sábado, 28 de agosto de 2010

Los preparativos

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Tardé dos días en comprar el billete de avión. Los suficientes como para navegar por internet durante horas, reservar un vuelo que no estaba disponible y tener que llamar por teléfono por si se les ocurría hacerme el cargo y acordarme de que mi primo David es dueño de una agencia de viajes. Familia y amigos me enviaron sus recomendaciones (todo Dios ha visitado esa ciudad), me prestaron sus mapas y sus guías, me regalaron libros y compré varios más. Después de pasar dos meses preparando concienzudamente muchos documentos que he terminado compartiendo con un montón de desconocidos, puedo asegurar que sé en qué barrio exacto queda calle que me nombren con su esquina correspondiente, dónde escribieron Herman Melville y O. Henry y a qué imprenta envió Walt Whitman sus Hojas de hierba. También qué casas habitaron Billie Holiday, Charlie Parker, Marlon Brando y Elia Kazan y dónde descansa el piano de Cole Porter.

Intenté hacer un planning. Un planning organizado: ahora veo esto, ahora aquello, hoy toca el MoMA y dentro de dos días el ICP... pero, después de cuatro días intentando cuadrar las horas sin conseguirlo y sin saber dónde poner los tiempos muertos, el viaje dejó de ser algo apetecible para empezar a transformarse en una condena. Voy 18 días y medio: no me hace falta más planning que saber en qué cafetería quiero desayunar cada mañana, qué horarios tienen los museos y en qué fechas cae Rosh Hashaná este año.

Ya decidiré qué quiero ver sobre la marcha. El día anterior. Los planes no se me dan bien.

La foto es de un lugar que espero visitar: el Historic Richmond Town. Está cogida de su página web.

jueves, 26 de agosto de 2010

Mi viaje de despecho

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La mayoría de vosotros sabe cómo surgió este viaje. Es más: algunos habéis estado recogiendo los pedazos. En septiembre, yo debería haberme ido a Alemania. A pasear a orillas del Rhin y a dispararle a la catedral de Colonia con un 18-55.

Pero me traicionaron.

Debería haberlo supuesto, de todas formas. Nunca he fraguado un plan que se cumpliera con semejante tiempo de antelación. Aun hoy, a días de irme, me dan ataques de pánico: es la historia de mi vida.

A mí el dolor no me dura mucho, quizá porque el recuerdo me dura eternamente. Después de mandar varios correos incendiarios y algún que otro mensaje muy cabrón, me acordé del encuentro con mi amiga Vane en Málaga: "Si alguna vez vas a Nueva York..." Fue una decisión muy rabiosa: yo no me quedaba sin vacaciones, me iba a pegar el viaje del siglo y la única ciudad en la que podría estar varios días -muchos- sin que se me agotara, tenía que ser una ciudad sin casco histórico. En la otra punta. Con mucha vida cultural, mucho museo y muchos bares.

La vida cultural que me interesaba no iba a ser tal porque la temporada de ópera comienza a finales de septiembre y el American Ballet Theatre anda de gira con sus zapatillas de punta por la otra orilla del país. Pero Sonny Rollins celebra en Nueva York su octogésimo cumpleaños y Twyla Tharp ha dibujado la coreografía de Come fly away. El museo de arte africano cierra por reformas hasta 2011 pero en el Guggenheim se ha programado una exposición de Kandinsky y Malevich que me va a recordar mucho a Nerea.

Vayáse lo uno por lo otro.

Desde que decidí irme, lo llamo, con mucha sorna, mi viaje de despecho.

Las ciudades se llevan dentro, pero yo no me llevo ya ningún dolor. Sí mucha curiosidad, muchas ganas y un equipo fotográfico que pesa cuatro kilos y que le debo a la generosidad de mis amigos.

También varias libretas, una buena provisión de bolígrafos y la idea de sentarme a escribir en cualquier sitio donde pongan buen café.

Prometo contarlo todo después.

La imagen está sacada de la red y no pone el autor. Una pena.

martes, 24 de agosto de 2010

Foro de Nueva York

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Yo soy carne de foro. Desde que, hace más o menos diez años, escribí un texto en la página de Chueca (entonces era Elrond, parece que hace siglos) para comentar una noticia que acababa de publicar uno de mis más queridos amigos. Aquello acabó como el rosario de la aurora, pero me dio a unos cuantos -Barcelona, Madrid, Buenos Aires- que me acompañan desde entonces.

Luego ha habido otros. Creo que en el único en el que no he entrado haciéndome notar ha sido en el de Canonistas, porque me obligaron a quedar con ellos a los pocos días de presentarme (suelo necesitar bastantes meses antes de un café con un desconocido. En algún caso han pasado años). Llevo el suficiente tiempo moviéndome por la red como para saber quién me gusta al primer vistazo: en todos hay mesías, camarillas y luchas por un poder que no existe. También sé que mi manera de escribir, a mandoblazos, no me ayuda en nada, pero la gente a la que le hago gracia ha seguido quedándose después.

