martes, 27 de agosto de 2013

Las Tesmoforias y Los Gemelos

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Odio las comedias. Cada vez que se programa una comedia en el teatro romano de Mérida, yo me muero de miedo, me retuerzo en mi asiento, miro al resto del público que se ríe como si fueran seres de otro planeta o como si se hubieran tomado diez copas antes (quizá debería hacer yo eso) y me sale una úlcera. Pánico, se llama, lo que yo le tengo a las comedias. También le tengo pánico a según qué tragedias sobreactuadas, pero eso se me hace más llevadero.

Este año, no. Este año me lo he pasado muy bien. Me lo he pasado muy bien en el festival, en general, eso es cierto. Ha habido, como todas las ediciones, una obra tremenda, muchas charlas con los amigos, mucha cena y desfase dietético, mucho debate (no hay nada que nos guste más que opinar de teatro) y un puñado de obras de todo tipo. Aunque alguna ha sido fallida, como Julio César (un texto estupendo, mal empastada), también nos ha regalado algún momento (Sergio Peris Mencheta y su discurso: cuánto amor a Shakespeare).

Ana Trinidad en su silla. Foto: Jero Morales.

Pero es que me lo he pasado muy bien en las comedias. Eran proyectos de varias compañías extremeñas. Triclinium Teatro y Samarkanda para Las Tesmoforias; Oscuro Total y Verbo Producciones para Los Gemelos. De Las Tesmoforias se me olvidó la parte cómica (salvo algunos momentos), porque me quedo con la interpretación de Fermín Núñez (qué guapo, este hombre, por cierto) espetándole su sentido de la tragedia a Aristófanes. Es que a mí me gustan más las partes serias...

En el teatro siempre pasan cosas. Pasan tantas cosas que, tres días antes de estrenar, Ana Trinidad se hizo un esguince de rodilla. Baja inmediata, le dijo el médico. Hasta el lunes no puedo, respondió. Salió en silla de ruedas, se creció como si estuviera de pie y ella, Fermín y los demás me regalaron la primera comedia de la que no salgo horrorizada, por cierto. Y eso, tratándose de mí, es un gran cumplido.

Las Tesmoforias. Personaje delirante. Jesús Martín Rafael. Foto: Jero Morales.

La escribió Juan Copete. Este año le he abrazado mucho. A él y a Esteban García Ballesteros, dos flanes, rediós, con la de veces que ha escrito para el teatro romano el uno y con la de veces que se ha subido al escenario el otro. Qué nervios, qué trasiego. Qué divertido, al fin.

Los Gemelos. Aquí Erotia, aquí un amigo.
La semana siguiente llegaron Los Gemelos. Y me reí. Me reí mucho con Esteban y me reí mucho, mucho, hasta dolerme la tripa, con Pepa Gracia (esa Erotia) y Ana García (una Andrea que no sabe ni enfadarse), de las que no conocía esa vis cómica. Los periodistas culturales, con Paco Vadillo a la cabeza, estamos pidiendo porfavorporfavorporfavor un mano a mano Ana Trinidad-Esteban García Sánchez en otra comedia en el teatro para el año que viene.  Porque hemos visto mucha comedia horrible en ese teatro, no se pueden ni imaginar las cosas que me he tragado yo en ese teatro (alguna de tres horas, y ese fin de fiesta (una comedia sin más pretensión que la de hacer reír, sin ínfulas de intelectualidad alguna, chorrada tras chorrada comenzando por la escenografía y terminando por el vestuario) ha sido el mejor que podría haber deseado para el Festival.

Es la única obra que he visto este año dos veces. El último día de representación, apareció por allí Pau Gasol (que por lo visto está yendo a un fisio buenísimo que hay en Montijo y está haciendo mucho turismo por Extremadura). El teatro rugió y le aplaudió. Debe de ser tremendo eso de que te aplaudan 3.000 personas así, nada más llegar a un sitio. Se rió con la obra. Nos reímos todos, de nuevo, mucho. Por favor, que alguien grabe el monólogo de Ana García.

Ana García, Andrea, en el centro. Genial.

Si el año pasado o hace dos alguien me hubiera dicho que yo iba a ver una comedia dos veces en el teatro, no lo hubiera creído. 

Pero en el teatro siempre pasan cosas.

viernes, 23 de agosto de 2013

Strozzi y Botticelli

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Resurrección de Drusiana.

En la capilla de Filippo Strozzi encontramos a San Felipe domando al dragón y la crucifixión de San Felipe, todo de Filippino Lippi y del siglo XV. También hay un milagro de San Juan Bautista que desconozco -tengo que volver, sí, a leer la Biblia-: la resurrección de Drusiana.

Pesebre de Botticelli
Coronación de la Virgen, de Andrea di Bonaiuto
Púlpito de Brunelleschi, ejecutado por Pietro del Ticia

Debajo del rosetón hay un fresco de Sandro Botticelli y hay que prestar también atención a las vidrieras hermosísimas y al púlpito, que es una maravilla, como lo son también el resto de las capillas y el claustro verde (hay una parte de Santa Maria Novella cerrada por trabajos de restauración). En el claustro también hay frescos, de Paolo Ucello, que representan el diluvio universal. Y un diluvio anegó Florencia y Santa Maria Novella en al menos dos ocasiones: hay placas que recuerdan el punto exacto al que llegó el agua.

