lunes, 26 de junio de 2006

Olga

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Es de noche, como tantas otras noches que vinieron después en Melilla. Olga y yo paseamos por las calles vacías. Nos desgasta el ritmo diario de jugar a ser periodistas pero ninguna de las dos se quiere ir todavía a casa porque no podemos parar de hablar, de divagar un poco más. Bienvenidos los argumentos y cómo refutarlos. Llegamos a la plaza y nos sentamos en un banco para seguir hablando. Aunque no nos conozcamos de nada, nos sentimos muy a gustito. La confianza surge así, a veces.

Acabamos de encontrarnos y ya nos hemos puesto densas, nadamos profundo y nos hemos contado los sueños y las desilusiones. Las respectivas raíces. Qué coño hacemos una noche como ésta, en esta ciudad. Cómo hemos llegado a esta tierra intermedia...

No recuerdo gran cosa de aquella conversación, apenas que los niños viajan a la luna con la literatura, las niñas con los cómics y la sensación de haber encontrado a una amiga (“el que va contigo, el que comparte el pan”, me explicaría después). A alguien que es capaz de no tener en cuenta los desvios, los tambaleos, la distancia. Por mucho que le duela y quisiera tenernos un poco más cerca.Ahora que estoy regresando poco a poco a esa tierra de frontera, revisito los caminos y me acuerdo de ella.

De cómo abrió las puertas de su (vuestra) casa. De los versos de Galeano y Benedetti, de su intensidad, su desmesura. De Jandro, el yonkie y tantas otras historias.... No la he vuelto a ver pero puedo visualizar su foto a lo Maruja Torres, las mías con Levante, aquella noche en las rocas con Ángel, el Luci, hasta Susana, la guardia civil y los emigrantes... Reconozco su capacidad para unificar y reunir. Me quedo con sus amores sindicalistas, mis libros robados, el poder de las mamadas. Su capacidad para abarcar aquella isla. Cómo todo sonaba a confidencia, a experimento, a forja. Cómo todo sabía a té moruno.... Mmmm, aquella hierbabuena!!. Aquellos bocadillos de pan tomaca y los crepes de chocolate que nos metíamos las dos siempre en el mismo bar....

Es Olga, la de la dieta eterna.... Olga, alma de bar. Y es que ella ha ido dejando uno –o más- en cada sitio por el que ha pasado. Construyendo hogares. A base de conversaciones, coca colas y un espacio para la creación. Es su mundo. Búscala ahí alguna vez si quieres encontrarla. Escribiendo. Por que ella es, sobre todo, una palabra escrita. A mano en un cuaderno con tinta azul o en el ordenador. No sólo recopila frases, versos y párrafos de escritores de los que nunca he oido hablar sino que bebe de la gente, la toca y la transcribe. Transforma la vida en pura literatura.

Dice de mí que le inspiro, que se anima a palabrear más y mejor cuando me lee, pero nadie me ha retratado como ella lo ha hecho varias veces. Aunque mis pensamientos estén desordenados y salte de una intención a otra, consigue captar el mensaje y lo descifra para mí.

Cuando ahora leo ciertas cosas en su blog, siempre le pregunto a quién le está pasando tal o cual cosa porque ya sé que esa historia tiene nombre, rostro y está cerca de ella. Es la única persona que conozco que, de inmediato, nombra a sus amigos. Mari Carmen, Nerea, Pupe, Carmelo.... y tantos otros del espacio sideral que se me escapan.... Antes me extrañaba esa identificación tan veloz pero ahora me agrada por que pienso que esa es la manera que tiene de mantenernos cerca. Después de tanto movimiento, ha ido dejando muchas raíces plantadas.... y ella es de las que le gusta sentir a sus amigos cerca por que son también una especie de hogar.

Por eso, te busca y nunca deja que te vayas del todo. Aunque hayas estado dos años sin verla u oirla, no permite que la distancia entorpezca el reencuentro. La conexión inmediata. La felicidad. Es fácil, de nuevo, exprimir los recuerdos, las experiencias, los amigos. La risa.

