La irrealidad siempre resulta una maravillosa fantasía, cuando se dan las circunstancias adecuadas, cuando los dedos vuelan en el teclado, cuando se crea ese clima que te hace confiar pese a los riesgos. Éste es, quizá, el único medio en el que uno ha de fiarse únicamente de su intuición. Aunque esa intuición resulte, al final, un borrón incierto, una moneda al aire, la asunción del caos.
Internet no inventó la soledad. Ni tampoco el aburrimiento, ni el sexo, ni la creación de máscaras. Al cabo se resume en los pocos datos (siempre son pocos) que uno se atreve a dar. La llegada de las webcam transformó el paraíso de los antiestéticos -en Estados Unidos las empresas comienzan a realizar las entrevistas de trabajo por teléfono para que no las acusen de discriminar a quienes no cumplan un canon de belleza cada día más estricto- en una sucesión de desánimos. Hasta en los foros se cuelgan ya fotografías propias. Así desaparece, poco a poco, una de las mejores cualidades que tenía la red: el anonimato absoluto. No la impunidad: tarde o temprano nada queda impune, ni siquiera aquí. La posibilidad de conocer a alguien sin imagen externa alguna. La posibilidad de la mentira, también: pero qué más da, si siempre se descubre. Y qué más da si en esto, como en todo, cada uno guarda sus propias reglas.
La vida real es mejor. Durante dos años alguien intentó convencerme de eso, que es como intentar que crea que los ordenadores escriben solos y responden y preguntan y cuentan y confían. Pero, durante un tiempo, hubo un espacio completamente mío. Pasó hace más de un lustro. Se llamaba El Reloj Biológico y fue el primer mensaje que escribí en un foro de internet. Antes escribía mejor o allí escribía mejor, porque había quien me espoleaba, quien me hacía investigar y ahondar y sugerir. Después busqué otros lugares. Encontré uno, pero no es mi sitio, por mucho que escriba en él. No será nunca mi sitio. Porque ya no soy Elrond y porque murió David, que nunca se llamó David, ni están Calamaro (sobre todo Calamaro), ni Dem, ni Amapoli/Agripina, ni Guaya, ni Minerva, ni el DiabloCojuelo, ni Náufraga, ni Mayte0, ni Simbad, ni FlorDelMal, ni FOS, ni Gorka, Reuben, Schoff y tantos otros.
Durante dos años conseguí un espacio mío. La red es muy amplia, pero se asemeja a los bares: en pocos te sientes como en casa. La historia nunca acabó. Somos lo que somos, pero la irrealidad no ayuda. Y pusimos demasiado de nosotros mismos, todos. Y sentimos. Nos hicimos amigos. Amé y me amaron.
Nunca se me dio bien olvidar. Nunca se me dio bien cuando sé que todo continúa. Que hubo dos lugares, en el mismo sitio; que uno cerró y que otro sigue, languideciendo, dando los últimos estertores, que duran demasiado ya. Y cuando la curiosidad me puede, me encuentro con que lo que me dañó ya no me importa, pero que sigue existiendo gente que es capaz de pulsarme las teclas; de hacerme reír y llorar en dos segundos, de conseguir que añore brutalmente. De volver a tener miedo a la irrealidad de quien llega después y me recuerda que puede aparecer y desaparecer, rotundamente sí, y que haré mal si no lo tengo en cuenta.
Ya lo decían: nada me han enseñado los años: siempre caigo en los mismos errores.
Un viaje por el mundo real de Stephen King
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El mundo de Stephen King está en su mente pero se pude tocar. Las novelas
del escritor norteamericano nos trasladan a lugares terroríficos y
fantásticos ...
Hace 4 días
3 comentaron:
No sé por qué pero cuando leo cosas bonitas como esta, que expresan tanto lo que uno siente soy incapaz de hacer comentarios. Me quedo mudo, pensado, intentando entender que siente quién lo ha escrito.
No tienes nada que envidiarle a Pérez Reverte. Seguro que el comentario de texto del año que viene de la selectividad se hará sobre un escrito tuyo.
Era hoy, no?
Feliz cumpleaños!!
Besos :x
Era hoy, sí, Padrino. Muchas gracias, guapo.
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