rural- en que vivían. E incluso conmigo, ellos, fueron diferentes. Porque jamás he tenido pudores en mostrarme. Porque siempre me ha resultado fácil que se mostraran. A pesar de la diferencia de edad y los kilómetros.
Al final es fácil: es todo lo fácil que uno quiera que sea. Decir te quiero y que siga significando te quiero por mucho que lo digas -deberían recordárnoslo a diario-, porque es mentira que las palabras se gastan. Decir me gustas, me gusta estar contigo, eres importante para mí, contigo me descubro y me vuelvo inteligente; tocar un brazo, besar un hombro; mirarte a la cara. Sólo hay que saber eso: que quien está enfrente merece que tú lo hagas y ése ni siquiera es un descubrimiento consciente. Lo hablo con las niñas: están de acuerdo con las otras teorías -ellos no son capaces: a una mujer quizá o rotundamente sí si es la suya, pero mostrar debilidad ante otro varón es impensable-. Lo hablo con mi hermano, que no está de acuerdo, por supuesto, porque él es uno de los míos. Y me pregunto qué clase extraña de seres hemos construido basándonos en no se sabe qué y si no será peor cuanto más crezcan.
En todo eso pienso por una charla de bar a cuatro manos que sigue rondándome la cabeza. Alguno se pasará por aquí y deberá saber que disfruté como hacía tiempo. Gracias.