miércoles, 29 de abril de 2009

Ha muerto Idea Vilariño

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Ha muerto Idea Vilariño y Benedetti está malito.
Y yo estoy triste...

Lo que siento por ti es tan difícil

Lo que siento por ti es tan difícil.
No es de rosas abriéndose en el aire,
es de rosas abriéndose en el agua.
Lo que siento por ti. Esto que rueda
o se quiebra con tantos gestos tuyos
o que con tus palabras despedazas
y que luego incorporas en un gesto
y me invade en las horas amarillas
y me deja una dulce sed doblada.
Lo que siento por ti, tan doloroso
como pobre luz de las estrellas
que llega dolorida y fatigada.
Lo que siento por ti, y que sin embargo
anda tanto que a veces no te llega.

Idea Vilariño.

domingo, 19 de abril de 2009

En el Ministerio de la Gobernación, hace 45 años...

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Le gustaba irse al monte, cuando era chinorri. Su padre, militar, le había enchufado en el Ministerio de la Gobernación, como aprendiz de conserje, para que hiciera carrera. La carrera se le truncó una Semana Santa. Su compañero tenía que haberse aliado con él, pero era mucho más dócil y bajó la cabeza: hoy es un alto cargo del Gobierno socialista. Tenía los festivos libres, había hecho horas de más, su madre iba a prepararle la mochila.

Cambiaron de opinión en el último momento. Él no:
-Yo me voy a Peñalara.

No le convenció nadie. Le llamaron, finalmente, al despacho del director general, "un tío de 60 años, un fascista, vestido de negro y con su gominola en el pelo, y su bigotito". Volvió a explicarle lo que llevaba toda la mañana contando: me lo habían prometido, he estado trabajando de más para poder irme estos cuatro días, yo ya había hecho mis planes.

-Usted va a venir mañana a trabajar.
-No, señor. Yo mañana me voy al monte.
-Creo que no me está entendiendo bien. Usted va a estar aquí mañana a las ocho de la mañana.
-No. Usted no me está entendiendo a mí. Le he dicho que yo mañana me voy al monte.

El tipo aquel miró al niño que tenía enfrente, un mocoso de 14 años de edad que le plantaba cara, una y otra vez, mientras se ponía, alternativamente, lívido y pálido, e hizo lo que mejor sabía:

-¡Está usted despedido! Y mire lo que le digo. Escúcheme: su vida a partir de ahora va a ser muy complicada, porque yo, personalmente, me voy a ocupar de hacérsela imposible.

De eso han pasado 45 años. Me lo contó hace poco, durante un café. Hablábamos de quienes no quieren ser salvados, del concepto de revolución, de la dignidad y la coherencia.

El chinorri le aguantó la mirada:
-Mire usted: la vida es muy larga y usted es muy mayor.

Imagen de Peñalara de César Zarallo.

jueves, 16 de abril de 2009

Ésta es la noticia

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Yo siempre había pensado, no sé por qué, que para cantar bien sólo hacía falta una hermosa voz. Bueno. Y estudiar.

Se llama Susan Boyle. Si pinchan sobre su nombre, verán un vídeo que ha reventado Youtube.

La noticia es ésta. Aparece en El País. Que hay una friki que hace llorar a Demi Moore. La noticia, pues, es: ¿cómo es posible que una tía tan fea, que no se depila las cejas, que está gorda -tiene hipotiroidismo, si se fijan: sólo se han dado cuenta de que está gorda-, cante así de bien?

Yo siempre había pensado, no sé por qué, que para cantar bien sólo hacía falta una hermosa voz.

Ah. Eso ya lo he dicho.

Hoy he descubierto que, para cantar bien, lo único que hace falta es ser muy guapa.

Como para el resto de las cosas de la vida, vamos.

lunes, 13 de abril de 2009

Ya no quiero

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Ningún cambio es posible sin violencia. Me lo escribió Jandro una vez y me lo creo. Yo llevaba mucha acumulada, ocho años justos, uno detrás de otro, en los que intenté deshacerme de la parte de mí que no servía.

De eso hace una década justa ahora: del último momento de vértigo en que asumí que escribir es mi mejor manera de estar sola; que la lucha se había acabado porque ya no me quedaban fuerzas; que iba a ser capaz de hablar, por fin, sin el parapeto de un folio en blanco (aunque aún no haya aprendido, o no del todo); que esto era yo, que había mucho de mí que me gustaba y que era capaz de aceptar, con mucho humor, las mil características que hubiera deseado no tener.

Ya no quiero ser perfecta.

Imagen de Arbego.

miércoles, 8 de abril de 2009

Tierra

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-¿Te apuntas? ¿Te vienes?
-Por supuesto que sí, claro que voy, donde tú me digas.

