miércoles, 29 de mayo de 2013

Basilio Sánchez

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Leo un poema de Basilio Sánchez. Pienso en cómo se tejen las palabras, cómo las relaciones, cuáles son los primeros balbuceos, en qué baso yo el respeto intelectual, el reconocimiento. Qué, y a quiénes, echo de menos. Sin quiénes estaría muerta, o vacía.

Y me emociono.


Lo bueno de tener el correo de un autor es que puedes decirle que has llorado con un poema suyo.



***

Se titula Apenas nada. Parece una ciudad dentro de otra ciudad. Sé de lo que habla. También sé lo que a mí me dice, por qué las palabras se transforman en personas, por qué recuerdo miradas, abandonos y exilios; qué es lo que se oxidó; de dónde nace la necesidad de escribir (mi necesidad); quiénes podrían haber sido mis maestros y por qué nunca tuve ninguno. 

Lo releo a trozos y lo despedazo.

viernes, 24 de mayo de 2013

San Miniato al Monte II

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San Miniato al Monte

El libro Arte y arquitectura en Florencia, de Rolf C. Wirtz, que me dejó mi padre, se ha vuelto imprescindible. Aquí se cuenta que en el año 250 después de Cristo, san Miniato fue martirizado en Florencia durante el reinado del emperador Decio. Cuenta la leyenda que, tras ser decapitado, el santo recogió su propia cabeza y subió hasta la cima de la colina situada al sur del río Arno. Allí se edificó una capilla sobre su tumba en la Alta Edad Media, en algún año entre los siglos VII y IX.

San Miniato de noche


A principios del siglo XI, se hallaron sus restos y se edifició un monasterio benedictino, que luego perteneció a los cluniacenses. En el suelo de la iglesia figura el año 1207 -que yo no fotografío porque esto lo leo después- y suponen los historiadores que el edificio ya estaba terminado para entonces. San Miniato y el Baptisterio de San Giovanni son los ejemplos más sobresalientes del protorenacimiento italiano. Las fachadas de ambos son de mármol blanco y verde oscuro. La de San Miniato se inició en el año 1075. El águila que hay encima del templo es el emblema del gremio de Calimala (los mercaderes de tela), que financió la construcción de la iglesia.

El águila de Calimala
Baptisterio, con el mismo tipo de mármol
El campanario está inacabado: Baccio d'Agnolo lo construyó en 1518 porque el anterior se derrumbó en 1499. Durante el sitio de Florencia de 1529, Miguel Ángel lo hizo rodear de colchonetas para protegerlo de la artillería enemiga.

El campanario, a la izquierda, y San Miniato, a la derecha
Tienda de los monjes
Luego, el gran duque Cosme I convirtió la iglesia en fortaleza porque desde allí se divisa toda la ciudad y, durante la epidemia de peste de 1630, San Miniato funcionó como hospital y luego como asilo para los desamparados. Ahora, los monjes que lo ocupan son benedictinos y visten de blanco. El techo es de madera, los capiteles de las columnas son de varias épocas, algunos bizantinos. En el siglo XIX se restauró el templo y se pintaron escenas en la nave central. El suelo, que no se puede pisar, es una maravilla.

Interior de San Miniato

Escenas en la nave central del siglo XIX
Cementerio de las Puertas Santas

domingo, 19 de mayo de 2013

San Miniato al Monte I

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Subimos -más escaleras- a San Miniato al Monte, en la que hay una tienda de productos que hacen -o venden- los monjes, pero cuyo horario, descubrimos, no se cumple. Entrar en esta iglesia es gratis. Los monjes visten de blanco. Si vas por la mañana (nosotras llegamos a la una) la luz se cuela en forma de haces por la ventana y crea una atmósfera maravillosa. Por la tarde, a partir de las dos y algo, cuando salimos, ya no se ve ese juego de luces.



Pero antes de llegar, de tomar aliento cuando se te acaba subiendo las escaleras, hemos estado tomando fotos de las calles de Florencia. Las calles siempre salen mejor con gente, pero a esas horas no pasa casi nadie. Cuando miro las fotos por el visor de la cámara, me detengo ante una: "Señor gusta", porque le he sacado una foto a un transeúnte que ahora pasa justo por mi lado, me escucha, sonríe y me saluda con la mano. Es un músico: muy guapo, por cierto. Me muero de la vergüenza, pero nos reímos un buen rato.

Señor gusta.

