lunes, 25 de febrero de 2013

Pueblos

0 comentaron


En Puerto Pirámides, como ocurre en todos los pueblos de mundo, todos se conocen. Luján es la dueña de India, donde utilizamos internet. Sus dos pequeñas están con fiebre. Pasamos a preguntar, nos saludan, hablamos con el ayudante de cocina del restaurante que está al lado de Botazzi, que es de Bahía Blanca y va a hacer sandboard en los médanos. Y otro de los guías, que habla mucho, nos ofrece mate ("ya está flojito", le digo. "Y, toda ropa se parece a su dueño, viste"). Aparece un chaval. Juan Carlos nos cuenta que es de Washington, que vino a trabajar y ahí lo tenés, tomando mate y sin dar un palo, se está argentinizando. El hablador me comenta que conoce Extremadura por los conquistadores, que suponía que habían venido para acá porque eran pobres. Yo le explico lo poco que sé. Señala a Juan Carlos: "Ese muchacho de ahí desciende de familia de tehuelches, 13.000 años de historia. Yo estaría sacándole fotos y pidiéndole autógrafos".


Por el camino hemos visto una ría grande y de nuevo el mar y el paisaje desértico de Península Valdés, con ese clima impredecible: lo observo para atesorarlo, como atesoré los colores del Lago Argentino y los Andes, como atesoro ahora la montaña roja que se ve desde la casa de Héctor y que se llama Nahuel Pan.

sábado, 23 de febrero de 2013

Animales

0 comentaron

Maras
De camino a Caleta Valdés vemos una mara, la mal llamada liebre patagónica: "Camina como un perro, corre como un canguro, parece una liebre, pero no es una liebre. Es la mara". Van de dos en dos, algunas parece que posan para la foto. También fotografiamos un armadillo que corretea tranquilamente buscando alimento. Luego vamos a la pingüinera: está llena, hay más animales que nunca, pero en la superficie sólo vemos tres: los demás están incubando.

Armadillo

Pingüino de Magallanes

Ñandú y charos


En Punta Cantor veremos más elefantes y, por el camino, ñandúes (una especie de avestruz), con sus charos, sus crías. El padre y sus hijitos, porque es el macho el que los incuba. Cuando llegamos a Puerto Pirámides, nos despedimos del Towanda con un café.

Towanda


El día anterior, le había preguntado a la camarera, Agustina, si le podía hacer un retrato. Es la primera vez que le pido a un desconocido algo así: y accede, así que allá voy. También quiero hacerle una foto a Juan Carlos, pero me da más vergüenza (luego me dirá que sí, por supuesto). En el Towanda hay una muestra de fotografías impresionantes del paisaje patagónico, del otro gran fotógrafo de ballenas, Claudio Nicolini. Cuando salimos, hay una especie de tarántula, que no es venenosa, a la que va persiguiendo un gato.


jueves, 21 de febrero de 2013

Elefantes y orcas

0 comentaron


Paramos en Punta Norte. Juan Carlos nos cuenta que el elefante marino es una foca que permanece el 90 por ciento del tiempo dentro del agua. A tierra llegan para parir. Hay poquitos tostándose al sol. La guardafauna nos comenta, a él y a mí, que hubo un ataque de orcas el día anterior: cinco orcas persiguiendo a los elefantes. El avistaje de nuestra orca ha aparecido en el periódico, nos cuenta Héctor. Juan Carlos dice que no quiere verlas en oceanarios, que ése no es su lugar (de hecho, allí viven de cinco a diez años, cuando podrían vivir el doble), que la naturaleza hay que observarla de lejos y en estado salvaje y nos pide que permanezcamos en silencio o con un volumen de voz muy bajito para no molestar a los ele

martes, 19 de febrero de 2013

Recorriendo la Península

3 comentaron

11 de noviembre de 2012.

La Araña Biónica. Un supermercado.
Puerto Pirámides es una calle, pero hay varios puestos de artesanía. Llaveros de ballenas, pendientes, imanes, postales... Es la primera vez que compro postales de un sitio para llevármelas yo. Recorremos los puestos por la tarde y cenamos en La Estación, en el que ponen buena música rock y que está decorado con vinilos y banderas. Hay hasta una del Barça.