El foro de Nueva York es mucho menos anónimo que el resto y se establecen relaciones más cercanas en un tiempo mucho más exiguo del que se necesita en otros foros, porque a los dos días sabes datos como dónde viven, cuál es el nombre y en qué profesión trabajan de las personas que te interesan. Ha habido, como en todas partes, rayos, truenos y centellas, pero eso sirve también para comprobar reacciones.

Los que me gustan siempre han reaccionado bien.

Es un lugar terriblemente divertido y muy tierno a veces, con participantes muy irónicos. Todos acaban comiendo en los mismos sitios y tocándole los huevos al Charging Bull, pero al final cuentan experiencias únicas porque cada forma de mirar lo es. Vuelvo a suscribirme a blogs que narran aventuras, debato sobre fotografía, observo el puente de Brooklyn por la noche y hay diez o doce nicks a los que busco.

Con uno de ellos no he coincidido y no sé si habrá la oportunidad de hacerlo, porque dejó de escribir justo cuando llegué. Me gusta mucho cómo escribe. Lo que dice también, pero el cómo, aún más. Creo que es porque me recuerda a David, que murió antes de que nos hubiéramos tomado unos vinos en Madrid o en La Vera. La misma calma, la misma templanza, la misma rectitud, cada palabra en su sitio y la franqueza.

Yo le llamo el manhattanés.

He acabado bebiéndome todos sus mensajes.

También los de otros. A alguno, incluso, lo tengo en mi firma, en espera de que acabe su relato de una vez.

Siempre va a asombrarme la irrefrenable simpatía que siento por alguien a quien solo conozco detrás de un teclado.

Y os preguntaréis: ¿a qué viene lo de Superman? Pues viene a cuento, viene a cuento. Aunque no lo parezca. Es la imagen de un avatar.

lunes, 23 de agosto de 2010

Mi 34 cumpleaños

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El fin de semana que cumplí los 34 años, me regalaron un atardecer lleno de viento en el fin del mundo. Con paisajes maravillosos para hacer fotografías y pescadores que venden la faena diaria en la orilla del mar. La noche anterior nos bebimos una botella de vino y marcamos ciertas reglas. Algunas las cumplimos. Otras no. Antes, ella se había tomado el trabajo de hacer un cuadernillo detallado de la ruta.

Yo le debo todavía el regalo del año pasado.

He hablado muchas veces aquí de esa mujer y con nadie como ella tengo la certeza real de que me da mucho más de lo que jamás podré ofrecerle (entre otras cosas, porque mi mente no es capaz de idear planes geniales). La tarde del sábado, una pared de niebla caía a plomo, vertical, sobre el Atlántico. No nos extrañó nada que, 600 años antes, los barcos no se atrevieran a adentrarse en el océano, por el temor a los monstruos y a que no hubiera nada al otro lado. Cenamos en un indio con un camarero que era también prestidigitador, observamos asombradas la colonización de espacios que produce el turismo (pueblos enteros tomados por bares ingleses que sólo sirven hamburguesas y no tienen bacalhau) y nos reímos a todas horas.

Cuando la vi por primera vez, no supe averiguar lo que ella sería. Ni siquiera recuerdo cómo fui descubriéndola. Sólo sé -es una convicción diaria- que puedo estar rota y sin rumbo y, cuando llega, me sonríe (a veces siento impulsos de ir a buscarte y besarte los labios como si fueramos dos niñas revoltosas descubriendo la ternura) y me abraza, se vuelve un dios sanador y omnipotente. Esa mujer es entusiasta en el dolor y en la alegría. Y me encanta que se le ocurran estos planes...

jueves, 19 de agosto de 2010

Trece años

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Tiene 13 años y la mirada viva. Sólo la he visto dos veces, las suficientes como para que me recuerde mucho a mí, a su edad. Con los vaqueros y las camisetas negras -la mía tenía una Harley-. Sospecho, sólo sospecho, que se lleva mejor con ellos que con ellas y que el resto de las chicas -maquilladas, en clase, vi a muchas por entonces: octavo de EGB y pintadas como una puerta- le parecen, o de otro planeta, o directamente despreciables. Recuerdo, también, que cuando yo tenía trece, me puse una falda y mis compañeros me hicieron desfilar. Quizá luego se pregunte, como yo, qué es eso de la femineidad, desdeñe las armas de mujer (que no sé qué son, ni me interesa, a estas alturas) y descubra a un puñado de iguales que tampoco sepan andar con tacones y se rían de la costumbre absurda de ponerse guapas para que los demás las miren.


