Que no te tiemble la mano ni al borrar ni al escribir. Me lo dijo una de las personas a las que más admiro, cuando asumí la moderación de un foro conflictivo con múltiples trolls en el que cualquier debate se hacía imposible. Desde entonces, lo he cumplido a rajatabla, y no me tiembla.
Hace menos tiempo, me dijeron: no permitas que nadie venga a insultarte a tu casa. Y ésta es mi casa, como también lo es esta otra. Sigue sin temblarme la mano. No me muevo un ápice. No me gustan ciertas provocaciones. No las tolero porque tolerar, al fin y al cabo, es aguantar lo que no te gusta y yo no tengo edad ya como para aguantar nada. Aquí, no.
Me gustan los comentarios. Es más: me gustaría que la mayoría de quienes entran escribieran algo, porque echo de menos las palabras de cierta gente lúcida a la que conozco y de los desconocidos a los que nunca me han presentado. Me encanta discutir, adoro los matices, una buena conversación, un intercambio de ideas, escuchar o leer. Y con la misma intensidad abomino de los patios de vecinas y del cacareo.
Por eso, aquí, no.
Aquí no valen los insultos, ni las condescendencias baratas, ni las descalificaciones, ni las chulerías. Ni los ataques sumarísimos contra la que suscribe ni contra quien comenta. Los desequilibrios psicológicos y las frustraciones se ventilan en otras partes. Mientras tanto, seguiré pensando que ciertas intervenciones son basura y, como tal, han de ir a la papelera. La red es muy grande. Es tan grande que uno puede iniciar, en su blog, en un foro o donde le plazca, un debate sobre algo que se diga en esta página y, posiblemente, yo no me enteraré nunca.
Es decir: se permiten todos los comentarios. Hasta los anónimos (hay quien los restringe). Se responde a todos, o se intenta (por aquello de la retroalimentación y por no ser descortés). Y eso pese a que jamás me ha gustado dirigirme a alguien a quien no pudiera identificar con un nick. No se modera antes de que se publiquen: puedo encontrarme los insultos dos días después. Es mi manera de indicar que cabe todo el mundo porque, si no cupiera, haría un blog sólo para invitados. Reservado el derecho de admisión y santas pascuas. Pero me niego a pensar que la gente que entra aquí no es lo suficientemente adulta. Adopto en la red las mismas reglas que en la vida real y, como en la vida real, desarrollo mis filias y mis fobias.
Esto es lo que hay y es muy simple: no se admite publicidad, no se admiten comentarios ofensivos ni linchamientos. Son las reglas. Son mis reglas. Si no te gustan, te jodes.
Nadie te obliga a leerme.