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jueves, 7 de noviembre de 2013

Suicidios

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Me suicidé por primera vez a los 25. No lo busqué. No lo busqué, no lo planeé, tuve más frío del que he sentido jamás, descubrí todas las maneras en las que podía actuar como un animal herido que solo busca un refugio calentito pero quiere matarlo todo y quiere matarse a sí. Cuando camino por algunos lugares de Madrid, de vez en cuando, durante algún minuto de esos días caóticos, de repente, por un lugar, o por una charla con una mujer con la que siempre acabo desnudándome del todo, recuerdo a dos personas a las que nunca he visto, a las que nunca veré, que ya no están en mi vida, pero que me suicidaron. Una a los 25. Otra a los 32. También me morí pasados los 30 y a los 35. Yo me muero de a poquitos.



La última vez fui todas y cada una de las cosas que me aterran ser y que desprecio ser.
Dejé de escribir.
Estoy intentando descubrir, en este preciso instante, si lo que no te mata te hace más fuerte.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Mira, Traga

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Resulta que Monsieur Lange, y Droid, y Chuschao y los demás, con Vértigo también, que ahora se llama Pancho-Vertigen, han creado un foro de cine. Otro más, que hacía falta. Y resulta que me voy a Argentina, que está tan cerca de Uruguay y que, cuando leo ciertos mensajes, de ciertos temas, escritos por cierta gente que ahora creció y que tiene hijos y ha publicado libros y ha seguido viviendo a mi lado, más o menos, con esa cercanía que a veces da la gente a la que no has visto nunca y no sabes si vas a ver, regreso a ti de nuevo y a la tristeza.

Se diría que un ave de bronce emerge de una superficie de mercurio. 
Es sólo un pajarraco, posiblemente una garza, emergiendo del White Rock Lake,
pero se ve como el resurgimiento de Terminator.
La imagen y la leyenda son de Tragamuvis.

 Miro textos viejos. Releo tus poemas, me acuerdo de tu voz, tengo grabada tu voz. Pienso en Pablo, con el que no caminaré por Buenos Aires, y en m0ntaraz, y en Neno, que me hizo leer algunos hechos de la única manera en la que podré leerlos, en la manera en que él me hizo ser esto que soy, o estas partes que soy y, de rebote, porque el corazón hace estas cosas una noche cualquiera de finales de octubre, también pienso en la gente que se fue, en quien se acabó de ir hace casi cuatro meses y no va a volver ya más.

No es cierto que la música sigue sonando. No es cierto. Supongo que, como siempre, acabo deseando que la sinfonía hubiera sido más larga. Unos años más larga. Toda la vida más larga.

Se me dan mal las pérdidas y las despedidas. Y no saber qué ocurrió, qué hice, qué dejé de hacer, en qué momento debí cerrar la boca.

Echo de menos que me crezcas.

Echo mucho de menos que me crezcas.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Ir a Madrid

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Desde hace once años, ir a Madrid es pensar en alguien a quien nunca veré.

Le debo parte de lo que soy. Mucha parte de lo que soy. Frases que digo. Expresiones. Concepciones del mundo. Cierta militancia.

Si le viera por la calle, no le reconocería.

Ya no hablamos. Da igual: está dentro de mí.

Él es yo.

Tampoco hablo con otro alguien a quien nunca veré.

No sé su nombre y le pedí que se fuera.

Lo he contado mil veces. Es una historia vieja.

De esto hace tres años.

Volvió por un rato y fue peor. Fue muchísimo peor.

Ya sé que no puedo ir a la Plaza Mayor sin que se me vuelva el estómago del revés. Y que me muero por hacerle una foto nocturna al templo de Debod, pero posiblemente no vaya nunca.

Siempre que voy a Madrid me ocurre lo mismo.

Me sienta
tan bien
(y tan mal)
al mismo tiempo...

martes, 16 de noviembre de 2010

La importancia de un nombre

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En la Marble Collegiate Church, que no puedo ver porque las horas de visita son por la mañana (aunque está abierta: soy así de disciplinada) va a haber una Misa el 12 de septiembre. Las verjas que la separan de la calle están cubiertas de cintas. De cada una de ellas cuelgan tarjetas con nombres: las de los fallecidos durante el atentado a las Torres Gemelas. Me sobrecoge, la verdad, porque nombrar a alguien (yo lo sé muy bien: conozco muy bien la importancia que tiene un nombre) es poseerlo, darle forma, traerlo a la memoria, hacerlo tuyo. El corazón me da un muerdo porque me he acordado de m0ntaraz en Forbidden Planet, al ver un muñeco de V de Vendetta, de repente, y me ha vuelto a dar mucha pena, esa historia siempre va a darme pena, y también me he acordado de Pedro, porque yo olvido muy mal, a mí olvidar no se me da bien, y me he puesto triste, por ellos y por mí, sobre todo por uno de ellos, en el que pienso, de nuevo, cuando leo esos nombres de gente a la que no conocí pero a los que otros lloran desde hace casi una década, y asiento porque sí, porque es importante que haya quienes sepan tu nombre y tu apellido.