Sospecho, sólo sospecho, que le gustarán más los bares que las discotecas. Y que, a lo mejor, lee a Stevenson y siente envidia. O se enamora de Dickens de aquí a unos cuantos años. También sé -eso lo sé- que no lo va a tener fácil. Que lo tendrá menos fácil que las otras, pero crecerá mejor. O pensará que ha crecido mejor, que ya es bastante. Por lo pronto, me gusta, aunque no la conozca. Quizá porque la veo y desando veinte años, con el cinturón de tachuelas y la camiseta negra y los vaqueros grandes y el convencimiento: Yo no soy como ellas. Ni siquiera es un juicio de valor, aunque lo parezca. Yo no soy como ellas. De hecho, a veces podrá transformarse en una condena. O en una pregunta.

Porque, no creo equivocarme, se lo va a preguntar todo.

La foto es mía. Ya sé que la cigüeña está centrada y que queda fatal, pero la he recortado de todas las maneras posibles hasta que he descubierto que, en fin: me gusta más centrada.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Cinco años

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Hoy es 18 de agosto de 2010.
Hace cinco años comencé UnaExcusa.
Con un texto que, casualidades de la vida, había escrito cinco años antes, en un periódico melillense.
¿Se celebra que un blog cumple años, como un niño pequeño?

domingo, 8 de agosto de 2010

La primera vez...

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La primera vez que le cogí en brazos, tenía miedo de que se me cayera.


La foto es mía.

jueves, 5 de agosto de 2010

Espacio/Espaço Escrito

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Esto lo escribí hace mucho tiempo, pero, como tantas otras cosas, descansaba en mi archivo. Lo rescato ahora, en que varios de sus amigos (Miguel Ángel Lama, Elías Moro, Álvaro Valverde) se quejan de que no se le ha otorgado, este año tampoco, la Medalla de Extremadura a título póstumo. Yo en esto cito a don Miguel Delibes que, supongo que con toda la ironía de que fue capaz, cuando le dieron la Medalla de Castilla y León tarde y mal (porque se la dieron tarde, perdonen), sonrió y dijo: Demasiado metal para mí. Será que a mí no me importan las medallas).

En la portada, un trozo de piel que se adivina y muchos libros. En la contraportada, él. Luis Sáez, que dirige la Editora Regional de Extremadura (cosa que nunca agradeceré lo suficiente), me acaba de mandar los dos últimos volúmenes de Espacio/Espaço Escrito. Sólo un nombre: Ángel Campos Pámpano. Un número extraordinario, en noviembre: un año se cumplía. El 25 de noviembre ya no es sólo un cumpleaños: también es una ausencia. Y muchos versos. Los de los amigos: Antonio Gamoneda, José Luis Puerto, Elías Moro, Antonio Gómez, Santiago Castelo, Juan Carlos Mestre, Ada Salas… He tenido la suerte de hablar con ellos en varias ocasiones. Con Gamoneda sólo una, que le debo a Ángel y que ya conté. Con uno de quienes cito me voy a tomar cervezas de vez en cuando y me regala libros y me enseña un cuaderno de notas con fotografías y textos). Quizá por eso son los primeros nombres que busco.


El suyo sigue en mi lista de conectados del correo de Gmail: lo veo todas las mañanas y algunas veces releo los correos: los míos comienzan siempre igual: “Angelito…”. Sigo pasando las páginas: Miguel Ángel Lama, Luis Landero, José Saramago, Luis Arroyo, Gonzalo Hidalgo Bayal. Veo su letra, que ya conocía, puntiaguda, en negro, y no consigo recordar cuándo la vi por primera vez: quizá en mi cuaderno, cuando le entrevisté por vez primera con motivo de una lectura del Aula Díez Canedo; o en aquella cena en San Vicente en la que nos sentamos juntos y durante la que me escribió su teléfono portugués y se comió dos boles de natillas.

Ya me lo había dicho Antonio Sáez, que preparar el número había sido un proceso muy doloroso, de búsqueda de archivos en el ordenador personal de Ángel, de detenerse en muchos textos, de intentar averiguar cómo le hubiera gustado la revista, de pedirle al resto de los amigos algunas palabras de recuerdo y de homenaje. Yo lo tengo al lado. Releo: cómo se gestó La vida de otro modo; cómo Gamoneda se quedó con una bufanda suya; cómo uno nunca sabe qué hacer con la muerte ni en qué exacto lugar colocar los recuerdos para poder convivir con la tristeza; cómo el cielo dispone su paisaje de signos; cómo había unos ojos siempre trazando impulsos. Y recuerdo el paisaje de Jola antes del incendio que viví y recuerdo a Jola quemada a través de sus palabras.

En mi casa hoy hace frío. Pero no nieva.

La foto es de Laura Covarsí.