sábado, 31 de mayo de 2008

Juan Ramón Jiménez

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Que no la tocáramos ya más, que así es la rosa, y la poesía pura, y la ortografía a su antojo, y las músicas de otros que traducía y Zenobia y un burro peludo y suave y Rabindranath Tagore, siempre Tagore, y el otoño que se lleva al infinito el pensamiento y la tarde como un sueño de colores y que quién pudiera hacer que el sueño fuese la vida y este poema, que me aprendí hace ya ni sé cuánto tiempo, el del tipo de la personalidad rara, y otro que hablaba de la noche y que ya olvidé pero para el que le pinté un cuadro mentalmente. Se llamó Juan Ramón Jiménez, murió hace cincuenta años y ni dios se ha acordado de él.


Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincon de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espiritu errará, nostáljico.

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.


Imagen de *L*u*z*a*

domingo, 25 de mayo de 2008

Canciones de buen rollo

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No me traen excesivos recuerdos, salvo alguna de Extremoduro que me trae a la memoria las noches de derrota en la Facultad. Pero todas tienen común que me suben el ánimo, me invitan al baile y me vuelven gamberra (es una sensación magnífica, la de estar gamberra: me ocurre tan pocas veces...).

Del señor Frank Sinatra:



Y ésta, por supuesto:



Alguna podría ir en otra hipotética lista de "Las mejores canciones de amor". Como Todo, aquí en versión de Iván Ferreiro con Pereza, que son los compositores originales...



De este señor, casi todas, por supuesto. Casi todas las rápidas, digo. Se llamó Elvis y no le perdonaré, como al tío Frankie, que se muriera antes de que yo pudiera verlo en directo.



Hay muchas: y son las que recuerdo hoy, porque otras se me quedarán en el tintero. Pero ésta me acompaña desde que era pequeña, porque la voz de Cindy Lauper, además, siempre me pareció espectacular:



Extremoduro, por supuesto:





El hombre que movía los pies y cantaba alto y más alto. Mr. Jackie Wilson:



El Nessum Dorma, me da igual que lo cante Pavarotti, Kraus (bueno, yo tengo debilidad por Kraus) o Mario del Monaco, como aquí:



Neil Sedaka:



Estas mujeres: The Crystals:



Ray Charles:



Y de Brasil llegó otra. Y mira que es lenta, pero la uso para el gimnasio y todo:



Qué bien me sientan este tipo de mensajes, oiga.

Que lo disfruten, si tienen la paciencia suficiente como para ir pinchando todos los vídeos.

Cosa que les recomiendo, por cierto, si tienen un mal día.

sábado, 24 de mayo de 2008

Esas gafas horribles

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Y mira que el niño es guapo...



Se llaman El Desván del Duende. La canción: "A volar".

El niño de las gafas feas escribe mejor que canta. He dicho.

viernes, 23 de mayo de 2008

El oficio (IV): el mercado

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Soy opinión pública. Soy cuarto poder. Eso lo repiten mucho en la Facultad: eres opinión pública, eres cuarto poder, el periodismo ha logrado guerras. No te explican que no puedes ser cuarto poder cuando te pagan 600 euros al mes por catorce horas diarias de trabajo de lunes a sábado; cuando te encontrarás unas redacciones plagadas de intrusos que se meten a periodistas sin tener el título que te capacita como tal porque este trabajo lo puede hacer cualquiera (y, de hecho, lo hacen. Y les pagan) y cuando la mitad de la gente, con título o sin él, no sabe a quién servir.


Porque resulta que a ti te paga una empresa, pero resulta que tú te debes a tus oyentes, tus televidentes o tus lectores. Vale: tu sueldo no depende de ellos, pero trabajas para ellos y porque ellos existen. Y a veces resulta que los dos chocan porque hay un anunciante poderoso o porque regalan una vajilla o un collar de perlas o un edredón de plumas o un parchís de Los Simpsons y tú ya no sabes si te emplea un periódico o el bazar de los chinos de la esquina.

Este caldo se aliña con todo eso. Con la falta de formación, con las prisas que impiden un trabajo correcto, con la absoluta falta de corporativismo y el sálvese quien pueda que propicia un mercado laboral de lobos en un sistema capitalista perverso. También con la falta de conciencia política, entendida en un sentido amplio, y con que la mayoría de quienes se ganan la vida con las palabras no han leído un libro en su puta vida; y con la autocensura que campa a sus anchas porque una llamada de cualquier consejero te pone de patitas en la calle. Y unos jóvenes comidos por el miedo a perder el empleo, a mear fuera del tiesto o a reivindicar unos derechos laborales que costaron siglos y que nos hemos cargado en quince años mientras el Gobierno y los sindicatos hablan de diálogo social y miran para otro lado porque el sistema crea esclavos de hipotecas y letras de coche y quien se asume como esclavo agradecido no se queja.

Una vez me ofrecieron un trabajo por cama y comida. Sin sueldo y sin alta en la Seguridad Social. Sólo cama -un piso de alquiler, para cuatro- y menú del día en un restaurante. Otra vez, por 70.000 pesetas al mes, pero te tenías que dar de alta como autónomo. Quien me llamó se enfadó porque no acepté. Su análisis fue el mismo de siempre.

Estos jóvenes no quieren trabajar.

El oficio (III): la libertad de expresión

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Tengo demasiados escrúpulos y sé que la objetividad no existe y que la honestidad en mi trabajo pasa por negarme a cubrir una concentración de quienes no quieren un centro de ocio musulmán en su barrio, porque yo no contribuyo al odio. Pasa, también, por adquirir un punto de vista propio, por no callarte lo importante, por saber que a veces guardar silencio es mentir y por no respetar, ni de lejos, todas las opiniones. Y aún más: por no respetar, bajo ningún concepto, que se puedan verter todas las opiniones en un medio de comunicación, porque hay cosas que sólo valen para escupirlas en una taberna.


Eso se decide por coherencia. Por esas líneas que no traspasas ni aunque te cuesten el puesto, porque no tienes edad, ni estómago y porque hace mucho que dejó de importarte lo más mínimo que otros invoquen la libertad de expresión.

El oficio (II): la prensa rosa y la carnaza

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Porque el mercado laboral es una mierda, pero resulta que el oficio es orgásmico. Es tan orgásmico que te da igual que te paguen poco o tarde, mal y nunca. Porque en cuanto buscas palabras, contextualizas, tiras de archivo, rastreas o te cuentan la última corruptela off the record, el resto del mundo no existe. Sólo tú, tu fuente y lo que vas a decir.


