Mostrando entradas con la etiqueta Festival de Mérida 2012. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Festival de Mérida 2012. Mostrar todas las entradas

viernes, 31 de agosto de 2012

El final, de nuevo, y La Lonja

0 comentaron

Yo enterré a mi hermano y quizá no debí hacerlo. Perdí a mi familia, y a mi hermana cobarde, y me enfrenté con mi tío...

Así podría comenzar una Antígona. Hace unos días, Amparo Baró, que pudo estar en el Festival de Mérida pero no estuvo, hace muchos años, me dijo que le hubiera gustado representar Antígona. Ayer se lo recordé:
-Estoy muy mayor para ese papel.
-¿Y una Antígona que recuerda?
-Oye- se asombró, y me miró con extrañeza y lo pensó unos segundos:-Qué buena idea.

Amparo Baró, por Jero Morales.


Miguel del Arco, luego, me reconoció y me abrazó, muchas veces, con mucha alegría. Y vi a Alicia Hermida con su marido y me dio vergüenza acercarme porque hace muchos años que la entrevisté y Cayetana Guillén Cuervo me sonrió y me apretó el brazo y miré los ojos azulísimos de Héctor Alterio, tan grande, tan grandísimo, y vi una proyección en 3D que me hizo olvidar los 700.000 euros que ha costado la gala y todo lo demás porque sé, desgraciadamente para mí, que este Festival no ha tenido un Juicio a una zorra, ni una Medea dirigida por Tomaz Pandur, ni unos Persas de Calixto Bieito; ni un bailarín como Ángel Corella haciéndome descubrir la danza, ni una Antígona del siglo XXI haciéndome reflexionar sobre el amor y sobre mi profesión.

Pero a Amparo Baró le pareció magnífica una idea mía.


Mapping de Romera Diseño e Infografía, por Jero Morales.

Y eso es muy tonto, porque es muy tonto, y porque no era oportuno ni necesario que yo tuviera un recuerdo que voy a tener, pero me gustó escuchar a Juanjo Seoane hablar de ópera y hablar de la subida del IVA, mañana mismo ya, y a Juan Echanove, a quien, años después, le agradecí el haber dirigido Visitando a Mr Green solo para mí (una de esas obras con la que yo establezco siempre una comparación, como lo hago con Los chicos de historia de Pou). Pero también hubo una cierta vindicación de la profesión teatral (con los grandes nombres, sí, que en otros lados son motivo de orgullo -no me imagino a los ingleses pateando a John Gielgud, por decir alguien que es una clara referencia- pero que aquí lo son de cainismo) y la hubo en un momento en que las políticas culturales públicas asimilan cultura con entretenimiento y el rédito económico lo sobrevuela todo. Y se propició, además, una cierta reconciliación con algunos de esos actores a los que en el anterior Festival no les pagaron, o no les dieron de alta y supongo, también, que eso es bueno en cierta medida y compartir la indignación recitando un parrafito de Las Avispas de Aristófanes para descubrir que todo, arriba y abajo, gobernantes y gobernados, sigue exactamente igual.

Periodistas.

Ya se han acabado las citas en La Lonja. Estos de ahí arriba, conmigo, son mis compañeros. Muchos de ellos quedamos hora y media antes de los ensayos y antes de las obras: en la foto faltan un par de personas importantes, pero los demás, unos y otros (sobre todo un núcleo duro: Inma, Sandra, Esperanza, Kike, Paco y yo), llevamos compartiendo, durante seis años, nuestro concepto de teatro, nuestro concepto de cómo ha de dirigirse un festival y nuestro concepto de los clásicos que nos sabemos de memoria. Porque nosotros podemos repetir el parlamento del hombre de Antígona sin respirar, y sabemos por qué Medea decide matar a sus hijos y cómo Las Asambleístas no es, ni de lejos, tan feminista como la pintan y nos miramos al final de una obra y sabemos lo que pensamos de todas las interpretaciones, de la versión del autor y de la escenografía y la luz. Hemos escuchado mil veces las palabras "marco incomparable" y nos han prometido más de mil que este año, esta vez sí, señores, se recupera lo que han dado en llamar "la esencia grecolatina" y que nos hace reír o asustarnos dependiendo del humor del día. Nos comentamos dudas, nos intercambiamos opiniones, lanzamos ideas sobre reportajes y tenemos siempre la misma esperanza cuando se apagan las luces: descubrir algo que nos haga aprendernos, que nos cambie la vida, que nos suscite debate, que genere controversia (no la controversia fácil, sino la que te hace plantearte). Sabemos de la dificultad de girar unas obras que se realizan para un espacio que tiene 50 metros de ancho y de la dificultad que hay cuando se cambia de director una y otra vez porque no se puede realizar un proyecto reconocible. Nos ilusionamos a la vez y, también, nos decepcionamos a la vez. Y eso ocurre una vez al año, en torno a un proyecto que esperamos cada mes de julio con una sonrisa, aunque no durmamos nada en ocho semanas. Ocurre una vez al año y, aunque nos traguemos propuestas horrorosas (que nos las tragamos), el primer día, el primer encuentro, esa frase que decimos siempre ("ya estamos aquí otra vez") nos abre una etapa que somos muy afortunados de vivir y de poder compartir con los amigos.