8 de septiembre.

viernes, 19 de marzo de 2010

Hacer las cosas bien

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Hacer las cosas bien es no dar portazos. Que no te rujan las tripas cuando ves algo injusto: que te rujan menos cuando lo injusto te toca a ti. Saber respirar hondo y calmarse. Pensar antes de hablar, contar hasta siete o diez, no enviar un correo que no va a servir de nada aunque te haya costado la vida escribirlo (incluso aunque quieras que él lo lea porque siempre has sido así de imbécil). No esperar una respuesta, ni un nombre, ni un gesto.

También es vestirte de frío. No sentir amor y agradecimiento y ternura. Dejar de despedirte de quien nunca estuvo porque no le importabas. Saber olvidar. Que no te duelan ciertas soledades. Mantener el equilibrio.

Yo no sé hacer las cosas bien.

Imagen de 27147.

viernes, 20 de febrero de 2009

Mentiras

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Voy a mentirte. Te diré que me gusta lo que hago, que me siguen sobrando las horas y las ganas, que la melancolía se fue del todo y que cuando te recuerdo no me duele.

Ni siquiera esperaré un aniversario. Enero, 31: no respondas.

Ya lo sé: no te miento, porque ni siquiera hablo contigo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El amor, el dolor, el frío

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Hemos hablado sobre el amor. Sobre la imposibilidad de olvidar a quien no se ha ido. Sobre la firmeza de quienes se marchan cuando se lo pides. Sobre la incapacidad de conjugar la realidad y el deseo y la debilidad que nos hace seguir intentándolo las noches de zozobra. Hemos hablado, también, sobre los cuerpos. Sobre quienes son vírgenes aunque hayan dormido quince años con una persona de la que se enamoraron ciertamente. Sobre lo anormal y lo normal de ciertas prácticas para esa mayoría en la que no estamos. Sobre el dolor y el frío que hacen que te ahogues cuando recuerdas. Sobre la incpacidad de comprender perfectamente a alguien sin tener en cuenta la incoherencia en los afectos y en las ganas; sobre el desconocimiento y todos los porqués del mundo. Hemos analizado cada resquicio sólo para volver a quedarnos sin palabras.


Jamás podré meterme en la cabeza de nadie a pesar de toda mi empatía. Jamás sabré qué sentiste y qué pensabas: sólo alcanzo a disculpar lo que yo fui, todas las maneras de ser de las que me arrepiento. Siempre hay otra manera: lo que ocurre es que yo la desconozco. Eso tampoco me salva. Lo que sí sé es la pena que me dan ciertos futuros que puedo imaginar pero que no conoceré nunca. Y ni siquiera te di las gracias por marcharte porque la realidad, ahora, es que nunca quise que te fueras.


Imagen de funadium.

sábado, 25 de octubre de 2008

Como los curas

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Hoy he soñado contigo y eras otra persona. Sólo cuando me he despertado me he dado cuenta de que eras tú. Ahora, un amigo -un encuentro de una noche en la que acabamos intercambiando vidas, ya lo conté-, dice que si ella no le quiere, prescindirá de la gente común y de su compañía. Hay ausencias que no se llenan nunca: no duelen todos los días, pero de pronto te duermes y te las encuentras. Sé -una, que es muy lista- que el amor se reformula. Que no puedes pasarte la vida enamorado de quien no te corresponde. Que pasa el tiempo y todo pasa. Y que no tener a alguien para nada y jamás es infinitamente más duro que permanecer a su lado de esa manera en que no quieres.

Eso sé. Vale: lo que sé no me impide echar a la gente o que se vayan. Tampoco va a provocar que yo deje de tomar decisiones en caliente y con las tripas, ni que deje de confiar hasta el descaro en quien me parece interesante y se me olviden las armaduras y los pies de plomo a la vuelta de la esquina.