Y lo que estás dispuesto a traspasar, también.

Pasé un año y medio en paro, un paro intermitente que me salvaron algunos artículos para la Geo, la herencia de mi abuela, la tarjeta de crédito del banco, un programa de televisión y la generosidad de mis amigos. La única oferta que recibí, además de una publicación energética en inglés, fue de la agencia Korpa. El mismo día de la entrevista, cancelé. No tenía edad para perseguir a Jesulín de Ubrique. Ni edad, ni estómago.

Otros no se lo pueden permitir. Otros salen de la carrera y trabajan en productoras de televisión y les pagan cuatro duros por meterle el micrófono en la boca a algún famoso para que luego los que cobran su sueldo de un año comenten la jugada, lancen bulos, enaltezcan o humillen. A los unos los considero compañeros, por solidaridad profesional. A los otros, nunca.

Pero eso da dinero. Una publicidad aplastante, millones y millones, porque esa mierda la ve todo el mundo por aquello de sueñan las pulgas con comprarse un perro. Y esa mierda ha conseguido desbaratar en poco más de una década la finísima línea que separa lo público de lo privado y por eso asistes estupefacta a las imágenes del terremoto en China, plagadas de cadáveres de niños. Por eso asistes estupefacta a una bronca monumental porque una amiga tuya no le ha preguntado a una abuela a qué abusos sexuales sometía un padre a su hija de tres años. Por eso te obligan a que la persona a la que entrevistas llore en cámara (si no, no lo queremos: y tú te quedas sin el sobresueldo de la venta del reportaje). Y por eso se quejan a tu jefe porque en cuanto la mujer que has grabado ha comenzado a llorar, tú le has ordenado a tu cámara que pare. Las lágrimas son privadas. Los entierros son privados. El duelo es privado. No sirvieron de nada las razones. Tienes demasiados escrúpulos.

El oficio (I): el proceso

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Una vez viví en un sitio donde la gente dejaba los estudios. Yo jamás me lo planteé: es más, nunca existió existía la posibilidad de plantearlo: no hubiera sido siquiera un pensamiento extraño que no se transmite por miedo a la reacción de tus padres. Simplemente, no era. No se pensaba. No encajaba en los exiguos márgenes de la realidad. Hacer la EGB, ir al Instituto y pasar a la Universidad era un camino marcado en el que no entraba la FP tampoco y del que no se podía salir uno. Ni quería, porque menudo desprestigio -personal, ojo: no social- no servir para los estudios: fracasar en algo que costaba tan poco. Realmente fue eso: a mí nunca me costó, salvo algunas asignaturas -Matemáticas, Física- que salvé como pude. Hice Periodismo para largarme de mi casa y porque otra carrera no hubiera sido tan bien recibida. Al fin y al cabo yo escribía, saben, desde que pude empuñar un boli -me han sorprendido siempre mucho los que dicen que comenzaron en la adolescencia: qué tarde- y en Periodismo se escribe. O eso pensábamos.


Luego, descubrí. Que te cercenan el estilo porque muchos piensan que, si escribes bien o si adjetivas, estás manipulando y que se enarbola la bandera de una objetividad que no existe. Ni siquiera se ponían de acuerdo los profesores en eso: la mayoría no habían pasado por un medio de comunicación en la vida y estaban esas dos áreas enfrentadas: Periodismo y Filología. Y los del Opus (que copan todas las Facultades de Ciencias de la Información). Huelga decir que el grupo de los filólogos era mejor: pero enseñaban otras materias.

Pasé por la Universidad y estudié cosas como Estética -después de dos notables y una matrícula de honor sigo sin saber qué demonios es-; Sociología; Literatura Española -con una profesora que dictaba hasta las comas de los apuntes-; Literatura Universal -con un genio del que se quejaban porque no daba apuntes-; Propaganda Política o, atención, Configuración Tecnológica de los Procesos Comunicativos. Aprendí muchísimo de algunos profesores (no más de cuatro, pero qué cuatro) y mis amigos me pusieron en las manos unos cuantos libros y algunos conceptos.

Éste es el primer escollo: la Universidad. Unos planes de estudio absurdos con asignaturas cuatrimestrales en las que no se profundiza y una inmensa mayoría de docentes que te obligan a comprar sus libros y que estarían mejor dedicándose a otra cosa. Salvé todas las asignaturas estudiando el día antes del examen, a partir de las doce de la noche, con una Coca-Cola y un paquete de tabaco, salvo dos o tres que concentraron todos mis esfuerzos y que me volvían una investigadora en potencia. No tiene mérito ni es chulería: mi carrera es muy fácil, asombrosamente fácil y a mí siempre me ha dado lo mismo un cinco que un diez. La primera regla del juego implica aprobar. No aprender. La segunda regla del juego implica un examen escrito y yo en eso siempre tuve ventaja: el sistema me beneficia. Aunque sea aberrante.

Volví un par de años más tarde, después de jornadas laborales de catorce horas seis días por semana (un día eché la cuenta: la hora me salía a 238 pesetas. Una limpiadora, por aquellos entonces, cobraba 1000) y vi a todos esos chicos. Como nosotros. El mundo en la palma de la mano, las verdades inmutables, la pasión por hacer cine, por contar una historia, por irse a la guerra. Y pensé: pobres.

jueves, 22 de mayo de 2008

Todas las razones

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Lo escribo para que el tiempo no lo borre, si es que la memoria puede jugar con tantos recuerdos. He sentido un pánico cerval en todas las ocasiones en que he pretendido que no se me notaran las carencias y muchas alegrías indescriptibles, también, a medio camino entre la euforia, la autocomplacencia y el orgasmo. Las enumeraciones sólo evocan y además son un coñazo, pero para eso me sirve a mí la escritura: para vivir más y de nuevo. No sé si estarán todas, pero son las suficientes. Las razones por las que merecieron la pena las jornadas interminables de trabajo y varios estallidos, porque yo todo lo hago con las tripas. Tendré que acordarme de todo si los meses vuelven ésta una vida que dejé.

Las noches de vino y estreno en la Alcazaba, con cerezas del Jerte y tartaletas de cordero y risas. Una charla sobre la violencia de la que somos capaces con Calixto Bieito; Jaime imitando el nacimiento de la vida a la manera de Cesc Gelabert; tener a Sonia en la misma ciudad; dos horas con Alicia Hermida y Jaime Losada hablando de libros, de Irak, de la gestión de la cultura y el teatro y un cómic de Julio Cortázar que abrir despacito y con reverencia.