La mesa de Deluna donde escribía
Cuento todo esto en Esquel, mirando los Andes de nuevo desde la casa de Héctor y María, por la mañana, con el sol en lo alto cuando falta un cuarto de hora para las nueve. Llegamos ayer, a las seis y algo de la mañana. Pero antes nos fuimos con Juan Carlos a recorrer la Península Valdés. Y vemos, por la mañana, el mar muy picado, con muchas olas: la excursión para el avistaje de ballenas se hace por la tarde, porque el puerto está cerrado. No abrirá hasta las tres.



Así que el 9 de noviembre nos vamos a recorrer 200 kilómetros. Hacemos tres paradas: Punta Norte, Caleta Valdés y Punta Cantor. En Caleta Valdés están los pingüinos de Magallanes. En las demás hay elefantes marinos: no son iguales que los lobos: los elefantes se deslizan reptando, apoyando todo el cuerpo en la tierra, y la fisonomía, aunque similar, tampoco es exactamente la misma.


Por el camino, Raúl, el conductor, va parando para que veamos la fauna de la Península. Están el guanaco, que es un camélido, que fue fundamental para la supervivencia de los indígenas y que es el único animal al que está permitido cazar. La Península Valdés es un parque provincial y está lleno de estancias. Un tercio de la tierra pertenece a los descendientes del primer inmigrante que llegó, Emilio Ferro. Si fuera un parque nacional, no podría haber estancias. El Gobierno llegó a un acuerdo con los propietarios para construir los caminos de ripio. Los guanacos son un problema para los estancieros porque compiten con las ovejas por la comida y por el agua. La creencia popular dice que arrancan los arbustos de raíz y que desertifican la zona. Es una forma, supongo, de legitimar su caza. Los científicos afirman lo contrario. Cuando hay muchos guanacos en la estancia, porque las normas aquí prohíben que haya más de tres ovejas por hectárea (que, por cierto, ellas sí que arrancan los arbustos de raíz), se activa el permiso para cazarlos.

Guanacos

Caballo

Chal negro


Hay 50 estancias en Península Valdés: toda esta inmensidad está vallada. Vemos martinetas copetonas, aguiluchos comunes con sus crías y a los guanacos con sus chulengos (es el nombre de sus hijos): además, se ven poco, porque es un animal que crece muy rápido y, cuando te quieres dar cuenta, ya son adultos...

domingo, 17 de febrero de 2013

Lobos marinos

0 comentaron



Hemos ido a la lobería, pero había pocos lobitos. Generalmente está llena, dependiendo de las mareas, pero hoy había un lobito solitario, ante el que se ha parado un barco, un grupo de cinco o seis y otros más en otro lado, acompañados de una multitud de gaviotas de alas negras.



Los lobos marinos viven casi hasta los 20 años. El macho mide algo más de dos metros y pesa unos 300 kilos. Tienen pelo. La hembra mide menos, 1,8 metros y pesa de 100 a 140 kilos. Son marrones oscuros con diferentes gradaciones hasta el pardo clarito. Los cachorros se distinguen perfectamente: porque son más pequeños, claro está, pero también porque su color es beige oscuro. Funcionan como un harén: hay pocos machos asociados a varias hembras, pero también hay machos solitarios o que tienen una sola pareja. Les gusta tostarse al sol y por la noche salen en busca de alimento. Vemos nadar a un cachorro que juega con su madre y que luego se va a explorar. Los demás se mueven para rascarse solamente.



Desde Puerto Pirámides se puede acceder a la lobería fácilmente caminando. Hay un sendero que parte de la localidad y que llega al camino principal y, una vez en éste (en esa bifurcación hay unos troncos) hay que ir hacia arriba, hacia la izquierda. El camino es de ripio, tiene subidas y bajadas y es muy ancho para que pasen bien los coches, así que se recorre fácilmente (tened en cuenta que yo me caigo en lo más llano y mi rodilla y mi mano lo atestiguan). Eso sí: en esta época hace falta una botella de agua bien grande porque en Puerto Pirámides hace calor, es un clima desértico y no hay árboles, así que no hay una sombra. Una gorra tampoco estaría mal. ¿En coche o andando? Pues hace calor, son cinco kilómetros y cuando toca una cuesta de subida te quieres morir, pero el camino merece los sudores porque ves Puerto Pirámides desde arriba, hondonadas preciosas desde las que pararse a recuperar el aliento y ves el mar y también es posible avistar, allá a lo lejos, alguna ballena nadando con su cría. Hay unos sanitarios a la entrada de la lobería (es decir, a 400 metros de ella) con agua potable para rellenar las botellas. Están súper limpios y hay papel.