Olga simboliza aquella noche y aquella plaza. Un abrazo instantáneo. La fluidez, la intensidad de la contingencia que acaba revelándose perenne. Siempre presente, a pesar de la distancia temporal y física. A pesar de mi propensión natural a desaparecer, ella nunca deja que me aleje. Consigue que la eche de menos, que resuciten los versos y las canciones que nos mantienen atentas la una a la otra, a nuestras respectivas evoluciones. Que desee buscar de nuevo una plaza, algún desorden alimenticio y una nueva borrachera de palabras sobre los caminos.

Sonia.

Iba a escribir algo sobre mis treinta. Pero éste es el mejor regalo que me han hecho hoy...

jueves, 22 de junio de 2006

Irrealidad

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La irrealidad siempre resulta una maravillosa fantasía, cuando se dan las circunstancias adecuadas, cuando los dedos vuelan en el teclado, cuando se crea ese clima que te hace confiar pese a los riesgos. Éste es, quizá, el único medio en el que uno ha de fiarse únicamente de su intuición. Aunque esa intuición resulte, al final, un borrón incierto, una moneda al aire, la asunción del caos.

Internet no inventó la soledad. Ni tampoco el aburrimiento, ni el sexo, ni la creación de máscaras. Al cabo se resume en los pocos datos (siempre son pocos) que uno se atreve a dar. La llegada de las webcam transformó el paraíso de los antiestéticos -en Estados Unidos las empresas comienzan a realizar las entrevistas de trabajo por teléfono para que no las acusen de discriminar a quienes no cumplan un canon de belleza cada día más estricto- en una sucesión de desánimos. Hasta en los foros se cuelgan ya fotografías propias. Así desaparece, poco a poco, una de las mejores cualidades que tenía la red: el anonimato absoluto. No la impunidad: tarde o temprano nada queda impune, ni siquiera aquí. La posibilidad de conocer a alguien sin imagen externa alguna. La posibilidad de la mentira, también: pero qué más da, si siempre se descubre. Y qué más da si en esto, como en todo, cada uno guarda sus propias reglas.

La vida real es mejor. Durante dos años alguien intentó convencerme de eso, que es como intentar que crea que los ordenadores escriben solos y responden y preguntan y cuentan y confían. Pero, durante un tiempo, hubo un espacio completamente mío. Pasó hace más de un lustro. Se llamaba El Reloj Biológico y fue el primer mensaje que escribí en un foro de internet. Antes escribía mejor o allí escribía mejor, porque había quien me espoleaba, quien me hacía investigar y ahondar y sugerir. Después busqué otros lugares. Encontré uno, pero no es mi sitio, por mucho que escriba en él. No será nunca mi sitio. Porque ya no soy Elrond y porque murió David, que nunca se llamó David, ni están Calamaro (sobre todo Calamaro), ni Dem, ni Amapoli/Agripina, ni Guaya, ni Minerva, ni el DiabloCojuelo, ni Náufraga, ni Mayte0, ni Simbad, ni FlorDelMal, ni FOS, ni Gorka, Reuben, Schoff y tantos otros.

Durante dos años conseguí un espacio mío. La red es muy amplia, pero se asemeja a los bares: en pocos te sientes como en casa. La historia nunca acabó. Somos lo que somos, pero la irrealidad no ayuda. Y pusimos demasiado de nosotros mismos, todos. Y sentimos. Nos hicimos amigos. Amé y me amaron.

Nunca se me dio bien olvidar. Nunca se me dio bien cuando sé que todo continúa. Que hubo dos lugares, en el mismo sitio; que uno cerró y que otro sigue, languideciendo, dando los últimos estertores, que duran demasiado ya. Y cuando la curiosidad me puede, me encuentro con que lo que me dañó ya no me importa, pero que sigue existiendo gente que es capaz de pulsarme las teclas; de hacerme reír y llorar en dos segundos, de conseguir que añore brutalmente. De volver a tener miedo a la irrealidad de quien llega después y me recuerda que puede aparecer y desaparecer, rotundamente sí, y que haré mal si no lo tengo en cuenta.