La mirada de Pau Miró tras el estreno de Los Persas y un pulgar en alto. José Luís Peixoto en unos escalones para hablar del pudor y de la muerte. Los desayunos de las nueve de la mañana y los cafés en el sofá. Las lecciones de arte contemporáneo con José Antonio Agúndez y Agapito Gómez González. El teatro de provincias con Antonio Saura y el teatro clásico con Javier Magariño. Admirarme cada martes con la inteligencia y la acidez de Juan Carlos Blasco.

Un momento en blanco con Esteve Ferrer porque me habló de la belleza del castellano y yo me quedé sin palabras. Tomar un café telefónico con Luis Mateo Díez y poner a parir a los políticos ahora que no nos oye nadie. Las ganas de darle un abrazo a José Miguel Santiago Castelo, por la ternura y la acogida. La serenidad de Olvido García Valdés. El cigarro del descanso apresurado. La abstracción y Ada Salas. Gustavo Martín Garzo y el boxeo.

El momento en que Javier Rodríguez Marcos me confesó que las comparaciones no se soportan pero que cada cual ha de escribir su verso y unos cuantos autores rumanos que me pinceló su hermano Julián. El asombro de dos libreros cacereños cuando vieron que Belén Gopegui accedía en dos segundos a una entrevista. La clase magistral sobre revistas imposibles con Antonio Gómez. Una cena en la que Román Gubern fue el centro. La parrafada sobre los escritores y el ajedrez de Fernando Arrabal mirándome a los ojos. El amor por la danza de Cecilia Figaredo y cómo le presenté a Georg Trakl.

Unos cuantos cuadros con Pilar Molinos. La política, Ángel González y Luis García Montero. Una carta sin respuesta que le escribí a Eduardo Galeano. Los correos diarios con Enrique Pérez Romero. Inma Shara hablando de su pasión por la música y de cómo se interpreta una partitura, al modo en que el lector reconstruye una novela. El reconocimiento de Juan Carlos Mestre a la manera que tengo de colocar el balón.

También estuvieron Luz Casal en un aeropuerto; un favor pequeño al Festival; Antonina Rodrigo y su compromiso; la sonrisa de Nélida Piñón y el elogio de Antonio Gamoneda cuando le hablé del ritmo que los paseos imprimen a las palabras.

Y José Luis Puerto y Virgilio en los cuentos de Las Hurdes; José Manuel Díez hablando de poesía con una anciana; Alfredo Kraus y el Turandot de Puccini; Álex Chico reconociéndose en un texto; los dibujos de monstruos infantiles de Valter Hugo Mãe; Luis Eduardo Aute hablándome bajito y Enrique de Rivas y yo viendo el teatro romano desde las últimas gradas: la lección de historia y sus recuerdos de Azaña y María Zambrano.

Y la risa gozosa de Tomás Segovia a sus 81: "Me apabullas", el día que por fin le dije que es la persona más excitante, en todos los sentidos de la palabra, que he entrevistado jamás. Y una llamada: "Mi nombre es Luppi".

Ha habido más. La búsqueda de una manera personal de contar las cosas; la seguridad que he adquirido en mi trabajo; el compromiso político; el cigarro de antes de cualquier entrevista; la necesidad -cumplida- de nivelar por arriba siempre y de hacerlo cercano y la posibilidad que se abre, que se hubiera abierto, que no sé si se abrirá. Lo que se ha hecho y todo lo que queda, lo que quedaría, por hacer.

No sé si ha servido para algo hablar de cultura, la hermanita pobre de la información de cierre o de últimas páginas, el reducto de los becarios. Tampoco voy a contar lo que intenté, porque realmente siempre hice lo que me venía en gana y por eso ha habido muchísima más literatura que todo lo demás. No sé trabajar de otra manera y no sé disfrutar sin divertirme y me he divertido muchísimo y he crecido y me he admirado, que es la primera premisa para comenzar a aprender.

Me falta una persona. Creo que ha sido el oyente más fiel, más crítico y más entusiasta que he tenido jamás (a veces me he planteado si era el único). Me lo encontré por la red y con palabras y luego hubo blogs, chats, muchas llamadas de teléfono, aún más correos y algún desahogo. Se llama Miguel Ángel Lama. Yo le llamo profesor.

Quiero jugar

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Me gusta jugar a los juegos que me proponen los amigos cibernéticos, ésos a los que te une sólo la intuición que provocan unas letras, aunque lo malo es leer antes y no llegar virgen a meme alguno, porque, Letras Maghenta mía, yo también prescindo de saber que el Zaragoza bajó a Segunda; tampoco me importa nada la parrilla de una televisión que no enciendo casi nunca; no me quitan el sueño los políticos y me embargo en batallas perdidas sabiendo que están perdidas. Por lo demás, adoro a Adriana Varela y la frase de Alfonso X el Sabio me acompaña desde que la leí, junto con otra de Charles Nodier que dice: "Aquellos que no creen que la amistad es una pasión, es que no la conocen". En moto no voy desde los tiempos de Facultad y el sueño me vence a las once de la noche o las tres de la mañana: antes era mucho más noctívaga que ahora, pero llegó un momento imperceptible en que cambié las copas por las cañas. Las oraciones cortas, eso sí, las dejo para el trabajo: si no, una locución resultaría ininteligible. Cuando escribo, ya ves, depende.

No me importa / Me encanta


1.- No me importa hacer un viaje de ocho horas para abrazar a una amiga en crisis.

2.- Puedo vivir perfectamente sin conocer ninguno de los hechos que suceden en el mundo y que nos transmiten los medios de comunicación: el 90 por ciento de las noticias me son completamente ajenas y me parecen irrelevantes. Teniendo en cuenta mi trabajo, es una contradicción de términos. Pero yo siempre fui atípica.

3.- No me importa dormir poco por haber estado arreglando el mundo con una copa de vino en la mano. Cuando me levanto, el mundo sigue igual.

4.- Prescindo de ir de tiendas, a no ser que me no me quede más remedio. Reconozco, también, mis arrebatos consumistas en tiempos de zozobra: los sublimo con libros que no me da tiempo a leer.

5.- Desnudarme no me da vergüenza.


*******

1.- Me encanta seguir escribiendo a mano las cosas importantes.

2.- El plan perfecto: cena, copa y borrachera de palabras.