Los viajes comienzan siempre mucho antes. El mío tiene fecha y hora: un 9 de marzo a las diez menos diez de la noche. Un correo electrónico, unos días que pasaron muy lentos hasta la confirmación definitiva y dos guías de Canadá que casi no me atrevía a abrir encima de mi mesa.

Hay pocos ingleses preparados para descubrir esta tierra, que avanza lentamente pero sin pausa, que consigue que las diferencias entre sus gentes queden atrás y sean pronto olvidadas, que alienta al espíritu emprendedor personal y colectivo a formar un Estado robusto y vital, sin una pizca de debilidad ni enfermedad, con el vigor y la salud latiendo en su firme pulso; esta tierra rebosa de ilusiones y esperanza.


Eso lo escribió Charles Dickens y quien me conoce, a poco que me haya leído, sabe que estoy enamorada hasta los tuétanos de ese escritor de folletines que consigue que sea la propia espina dorsal la que hable y al que cito en conversaciones de café como si fuera un viejo amigo. Esta tierra rebosa de ilusiones y esperanza. Como los viajeros. Como los exploradores.

Javier Reverte, que prepara un libro sobre Alaska y Canadá que no se editará antes de que yo pise su suelo por vez primera, dice que un viajero es aquél que sabe cuándo parte, pero no cuándo regresará. A los demás nos define la ruta el tiempo que disponemos de vacaciones. Yo ya no distingo entre viajeros y turistas: creo que, al final, lo más que hacemos, unos y otros, es desplazarnos por este territorio tan grande y tan exiguo que es el mundo, intentando apresar lo que podemos con todo el bagaje, mucho o poco, que arrastramos desde el punto de partida.

Esta vez yo estoy curada. No hago un viaje para huir de mi rutina. No tengo el corazón hecho pedazos. No hay ninguna ciudad, ningún lastre, que vaya a llevarme conmigo a otro país. Ningún viejo amor, ningún conflicto, ningún desequilibrio, ninguna desazón. No hay tormentas, no hay frío, no hay naufragios. Sólo ilusiones y esperanza.

Voy a ser tierra.

Imagen de Polilla.

viernes, 3 de abril de 2009

Quince años

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Esta Semana Santa hace quince años que nos conocemos. Fue durante una Pascua, en Burgos, en la que pasamos cuatro días juntas casi sin hablar. Le mandé una carta -en aquel entonces, la gente conocía la letra de los amigos-: un par de folios que no decían mucho y ella me respondió, mucho más abierta, mucho más expuesta. Nos sostuvo el servicio de Correos durante años, hasta que nos dimos cuenta de que vivíamos en el mismo país, a 400 km, de que existían las carreteras y de que podíamos reencontrarnos.

Viene el domingo y cuento las horas. Ha venido a cada sitio que he habitado, excepto Valencia de Alcántara. Ha estado en Almería, Granada, Sevilla, Badajoz, Melilla, Mérida. Nos fuimos a Lisboa, otra Semana Santa.

Hemos creído y descreído a la vez y hemos sufrido las mismas decepciones. Dormir a su lado -deja de leer, carajo, que son las tres de la mañana- es uno de los placeres de mi vida. Observar cómo se utilizan los espacios en las ciudades también. Oírle la voz. Que me lea. Grabar todos sus discos. Revisar los títulos de los nuevos libros de su biblioteca. Ver exposiciones. Ir a un concierto. Emborracharnos. Reírnos de las mayores idioteces, de nuestras carencias, de nuestros miedos. Admirarme de su inteligencia, de su sensibilidad y de su hondura cada vez que abre la boca. Saludar al otoño, todos los años. Ir a varias librerías durante la mañana, como una peregrinación. Compartir un cuscús. Llegar completamente pedos a casa y no parar de hablar. Resumir lo que soy en tres palabras y saber que ella siempre me verá mejor. Fumarnos el porrito de antes de dormir, que al final es más de uno. Recordar el íntimo significado que tienen para ambas los conceptos de pobreza y comunión. Plantearnos el compromiso. Sentir vergüenza y hastío y cansancio por las mismas cosas. La ternura que soy cuando la veo. Y poder abrazarla, besarla en la boca, reconocerme y saber que así pasen otros quince.

La quiero por eso y por un gesto.

Hablábamos un día. Paseábamos por Madrid. No recuerdo cuál fue el tema de conversación, pero sí que le dije:

-Imagínate que tú me pones verde a mí.

Me miró, los ojos redondos, y abrió la boca para decir algo, pero no pudo.

Tenía la mayor cara de asombro que le he visto jamás.


Imagen de * Cati Kaoe *
Imagen de Asturtom.