Ya lo decían: nada me han enseñado los años: siempre caigo en los mismos errores.

miércoles, 21 de junio de 2006

Un héroe de nuestro tiempo

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Ahí sigue, el tío. Aún no se ha vuelto un mercenario de la tiza, de esos que entran en el aula como quien ficha donde ni le va ni le viene. Tal vez porque todavía es joven, o porque es optimista, o porque tuvo un profesor que alentó su amor por las letras y la Historia, cree que siempre hay justos que merecen salvarse aunque llueva pedrisco rojo sobre Sodoma. Por eso, cada día, pese a todo, sigue vistiéndose para ir a sus clases de Geografía e Historia en el instituto con la misma decisión con la que sus admirados héroes, los que descubrió en los libros entre versos de la Ilíada, se ponían la broncínea loriga y el tremolante casco, antes de pelear por una mujer o por una ciudad bajo las murallas de Troya. Dicho en tres palabras: todavía tiene fe.

Aún no ha llegado a despreciarlos: sabe que la mayor parte son buenos chicos, con ganas de agradar y de jugar. Tienen unas faltas de ortografía y una pobreza de expresión oral y escrita estremecedoras, y también una escalofriante falta de educación familiar. Sin embargo, merecen que se luche por ellos. Está seguro de eso, aunque algunos sean bárbaros rematados, aunque los padres hayan perdido todo respeto a los profesores, a sus hijos y a sí mismos. «Voy a tener que plantearme quitarle de su habitación la play-station y la tele», le comentaba una madre hace pocas semanas. Dispuesta, al fin, tras decirle por enésima vez que lo de su hijo estaba en un callejón sin salida, a plantearse el asunto. La buena señora. Preocupada por su niño, claro. Desasosegada, incluso. Faltaría más. La ejemplar ciudadana.

Pero, como digo, no los desprecia. Lo conmueven todavía sus expresiones cada vez que les explica algo y comprenden, y se dan con el codo unos a otros, y piden a los alborotadores que dejen al profesor acabar lo que está contando. Lo hacen estremecerse de júbilo las miradas de inteligencia que cambian entre ellos cuando algo, un hecho, un personaje, llama de veras su atención. Entonces se vuelven lo que son todavía: maravillosamente apasionados, generosos, ávidos de saber y de transmitir lo que saben a los demás.

En ocasiones, claro, se le cae el alma a los pies. El «a ver qué hacemos todo el día con él en casa», como única reacción de unos padres ante la expulsión de su hijo por vandalismo. Por suerte, a él nunca se le ha encarado un chico, ni amenazado con darle un par de hostias, ni se las han dado, el alumno o los padres, como a otros compañeros. Tampoco ha leído todavía el texto de la nueva ley de Educación, pero tiene la certeza de que los alumnos que no abran un libro seguirán siendo tratados exactamente igual que los que se esfuercen, a fin de que las ministras correspondientes, o quien se tercie, puedan afirmar imperturbables que lo del informe Pisa no tiene importancia, y que pese a los alarmistas y a los agoreros, los escolares españoles saben hacer perfectamente la O con un canuto. Mucho mejor, incluso, que los desgraciados de Portugal y Grecia, que están todavía peor. Etcétera.

Y sin embargo, cuando siente la tentación de presentarse en el ministerio o en la consejería correspondiente con una escopeta y una caja de postas –«Hola, buenas, aquí les traigo una reforma educativa del calibre doce»–, se consuela pensando en lo que sí consigue. Y entonces recuerda la expresión de sus alumnos cuando les explica cómo Howard Carter entró, emocionado, con una vela en la cámara funeraria de la tumba de Tutankhamon; o cómo unos valientes monjes robaron a los chinos el secreto de la seda; o cómo vendieron caras sus vidas los trescientos espartanos de las Térmópilas, fieles a su patria y a sus leyes; o cómo un impresor alemán y un juego de letras móviles cambiaron la historia de la Humanidad; o cómo unos baturros testarudos, con una bota de vino y una guitarra, tuvieron en jaque a las puertas de su ciudad, peleando casa por casa, al más grande e inmortal ejército que se paseó por el suelo de Europa. Y así, después de contarles todo eso, de hacer que lo relacionen con las películas que han visto, la música que escuchan y la televisión que ven, considera una victoria cada vez que los oye discutir entre ellos, desarrollar ideas, situaciones que él, con paciente habilidad, como un cazador antiguo que arme su trampa con astucia infinita, ha ido disponiendo a su paso. Entonces se siente bien, orgulloso de su trabajo y de sus alumnos, y se mira en el espejo por la noche, al lavarse los dientes, pensando que tal vez merezca la pena.