3.- Adoro ahondar en la gente que me atrae, bucearlos, descubrirlos y descubrirme.

4.- La sensación de estar blandita después de una ducha caliente.

5.- El contacto físico. Los abrazos, por encima de todas las cosas.

*******

Quizá quieran jugar algunas de las mujeres de mi vida, real y de la otra. A saber:

- la que sigue buscando y espera encontrar premio

- la que tiene nombre de peli y de novela

- la que se pregunta que pa' qué aunque todos conozcamos la respuesta

- la que muniquea y así darle motivos para que no destruya el blog

- la más cool de todas las luc

- la que se hizo de una nueva piel y la estrena cada día.

Imagen de katiew.
Imagen de thereisabeeinmypunch.

domingo, 18 de mayo de 2008

Cuarenta

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Estiramos las cenas entre libros, dipsomanía y borracheras de palabras. Habla mucho, pero pocas veces dice algo. No le gustan las muestras de cariño en público (aunque a mí nunca me diga nada cuando la toco). Su casa es un espacio abierto para los amigos y los amigos de sus amigos, aunque no los conozca. Sólo lee clásicos, no se pierde una exposición, una obra de teatro, una danza o una ópera y yo la acompaño cuando puedo. La conocí aquí, un mes de marzo, y en junio estábamos tomando los primeros vinos en la plaza de Chueca. En este tiempo he asistido a los coletazos de una ruptura, a otra y a un comienzo. A ella no le gustaban las andaluzas y la andaluza despotricaba contra las rubias, pero llevan juntas cinco años y adelante. Es la guía del ocio de al menos cinco ciudades: Segovia, Madrid, Vigo, Oporto, Córdoba. Se conoce todos los bares -siempre ha sido noctívaga-. Está enamorada de sor Juana Inés de la Cruz. Jamás paga su mal humor con los demás. Yo la admiro, por esa y por otras muchas cosas. Ha cumplido cuarenta y quemaremos Madrid, por lo que tienen los cuarenta de número redondo, de década recién despedida y de encuentros.

sábado, 17 de mayo de 2008

Sin adioses

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No sé si es la incertidumbre laboral o son los tangos, pero me acuerdo de ti, demando una despedida, se me enrosca la gente que no me dijo adiós, me corto los dedos delante del teclado, releo textos viejos, charlas irreales, intento convencerme del olvido y vuelvo a ver tu nombre en todas partes.
Las historias que no se cierran se vuelven putas. Es mentira que el tiempo cure: del pasado no se sale ileso. Me exorcizo de la mejor manera que sé. Sin resultado.
Tengo un ritmo lento hecho de memorias, una imagen tuya en mi cabeza y una estocada sin destinatario.

Cosas que nunca creerán

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Así se llamaba un artículo que escribí y que salió en prensa hace ocho años. En un mensaje de más abajo, escribí que no entendía por qué no se legalizan las drogas todas. Alguien me ha escrito para preguntarme qué beneficios hay en consumir drogas. Yo hablé de legalización: no de consumo. Eso, para empezar.


Con el tema de las drogas, me pasa como con el feminismo: yo no estoy para educar a nadie a estas alturas (a no ser que sean alumnos y me paguen). Ni siquiera podría decir por qué creo que hay que legalizar las drogas, además de las razones por todo el mundo sabidas (controlar las sustancias de corte, no potenciar el mercado negro, evitar el fariseísmo de querer tratar la adicción a la heroína con metadona, eludir la atracción que tiene todo lo prohibido). Sólo sé que estuve cuatro años dándome vueltas por los barrios marginales de Sevilla y al final, la convicción se transformó en una intuición poderosa.

Al fin y al cabo, hemos legalizado la droga más poderosa y más dañina de todas las que existen, y la usamos en todas nuestras celebraciones sociales, de tal manera que ninguno la considera droga o incluso la incluye en esa calificación banal y falaz de las "drogas blandas". Al fin y al cabo, la Organización Mundial de la Salud lleva veinte años (lo hizo por primera vez, creo recordar, en 1983) diciendo que muchos sufrimientos, en los hospitales, se paliarían mejor si no existieran las restricciones legales a los opiáceos. Al fin y al cabo, tenemos Estados que velan por nuestra salud (nótese la fina ironía) y prohíben consumir un producto del que sacan no pocos pingües beneficios (pero de esa hipocresía de doble moral victoriana también se podría hablar mucho) y que realizan campañas antidrogas de ésas que, en cuanto las ves, te dan ganas de ir corriendo a meterte un pico de tan infantiles, tan absurdas y tan banales que son. Al fin y al cabo, las políticas sociales brillan por su ausencia y se dedican a parchear porque el problema de la droga no es un problema de oferta y demanda -en el mercado no se mete mano nunca. Salvo cuando hay elecciones y de pronto hay mil barcos en los puertos llenos de heroína y cocaína: qué casualidad, coño: el mercado existe cada cuatro años-. Ni es problema de la necesidad que tiene alguien de una sustancia, sino la alarma que se crea cuando un tipo con el mono viene a pedir dinero a los bienpensantes y biennacidos y hasta les atracan o le dan un tirón al bolso, dónde vamos a ir a parar. Que nos lleva a la necesidad que tienen todos los gobiernos de mantener unos ciertos mínimos de inseguridad ciudadana, porque en ella -y en más- se sostiene el sistema. Y, si hablamos de los conceptos, la cosa es de risa. Entre lo de las drogas duras y drogas blandas y lo de que el drogadicto es un enfermo -viva la estigmatización, señores- y que el café, el té y el ibuprofeno que me tomo para las reglas o el whisky o la copa de vino -que ahora es un alimento- no son drogas, pare usted de contar. Por no hablar de la obsesión que tiene todo el mundo por la medicina natural y las plantitas -a ver de dónde se creen que viene la farmacopea: ¿del aire?-. Y de la falta de consenso entre las definiciones de drogas, fármacos o medicinas, que interesa sobre todo a los laboratorios. O todo lo demás. Lo legal. Lo ilegal. Y el lavado de cerebro. Y el que se hace yonki porque le atrae la figura del yonki y por ninguna otra cosa más.

Y no nos hemos metido, observen, en el tema de cultivos, destilaciones, falta de alternativas, Política Agraria Común, transportes, lucha por la legalización de un cannabis que está medianamente bien visto, campesinos, falta de tierra y legitimación del statu quo.

Que lo de las drogas es empezar y no acabar, oigan.