Pero ya sabes. Yo soy como los curas: haz lo que yo diga y no lo que yo haga.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Desmemoria

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Se me olvidó que te olvidé.

Se me olvidó tanto que paseé por Madrid sin sentirlo, descubriendo calles y más calles desconocidas, tiendas de cómics y delicatessen, un nuevo cansancio en las piernas, unas fotografías geniales. Te recordé con Nerea y, donde antes hubiera habido una charla larga y sondeante, ahora sólo hubo una anécdota mínima, una de esas cosas que tienes que contar porque ella está delante y tenías que contárselo, pero sin rabia, sin pena, sin preguntas.

Se me olvidó que te olvidé.

Se me olvidó tanto que paseé por Madrid y acabé en la Plaza Mayor. Alcé la vista y se me cayó encima, entera, como un yunque: cada uno de los soportales y los arcos, cada una de las mesas de los bares, cada uno de los postigos, la estatua de Felipe III, los escudos. Toda. Me ahogué durante tres segundos y quise reponerme pero sólo dije una frase:

-Vámonos de aquí.

martes, 2 de septiembre de 2008

Defecto de fabricación

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Soy experta en sanaciones, en lamerme las heridas y en avergonzarme de hechos que pasaron mucho tiempo atrás.

También me cuelgo de tíos raros, pero eso es una tara más que otra cosa. Uno más de mis defectos de fabricación.

domingo, 3 de agosto de 2008

Como las olas

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Hay personas que se te escapan, como las olas, y hay gente de la que sabes que, si algún día llegan a irse, te quedarás un poco más sola y más vacía. Ese dolor no desaparece: sólo se hace más sordo, hasta que vuelve a renacer con una canción, con un texto encontrado por azar o con el recuerdo de lo que jamás hicisteis juntos. Son presencias que el tiempo no borra porque se han quedado dentro... y no se definen por los años de convivencia, sino por la intensidad.


Siempre estoy despidiéndome.

viernes, 25 de julio de 2008

Tardo

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Tardo un instante en hacer que regresen los fantasmas; cinco minutos en redactar una noticia y otros cinco en fumarme un cigarro; siete minutos en ir de mi casa al trabajo; diez en ducharme y vestirme para salir; dos horas en buscar una primera frase; un momento en decidir qué me apetece comer; cuatro minutos en encender la tele y apagarla y medio año en darme cuenta de que ya no te echo de menos.

Que es mentira, claro, porque sí te echo de menos. Lo que ocurre es que, por fin, no me acuerdo de ti todos los días ni a todas horas ni por cualquier cosa y que tardo exactamente tres minutos en hacerte desaparecer de mi memoria.

Normalmente me asusta la capacidad que tengo para prescindir de gente que antes hubiera considerado importante y necesaria. Ahora, aquí, hablando de ti, es todo un alivio.

lunes, 2 de junio de 2008

Me gustaría despedirme

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Me gustaría despedirme. Me gustaría aún más saber por qué, cuál es la última razón (para tener compasión hasta de las estrellas), comprender, andar un rato con tus zapatillas. Nunca he dicho adiós a nadie. Y descubro que es mejor no emborracharme, porque si me emborracho no me protejo, no soy capaz de protegerme, y me invento palabras y te escribo en la cama y no me olvido y le mando un mensaje a otro que no eres tú y que tampoco va a responder.

A él tampoco le dije adiós.


sábado, 17 de mayo de 2008

Sin adioses

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No sé si es la incertidumbre laboral o son los tangos, pero me acuerdo de ti, demando una despedida, se me enrosca la gente que no me dijo adiós, me corto los dedos delante del teclado, releo textos viejos, charlas irreales, intento convencerme del olvido y vuelvo a ver tu nombre en todas partes.
Las historias que no se cierran se vuelven putas. Es mentira que el tiempo cure: del pasado no se sale ileso. Me exorcizo de la mejor manera que sé. Sin resultado.
Tengo un ritmo lento hecho de memorias, una imagen tuya en mi cabeza y una estocada sin destinatario.

viernes, 9 de mayo de 2008

Yo la tuve toda

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Cuando flaqueo, lo recuerdo. Un no sé es un no que no se quiere decir más que a medias. Y ahora, por ese no sé, sé que no caeré. Que yo también cumpliré mi parte, aunque nunca haya quedado en nada. Aquí los contratos siempre tuvieron una única forma. Uno pone las reglas. El otro las acata, y ya. Sin discusiones. Pero resulta que yo jamás fui un buen soldado.