El Semanal, 25 de junio de 2006. Arturo Pérez-Reverte, que me ha hecho, sin saberlo, un magnífico regalo de cumpleaños.

Se van en verano los veinte

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Pues sí. Quién nos lo iba a decir cuando llegaran los treinta. ¿Dan demasiado miedo las cifras redondas o sólo ésta, que nos recuerda que ya debíamos ser adultas? Nos pienso hace doce años, con la inconsciencia que da la sensación de comenzar a construir el futuro. Y hace seis, al otro lado del mar, adaptándonos a vivir juntas, el Baygon como compañero inseparable, la música siempre, los periódicos tirados en el sofá (sigo siendo desordenada, qué creías), las noches de insomnio, los miles de tés y jeringos y pañuelos que se quedaron para siempre en las caderas, las coreografías en La Vaca (¡Mamma mia!)... ¿Realmente hemos cambiado tanto? ¿No seguimos en lo mismo: en intentar entender el mundo, en dibujarlo con palabras, en hallar el vocablo preciso e íntimo que nos despierte; en construir un espacio único, amueblarlo como se pueda, recoger los escombros cada cierto tiempo? Porque nos recuerdo, ya te digo, con dieciocho. La misma contundencia y las mismas locuras, aunque (es cierto) ni tú ni yo aguantemos ya noches de doce horas y aunque las locuras han pasado a ser una cosa incierta llamada "proyectos".

Sé que si no hubiera comenzado a trabajar seis días antes de mis treinta, el tono de este escrito sería bien distinto, porque mi cerebro y el de Peter Pan se hubieran fundido sin remedio. Sin embargo, no es el deseo de no crecer: contra eso no quiero hacer nada (aunque cada uno se autodestruye como puede). Es la certeza de que crecer no era esto. De que nadie nos advirtió. De que tuvimos que darnos cuenta en medio de plantes, huelgas, jornadas de catorce horas, inseguridad laboral y cuidades en las que a menudo no quisimos vivir. Llegaron los amigos con fecha de caducidad, las carreteras eternas, las crisis de pareja (o el no encontrarla nunca, que también es algo que llega), el sentirse en tierra extraña y el aprender, al final, que los lugares y las personas se llevan dentro. Cambiaron los cuerpos: lo afirman rotundas las fotografías. Y tengo doce años más, tendré doce años más dentro de nada: abandonaré los 29 y me sigo viendo igual de perdida...

No aprendí a quererme más, porque nunca supe qué era eso. Sólo publico textos periodísticos porque sigue dándome tanta vergüenza que me lean como cuando tenía ocho años y escribía en clase. También dispongo de casas y me apropié de algunas ciudades del centro al sur. Fui amiga y sigo siéndolo porque hay quien permanece a pesar de las caducidades y los kilómetros. Me enamoré y conseguí olvidar, aunque de vez en cuando me pique la cicatriz. Y sigo recordando las palabras de Vanesa el último año de Facultad: "Todos hemos cambiado, pero tú te llevas la palma". Descubrí que soy ingenua. Sigo sintiendo vértigo ante los abismos. Me procuré unos cuantos refugios, unos cuantos bares, unas cuantas noches de luna llena. Sigo echando de menos el mar. Viajé con la mente porque con el cuerpo me fue imposible. Creé un blog para que mis amigos me espiaran. Hice muchas maletas, pero nunca aprendí a llevar una casa. Conocí dos pieles. Vi crecer a niños a destiempo. Creí y descreí. Se me desmontaron todos los esquemas. Aprendí a darme del todo.

No sé si es buen baremo para estos treinta.

A Arwen, que me pidió un texto más.

martes, 20 de junio de 2006

Esos maravillosos 30

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Aquí están. Nunca pensaste que pudieran llegar tan pronto pero, efectivamente, hace 30 años que naciste. Tampoco pensaste que, al llegar, fueran a notarse en tu rostro, y puede que tu cara disimule, pero esas primeras (o nuevas) canas que empiezan, no a dorar tu cabellera, sino a aclararla hacia la vejez no dejan lugar a dudas, como tampoco lo dejan la celulitis, la falta de flexibilidad, que ya no trasnochas como antes...: empiezas década de nuevo.