(Y pongo esta imagen porque la he visto tantas veces y terminé tan harta de verla...)

miércoles, 14 de mayo de 2008

Preguntas absurdas

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A estas alturas, ya no me disculpo por los libros que me gustan y menos aún por los que me dejan fría. Hubiera dado un brazo por escribir el diálogo de Athos y D'Artagnan en la Plaza Real, por un final como el de El Club de los Suicidas -Stevenson siempre me ha dado verdadera envidia, a pesar de Woolf- o por construir un personaje como Sidney Carton. Uno tiene que escoger a quién servir y yo tengo muy claro a quién sirvo.

El carácter se te moldea con tus lecturas, más que con ninguna otra cosa. Más que con las circunstancias, más que con las decepciones, más que con el desamor. Porque te ofrece todos los conceptos a los que podrás asirte, y la defensa. El honor, la lealtad, la amistad, el valor, la coherencia. La adopción de un punto de vista político, histórico, social. Te moldea el gusto, te eleva y te desclasa y, al fin, puedes divertirte con unos textos que serían farragosos para otros. Puede que no sirva para nada, o para sentirte como un bicho raro a los 13 cuando están Vallejo, Whitman, Ovidio. Puede que sólo para el placer, para no encajar más que con algunas personas, para no inscribirte en ningún grupo o para esta visión de la realidad extraña. O para plantearte preguntas absurdas.

Ahí está, por ejemplo, la Plaza Real. No me canso de leer ese párrafo y digo yo que habrá millones mejores -ah, perdón: a estas alturas, ya no me disculpo por los libros que me gustan-. Acabo de (re)leer -¿cuántas veces van ya?- el mejor canto a la amistad que se ha escrito nunca y allí un hombre se desmaya cuando envenenan a su amor y a otro le sirven los abrazos y las caricias de sus amigos en la adversidad y otro, ya mayor, más de sesenta, mira a su amigo de más de treinta años en la despedida: "¡Si supieras cuánto te he querido!". Todos ellos señores de la guardia del rey, del cuerpo de mosqueteros, que desenvainan la espada a la menor ocasión y que salvan reinas, seducen, comparten el dinero y se emborrachan.

Lo escribió Dumas y digo Dumas y no Maquet porque la genialidad es de Dumas y al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Lo escribió Dumas y tuvo éxito, así que deduzco que esos hombres -cuatro mosqueteros capaces de ganar ellos solos una batalla a un ejército inglés, cuatro tipos fuertes y leales y duros- no estaban tan lejos de los hombres reales que les leían: quizá sí en la profesión, pero no en el carácter. Ésos que lloran, digo, y se abrazan y se tocan y se dicen sin rubor "a nadie más he querido en este mundo".

Leer te sirve para eso, decía. Para hacerte preguntas absurdas.

¿De dónde viene la imagen de macho insensible, cerril y de cemento que nos acompaña hoy?

Y no: no le echen toda la culpa al cine.

lunes, 12 de mayo de 2008

La Plaza Real

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–Jamás me entrometo sino en lo que me atañe, y sé aparentar que no veo lo que no me importa; pero aborrezco a los hipócritas, y en esta categoría cuento a los mosqueteros que se las dan de clérigos y a los clérigos que se las dan de mosqueteros. El señor –prosiguió, volviéndose hacia Porthos- es de mi parecer.

Porthos, que aún no había hablado, contestó sólo con una palabra y un ademán.

Dijo sí y echó mano a la espada.

Aramis dio un salto hacia atrás y sacó la suya. D'Artagnan se encorvó, preparado para atacar o defenderse.

Tendió entonces Athos una mano con la actitud de mando supremo que le era propia, sacó lentamente su espada del tahalí, rompió el acero sobre su rodilla y tiró los dos pedazos a su derecha.

Se volvió después hacia Aramis y le dijo:

–Aramis, romped esa espada.

Aramis vaciló.

–Es preciso -dijo Athos.

Y en voz más alta y dulce añadió:

–Así lo quiero.

Más pálido que nunca, pero subyugado por aquel ademán, vencido por aquella voz, partió Aramis con sus manos la flexible hoja, se cruzó de brazos y quedó en suspenso, temblando de rabia.

Este movimiento hizo retroceder a D'Artagnan y Porthos; el primero no sacó la espada y el segundo envainó la suya.

–Prometo ante Dios que nos ve y nos oye en medio de la solemnidad de esta noche –dijo Athos alzando lentamente su mano derecha–, que jamás, jamás, se cruzará mi espada con las vuestras, ni tendrán mis ojos una mirada de ira, ni abrigará mi corazón el menor sentimiento de odio para vosotros. Hemos vivido juntos; juntos hemos amado y aborrecido; hemos vertido y mezclado nuestra sangre, y tal vez podría añadir que existe entre nosotros un lazo más poderoso que el de la amistad: que existe el pacto del crimen, porque entre los cuatro hemos condenado, juzgado y dado muerte a un ser a quien quizá no tuvimos derecho para arrastrar de este mundo, aunque más que del mundo pareciera morador del infierno. Siempre os he amado como a un hijo, D'Artagnan.Diez años hemos dormido hombro con hombro, Porthos; Aramis es vuestro hermano como es mío, porque os ha querido como yo os amo todavía, como os amaré toda mi vida. ¿Qué vale para nosotros el cardenal Mazarino, cuando hemos domeñado la mano y el corazón de un hombre como Richelieu? ¿Qué vale éste o aquel príncipe para nosotros, que hemos consolidado la corona en la cabeza de una reina? Os pido perdón, D'Artagnan, por haber cruzado ayer mi acero con el vuestro, y Aramis se lo pide a Porthos. Odiadme si podéis; yo os juro que a pesar de vuestro aborrecimiento os profesaré siempre la misma estimación, la misma amistad. Ahora, Aramis, repetid mis palabras, y después, si quieren y si queréis, alejémonos para siempre de los que fueron nuestros amigos.

Reinó un instante de solemne silencio, que fue interrumpido por Aramis.

–Juro –dijo con franca mirada, pero con voz algo agitada todavía–, que no tengo resentimiento contra los que fueron nuestros amigos; juro que siento haberme batido con vos, Porthos; juro, finalmente, que no sólo no se volverá a dirigir mi espada contra vuestro pecho, sino que nunca abrigaré en lo más hondo de mi pensamiento la menor intención hostil contra vos. Venid, Athos.

Este dio un paso para marcharse.