Me hubiera gustado un poco más de valentía. Por tu parte, digo.

Yo la tuve toda. A mi pesar.


Imagen de Angelique (Liek).

martes, 25 de marzo de 2008

Noches solas

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Dicen que el que la sigue, la consigue. Es mentira. También -eso es verdad- que las ciudades se llevan dentro, igual que las personas, y que por mucho que viajes, arrastrarás las mismas trabas que antes de irte. Puede que descubras qué hacer con ellas. O puede que regreses al mismo punto de partida, ése que te marcan la memoria, la sensación de ridiculez porque la sigues, pero sabes que no vas a lograrla nunca.

En lenguaje de adicciones, lo llamaría recaída. Una vez y otra y vuelta atrás a recomenzar. Hasta que el tiempo haga su trabajo lento, hasta que la seguridad no le deje espacio a las ganas, hasta que se difumine el punto de atención y ya no busque unas letras, no intente averiguar por qué y deje de analizar el impulso que me lleva a esperar tanto de quienes sé que van a formar parte de una historia inacabada que se romperá siempre por ese eslabón más débil que siempre seré yo. Lo llamaría recaída, pero tiene otros nombres: insistencia, locura, indignidad, sinceridad, esperanza, arrastre. Una vez soñé a un tipo de espaldas. Ahí estaba yo: de frente, como siempre. Abierta, como siempre. Expuesta, como siempre. Ya no sueño a nadie que se niega. O no lo recuerdo, que es lo mismo. El pequeño triunfo cuando no hay victoria posible. Ahora lo descubro.

Qué mal me sientan las noches solas.


martes, 18 de marzo de 2008

Vacaciones

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Me voy de vacaciones. A recuperar las ganas que me faltan, a pasar algo de frío, a olvidarme de todo y de ti. A intentar no acordarme, que no se me pince el corazón a ratos, que se borre el rictus de la boca, la sensación de pérdida y de que nunca importé nada.

Me voy a ver piedras viejas, del siglo XI, a escuchar a mi hermano menor tocar la gaita al lado de un río, a reírme, a intentar seguir la dieta aunque haya chorizo y vino de por medio (para presumir hay que sufrir, dicen: tengo una compañera que se pasa el día comiendo dulces y está como un palillo: qué injusto es el mundo). No habrá nadie cuestionando el porqué de mi trabajo, ni yo misma; ni quejas; ni llamadas de teléfono; ni rutina impuesta; ni gimnasio que no sea caminar por la sierra, sortear las sombras, bajar escaleras.

Estarán Alonso hablando de caza, Ángel cortando jamón, Nati tratando a la gente como una madre discreta y acogedora, la ternera a la plancha, las carreteras sinuosas, los pueblos llenos de casas de adobe y vigas talladas con figuras desnudas. Y canciones y juegos de cartas y conocimiento.

No estarás tú. Espero que no estés tú.

Tejiendo

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He vivido alguna de esas noches mágicas, los dedos volando en el teclado, la mente despierta, esa sintonía que te hace estar más relajada porque no sabes quién es del todo quien está enfrente, al otro lado, pero eres capaz de intuirla al minuto. En la red también existen las primeras impresiones.

Conocí así a una de las mujeres de mi vida, hace más de cinco años, la misma que me recordó, y me recuerda, que los monstruos también mueren, una rubia guapísima y perseverante, enamorada de Sor Juana Inés de la Cruz y gracias a la cual he ampliado en mucho mi biblioteca porque siempre me regala libros y ninguna otra cosa más.

Conocí así, también, al hombre más influyente de mi vida, a pesar de que no le conozca -ni le vaya a conocer- la voz y los gestos, pero esa historia la he contado en otros lugares y muchas veces.

Internet es un mundo posible, pero real. Un mundo paralelo y muy pequeño, a pesar de la vastedad. Con sus reglas, desde luego. Algunas pueden transformarse en un problema: quizá me he perdido a alguien interesante por ello, pero no pierdo un minuto con alguien que hable lenguaje XAT o tenga faltas de ortografía. Lo que me asombra es la manera de llegar de quienes se quedan: hace años que no chateo y, sin embargo, a veces, los descubro por una duda, un mensaje en un foro, un blog al azar... y así se teje esta red tenue que le da todo el significado a La Red.