Que haya pocos lobitos es una suerte, porque, seamos serios, huelen a perro muerto, así que los observamos con calma (realmente, es que no hacen nada) y luego volvemos al pueblo, con el sol en lo alto. Los caminos de regreso siempre se hacen más duros. Falta aún una hora y pico para la marea y decidimos regresar. Más subidas y más bajadas. Adriana busca la sombra de un cartel y de unos arbustos para meter la cabeza y yo me río, porque da lo mismo: hace un sol de justicia y estamos todas sudadas. De hecho, cuando llegamos a la entrada del pueblo (que, recordemos, es una calle y nada más, pero nuestro hotel está al final de la avenida) a mí me entra un ataque de risa histérica y me paro porque no puedo caminar más y porque me parece que Deluna está a miles de kilómetros de distancia.

viernes, 15 de febrero de 2013

Hacer fotos a las ballenas

0 comentaron



Para hacer fotos, un teleobjetivo: yo usé el 55-200, que es el que tengo. No os volváis locos con las fotos: disfrutad del espectáculo y los sonidos. Las ballenas son muy sociables y se acercan a los botes, pero como están con las crías, no suelen jugar mucho y lo más normal es que no se vean los golpes de cola (nosotras los vimos de lejos, al atardecer). La mejor recomendación es tener la cámara guardada y sacarla cuando pare el barco, porque se moja (lo digo por experiencia, claro: mi cámara se ha llevado toda el agua del cielo, del mar, la sal y la arena en este viaje). Y disparar. Y no ponerse nerviosos, porque todo el mundo quiere hacer exactamente lo mismo que tú.



Las vais a poder ver, no tan cerca, desde el pueblo, con otro tele (me temo que se necesitaría un 400), encima de una pequeña subida al acantilado a la que se accede por un camino de escaleritas: hay quien usa ttrípode, pero si queréis llevarlo, hay que ponerle mucho peso, porque los vientos patagónicos son asombrosamente fuertes y soplan de manera constante. El problema de llevarse la cámara allá es que hay arena: mucha. Yo pude limpiar la cámara sin mayor problema, pero es un riesgo que vosotros veréis si queréis correr. Yo no voy a tentar a la suerte una segunda vez.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Ballenas

0 comentaron



Hay unas 2000 ballenas catalogadas por el Whale Conservation Institute y Ocean Alliance. Toda esta zona es Patrimonio de la Humanidad. La Península no tiene mucha altura: el cerro Piaggio es el más grande y mide 110 metros, pero hay depresiones de hasta 41 metros bajo el nivel del mar (la Salina Grande, la Salina Chica, el Salitral). Esta zona comenzó a poblarse en el XIX (la comenzaron a poblar los occidentales, se entiende: puto etnocentrismo), pero antes estaban también, como en El Calafate, los aonikenk. En el parque podemos ver (las vemos, de hecho, por el camino) maras (mal llamadas liebres patagónicas), guanacos, choiques (o avestruces patagónicos) y armadillos. Ya no quedan pumas, jaguares ni cóndores. La gente que vino aquí en el XIX se dedicaba, sobre todo, a la industria salinera, pero ahora viven del turismo.



Hay que tener en cuenta varias cosas durante el avistaje de ballenas. No se pueden generar residuos, así que no se puede comer en el barco. Tampoco se debe intentar tocar a las ballenas, ni pedir al capitán que el barco se acerque más: a cada grupo de ballenas la observa la tripulación de un solo bote y hay que seguir las indicaciones siempre: resulta algo complicado porque hablan bajito: no se pueden usar micrófonos para evitar la contaminación acústica y te piden siempre que no hables a gritos (no sé cómo se las apañarán con los franceses) porque eso perjudica a la fauna. De hecho, los motores se paran cuando se acercan a las ballenas y van a muy baja velocidad.



De todos modos, se acercan. Vienen nadando, con los ballenatos, tranquilamente. Y alzan la cabeza, te miran, la sumergen, alzan la cabeza de nuevo, parece que sonríen, con sus ojos grandes, abren la boca, se sumergen y pasan por debajo del barco sin rozarlo. 

Yo siempre he querido ver ballenas.

lunes, 11 de febrero de 2013

El avistaje

0 comentaron



Huele a mar. Sigue oliendo a mar mientras vamos en el barco, veinte minutos hacia Punta Ballena para ver la primera, una línea allá a lo lejos, pero el capitán vira hacia otra parte, mar adentro, porque les avisan de que se han visto orcas. Casi ni se pueden fotografiar, pero no importa. Salen, nos muestran la cola, y yo pienso que, depredador y todo, con su mala fama -bueno, a mí no me molestan los depredadores: todos dicen que las orcas son asesinas: yo solo pienso que están comiendo- es uno de los animales más bellos que existen.