–¡Oh!, no, no. No os vayáis –exclamó D'Artagnan, arrastrado por uno de esos irresistibles impulsos que revelaban el calor de su sangre y la natural rectitud de su corazón–; no os vayáis, porque yo también tengo que hacer un juramento. Juro que daría hasta la última gota de mi sangre por conservar el aprecio de un hombre como vos, Athos, y la amistad de un hombre como vos, Aramis.

Y se precipitó en brazos de Athos.

(Creo que me sé este capítulo de memoria y que habré releído el parlamento de Athos unas treinta o cuarenta veces. Y en mi campaña por el fomento de la lectura de los clásicos -y, sobre todo, de clásicos tan denostados como Dumas, ya sabéis, literatura menor y de aventuras- lo escribo aquí para que os deleitéis y os estremezcáis y os asombréis como yo cuando lo leo. He dicho).

La edad

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Ayer lo descubrí.
Estoy vieja.
Una cena. Algunos de mis amigos y Román Gubern. Le gusta oírse, pero tiene qué decir y sabía que era el centro. También los hay que hablan sin decir nada. Yo misma, a veces, y una de mis imprescindibles. Maestras ambas en el arte de contar sin mostrar.
El postre: un zumo de naranja y un café.
No pude pegar ojo hasta las dos de la mañana.
Hace un par de años, lo hubiera podido beber a espuertas.
No lo he notado sólo en eso.
Desde hace un lustro, sólo me despierto con un café por las mañanas. Si no lo tomo, estoy dormida todo el día.
Tengo 31 años.
¿En qué minuto dejé de poder beberme un café después de cenar y comencé a necesitarlo al levantarme?

domingo, 11 de mayo de 2008

Incomprensión

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Necesito escribir lo que me pasa y perder el tiempo delante de un papel. Ahora reconozco a la yo que era yo cuando me leo. Tampoco ha cambiado tanto. Alguna convicción más: cierta seguridad en lo que hago y en cómo y en por qué, y lo que cuesta todo eso. Algún plan que vuelve a posponerse, hasta que lleguen tiempos mejores. Algún bufido de más.



Se ha de vivir con una venda, para que no te derrote la incomprensión del mundo. Se me escapa el sistema económico que permite que muera una persona cada tres segundos. Se me escapa la rueda del mercado laboral, que compra inteligencias y esfuerzos a cambio de cerrilidad y de silencio. Se me escapan los métodos de producción que no dejan claro qué producimos ni para quién y menos aún qué compramos, ni dónde metemos nuestro dinero, ni por qué lo que se vende (desde los libros a las películas, desde la cultura hasta la moda) es tan alienante. También se me escapan las relaciones internacionales, la inmigración (que siempre es vista desde el ellos y el nosotros y el miedo y el desconocimiento y los discursos de una clase política que se la coge con papel de fumar), la Bolsa, la Macroeconomía, el ladrillo y la política europea, PAC a la cabeza y espacio universitario en la cola y entre las piernas -a ninguno de ellos le sirvieron las letras-. Sigo sin comprender por qué no se legalizan las drogas todas; por qué el cansancio lleva a la indolencia; de dónde el descrédito de la disciplina y de qué manera se vuelve -¿nació así, ya?- tan conservador y tan rastrero un niñito de 25 años. Qué pasó para el individualismo y el sálvese quien pueda. Y qué para encontrar a tan pocos que vean y sean luz. A pesar de esta derrota que es diaria.

Ferias

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En Cáceres descubro a quien(es) sería(n) mi(s) librero(s) de vivir allí. En la ciudad que habito los fines de semana, el mío se fue a Huelva y me dejó sin distracciones, llamadas de teléfono y paseos por la sección de poesía.

La reivindico entre tanto best-seller que se puede encontrar en cualquier parte.

De todos modos, encuentro joyas, cuando el público me deja.

Compro clásicos: Kipling, Verlaine, Wilde.

Hago caso de una recomendación: Blandiana.

Sonrío cuando encuentro el último poemario de Segovia, que seis días después me dice que le apabullo.

Me llevo un libro de Peixoto y otro de un profesor al que le gusta dar clases.

Una semana antes, había tomado un vino con él y le puse cara, gestos y cuerpo a la voz. Me gustaron todos ellos. La voz me gustaba de antes.

Fueron los mejores minutos de un día de perros.

viernes, 9 de mayo de 2008

Una historia cualquiera

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Lo aprendí en mi primer trabajo: la calidad no importa. Importa que el producto salga a la calle. No cómo. Nadie me ha demostrado después lo contrario.

A ella tampoco.

Tiene 50 años, lleva treinta trabajando, es una de las mejores profesionales que conozco y hace nada le ofrecieron un contrato humillante y le dijeron que la dignidad se la tenía que guardar. No firmó.

El mercado laboral, el capitalismo y el patriarcado la llevaron derecha al psicólogo.

Lo lleva como puede.

Yo tengo veinte años menos y voy repitiendo la misma historia.

Al menos podemos mirarnos al espejo sin sentir asco.

Pero eso no consuela.


Imagen de >>Driver<<.

Yo la tuve toda

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Cuando flaqueo, lo recuerdo. Un no sé es un no que no se quiere decir más que a medias. Y ahora, por ese no sé, sé que no caeré. Que yo también cumpliré mi parte, aunque nunca haya quedado en nada. Aquí los contratos siempre tuvieron una única forma. Uno pone las reglas. El otro las acata, y ya. Sin discusiones. Pero resulta que yo jamás fui un buen soldado.

Me hubiera gustado un poco más de valentía. Por tu parte, digo.

Yo la tuve toda. A mi pesar.


Imagen de Angelique (Liek).

jueves, 8 de mayo de 2008

La boda perfecta (y ficticia)

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La única razón por la que me casaría sería por reunir a todos mis amigos en el mismo lugar. La cuestión es harto difícil: no hay candidato alguno a la vista, ni creo que lo haya en un plazo razonable; existen serias dificultades familiares que me impiden contraer matrimonio y que no voy a contar aquí pero mis amigos se saben al dedillo y tampoco creo que Dios o el Estado hayan de regular la vida público-privada de cada uno. Pero esto es una fantasía y en las fantasías todo es perfecto.