sábado, 7 de julio de 2012

Citas

0 comentaron

Era un lunes de agosto, después de un año atroz, recién llegado. Recuerdo que de pronto amé la vida, porque la calle olía a cocido y a cuero de zapatos.

José María Pou, en Hélade.

La muerte se muere a cada instante. Renace a cada instante, lo mismo que la vida. Desde hace millares de años, mozos y mozas bailan bajo los árboles de renovado follaje. Álamos, pinos, robles, plátanos y esbeltas palmeras. Y seguirán bailando dentro de millares de años con rostro ansioso de deseo.

Concha Velasco, en Hélade.

Tengo 47 años y soy feliz, porque estoy sentado aquí, en un rincón privilegiado, y dentro de este día, que no es de ayer ni es de mañana.

Lluís Homar, en Hélade.

Que no soy marinera y pierdo el norte.

Silvia Pérez Cruz, en Hélade.

miércoles, 4 de julio de 2012

Hélade

0 comentaron

Amo estas piedras. Por estas piedras, y por lo que pasa en ellas dos meses de verano, he callado lo que debería haber dicho. Me han construido y me han dado forma. Me regalaron la danza y unas charlas, buenas, geniales, con Alicia Hermida (sobre libros, por encima de todas las cosas); con Emma Suárez (sobre el miedo, el patetismo, la confianza -esa esperanza firme que se tiene de alguien, o de algo; la que a veces se tiene, la que te piden no tener-); con Calixto Bieito; con Pau Miró; con Marta Etura y Antonio Gil; con Carmen Machi; con Ángel Corella; con José María Pou.

Me recibió dándome la mano y al finalizar me preguntó: ¿Puedo? Y nos dimos un medio abrazo tímido, porque hablamos de los niños que sueñan, como decía Sir Michael Gambon, de esos niños que sueñan y luego quieren ser actores de teatro. No le pregunté sobre la mentira y quizá no hubiera sabido responderme.

 Imagen de Brígido.

Llevo tres días pensando sobre la mentira. Sobre lo que se cuenta y lo que no, lo que se dice y lo que no, lo que no se tenía que haber dicho, los mensajes que no sabes descifrar porque dejaron de ser claros hace mucho tiempo, sobre las personas a las que querrías en tu vida aunque ellos no te quieran en la suya, sobre la esperanza (de nuevo, esa puta), sobre el poso que dejan las buenas obras de teatro (la educación, que no sirve para nada por muy libertaria que sea; el sistema que te engulle, las relaciones con los amigos que no son amigos; la camaradería que comienza, siempre, por alguna parte: una apertura pequeña, un pequeño secreto, una necesidad imbécil de que la otra persona sepa, quizá, quién eres).

Estas piedras me han aburrido, me han hecho enojar, me han traído el sabor terroso de la envidia y me han salvado la vida como me la van a volver a salvar esta noche. Sé que, si no hubiera estado la esperanza puesta en Hélade, en una entrevista con Pou llena de miedos, en un proyecto que no puede morir porque sería un horror que muriera, mis tres últimos días habrían sido muy distintos y mucho peores. Theo Angelopoulos, Joan Ollé, Pou, Concha Velasco, Maribel Verdú, Lluís Homar y Ara Malikian y Séneca y Kavafis y Elytis y Ritsos van a hacer que me olvide, un rato, que se detenga el tiempo, un rato, que desaparezca el dolor, un rato, y que vuelva a ilusionarme como si no hubiera nada más en el mundo que unas cuantas personas recitando para mí, solo porque yo vivo y soy y actúo, aunque actúe muy torpemente con algunos que me importan.

Faltan dos horas, que a veces son eternas.