La ballena franca austral es muy grande, viene de la Antártida y aquí se dedica a tener crías. Así que vemos a una madre con su hijo, uno al lado del otro: las hembras alcanzan hasta los 18 metros de largo y yo, que necesito silencio, sigo sin poder entender  esta necesidad de hablar de los demás cuando están viendo este espectáculo inmenso.



En la playa también se ven. Comemos pizza en El Refugio, de muzzarella (mozzarella, vamos) y luego nos vamos allá. Aparecen: yo no tengo la cámara grande, pero grabo con la chica. Salen y entran del agua, expulsan agua, coletean, ves sus callosidades en la cabeza y yo ni me lo creo. Podría estar horas mirando esto: cuándo el movimiento del agua forma una línea, cuándo sobresale la cabeza, cuándo introduce la cabeza en el agua y deja ver el lomo, cuándo saca la cola, la estela que deja cuando se va moviendo. Y el ruido.


Nos dicen que hemos tenido mucha suerte, que pasan años hasta poder ver orcas en alta mar, que es muy raro, que desde 2009 no se veían. Vielve a haber paz y más paz, el mar haciendo ruido, el ruido de las ballenas, que no se olvida, las olas lamiendo la orilla, las madres con sus hijos yendo hacia la costa para protegerlos de las orccas y para enseñarles cómo hay que nadar. Cómo hay que sobrevivir.

sábado, 9 de febrero de 2013

Planes en Península Valdés

0 comentaron

Avenida de las Ballenas

A las once iremos a ver ballenas. Por la tarde iremos a la lobería, unas dos horas caminando, y luego visitaremos, mañana, Punta Norte y Caleta Valdés, donde hay lobos marinos. No sé si iremos a ver los pingüinos. La temporada de ballenas va de mayo a diciembre. La de orcas, de febrero a abril y de octubre a noviembre, pero Paula, de Del Nómade, dice que ahora no hay. La de pingüinos es de enero a mediados de abril y de septiembre a diciembre. También se pueden ver delfines de enero a marzo y elefantes marinos, lobos marinos y aves durante todo el año. Encima de mí, a lo lejos, graznan las gaviotas.

Barco para el avistaje de ballenas

Hay seis agencias que hacen el avistaje por 370 pesos (54 euros). También hay seis hoteles y una casa de alquiler. Se pueden hacer paseos a caballo, buceo, ir en kayak, trekking, mountain bike y sandboard. El pueblo tiene 400 habitantes en temporada alta y menos de 200 en la baja y hay 15 cafeterías restaurante, un pub que se llama Piedra Gaucha (pero que yo no veo) y algunos almacenes para comprar comida, desodorante y champú o verduras: vamos a uno de ellos: se llama La Araña Biónica. También hay un hospital, una fundación y un locutorio, un camping y 15 apartamentos para alquilar. Sale un micro (un autobús) a Puerto Madryn dos o tres veces al día, desde la estación de servicio. Hay tres calles, nada más: Primera Bajada, Avenida de las Ballenas, Segunda Bajada. La mayoría de los turistas se alojan en Puerto Madryn, pero es mucho mejor quedarse acá. El cielo está nublado, pero azul.

jueves, 7 de febrero de 2013

Deluna

0 comentaron

Del Nomade

Escribo en la mesa de la posada Deluna, que pertenece a Del Nómade, una hostería ecológica. Tres noches, 450 pesos (menos de 80 euros, 75 más bien). Las camas son más cómodas que en la Nakel Yenú y tiene un gato negro de ojos amarillos, muy zalamero, que se me sube encima para que le haga mimos.



Sigo recordando cosas. Aquí venía Antoine de Saint-Exupery. Se dice que se inspiró en la Isla de los Pájaros para hacer el dibujo de esa boa que se come a un elefante en El Principito. Es igual. Nuestra habitación se llama Turín. En el alféizar del a ventana hay muchas plantadas y también hay plantadas flores a lo largo de la pared. Es un sitio plácido. No sé cómo voy a volver al caos bonaerense después de esta paz que invita al silencio más absoluto.



Nos atiende Lala. Le gusta cocinar, hace galletas de limón y semillas de amapola que nos da para desayunar junto con bizcochos y mermelada. Yo le paso la dirección de mis blogs de cocina.

martes, 5 de febrero de 2013

Península Valdés

0 comentaron

7 de noviembre de 2012.