Y, como todo es perfecto, yo invito a la gente a mi boda porque me ha tocado la lotería y pago billetes, alojamiento, comidas, desayunos, cenas y hasta vestidos y trajes si hacen falta. Y peso veinte kilos menos y estoy espectacular -ejem: no me veo de blanco: obviemos este punto- y estoy enamoradísima de no sé quién -esto también se puede obviar: pongamos que he hecho las paces conmigo misma y me caso con la persona a la que más debería querer, que soy yo-. Pero sí hay una ceremonia, esa especie de rúbrica pública de un compromiso que no se sabe cuánto va a durar pero del que se espera que sea para siempre.

Esto es una fantasía y en las fantasías todo es perfecto. Por eso me casa Jandro, que es la única persona en el mundo que querría que me casara, porque me conoce desde hace catorce años, me ha salvado la vida y la psique en más de una ocasión y se sabe todos los entresijos de un buen ritual.

Antes, los preparativos. Ángel habría diseñado las invitaciones -a su estilo: nada cursi, en buen papel, con un buen sobre y una cartita (mía) personalizada para cada uno-. Reme me habría sometido durante meses a una cura de belleza milagrosa -mesoterapia, chocolaterapia, drenaje linfático, depilación, limpieza de cutis, prueba de maquillaje-. Rafa me cortaría el pelo -tengo cuatro: no hay prueba de peinado que valga: no es posible-. Y el vestido lo diseñaría Pupe, que ya dio buena cuenta de su saber hacer en su propia boda, bajo la supervisión de PeepToe y Raquel, a quienes les dejo los complementos y los zapatos. Esto es una fantasía y en las fantasías todo es perfecto, así que resulta que sé caminar con tacones sin caerme y parezco hasta femenina. Que ya es mucho fantasear.

Así, invitaciones repartidas, cuerpo de infarto; cara, la que tengo; los cuatro pelos colocados y ropa maravillosa, nos plantaríamos en el mejor lugar de la Tierra, los cortados de Aguadú cuando atardece -un atardecer eterno, porque la ceremonia será larga pero no se hará pesada-, con Jandro preparado y en el centro y los amigos.

Miguel conduce el coche. Pablo hace las fotos. Chiquitín graba cada minuto. Más que una boda, parece que exploto a los amigos. En fin.

Las fantasías son perfectas y a ellos no les importa y mi hermano Nacho canta sin que sea preciso emborracharle primero. The Man I Love. Porque me caso con un hombre al que amo, me casa otro hombre al que amo y un tercero, al que no amo menos, abrirá la ceremonia para leer. Un discurso de los suyos, de ésos que tarda cuatro meses en componer pero que luego redondea como nadie.

Después, no sé. No sé qué diría Jandro, pero sí que habría lecturas. De textos propios -Nerea, Maricarmen, Pupe, Sonia-; el Soneto VII de los Sonetos del Portugués, de Elizabeth Barrett Browning; el Toco tu boca, de Julio Cortázar; el Amor a primera vista, de Wislawa Szymborska; el Una mujer y un hombre, de José Manuel Díez (este último no está en la red: repartidlos como queráis, amigos míos) y unos versos de mi hermano Antonio, que leería él porque son suyos. No sé cómo enlazar tantas palabras juntas, pero las fantasías también pasan de puntillas por lo difícil y habría una canción que podría ser una promesa -Eternally- si no fuera porque no me fío de las promesas eternas que hago. No estoy muy segura de querer que haya anillos, pero debería cantarse justo en el momento ése en que a dos les definen como marido y mujer y ninguna otra cosa más.

Habría otra canción, de despedida. Over the rainbow. Comeríamos el menú más perfecto que pudiera elegir cada uno y correrían el vino y el hachís y el baile se abriría con una canción nuestra, de los dos, porque toda pareja tiene una canción que le trae al otro a la memoria. Si no existiera, cosa harto improbable, en el Plan B se contempla el My Way de Sinatra. Y me rodean el resto de las parejas de mi vida y hay lo de siempre: mucho beso, mucho abrazo, muchas canciones -los Beatles, Ray Charles, Sinatra, James Brown, Jackie Wilson, algún tango-, muchas risas, todo el amor del mundo...

... y un cansancio que te hace dormir mil horas seguidas.

La noche de bodas la dejamos para otro día, que yo hoy estoy muerta.

A petición de Tupp.

Imagen de Santidd. Imagen de Trainspotting. Imagen de Carlos Porto.


miércoles, 7 de mayo de 2008

Crónica de un 3 de mayo

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La felicidad se puede masticar.

Comencé a masticarla a las nueve de la mañana, cuando abracé a Miguel, cuando le dije te quiero, porque siempre le digo que le quiero, por si acaso se le olvida. Estaba en los churros y el café, July y yo quitándonos la palabra de la boca -se casa la Pupe- y un niño de un año mirándonos mientras jugaba. Luego todo fue muy rápido y muy lento: otro café, un cigarro en el patio, una hora en la peluquería, medias, falda, escotazo, pantalones, una camisa amarillo pollo, un bolso pequeño, base de maquillaje, máscara de pestañas, pendientes, barra de labios, colorete. Taconazos.

Él ya estaba en la Iglesia y yo buscaba al cura para decirle que tenía que leer. Al principio, como apertura de la ceremonia. Luego fuimos a buscarla a ella, los ojos brillantes, el ramo en la mano, los hombros al aire y la sonrisa. Los amigos. Los amigos que tengo gracias a ella -July, Miguel, Noelia, Ana- y los que conoces después y te gustan -Montse, Espe, Bea-.

Seguí masticándola cuando abracé al padrino -el hombre más guapo de la fiesta- y luego los nervios no me dejaron pensar en ella más. Sólo en no caerme al subir tres peldaños, con los tacones, en desplegar dos folios, hablar sin que me temblara la voz aunque me temblaran las piernas y las manos, en mirarlos a ellos dos, porque sólo existían ellos dos, y no me percataba de que la Iglesia estaba llena y sólo existían dos caras: la de mi amiga, con los ojos brillantes; la de él, sonriendo.

Luego volvió, la misma clase de felicidad punzante, cuando se fueron los nervios y el cura habló y leyó la sobrina de Flores, que lee y escribe como si le fuera la vida en ello, y se casaron y pudimos abrazarles y besarles y salimos de la Iglesia para escuchar a los hermanos de Flores, que son todos los miembros de la Tuna de Medicina de Badajoz. A mi lado, CH haciendo fotos, Espe grabándolo todo, un montón de capas en el suelo y la Tuna Compostelana y Las Cintas de mi Capa y el arroz y el baile.

