Eran las once y media de la noche. Sonó su voz en un bar de un pueblo del sur. Una despedida, una rumba con macetas, un tipo de sonrisa grande que se lo pasa bien encima de un escenario, un mensaje de móvil que no mandé porque era sábado y una promesa que ahora se cumple. No le daré ningún premio, salvo mis ojos y mis oídos. Cuando se puede. Algún poema que me aprendí. La convicción de que siempre compraré uno de sus libros. El asombro ante algunos versos. El reconocimiento de una voz rasgada que grita. Ciertos abismos. Más de un concierto. La permanencia en la sombra, como siempre. Alguna sonrisa. Alguna palabra, de vez en cuando.
Debo otros textos.
Cumplió 34 años un tipo al que quiero. Un niño de ojos verdes, cuerpo grande y abrazos huidizos que, sin embargo, me mima, me espolea y me protege a todas horas. Desde que le escribí por vez primera para retarle ha pasado mucho tiempo. Ha habido mil cenas, un partido de fútbol, muchos proyectos, una cena a solas, alguna bronca, mucho estrujar cada gesto y cada frase, mucha charla (que es de lo que se construyen las cosas) y la misma admiración, porque es inteligente y lúcido y me enternece que le afecte el clima y que sea capaz de recitarme a Shakespeare en inglés y que me muestre todos los viajes que sí hace y que me mire para volverme del revés y me cuente todas las historias del mundo. Oírle hablar me hace feliz. Y supongo que es lo mejor que puedo decir de alguien.
Cumplió 41 otro tipo al que quiero. Un tiarrón grande que toma decisiones después de darles vueltas durante dos días y que es capaz de preguntar, de interrogarlo todo y de admirarse. Trabajar con él es una de las mejores cosas que me han pasado jamás. Trabajar con él y ser capaz de entrar (y de quedarme) y compartir todos los pedazos de vida compartibles. Echo de menos sus abrazos a todas horas y que me enseñe las estrellas y cerrar la puerta para tomar un café a solas, invitarle a comer, escucharle la voz, verle a diario, sentir que estoy segura, asombrarme. Hace algo más de un año dije que tenía la impresión de que era de los que llegaban lentos. No recuerdo cómo empezó todo, pero sí de lo que se hizo. Ahora es un refugio.
Cumplió años también -no sé cuántos- una mujer. Nunca le he oído la voz y me gustaría escucharla cantar. Nunca le he visto la cara, salvo en una fotografía, y no sé si la reconocería de encontrármela por la calle. Pero está. Escribe como Dios. Me hace aprender. Me provoca más palabras. Me gusta su manera de ver el mundo porque me gusta su punto de vista. Busco sus letras, en cualquier parte (un blog, un foro, una respuesta a algún mensaje, un chat). Me hace crecer. Supongo que tomaremos un café algún día. Quizá.
Me quedan muchos días. Con todos.
domingo, 27 de abril de 2008
Dardos y retrasos
9
comentaron
Publicado por
Los viajes que no hice
en
4/27/2008 11:18:00 p. m.
Etiquetas: Carlos, DXC, José Manuel Díez, Juan Pablo, Regalos, Tuppence
lunes, 25 de febrero de 2008
Nuevo año
19
comentaron
No se hacen balances cuando no han pasado dos meses del comienzo de año. Eso me digo. Pero da lo mismo. Lo hago para que no se me olvide que, aunque al final resulte horrendo, comenzó maravillosamente bien.
Perdí a una persona. Perdí a una persona que ha sido importante, muy importante, para mí durante el último bienio. El único éxito que me resta es que por mí no ha quedado. Ahora aprenderé a echarle de menos sin que duela. A intentar echarle de menos sin que duela. A intentar que la añoranza se transforme en recuerdo pero no reste nada: ni las ganas, ni la confianza, ni la sonrisa. A intentar, también, dejar de escuchar tangos que me lo traigan a la memoria, porque siempre que pierdo a alguien importante escucho tangos. Malevaje, Antonio Bartrina a la cabeza. (Angustia de saber / muerta ya / la ilusión y la fe. / Perdón si me ves lagrimear: / los recuerdos me han hecho mal).
Comencé a vivir sola. Y me pasé las tardes cantando lo feliz que me sentía. Estrené una cama de matrimonio para mí, para dar vueltas y más vueltas, sin que se me haga grande (porque a mí las camas nunca se me hacen grandes). Recuperé la cordura que había perdido sin darme cuenta, el buen humor, las ganas de ser. Me di cuenta de que tengo el tiempo, todo el tiempo, y de que todo está por hacer y todo es posible. Me percaté de lo hermoso que es cuidar de un espacio que sientes tuyo y adornarlo con libros y portafotos con imágenes de todos esos amigos que viven lejos y con velas e incienso y cuadernos en los que escribirlo todo.
Saboreé la felicidad rutinaria. La maravilla de tener un trabajo creativo que se desempeña con mejor o peor fortuna pero con muchísimo gusto, porque me divierte. Estrené nuevo blog, recuperé el anonimato (espero: a la tercera irá la vencida y lo haré privado) y volví a utilizar las noches para, cigarro en mano, taza de café en la mesa, emborronar cuartillas y para parar de escribir y volver a leer (Dickens, Dumas) y quedarme mirando la televisión -apagada- pensando en que todavía no me lo creo, porque no me había dado cuenta de lo mal que estaba antes. Ventajas de reír todos los días: que realmente no te percatas de que tu cabeza y tu humor no van a la par.
