domingo, 27 de abril de 2008

Dardos y retrasos

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Eran las once y media de la noche. Sonó su voz en un bar de un pueblo del sur. Una despedida, una rumba con macetas, un tipo de sonrisa grande que se lo pasa bien encima de un escenario, un mensaje de móvil que no mandé porque era sábado y una promesa que ahora se cumple. No le daré ningún premio, salvo mis ojos y mis oídos. Cuando se puede. Algún poema que me aprendí. La convicción de que siempre compraré uno de sus libros. El asombro ante algunos versos. El reconocimiento de una voz rasgada que grita. Ciertos abismos. Más de un concierto. La permanencia en la sombra, como siempre. Alguna sonrisa. Alguna palabra, de vez en cuando.

Debo otros textos.

Cumplió 34 años un tipo al que quiero. Un niño de ojos verdes, cuerpo grande y abrazos huidizos que, sin embargo, me mima, me espolea y me protege a todas horas. Desde que le escribí por vez primera para retarle ha pasado mucho tiempo. Ha habido mil cenas, un partido de fútbol, muchos proyectos, una cena a solas, alguna bronca, mucho estrujar cada gesto y cada frase, mucha charla (que es de lo que se construyen las cosas) y la misma admiración, porque es inteligente y lúcido y me enternece que le afecte el clima y que sea capaz de recitarme a Shakespeare en inglés y que me muestre todos los viajes que sí hace y que me mire para volverme del revés y me cuente todas las historias del mundo. Oírle hablar me hace feliz. Y supongo que es lo mejor que puedo decir de alguien.

Cumplió 41 otro tipo al que quiero. Un tiarrón grande que toma decisiones después de darles vueltas durante dos días y que es capaz de preguntar, de interrogarlo todo y de admirarse. Trabajar con él es una de las mejores cosas que me han pasado jamás. Trabajar con él y ser capaz de entrar (y de quedarme) y compartir todos los pedazos de vida compartibles. Echo de menos sus abrazos a todas horas y que me enseñe las estrellas y cerrar la puerta para tomar un café a solas, invitarle a comer, escucharle la voz, verle a diario, sentir que estoy segura, asombrarme. Hace algo más de un año dije que tenía la impresión de que era de los que llegaban lentos. No recuerdo cómo empezó todo, pero sí de lo que se hizo. Ahora es un refugio.

Cumplió años también -no sé cuántos- una mujer. Nunca le he oído la voz y me gustaría escucharla cantar. Nunca le he visto la cara, salvo en una fotografía, y no sé si la reconocería de encontrármela por la calle. Pero está. Escribe como Dios. Me hace aprender. Me provoca más palabras. Me gusta su manera de ver el mundo porque me gusta su punto de vista. Busco sus letras, en cualquier parte (un blog, un foro, una respuesta a algún mensaje, un chat). Me hace crecer. Supongo que tomaremos un café algún día. Quizá.

Me quedan muchos días. Con todos.


martes, 22 de abril de 2008

Repeticiones

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Las historias siempre se repiten y siempre de la misma manera. Una bicefalia, celos profesionales, la cuerda que se rompe por el lado más débil, la falta de ganas, la necesidad de luchar, el cansancio. El infinito cansancio. Las borracheras, los porros, la indignación, los amigos.

Varios años antes de que la palabra mobbing apareciera por primera vez en un periódico, a mí me despojaron de todas las áreas que llevaba -bienestar social, menores, inmigración, economía, cultura, juventud, asociaciones, algún que otro partido político, Delegación del Gobierno, religiones, defensa-, para repartirlas entre los becarios. Hay acosos que no se pueden denunciar porque no se van a demostrar nunca: uno así; una discriminación por ser mujer si no se está embarazada o se tiene un hijo; una ley de Extranjería profundamente machista. Menudencias. El castellano, además, es una maravillosa fuente de eufemismos: reestructuración del trabajo, reasignación de tareas, regulación de empleo, paraíso fiscal. Por no hablar de los discursos asumidos: los violentos (1), los partidos democráticos (2).

Varios años antes de que la palabra mobbing apareciera por primera vez en un periódico y yo le pusiera nombre a lo que me ocurrió, estaba conmigo una mujer. La misma mujer de la que intenté aprender lo poco que sé del oficio y que siempre me dará mil vueltas, porque escribe mejor, porque es certera en los análisis y porque siempre adopta el mismo punto de vista coherente y único. Tú por mí y yo por ti. Lo que me resulta irónico es que estemos viviendo otra vez lo mismo. Con el mismo discurso -resistir, luchar, mantenerse, jugar las cartas-; con los mismos mecanismos para intentar minimizar la derrota -los bares, los amigos, hablar hablar hablar-; con las mismas preguntas -¿habrá la suficiente fortaleza psicológica? ¿merece la pena el desgaste? ¿a qué precio se paga una situación laboral así? ¿la pasión que se siente por el trabajo será bastante?-.

Han pasado ocho años. Ha pasado una semana. Y todo regresa. Y a mí se me vienen a la mente mil noches en Aguadú fumando porros y cantando a La Unión; cuatro carreteros -uno de ellos va a ser padre- con un coche y unas pipas, los abrazos, las terapias de té moruno y tarta y jeringos, la mudanza, el sentimiento de culpa -el acosado llega a creer que merece el acoso-, la convicción de que era algo que había que callar -miedo a perder el trabajo, miedo a no encontrarlo-, el renacimiento, la herida. Todo el lastre.