Después, adiós. Una visita al Puerto para ver a las madres de July y Miguel y que nos dijeran lo guapísimas que íbamos y enseñarles las fotos de la novia y hacerles una con el pequeño y otro viaje a Zalamea para abrazar a Montse y a Cano y llegar al banquete y brindar con los novios y ver un vídeo que hizo Espe con imágenes de la vida de ambos antes del reencuentro y después.

Las bodas son un jaleo, excepto las que vives como si fueran propias. Al final se hará de recuerdos. Recordaré al padre de Pupe invitándome a una copa de vino en la mesa presidencial, a mitad de la comida, y dándome un trozo de su filete. A Jon pataleando en la puerta de la Iglesia. Una sevillana con Jose -llevo ocho horas bailando -y me señaló-: Tú, seis y media-. Un rato cantando con la tuna a media tarde y poniéndole cara a tantos nombres -nosotros también hemos oído mucho de ti-. A Noelia con un puro en el escote y liándola con todos los tíos, porque no se da cuenta del poder sexual que tiene (o sí se da, pero le da lo mismo). A Jennifer borracha y bailando sin parar y comunicándose con gestos porque sólo había dos personas que hablaran francés de entre más de ciento y pico. A los niños cantando Barlovento. Un baile agarrado con Flores -estás borracha. Yo también-. Y otro baile. El más emotivo de todos.


Porque le dedicaron Ojos de Gata a Montse y Cano y bailaron, abrazados; ella con la pierna vendada y las muletas que usa desde hace años; Rosa y yo llorando; el resto del mundo, en silencio. Algunos sabemos qué hay ahí. La clase de amor tan bestia que les mantiene juntos desde hace dos décadas, a pesar de todo lo imaginable. Y por eso se nos hizo el nudo en la garganta y por eso aplaudimos y por eso todas bailamos con él y nos dimos cuenta de todas las victorias.




free music


Después hubo tangos y derrota. Parra cantando Confesión y Garganta con Arena y El día que me quieras, mientras Flores me abrazaba y me abrazaba y no paraba de abrazarme y yo me acordaba de Pablo en Buenos Aires y de los tiempos de la Facultad, uno durmiendo en la barra con el vaso bajo de whisky en la mano, dos tocando, yo intentando cantar con una voz que más me hubiera valido para emular a Chavela Vargas y para una ranchera y el sueño que te muestra que la noche se ha acabado y el despertar en la casa de Montse, un café, más tabaco, una charla íntima y hermosa, y otra vez July y Miguel y el niño y tarta y Nocilla y café y un viaje de vuelta y muchos folios y un puñado de fotos en la cámara y un álbum por hacer y mucho amor.

No me lo pasé bien. Fue mucho más que eso.



Imagen de P10nero. Imagen de Just Peter. Imagen de Nash72.

Se casó mi mitad

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Ha pasado mucho tiempo desde aquel "Yo te gusto, ¿no?" que marcó el comienzo. Al final, dos se unen, supongo, porque sus palabras son las mismas y son los mismos los miedos y se reconocen cuando se miran y saben que están en casa. No sé cómo se mantiene eso. Todos dicen que es difícil: a mí no me lo parece. No me lo parece porque he visto ciertas miradas, he asistido a ciertos ritos, he sabido de ciertas historias. Y casi todo ha sido cotidiano y fácil. Ha sido fácil el encuentro, la confianza, la asunción de algunos hechos, el paso de los días. Aunque al principio los demás fuéramos duda, como sucede en todos los principios.

Yo creo que no será difícil, porque sé que es posible. Iré donde tú vayas, me quedaré donde estés, tu tierra será mi tierra. Al final son sólo frases y el amor es uno y el mismo: por eso se le escribe tanto. Por eso y por esa clase de física y química de la que se nutre y que es la culpable de las mariposas de tela en el estómago, de la angustia, de la locura y de la alegría. Pero también de la seguridad y de la calma que da el reconocerse en otra persona. De saber que es la correcta.

No sé si te lo he dicho alguna vez, pero a mí me gusta este hombre. Me gustan su ironía y su templanza y la manera optimista que tiene de encarar la vida y la forma de despreocuparse de lo que no sea esencialmente importante y la forma de acoger dejando libre. A ti no te lo he dicho nunca, pero ella es la persona más valiente, más entregada y más entera que conozco. Ella es muchas cosas, además de ser el mejor territorio, el terreno conocido, de al menos tres de las mujeres que estamos aquí hoy. Al fin y al cabo, nunca se ama solo. Y por eso llenamos esta Iglesia: porque también amamos.

No sé qué desearán los demás. Yo sólo voy a desear eso. Que sea fácil. Que pasen veinte años y parezca que fue ayer, que veinte años no es nada. Que las palabras sigan su curso, todos los días, por nimias que sean. Que te puedas mirar en los ojos del otro, y reconocerte, y saber que eres mejor porque te miras con sus ojos. Que no falten los amigos. Que el otro te complete y te conforme y te construya. Que podáis tener el mundo en la palma de la mano y la eternidad en una hora. Que os siga apasionando bailar la danza más antigua del mundo. Que el otro sea tu idioma. Que no se cierren las puertas. Que su piel sea tu patria.

Al final sólo es eso: el beso, el abrazo, la caricia, la lealtad, el amor. Vivir.

jueves, 1 de mayo de 2008

1 de mayo

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El mercado laboral, la dinámica empresarial, te dejará aprender mil verdades inmutables.


Una: que no importa cuánto valgas: eso no te garantiza encontrar un trabajo.

Dos: que no importa cuanto valgas: eso no te garantiza mantenerlo.

Tres: que sigue sin importar cuanto valgas: tampoco te garantiza ni el agradecimiento ni el pago por los servicios prestados.

Cuatro: que, aun cuando seas eficaz y eficiente y realices tu trabajo con unos niveles de calidad medio-altos o altos, si no sabes venderte, si no eres de los que van a los despachos mendigando, o haciendo la pelota, o lamiendo culos o pollas deliberadamente, siempre te quedarás en el último escalafón.

Quinto: que nada te privará de un acoso laboral por un quítame allá esas pajas.

Sexto: que si gritas, serás considerado un histérico y perderás toda razón, por más que la tengas.

Séptimo: que la frustración no te la salva el que, si tienes suerte, te guste tu trabajo.

Ocho: que siempre ascenderán los mismos (si uno no se lo cree, que relea el punto cuatro).

Nueve: que si no rechistas, te sacarán las tripas. Y si protestas, serás considerado un elemento subversivo.

Diez: si, además de todo esto, eres mujer, date por follada.