Repaso mentalmente la lista de la compra: vino blanco, vino tinto, San Miguel, Cola-Cao, leche, ron Brugal, limón. Tomo un café con una amiga para hablar de las parejas que vemos, del respeto a uno mismo, de lo que deseamos y de las cosas a las que no estaríamos dispuestas a renunciar jamás. Descubro que tener tres días libres hace que te entre la mayor pereza del mundo cuando te toca ir a trabajar, pero que es maravilloso poder hacer planes para ir a Madrid a ver exposiciones y cenar con una mujer a la que amo y comprar un par de catálogos de Edward Steichen. Repaso, también, la lista de bares y restaurantes que conozco (los de siempre: las tascas de vino y tapas y alguno que deslumbra). Me llega una invitación de boda. Compro sábanas (no sé qué hice con unas: las lavé a 40 grados y encogieron), toallas nuevas, cojines, una alfombra de baño, un revistero, unas sandalias, polvos, máscara de pestañas, gloss, dos jaboneras. Me hago un horario: plancharé a las diez de la noche el jueves y el viernes, pondré lavadoras a la hora de comer, plancharé el siguiente jueves, el sábado limpiaré la casa, el sábado anterior iré al cine. Recupero un foro que tiene ocho años y descubro que yo era una niña entonces, pero me siguen emocionando los cuadros y los poemas. Cuento mi miedo, lo peso, lo mido y no dejo que me impida actuar. Riego mi segundo cactus. Releo correos antiguos. Llamo a una amiga para cancelar la reserva de unas entradas y reservar otras. Pienso en los temas que me importan y que no escribo nunca.
Primero de mayo
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Se cumplen 138 años de una huelga en Chicago que reivindicaba la jornada
laboral de ocho horas. Hoy mucha gente no sabe por qué la fecha de hoy es
una...
Hace 23 horas
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