viernes, 16 de septiembre de 2005

Domingos

Son distintos, y peores, los domingos sin ti. Distintos y peores sin ron y sin gin tonics, sin preguntas íntimas de las que no te convence la respuesta, sin descubrimientos forzosos, sin charlas literarias. Se me hacen raros, los domingos, cuando llegan las once de la noche y me descubro sin esperarte en ningún bar, sin escribir para que el tiempo se me pase más rápido hasta que llegues, sin usar la palabra como excusa. Porque ya no me pillas en medio de una frase y porque ya no te abrazo una vez por semana, los domingos han vuelto a ser iguales a cualquier otro domingo de mi vida y un trámite hasta el lunes. Un lunes en el que no me despierto amodorrada ni con ojeras ni con resaca de tabaco ni con la bendita sensación de haber aprendido lo indecible la noche antes. Son peores y distintos porque no suena Serrat en tu coche hablando de amores imposibles, porque no te pregunto si me dejas hablar, porque no me mientes diciendo que hablas poco y porque no disfruto de tus oídos ni de tu lengua. No se marcan con rojo en el calendario, bien redondos, ni me emborracho con palabras, ni enarcas las cejas, ni me cortas en medio de una conversación para salpicarla de comentarios irónicos que me descolocan, ni hablamos del miedo a estar solos ni del pánico que nos produce el resto de la gente, ni apagas el motor en la estación para apurar la charla un rato más ni me dices que nos veremos, como tarde, el próximo domingo.
Por eso te escribo. Para decirte que esta noche, que debería estar contigo, es mucho peor sin ti.

A Antonio