Una de las casas de Florencia
Llamador
Portero automático. Son muy típicos. Hay hasta postales.
Claro que en los nombres de los supuestos habitantes de la casa pone Michelangelo, Donatello, Giotto... 
En San Miniato, cuando bajas a la parte de la iglesia en la que están las reliquias del santo, hay un cartel que ruega que no hagas fotos. La gente las hace hasta con flash y yo comienzo a cabrearme más y más porque todo el mundo debería saber que no se pueden hacer fotos con flash en ninguna parte en la que haya obras de arte. Yo quito el aviso sonoro y las hago igual. Sí, soy así. Sin flash, claro. Con trípode.

Cripta y tumba de San Miniato

Descubro que mi hasta entonces infrautilizado Gorilla Pod es una auténtica maravilla, con su cabezal de rótula y sus patas que se mueven en todas las direcciones posibles. Disfruto como una loca fotografiando esa iglesia hermosa, que me parece la iglesia más bella en la que he estado jamás, por encima de catedrales, por encima de cualquiera. Además, cuando hemos llegado, había un monje en la puerta (otro tipo guapo: qué desperdicio), hablando con una mujer mayor a la que le enseñaba una foto o un documento en el móvil. Y, al entrar, estaban cantando.

Ábside de San Miniato
San Miniato al Monte es mágica.

martes, 14 de mayo de 2013

Todo el día en la Piazzale Michelangelo

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Cenamos una calzone en casa, después de buscar infructuosamente algún restaurante en el que nos dieran de comer pasadas las diez de la noche. No, no están cerrados: es sábado: están llenos. Hace frío aquí, estos días, mucho frío, de la clase de frío que cuartea la cara y las piernas. Hacemos fotos nocturnas. Es la primera vez que salgo con el trípode para hacer nocturnas desde Nueva York y descubro que me entusiasma... y que llevo el objetivo equivocado, porque mi trípode es muy bajito y me hace falta el 10-20. Ya saldremos después.

La cúpula del Duomo, de noche
Piazza del Duomo
Nerea en la puerta de Il Papiro

Hoy hemos pasado el día entero en la Piazzale Michelangelo y en San Miniato al Monte. Hemos ido por la mañana y hemos ido por la tarde. No sé cómo demonios puede decir la gente que Florencia la ves en tres días. Es matemáticamente imposible ver esta ciudad no ya en tres días: en siete. Ni siquiera sé si en quince.
Hay que subir una cuesta empinada para llegar.

Acuarelas de Junko Mukai en Via di San Niccolò
La casa donde vivió Andrei Tarkovski
Kiosco en Via di San Niccolò
Via dei Bardi
Cuando vamos camino de la plaza, nos paramos delante de mil escaparates deliciosos: una panadería que tiene productos gourmet, una tienda con ajedreces espectaculares (nota mental: necesito un polarizador), mil papelerías. Compramos acuarelas en una tiendita al final de la cuesta, una miniatura de tienda que nos encanta. Desde la plaza se ve toda Florencia: son sus vistas más famosas y decido que hay que venir por la noche. En la plaza también hay un David completamente verde y puestos ambulantes de souvenirs. En realidad es un aparcamiento.

Piazzale Michelangelo
Reproducción del David
Palazzo Vecchio desde las alturas
Duomo desde Piazza Michelangelo

miércoles, 8 de mayo de 2013

Hablar y curarse

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3 de marzo de 2013

La primera impresión de Florencia no es el estallido de belleza que me espero, ni el asombro. Eso vendrá después: no cuando vea el Duomo, ni la Signoria, sino cuando camine por sus calles empedradas y me vaya haciendo a esta ciudad dividida por un río en la que todos los edificios son de colores. He visto muchas ciudades medievales, mucha construcción de piedra, y el ojo reacciona, pero no ve. Luego ya sí: luego, cuanto más la voy pisando, más me enamora. Y, después de día y medio, he caído completamente rendida.

Llegué a las dos y veinte a Florencia, en el tren de alta velocidad, después de haber visto las colinas nevadas de Bolonia y de haber pedido un asiento de ventanilla que no sirve para nada porque el trayecto está lleno de túneles.

Via Toscanella, muy divertida, con la escultura tapándose la nariz por el olor de los contenedores...

