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miércoles, 24 de octubre de 2012

Mira, Traga

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Resulta que Monsieur Lange, y Droid, y Chuschao y los demás, con Vértigo también, que ahora se llama Pancho-Vertigen, han creado un foro de cine. Otro más, que hacía falta. Y resulta que me voy a Argentina, que está tan cerca de Uruguay y que, cuando leo ciertos mensajes, de ciertos temas, escritos por cierta gente que ahora creció y que tiene hijos y ha publicado libros y ha seguido viviendo a mi lado, más o menos, con esa cercanía que a veces da la gente a la que no has visto nunca y no sabes si vas a ver, regreso a ti de nuevo y a la tristeza.

Se diría que un ave de bronce emerge de una superficie de mercurio. 
Es sólo un pajarraco, posiblemente una garza, emergiendo del White Rock Lake,
pero se ve como el resurgimiento de Terminator.
La imagen y la leyenda son de Tragamuvis.

 Miro textos viejos. Releo tus poemas, me acuerdo de tu voz, tengo grabada tu voz. Pienso en Pablo, con el que no caminaré por Buenos Aires, y en m0ntaraz, y en Neno, que me hizo leer algunos hechos de la única manera en la que podré leerlos, en la manera en que él me hizo ser esto que soy, o estas partes que soy y, de rebote, porque el corazón hace estas cosas una noche cualquiera de finales de octubre, también pienso en la gente que se fue, en quien se acabó de ir hace casi cuatro meses y no va a volver ya más.

No es cierto que la música sigue sonando. No es cierto. Supongo que, como siempre, acabo deseando que la sinfonía hubiera sido más larga. Unos años más larga. Toda la vida más larga.

Se me dan mal las pérdidas y las despedidas. Y no saber qué ocurrió, qué hice, qué dejé de hacer, en qué momento debí cerrar la boca.

Echo de menos que me crezcas.

Echo mucho de menos que me crezcas.

martes, 17 de junio de 2008

Pérdidas

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No nos enseñan a eso. A aguantar el dolor, a expresarlo, a que nos dejemos horadar sin sentirnos ridículos, cuál es la mejor manera de soportar el duelo. Crecemos sin conciencia de muerte o enfermedad, sin comprender que son azarosas y llegan cuando quieren y que las pérdidas no se curan nunca. Jamás. Se vive, claro que se vive, y el tiempo pasa, y te ríes y sigues amando y trabajas y comes y disfrutas de los amigos y, de cuando en cuando -una fecha, una canción, cualquier cosa-, te deja sin aire unos segundos y luego vuelves: te tomas un vino, haces planes, te rascas, conciertas una cita, escribes, abrazas, continúas.

Con él no pudo Auschwitz, pero sí un cáncer y la persona a la que querría abrazar está a dos mil kilómetros de mí. A diez mil más hay otro, al que los médicos le vuelven poco razonable y ya está viejo para cambiar. Acaba de morir un amigo muy querido de dos hombres a los que respeto. Uno de los míos se come sus propias plaquetas. A otra le inyectan morfina en la médula, a ver si se le pasan los dolores que tiene desde hace ocho años. Son los cercanos. En el tiempo, digo. Antes hubo accidentes de coche, suicidios, sida y otras muertes.

Y siempre es lo mismo. Todas las noticias nos cogen por sorpresa.


Imagen de Flickr.

martes, 18 de marzo de 2008

Tejiendo

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He vivido alguna de esas noches mágicas, los dedos volando en el teclado, la mente despierta, esa sintonía que te hace estar más relajada porque no sabes quién es del todo quien está enfrente, al otro lado, pero eres capaz de intuirla al minuto. En la red también existen las primeras impresiones.

Conocí así a una de las mujeres de mi vida, hace más de cinco años, la misma que me recordó, y me recuerda, que los monstruos también mueren, una rubia guapísima y perseverante, enamorada de Sor Juana Inés de la Cruz y gracias a la cual he ampliado en mucho mi biblioteca porque siempre me regala libros y ninguna otra cosa más.

Conocí así, también, al hombre más influyente de mi vida, a pesar de que no le conozca -ni le vaya a conocer- la voz y los gestos, pero esa historia la he contado en otros lugares y muchas veces.