La verdad es que después de esa absurda crisis de los 25 ¡a los 24!, cumplir años no ha estado mal, y ahora no va a empezar a estarlo. Sin embargo, está claro que un número tan redondo incita a la reflexión, a pararse, siquiera por un instante, y pensar sobre uno mismo. Podría adentrarme en caminos tan complicados como adónde voy, de dónde vengo, pero me conformo con plantearme si a los 20 me habría creído que, diez años después, apenas habría avanzado unos pasos en este intrincado mundo de la edad adulta.

Porque, voy a ser sincera. Creo que en el plano mental (jua jua) hemos adelantado bastante, hemos superado traumas, hemos dejado atrás complejos y hemos comenzado a vivir NUESTRA vida porque era nuestra y a nuestra manera (más o menos y a pesar de los padres).

Sin embargo, ¿de verdad nos creeríamos, en esos dulces 20, que el trabajo iba a seguir siendo nuestra preocupación ¡ocho años después de terminar la carrera!?¿Nos íbamos a tragar que el piso sería nuestro sueño casi inalcanzable? (las afortunadas estáis hasta las cejas, no sé si eso es tener un piso o que os tenga él encerradas) ¿Estaríamos dispuestas a todo ese esfuerzo (lo digo por las trece o catorce horas diarias currando) para seguir oyendo las mismas exigencias con el mismo sueldo diez años después?

Creo que no. Entonces, si nosotras no lo creeríamos y casi no lo creemos ahora, ¿qué porras estamos haciendo? ¿Cumplir años nada más?

Eso sería demasiado fácil de pensar y, teniendo en cuenta que llevamos vivido casi un tercio de nuestra vida (pienso ser longeva y ser una tía abuela de lo más marchosa), tampoco es tan malo el balance, al menos en lo personal.

No conocí el mundo, pero conseguí crear el mío propio: amigos, pareja, música, libros...Y aún me quedan 60 años para viajar.

No me hice famosa escribiendo, pero escribí muchas cosas que me ha merecido la pena contar, sobre todo historias que han ayudado a algunas personas y que me han ayudado a mí a ampliar mi visión del mundo.

No tengo una casa...Tengo muchas, las de los amigos, las de la familia, y hogares en casi todos esos sitios, porque me siento querida (que también es un logro, ¿o no?).

Y podría tener muchos motivos para deprimirme, sobre todo yo, de bajones fáciles, pero creo que también para sonreír, porque, a pesar de todo, seguimos en la brecha y sigo asombrándome y cabreándome por las injusticias, lo que no sólo quiere decir que estoy viva, sino que estoy dispuesta a seguir en mi lucha por el mundo que quiero.... No sé, si lo miras así, tampoco son tantos los 30 y las canas ¡hasta me están gustando!

Arwen

viernes, 16 de junio de 2006

Como Mary Wollstonecraft

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(Hace tres días escribí un texto en DXC que no quiero perder, en el hilo Caravana de Mujeres, redactado para pedir a gritos féminas y más féminas en la página, y que posteo de nuevo aquí).

Este hilo era de Caravana de Mujeres, ¿no? Una caravana de mujeres que llega a un pueblo todas con sus gorritos, sus faldas vaporosas, nada adecuadas para la vida en el rancho, a los que los hombres miran babeando cual perra de Paulov, porque las carencias son muchas y agudizan las necesidades… Pero supongo que se podrá elegir, ¿no? Y que puestos a pedir, señores de DXC, y teniendo en cuenta que, tratándose de nicks, todo parecido con la realidad puede ser pura coincidencia, quiero a un hombre que tenga, no necesariamente por este orden:

...la agudeza de zorpiento, el detallismo de bluegardenia, la ironía de Jacob, la jocosidad brutal de Tragamuvis, el humor de m0ntaraz, el saber estar de David_Holm, el feminismo de Wladimirito, la bondad de Alonso_Quijano, la inteligencia de Vertigo, la apertura de pickpocket, la valentía de karma7, la capacidad de trabajo de raul2010, el gamberreo de elPadrino, la ternura de SUBLIMOTRUST, la contundencia ruda de KeyserSoze, la cultura musical de jemenfous, la serenidad de CKDexterHaven, la clarividencia de ciruja, el arrojo de FLaC, la manera de regresar de ShooCat (por la puerta grande, sí señor), el gusto de tirapalla diseñando (puede servir para el futuro hogar, chicas), el entusiasmo de jorgito24, la inquietud de Dakwel, la forma de estar pendiente sin que se note (aunque se nota) de acg110080… y la libertad que me da spione en nuestro matrimonio (que no sé si es libertad o indiferencia). Etc. etc. …

y, condición sine qua non, las manos siempre tendidas de doodle , la elegancia para capear temporales de Tuppence, la sabiduría de always, la claridad de Felicia y la mente abierta de Blomac...

…y la cara de George Clooney o Montgomery Clift (o la cara de Monty y la orientación sexual de Clooney), el morbo de Willem Dafoe, el envejecer de Paul Newman, los ojos de Gregory Peck, la versatilidad de Spencer Tracy (y su lealtad a la amante o a la mujer no oficial), la agudeza de Woody Allen, la risa delirante de los hermanos Marx, la mirada de James Stewart, la voz de Robert Mitchum, la presencia de Marlon Brando, la elegancia de Michael Caine, el compromiso de Tim Robbins y la mala hostia de Sean Penn.

Lo sé, lo sé: estoy pidiendo la luna…

martes, 13 de junio de 2006

Una página

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Es lo que tiene Internet. Se cae una página, a la que le quitaron el shout pero dejaron el chat, y de pronto, esas ventanitas, siempre tan vacías, se llenan de repente de nicks conocidos, y queridos, aunque no sepamos nada de las personas que teclean al otro lado de la pantalla. Jacob, pickpocket, CKDexterHaven, m0ntaraz, hattusil, tirapalla, Foratul, doodle, Felicia, laurahunt... preguntando si se sabe algo, para cuándo estará operativo el foro, qué ha ocurrido... como si los demás fuéramos adivinos, como si no estuviéramos contribuyendo al mal funcionamiento de la página dándole a F5 una y otra vez, porque esperamos que sea una falsa alarma, que todo esté en su sitio en la red.
Porque la red es vasta, sí, pero al final somos cuatro gatos (¿verdad, Shoo?) y andamos siempre por los mismos lugares... cuando no nos quitan los caminos.

Un saludo a todos. Es un placer estar con vosotros.

martes, 6 de junio de 2006

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Eres deseo, proyecto y búsqueda. Aún no has nacido. Eso significa que falta aún mucho para que comiencen a multiplicarse células y más células en un cuerpo que no será tuyo pero que acabará formando lo que quiera que seas. El cómo seas dependerá de ti: no sólo de ti, desde luego, pero de ti también: de lo que vivas, del concepto que tengas (de tus padres, de tus amigos, del mundo). Lo único que sé de ti son tus posibles nombres (que no se te olvide nunca: nombrar algo es poseerlo). No conozco nada más. No puedo contarte tu historia. Pero sí voy a narrarte la suya.

La llamarás mamá y para ti sólo será eso. Y cuando, dentro de quince años, año arriba año abajo, veas a sus amigos, que te reñirán como si te hubieran parido ellos, pensarás que no tienen ni idea: que a ti no te queda nada por aprender, que pasarás el resto de tu vida con las rentas de esa primera década y media. Pero no voy a hablarte de lo que sabrás: eso corre de tu cuenta. Lo único que podemos hacer nosotros es ponerte en la mano unos cuantos libros y algunas palabras que te sonarán viejas.

Prometí contarte una historia. Lo hice una vez, con una niña que ahora tiene seis o siete años (quizá ocho, hace mucho que no la veo salvo en fotografías: de lo puto que es el dinero, o su falta, ya te darás cuenta tú): le hablé de su padre. A su padre y a tu madre los conocí por la misma época, en el mismo sitio de la misma ciudad. Ha pasado más de una década, así que podría decirte que la he visto crecer. O que he crecido con ella. O que nos hemos crecido mutuamente.

