miércoles, 24 de noviembre de 2010

Upper West Side

Ayer el East y hoy el West, porque además me toca ver a Sonny Rollins en el Beacon Theatre. Ha llegado el otoño, está llegando el otoño a esta ciudad. Corre el viento y es frío. Ayer terminé poniéndome encima la manta del avión, recorriendo las tiendas de la Quinta Avenida. Toda glamour, yo. Eso sí: no hay nubes. 




Se supone, creo, que el Upper West era menos pijo; al menos, no he visto a niños enchaquetados ni a perros vestiditos y con lazos, pero sigue habiendo mansiones impresionantes, con su puerta de servicio igualmente (y con los del servicio entrando por la puerta del servicio). Ya he localizado el Beacon (de obras en la fachada o colocando carteles o algo) y el Metropolitan Opera, que me ha costado dar tres o cuatro vueltas (y creo que había pasado por detrás alguna vez que otra). En la tienda, trajes y más trajes, joyas, una gran sección de CDs y DVDs, marcapáginas, cuadernos hechos por Moleskine y los tres tenores cantando. La dependienta me ha dado la agenda de las representaciones y le he contado que soy de España, que ya vi el programa en la web pero que me voy antes de que comience la temporada y lloro. Mi padre también llora. Le he comprado un cubo decorativo porque no me atrevo con un DVD.





Me he recorrido casi todo Central Park West, gran parte de Riverside Drive y de las avenidas Columbus y Amsterdam, dando vueltas y más vueltas, hasta el Hudson. Desde The Dorilton hasta los Majestic Apartments, el Dakota, el Apthorp, el Turin, El Dorado, San Remo, the Langham y The Kenilworth, porque aquí todos los edificios tienen nombre.





Como en el Greenwich, muchísimos se alquilan. Dios sabe cuánto costará un piso de estos. Escribo desde el Alice's Tea Cup de la calle 73, porque una calle más arriba está el Beacon. Suena Billie Holiday, muy bajito. Sólo me he sentado a comer, en Good, desde que llegué a Manhattan, a las nueve de la mañana. Y me he levantado a las seis y media para caminar con Robert y con Boule:

-No sé cómo no partes el día- me ha dicho.





Porque no me da tiempo, he pensado yo. Porque, de Central Park, sólo he visto sus muros y las copas de los árboles, pero no la estatua de Andersen, ni The Bow ni el Belvedere (aunque sí le haya hecho fotos al Strawberry Fields, sin flores). Porque no he visto el Midtown ni Lower Manhattan y no he ido a Brooklyn ni he cruzado por su puente ni he visto el Queensboro y, además, no he hecho todas esas cosas que todo el mundo me va a echar en cara no haber hecho.





Pero los porteros del Dakota y yo hemos aplaudido a una mujer que cantaba ópera en su coche y he visto las casitas de colores de Pomander Walk (hay que acercarse y mirar por la verja: en una de ellas vivió Humphrey Bogart) y me he parado a escuchar a unos músicos (Rasheed) en Verdi Square, después de detenerme un buen rato ante el Ansonia (donde vivieron tantos otros porque está insonorizado: Menuhin entre ellos) y les he comprado un disco y les he hecho muchas fotos. Después, uno de ellos, el que tocaba el contrabajo, se me ha acercado para que se las envíe. 







Y me he encontrado de casualidad con una placa que recuerda a Elizabeth Cady Stanton porque vivió durante sus últimos años enfrente del Pomander Walk y me he emocionado porque, bueno, hay un buen puñado de mujeres americanas que nunca nos nombran en la escuela y cuyos nombres deberíamos recitar todos, como el Padre Nuestro, al levantarnos. Y darles las gracias por iniciar la lucha.



10 de septiembre.