Internet es un mundo posible, pero real. Un mundo paralelo y muy pequeño, a pesar de la vastedad. Con sus reglas, desde luego. Algunas pueden transformarse en un problema: quizá me he perdido a alguien interesante por ello, pero no pierdo un minuto con alguien que hable lenguaje XAT o tenga faltas de ortografía. Lo que me asombra es la manera de llegar de quienes se quedan: hace años que no chateo y, sin embargo, a veces, los descubro por una duda, un mensaje en un foro, un blog al azar... y así se teje esta red tenue que le da todo el significado a La Red.

Por eso había dos personas a las que quise ver cuando el azar y el sexo me llevaron a Málaga: por el puro placer de reconocerlos y de saber que son como yo había pensado (mucho más interesantes en persona). Por eso tengo dos excusas para visitar Buenos Aires sin sentirme extraña: un hombre lindo que cumplió 45 hace muy, muy poco y una mujer sabia llena de preguntas que llegó naufragando hace siete años y que me regala rosas de Palermo para celebrar mi casa nueva. Por eso, en Barcelona, después de un lustro, cené con quien me lleva casi cuatro décadas para verle tan lúcido, tan divertido y tan generoso como cuando éramos sólo letras en un ordenador y dos voces telefónicas. Por eso echo de menos, también, a quien nunca se despide, aunque la culpa le roa, porque así no tiene la impresión de que se ha marchado del todo. Por eso comparto una entrevista y me dicen que les asombra mi voz dulce (qué clase de mujer seca y fría pareceré por aquí) y por eso supongo que algún día iré al Norte y que un año de estos podría planear un café en Cordura.

Al final sólo es eso. Como en la vida real. Sólo valen quienes se quedan.

domingo, 16 de marzo de 2008

No sé qué regalarte

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Nos separan más de diez mil kilómetros y cuatro horas de diferencia, así que no puedo esconderme en él, que es lo que querría hacer hoy para felicitarle por sus 45 años de vida: darle un abrazo, invitarle a comer, abrir una botella de vino, visitar los viejos cafés de Buenos Aires, escuchar un tango, oírle hablar, mirarle a los ojos, sonreírle, apretarle el brazo, hacerle una caricia pequeñita, caminar a su lado para ver ciertos colores, encenderle un cigarro, paladear el silencio, dar un paseo de noche sin fijarnos en las calles, intentar que me enseñe a mirar a través de un objetivo, pedirle que me cuente, disfrutar de su presencia sin distancias.

Felicidades, niño.

viernes, 29 de febrero de 2008

Círculos

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Cuando vivía en una de las muchas ciudades que he habitado, me propuse, me había propuesto, cerrar el círculo. A veces me ocurre: uno se harta de contar las mismas cosas, los mismos sucesos que no te definen pero sin los cuales es imposible entenderte del todo; y se cansa de confiar, de comenzar una relación que no sabes cómo será o cómo acabará, y tampoco te hace falta porque tienes alrededor a un buen puñado de gente a la que asirte de tanto en cuanto, y no importa nada más.


A ella le había pasado lo mismo. Pero la encontré, o nos encontramos y hablamos de Pessoa, de sor Juana Inés de la Cruz y del miedo en las relaciones y al día siguiente volvimos a hablar y luego fui a la ciudad en la que vive y la busqué. Acabamos a las cuatro de la mañana, tomando vino, en una plaza que hemos visitado muchas veces después. De eso hace más de un lustro.

Él apareció cuando yo zozobraba, hace muy poco. Me mandó un texto de Robert Graves. Las palabras, ciertas palabras, siempre han traído a gente importante a mi vida. Fue muy fácil contarle a un desconocido las causas del naufragio y la tormenta y el dolor. Hoy había una postal en mi mesa, entre cartas del banco y retenciones de impuestos. Viene de lejos, de la Patagonia, de la Península Valdés, y pinta una imagen de una ballena franca austral. Se cargó todas las reticencias, que eran muchas, y ni siquiera sé cómo lo hizo. También llegó cuando yo había decidido no conocer a nadie más.


Que vengan los que quieran, pienso ahora. En ciertos casos, ya sé las condiciones...

jueves, 22 de noviembre de 2007

Quiero

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ver estos colores contigo

Imagen de Jovivebo.