En Florencia me espera Nerea. Paseamos hasta casa, en la via Toscanella. Es un edificio antiguo, en el que hay que subir un sinfín de escaleras y caminar por un pasillo que da a un patio interior encantador, con macetitas por doquier. Comemos en la Osteria Santo Spirito por menos de 30 euros las dos, platos riquísimos y pantagruélicos servidos en platos de loza descascarillados que Nerea se quiere llevar.

Hago fotos de la comida, como siempre, pero he tardado en sacar la cámara porque quería primero apresar la ciudad con los ojos. Hay, en los sitios clave -Duomo, Signoria- una miríada de turistass que, sin embargo, no convierten el lugar en un espacio ruidoso. Constato que aquí debe de ser complicado vivir: hay muchos coches, muchas motocicletas, muchas bicicletas, demasiadas cuestas y escaleras y, en el centro, pocos supermercados. El mercado de San Lorenzo es una sucesión de puestos para turistas llenos de bolsos de piel -aquí todo es piel- o de plasticucho, con inmigrantes por doquier y la misma clase de artesanía que venden en todas partes, desde España hasta Argentina. En Santa Maria della Annunziata vemos otro mercado, de joyas y pendientes con forma de hojas de árbol y cuadernos hechos con papel reciclado, mucho más bonito.

Mi casita
Nerea y yo hablamos. Nos ponemos al día. Le cuento los hechos vergonzosos y dolorosos -alguno, muy doloroso- que me han ocurrido desde que no la veo y me abandono, porque cuando estás con un amigo, puedes hablar de todo el cuarto de atrás (que es inmensamente grande, en mi caso) y acabar riéndoos como dos niñas pequeñas de tu vergüenza y tu dolor. Y de repente está todo bien y ya no duele, ha dejado de doler y tú estás en casa, estás completa y vuelves, solo porque has hablado con esa mujer, vuelves, digo, a sentirte poderosa caminando por las calles de Florencia, llenas de obras y grúas, sin parar de hablar y de reír.
El patio de mi casa, muy particular

Y no importan las pérdidas. Que le den por culo a las pérdidas. Qué me importan las pérdidas si se queda siempre gente como ella.

viernes, 3 de mayo de 2013

Bolonia y la llegada

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Aterrizo en Bolonia y estoy muerta de frío en la estación. He venido en taxi desde el aeropuerto: 16 euros. No os asustéis si el taxímetro no se mueve durante un rato: es completamente normal. El billete a Florencia cuesta 26: el próximo, porque hay varios trenes, pero éste es de alta velocidad. Un capuccino en la máquina, muy rico, por cierto (he venido a una tierra de grandes amantes del café. Como yo), 0,80. El taxista escuchaba música de los 60 y nos hemos entendido en una mezcla de italiano, español e inglés, idioma que he hablado sin problemas con la chica que me ha ayudado a sacar el billete de la máquina. Bolonia es muy bonita, por cierto: lo poco que he visto. Las típicas construcciones mastodónticas de piedra de colores anaranjados, las cúpulas verdes y palomas por doquier. Lo malo es que en la estación no hay ni un asiento y estoy aquí con la espalda doblada, escuchando las mil llamadas de megafonía en el idioma musical de los italianos. Me preguntan varias cosas algunos transeúntes. Digo "no sé" en español, con la esperanza de que me entiendan: si no el lenguaje, sí mi cara de pasmo. El cielo está completamente gris y yo intento colocarme en una posición más cómoda, porque llevo más de cinco kilos de equipo fotográfico a las espaldas y la mochila es incómoda para ciertos menesteres, por más que me haya acostumbrado a que sea una extensión de mí en todos los viajes.

Tapenade con pan toscano

Un viaje es esperar y esperar en varios lugares donde la gente no interacciona. A mi lado, una mujer con Il Corriere della Sera. A mis pies, más palomas, gordísimas. Tengo que bajarme en Santa Maria Novella. Allí me espera Nerea. Necesito una cámara pequeña, porque la mía no la he sacado aún de la bolsa, ni ganas que tengo: no pretendo hacerlo hasta que no llegue a Florencia.

No me da miedo viajar sola.

Ravioli con salsa de nuez

Comemos en la Osteria Santo Spirito, en la plaza del mismo nombre. Menestra di farro y ravioli con salsa de nueces: 7 y 9 euros. La camarera me explica que el café macchiato es el cortado y el café con leche, café latte, es un café con leche tamaño catedral.

Lo primero que fotografío es la comida.

Minestra de farro. Esto está de muerte.