Por eso había dos personas a las que quise ver cuando el azar y el sexo me llevaron a Málaga: por el puro placer de reconocerlos y de saber que son como yo había pensado (mucho más interesantes en persona). Por eso tengo dos excusas para visitar Buenos Aires sin sentirme extraña: un hombre lindo que cumplió 45 hace muy, muy poco y una mujer sabia llena de preguntas que llegó naufragando hace siete años y que me regala rosas de Palermo para celebrar mi casa nueva. Por eso, en Barcelona, después de un lustro, cené con quien me lleva casi cuatro décadas para verle tan lúcido, tan divertido y tan generoso como cuando éramos sólo letras en un ordenador y dos voces telefónicas. Por eso echo de menos, también, a quien nunca se despide, aunque la culpa le roa, porque así no tiene la impresión de que se ha marchado del todo. Por eso comparto una entrevista y me dicen que les asombra mi voz dulce (qué clase de mujer seca y fría pareceré por aquí) y por eso supongo que algún día iré al Norte y que un año de estos podría planear un café en Cordura.

Al final sólo es eso. Como en la vida real. Sólo valen quienes se quedan.

jueves, 6 de marzo de 2008

La vida y tú

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Al final pasaré por todas las fases de la pena. El cansancio primero (hasta aquí llegué); la creencia de que podría seguir un poco más; volver a intentarlo sin recibir respuesta; el maltrato a ratos ("no juzgarías a otra persona tan duramente de estar en tu lugar": me lo dijo una amiga hace años y no ha cambiado nada); el llanto pequeñito; la añoranza; destruir la imagen; pensar en lo que fue y lo que pudo haber sido. Quizá olvidar, más tarde.

Mantengo, como todos, tres o cuatro vidas paralelas que intento conjugar sin ser del todo consciente del esfuerzo que supone. Soy hija, hermana, amiga, compañera, receptáculo de algún odio, amante, fabuladora. Soy la que homologa los días con un abrazo, la que se lleva a fumar a quienes no fuman, la que se ríe en los desayunos, la que se cabrea en dos minutos, la que disfruta orgásmicamente de su trabajo a diario y la que echa de menos a una persona que compartió todo eso.

Me siguen faltando las horas, aunque los días (individualmente) se me hagan largos; aunque los fines de semana sienta que me voy de vacaciones; aunque no vea en años a quienes querría ver e intente arreglar los minutos, colocarlos donde bien me vengan, restando lo que puedo: ahora trabajo, ahora gimnasio, ahora como, ahora trabajo, ahora compro, ahora limpio y me depilo y pongo lavadoras y hago un puré de verduras y escribo y leo y duermo y me levanto y me ducho y trabajo.

No sé cómo hacerlo. No sé cómo no creerme que soy una autómata que hace lo mismo todos los días, de lunes a viernes, y a la que se le escapan el sábado y el domingo sin saber dónde ha puesto el descanso. Tampoco sé cómo unir todas las parcelas de mi vida de una manera coherente y más dadivosa: lo que se ve desde fuera y lo que sé yo por dentro.

Nadie lo notará, porque lo que no se cuenta no existe.

Aunque compruebe que la segunda vez es mejor. Que la primera lo arrasó todo y después -la madurez, las armaduras- el daño es mucho menor, por mucho que sepas que te han partido por la mitad y que tardas poco -tardan poco, ellas- en recoger los pedazos.

Lo que no se cuenta no existe. Pero existe, porque lo estoy contando.

Que te echo de menos.

Que voy a tardar mucho en dejar de echarte de menos.

Es lo malo de tener buena memoria.


viernes, 29 de febrero de 2008

Canciones

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Una vez, me pintaron un retrato antes de haberme visto nunca. Otras veces, me han mandado canciones que les recuerdan a mí. Y me reconozco en las historias que cuentan, sin creerme que yo sea ésa del todo... Hoy he buscado una. No la había escuchado antes, pese a que me la escribieron en un foro para sacarme a bailar una Nochevieja.




Las quería escribir, por si acaso algún día se me olvidan... Cada una me llevó a un lugar: a descubrir de mí lo que veían otros. Cada una me trae algún recuerdo: todos agradables, todos con una punzada de dolor por lo perdido, de reconocimiento por lo que viví, de asombro.






Alguna me trajo un cuerpo reconocido, el descubrimiento de las sensaciones de mi propio cuerpo, la ternura y la seguridad de que puedo hacerlo todo. De que siempre voy a tener razón dentro de una cama.



Y otras, simplemente, son la historia de mi vida...