Adelgacé ocho kilos y pico, también, y los que vendrán, y me hice el firme y completo propósito de convertirme en una fashion victim cuando pierda los diecipico que me sobran todavía. No lo podré cumplir, ya lo sé: me faltan el gusto (bueno, tengo el mío, que me encanta a mí) y la disposición: nunca seré una mujer al uso, por mucho que adelgace. Pero, al menos, me cabrá la ropa. Que siempre es un consuelo.
Comencé el año siendo feliz. A pesar de la pérdida y la añoranza. La verdad es que eso, ser feliz, es algo que no me cuesta trabajo alguno últimamente.
Imagen de werd forthe wise.
Publicado por
Los viajes que no hice
en
2/25/2008 06:35:00 p. m.
Etiquetas: Diario de navegante, Juan Pablo
domingo, 10 de junio de 2007
Preguntas
29 comentaron
¿Cómo se cambia el carácter? ¿Puede uno sustraerse a los complejos y los espejos? ¿Podemos dejar de reflejarnos en la madre? ¿Es una decisión legítima o pura supervivencia psicológica dejarlo por imposible? ¿Qué clase de relaciones de control hay dentro de casa? ¿Con qué derecho juzgamos lo que le ocurre a los demás? ¿Deberíamos decírselo? ¿Alguna vez desaparece el complejo de culpa? ¿Qué realidad es la que vemos? ¿Cómo afecta a los otros esa realidad? ¿Qué señales emitimos? ¿Qué imagen proyectamos? ¿Qué miedo nos hace callar? ¿Qué conocemos de quienes comparten la sangre nuestra? ¿Podremos acercarnos algún día? ¿Sería posible que no nos afectara? ¿Que el amor que, al fin, tenemos no nos afectara?
Publicado por
Los viajes que no hice
en
6/10/2007 11:11:00 p. m.
Etiquetas: Inma, Juan Pablo
domingo, 8 de abril de 2007
Feliz cumpleaniversario
4 comentaron
Publicado por
Los viajes que no hice
en
4/08/2007 06:49:00 p. m.
Etiquetas: Inma, Juan Pablo
sábado, 7 de abril de 2007
Fútbol
6 comentaronHoy voy a ver un partido. De fútbol. Los partidos, me temo, siempre son de fútbol. Sólo los he visto cuando jugaban mis amigos (y era fútbol sala) y porque gente que me importaba me pidió que fuera con ellos. Inglaterra-España, con Asun y Julia, y un montón de estampas de santos al lado de la tele que no sirvieron de nada. Otro más (supongo que estaba el Barça implicado) en casa de Carmelo, diez o doce tíos y yo, tres o cuatro neveras portátiles llenas de sangría, patatas fritas y el mejor sitio del sofá.
Por la misma época, tuve que escribir una crónica del Sevilla-Betis. Los reuní a todos para que me la hicieran, en el bar, cerveza va y cerveza viene, y acabaron hablando de los modos de jugar, de por qué se juega, del significado que tiene ir detrás de una pelota, y seguir a un equipo, y el espectáculo y la técnica y el negocio y las pasiones. "No me fío de ningún tío al que no le guste el fútbol".
No volví a ver ninguno hasta hace tres años, con Keko y Javi, y me lo pasé analizando piernas, gemelos y glúteos ("nunca habíamos visto un partido desde esa perspectiva").
Ahora me encargan que comprenda el intríngulis del fuera de juego: su filosofía. Pregunto a periodistas deportivos, a mi padre y a uno del Atleti (pobre). Me hablan del ratoneo. Me pasan la página de la Liga de Fútbol profesional. La regla es la número once y es simple. Las implicaciones, complejas. En la primera jugada de un saque de esquina no hay fuera de juego. Ni en la de saque de banda o saque de meta. El jugador puede estar en posición ilegal, pero no cometer una infracción. Hay que esperar a ver qué hace, sin prisas.
Hoy será Barça-Zaragoza ¿o Zaragoza-Barça? De ahí el Camp Nou. Y porque Julia, Asun, Carmelo y Juan Pablo, que son los únicos que me han hecho ver fútbol (con Keko y Javi me quedé porque quise), son del Barça.
Yo sigo sin distinguir un geranio de un penalti.
Publicado por
Los viajes que no hice
en
4/07/2007 04:46:00 p. m.
Etiquetas: Juan Pablo
viernes, 24 de noviembre de 2006
Reto
4 comentaronEs lento, dice, y quizá cuando escriba no le entienda, si es que no tarda seis meses. Es capaz de arrollarme y por eso sólo le intuyo. Por eso y porque nunca podemos apresar del todo a nadie. Suscita preguntas. Me inspiró un texto que nunca escribí. No hay historia, sólo encuentros fugaces, con la complicidad que da el saber que alguien a quien respeto -una mujer clara y poderosa- le eligió para caminar hace años. Con esos retazos le construyo, moldeo la imagen y la rehago o la amplío con cada nueva charla. La disconformidad, la contundencia, las sensaciones, la cercanía, la forma de mirar. El juego de la observación, para el que nunca he valido. Quizá él tenga más suerte, con toda la complejidad que somos. Al menos sabe explicar, explicarse, apasionarse.
Publicado por
Los viajes que no hice
en
11/24/2006 09:48:00 p. m.
Etiquetas: Juan Pablo