Es distinta, sí, la gente que hay aquí de la que iba caminando por el Upper East Side. En el Alice's Tea Cup de allí los padres eran, sí, de los de té a las cinco en punto de la tarde. Aquí he llegado en medio de un cumpleaños y las camareras les estaban poniendo brillantina en el pelo, con una brochita, al más puro estilo Peter Pan, a dos niñas disfrazadas con alitas de hada, muy revoltosas y divertidas. Pero sobre todo hay parejas de amigas. Cenando (son las seis de la tarde) o tomando tarta. Y mucho té.
Antes de venir, me hice una lista de lugares imprescindibles. Emplazamientos que debían tener la prioridad más absoluta. Varios de ellos eran museos: el MoMA, el Metropolitan, el Guggenheim (me he perdido a Kandinsky), la casa de Alice Austen (me niego a perderme por Staten Island otra vez) o hacer fotos nocturnas desde el Empire o desde el TOR. Pero no contaba con las vistas desde Jersey City, ni con echar una mano en el Legal Grounds un sábado, o acompañar a Robert a la lavandería o en pasarme alguna hora nocturna sentada en la alfombra con Boule a mis pies, dando vueltas para que le rasque la barriga. Ni, sobre todo, contaba con que me iban a gustar tanto las calles de esta ciudad. Sólo las calles, con sus edificios imponentes (¿cómo sería, qué pensó la población cuando construyeron los primeros rascacielos? ¿qué impacto cuando se colocó la antena del Empire, por ejemplo, con tantísimo secreto para derrotar al Chrysler?), con su vida apresurada, sus letreros curiosos, sus carteles, todos los gadgets que pueda uno llevar en la mano, los perros (hay que ver lo que socializan los perros); los bares donde sirven buen café, con la crema haciendo dibujitos, los obreros saludándote cuando pasas, los edificios judíos con sus mezuzás en las puertas y sus letras hebreas tan hermosas (el Café Mocias cierra por Rosh Hashaná: estarán comiendo manzana con miel), las librerías de cómics (ayer pasé un buen rato en la Jim Hanley's Universe), esa Strand en la que perderse o la McNally Jackson Books, tan colocadita, y la Westsider y los teatros y un parque en cada esquina y esa manera de integrar a las mascotas y a los niños en la vida cotidiana.
A mí me han enamorado las calles de esta ciudad en la que llevo doce días y medio y de la que sigo pensando que no he visto nada. Nadie va a creer que no me ha dado tiempo a ir a un museo o una Misa gospel y, realmente, es que no me ha dado tiempo: ¿cómo perderse las construcciones señoriales de Riverside Drive? ¿Cómo no ir a Queens, aunque sea un día? ¿Dónde colocar Central Park, ahora que el calor ha dado paso a un fresquito más que considerable?
Necesito más tiempo, mucho más tiempo, y unos pies nuevos.
10 de septiembre.
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