La Península Valdés, nos cuenta Marcos, que nos lleva del aeropuerto a Puerto Pirámides, tiene un clima semidesértico. Hay varios arbustos: uno claro se llama zampa: lo usaban los tehuelches como planta medicinal para las articulaciones y para ahuyentar a los malos espíritus. También está el quilimbay, de flor naranja, que se utilizaba para hacer señales de humo y como descongestionante. El 90 por ciento de las flores que aquí nacen son amarillas porque no hay abejas, las grandes polinizadoras, así que hay que atraer a los insectos de alguna manera. Solo hay arbustos: una extensión llana de tierra y diferentes tipos de arbustos: aquí no crecen árboles, salvo uno, en la carretera que va de Trelew a Puerto Madryn. Tiene nombre, ese árbol. Le llaman "El solito". Cuando llegamos a la Península Valdés, Adriana paga 30 pesos y yo pago 100. Estamos ya en un parque natural.

Guanaco
Aquí hay ballenas. Y un guardafaunas muy famoso que se llama Roberto, Roberto Bubas, y que es capaz de comunicarse con las orcas: les toca la armónica y las acaricia. Cuando la gente de acá cuenta su historia, parece que el tal Roberto tiene 150 años, pero es bastante joven, tiene 42. Además de orcas y ballenas, hay delfines negros y gaviotas. Entre ellas está la gaviota cocinera, que ha cambiado de comportamiento en los últimos años. Las ballenas mudan la piel y, antes, las gaviotas comían de esa piel muerta. Pero ahora se sirven directamente del envase. Picotean a las ballenas, llegan a su capa de grasa y han descubierto en ella una importante fuente de proteínas. Como también se alimentan de basura y de los excrementos de los leones marinos, cuando siguen horadando la capa de grasa, llegan hasta la carne de las ballenas y les transmiten muchas enfermedades. Por eso a Marcos no le gustan y yo decido que a mí tampoco, a pesar de mi amor confeso por las gaviotas. Hay otra especie, mucho más simpática, que es la gaviota patagónica.

Playa de Puerto Pirámides
Las orcas comen leones marinos y esta clase de orcas que hay aquí tiene un comportamiento único en el mundo porque salen del agua para cazar a los cachorros: se varan intencionalmente. Las han grabado televisiones de todo el mundo.

domingo, 3 de febrero de 2013

La postal que no entregué

2 comentaron

Perito Moreno

Llegamos a Puerto Pirámides. Le escribo a Nico. En tercera persona, para no morirme de la vergüenza cuando lo lea. Es una postal del glaciar, con los hielos en la orilla, del Perito Moreno, una foto de Andrés Bonetti, como tantas otras maravillosa que he visto de él en casi todas las postales:

La primera vez que llegué a Buenos Aires conocí a un tipo. Muy guapo. ;Muy interesante. Muy inteligente. Él cebó mi primer mate. No conoce los glaciares: aquí hay una muestra, pero la foto no enseña el viento frío, el rosa y el azul del Lago Argentino, ni los Andes nevados de los que me enamoré. Tampoco enseña que me he estado acordando de él todo el viaje. Supongo que esto le hubiera encantado, como me ha encantado a mí.

Me gusta oírle hablar. Me gusta cómo cuenta las cosas que cuenta, lo bien amueblada que tiene la cabeza y que conduce igual que mi mejor amiga. Le llevo un mate de un pueblito, allá, a los pies de ese Lago que voy a echar de menos, como voy a echar de menos las oportunidades de otros mates, de que él me cebe un mate un día cualquiera, de un mes cualquiera, de cualquier año. Quizá cuando beba uno, en esa calabaza, dentro de mucho tiempo, siga sabiendo quién soy yo, por un ratito. Muchas gracias, niño.

viernes, 1 de febrero de 2013

El hielito en el Lago

2 comentaron

He comprado un mapa antiguo de la Patagonia. Me he enamorado de él nada más verlo. Esa Patagonia inmensa de paisajes tan cambiantes. Volveré a encontrarme con los Andes en Esquel, dentro de unos días. Ahora vamos a Puerto Pirámides, en la Península Valdés, la tierra del delfín negro, los pingüinos, las orcas y las ballenas.


Cuando cogemos el shuttle que nos lleva al aeropuerto y observamos el Lago Argentino, hay un iceberg azulísimo flotando. Le hago fotos. El glaciar se despide de nosotras.