Para ti será mamá. No será hermana, no será hija, no será amiga (no lo será: los padres nunca son amigos). Así que hasta que no seas muy mayor desconocerás ciertas cosas: algunas no las sabrás nunca y no sé si es mejor que sea así. Pero, ahí donde la ves, o la verás, estricta (porque lo será y me partiré de risa cuando la vea), disciplinada, metódica... tendré que contarte que esa mujer conduce como una macarra, tenía un miedo atroz de lo que yo pudiera decirle cuando me contó (hoy: cuando me ha contado hoy) que te estaba buscando (y aun así he sido la primera en saberlo) y se ha liado la manta a la cabeza más veces de lo que quizá tú lo hagas nunca (si eres hombre: si eres mujer, lo mismo la superas).

Quizá sí sepas que me pacifica y que me hace reír. Y que me mira de un modo que me hace imposible ocultarle nada (a mí, que sólo cuento lo contable). Que la he buscado siempre que las fuerzas han fallado (porque fallan muchas veces) y que ha estado pendiente en todo momento. Quizá sí conozcas su tremenda implicación con la gente a la que ama y que la ama (somos unos cuantos, desperdigados por el mundo), cómo nos protege y nos mima. Pero, como serás su hijo y a los hijos hay que domesticarlos, también conocerás un genio que yo me he salvado mucho de sufrir. Váyase lo uno por lo otro: lo otro es que se levantará por las noches en cuanto te oiga respirar medio milisegundo más desacompasado de lo normal; que no dormirá si tienes fiebre o hace frío y que tampoco dormirá después, cuando no sepa lo que te ocurre, ni con quién andas, ni con qué clase de persona perderás la virginidad. Ni mucho después tampoco, cuando decidas vivir con alguien o vivir solo; cuando te rompan el corazón una y mil veces; cuando lleguen los desengaños, las traiciones y las dudas. Le deberás muchas horas de sueño, tú, y eso no se lo podrás pagar nunca, salvo con tu reconocimiento y con tu lealtad.

Y no es porque te haya dado la vida, y una educación y un futuro y... No es por eso, o no es sólo por eso. Se trata también de que puedas, algún día, reconocer lo que ella es. La alegría vital de esa mujer a la que verás mayor, de la que pensarás que no entiende lo que te ocurre o que de estos temas con mi madre no se puede hablar. Es triste eso: que quizá no llegues a descubrir que su comprensión es más grande que su miedo. Y que lo puede todo y que cuando no ha sido capaz, los demás hemos recogido los pedazos, los hemos recompuesto como buenamente hemos podido y aquí paz y después gloria. Y que un día llegó tu padre y le recuperó el brillo en los ojos, la risa y las ganas.

Por eso cuando veo a ese hombre paciente, que llena la casa de galletas, chocolate y bebidas cuando yo voy, como si fuera fiesta grande, siento alivio. Porque supo llegar y supo quedarse y supo hacer más. El mundo se compone de pequeños gestos: una mirada, una historia de amor, un beso en la boca, emborracharte con tus amigos, viajar, construir espacios. De eso nace la gente. Y por eso sobrevive.

sábado, 3 de junio de 2006

La habitación cerrada

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Vagabundeé mentalmente durante varias semanas, buscando la manera de empezar. Toda vida es inexplicable me repetía. Por muchos hechos que cuenten; por muchos datos que se muestren, lo esencial se resiste a ser contado. Decir que fulanito nació aquí y fue allá; que hizo esto y aquello, que se casó con esta mujer y tuvo estos hijos, que vivió, que murió, que dejo tras sí estos libros o esta batalla o ese puente, nada de eso nos dice mucho. Todos queremos que nos cuenten historias, y las escuchamos del mismo modo que las escuchábamos de niños. Nos imaginamos la verdadera historia dentro de las palabras y para hacer esto sustituimos a la persona del relato, fingiendo que podemos entenderle porque nos entendemos a nosotros mismos. Esto es una superchería. Existimos para nosotros mismos, quizá, y a veces incluso vislumbramos quiénes somos, pero al final nunca podemos estar seguros, y mientras nuestras vidas continúan; nos volvemos cada vez más opacos; más y más conscientes de nuestra propia incoherencia. Nadie puede cruzar la frontera que lo separa del otro por la sencilla razón de que nadie puede tener acceso a si mismo.

Paul Auster. La habitación cerrada, de Trilogía de Nueva York.