Al final la cuerda se rompe por el lado más débil. Y el derecho laboral, eso ya lo sabemos, no existe, porque se ha perdido la base que lo sustentaba y ahora el trabajador y el empresario están al mismo nivel: son iguales, se piensa. Aquí se pierde siempre. El trabajador siempre pierde.

Eso lo sé. No me hacen falta más pruebas.

Pero también sé otra cosa: que resistir, hasta que se pierde, es la mejor forma de ganar. Que resistir, hasta que se rompe la cuerda por el lado más débil, es la única manera que tenemos algunos de no acumular una derrota inmerecida. De poder vencer.

(1) Aquí se llama "violentos" a los jóvenes del denominado "entorno etarra". Que lo de la denominación de "violentos" se me escapa. No sé si tiene que ver el fin del acto y no el acto en sí, porque quemar un contenedor en una calle de San Sebastián no es lo mismo que quemarlo en Granada.

(2) Aquí se llama "partidos democráticos" a todos los partidos excepto a ANV. Que, hasta donde yo alcanzo, es un partido democrático que ocupa varias alcaldías del País Vasco gracias a los votos democráticos de unas elecciones democráticas. Se da la paradoja, también, de que ANV no es considerado un partido democrático, pero sí lo es otro cuyo presidente saliente elige a su presidente entrante a dedo y sin votaciones internas. Y yo ya no sé qué significa la palabra, a pesar del DRAE. Y no me os lancéis a la yugular, que estoy hablando de conflictos laborales y acosos, a ver si os vais a poner a responder a las notas al pie, que quieren decir exactamente lo que quieren decir.



jueves, 10 de abril de 2008

No para eso

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Que las experiencias ajenas no sirven de nada me lo enseñó un yonki hace catorce años. Atracador a mano armada, enfermo de sida, heroinómano, traficante. Una de las personas más lúcidas, más cultas y más inteligentes que he encontrado jamás. Estábamos sentados, detrás de la muralla, hablábamos de las relaciones entre padres e hijos y me lo soltó. Que lo de la experiencia es un cuento. Que lo que él había vivido a mí podría no servirme de nada. Me citó a Breton, le escribí mi único poema, seguimos hablando siempre hasta que llegó la hora de irse, un paseo hasta el albergue de La Macarena, muchas palabras, mucho tabaco, una cama y una charla con pulgares, demasiado café, mil abrazos y algún que otro vino. Si vive aún, debería rondar los 56.

Hay historias que no cuento nunca.

Hoy tampoco.

Pero me he acordado de él porque las vidas que otros viven no son la mía. Porque Jandro tenía razón y sigo siendo un cristal oscuro. Porque me dijeron un tal vez que yo sabía que era un no; porque camino y me río y hablo y me entusiasmo con todas las perspectivas y al fin he dejado de buscar. Ahora sé que yo estoy creciendo de otra manera. Que no tengo más que unos cuantos libros, una pluma y un papel y que hay vidas que no son para mí. Podría haber sido una posibilidad, antes, y a veces me pregunto cómo sería. Cómo podría haber sido.

Él también me enseñó que hay personas que se convierten en fantasmas. Que se puede vivir con eso, un poco más rota, un poco más dura. Que hay dolores que se pasan y otros de los que no te olvidas jamás. Que hay para quienes no valen los amores, una casa, un horario, un orden, un camino recto, un pensamiento inocente. Se lo conté todo, porque no importaba. No iba a haber un gesto que me hiciera rodearme y esconderme; no iba a haber un juicio, ni una opinión, ni incredulidad. Sólo preguntas. Sólo un por qué. A veces se consigue esa comodidad. Al resto el juicio le nubla el entendimiento: no se permiten ninguna sorpresa, porque te han catalogado ya del todo. Él me enseñó que a veces no. A veces ocurre: se llama intimidad. O comunión. Ya saben: un café, algunos vinos, mucho tabaco, palabras. A veces es fácil. Aquella vez lo fue.

Tú no estás hecha para eso, me dijo. Estábamos en el bar de mi Facultad, con mis amigos. Y lo repitió: tú no estás hecha para eso. Ahora lo sé.

Han pasado catorce años de aquello y por fin he conseguido darme cuenta.

Imagen de González-Alba.

viernes, 4 de abril de 2008

Sexo en Nueva York / Sex and the City

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Se podría decir que es frívola, que sus protagonistas sólo visten ropas de diseñadores conocidos y carísimos, que fomenta el consumismo, las compras desaforadas y que trata a los hombres como objetos sexuales. Pero ahora es mi antídoto contra el aburrimiento y mi catarsis. Aprendo de moda, me río (lloro también: qué se le va a hacer: tengo astenia primaveral, como siempre), me asombro, comparo arquetipos. Juego. E imagino Nueva York.


También comparo. Cuento a las mujeres de mi vida. Dos van a casarse. Una va a tener un niño. Todas las demás tienen pareja (también). Con los hombres suspiro de alivio: la mayoría son gays. Uno va a ser padre. Otro lo ha sido ya tres veces. Comparto mi tiempo libre con dos matrimonios: los demás (las demás) se conforman con un café rápido, de una hora, cada dos o tres semanas. El resultado es que hablo mucho y digo poco. Y que echo de menos esa complicidad.


A veces pienso que los amigos están cuando no tienen pareja.