Esta inundación se cargó muchas obras. Entre ellas, el Cristo de Cimabue.
Claustro Verde

domingo, 18 de agosto de 2013

La capilla mayor de Santa Maria Novella

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La capilla Mayor, que es una bestialidad ante la que podrías morir, se le encargó a Domenico Ghirlandaio en septiembre de 1485. Con contrato y todo: el contrato se conserva. Lo firmó con el banquero Giovanni Tornabuoni. Ghirlandaio contó con la colaboración de su hermano David, de su cuñado (que no era sino el mismísimo Sebastiano Mainardi) y dicen que, probablemente, de Miguel Ángel, que tenía 13 años recién cumplidos. Tardaron cuatro años y Ghirlandaio fue quien menos pintó. Están la muerte y la asunción de la Virgen, la Adoración de los Magos, la Matanza de los Inocentes, la quema de libros, el casamiento de María, la expulsión de San Joaquín del templo (que es un episodio de la Biblia que, curiosamente, desconozco -tengo que volver a leer la Biblia- y hasta el banquete de Herodes, amén de retratos de Tornabuoni y de Francesca Pitti-Tornabuoni. No se puede fotografiar muy bien porque no se puede pasar.





martes, 13 de agosto de 2013

Nardo y Andrea

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Santa Maria Novella tiene un sinfín de capillas. La Capilla Strozzi de Mantua se le encargó a Andrea di Cione, llamado Orcagna, y a su hermano Nardo. El retablo es de Andrea; los frescos son de su hermano pequeño. En la pared principal está el Juicio Final y, en las laterales, hay motivos inspirados en La Divina Comedia.




Nardo era muy imaginativo y pinta los rostros compungidos o alegres según haya sido su suerte en el Juicio. Eso sí: hay que tener en cuenta que hacer fotos sin trípode (y, obviamente, sin flash) supone usar un ISO altísimo y que, además, en Santa Maria Novella no les han enseñado a iluminar correctamente los cuadros, así que te tienes que mover y mover hasta encontrar una perspectiva (que no suele ser la frontal) en la que la luz no te moleste y puedas apreciar la pintura. A trozos. Luego sabré que eso sucede en toda Florencia.

Políptico de Andrea Orcagna

viernes, 9 de agosto de 2013

Santa Maria Novella

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4 de marzo de 2013.



Me voy a tomar una Coca-Cola Light a 5 euros el vaso, lo mismo que he pagado por entrar en Santa Maria Novella. Estoy en la plaza. Precio turístico, que no me importa. Necesito un descanso después de tres horas caminando por esa iglesia. El Gorilla Pod vuelve a ser de gran ayuda... hasta que se me ocurre sentarme en un escaloncito y una de las vigilantes me pide que no lo use. Yo soy muy obediente y le hago caso -me encantaría que ocurriera lo mismo con todos los que tiran flashazos a las obras de arte-. Me han servido unos biscotti. Crujientes. Riquísimos. De chocolate.



Hacia el año 1456, Giovanni Rucellai, que era comerciante, le encargó a Leon Battista Alberti que remodelara la fachada de Santa Maria Novella. La iglesia es una maravilla, pero yo no dejo de echar de menos San Miniato. En la cornisa de Santa Maria Novella aparecen unas velas: la misma vela del escudo de la familia Rucellai.


La fachada original era del siglo XIII. A lo largo de los siglos, con este lugar se han hecho las más diversas barrabasadas: por nombrar solo una, Giorgio Vasari, en el siglo XVI, ordenó la demolición del coro y mandó cubrir algunos de los frescos que se habían pintado 200 años antes porque el gótico le parecía un estilo de bárbaros. Santa Maria merece al menos tres horas o tres horas y pico (sigo sin entender cómo hay gente que ve Florencia en tres días: después del tiempo que llevo aquí, pateando esta iglesia, tengo la sensación de que puede que me haya perdido diez o doce obras maestras).

Trinidad de Masaccio


En Occidente no inventamos la perspectiva: ya la usaban los chinos en el siglo XI, pero la Trinidad de Masaccio fue la primera obra, hacia 1427, en la que se utilizaron los principios de la perspectiva lineal que enunció Brunelleschi poco antes. El lenguaje formal de la arquitectura que él pinta recuerda a los edificios del maestro y por eso se cree que el arquitecto podría haber asesorado a Masaccio. Están Dios padre y Dios hijo en la cruz (todo muy rosa, por cierto) y la Virgen María y san Juan, el discípulo amado. Debajo de ellos están las figuras de los donantes (es decir, los que pusieron el dinero para la obra de arte) que pertenecen a la familia Lenzi. Hay además un sarcófago con un esqueleto en el que se puede leer: "Yo era lo que sois vosotros y vosotros seréis lo que soy yo". Los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos, como se lee en el osario de Évora, en Portugal: la muerte, en fin, la futilidad de la vida y, también y sobre todo, lo tétrica que es esta religión que hemos heredado sin pedirla.

lunes, 5 de agosto de 2013

Jamie Cullum

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Siempre he querido ver a este señor. Siempre he querido ver a este señor y a Tom Waits. Y a nadie más. Bueno, sí. Una reunión del rat pack en sus mejores tiempos o a Billie Holiday envuelta en una boa de marabú con la voz llorando mientras me tomo una copa de bourbon (no sé por qué me lo imagino así: yo nunca he bebido bourbon).

Siempre he querido ver a este señor y Málaga es el hogar de dos amigos. Ese fin de semana -Jamie Cullum tocaba en Marbella el 27 de julio- me di cuenta de que todos, absolutamente todos mis amigos varones viven en otra ciudad. En Málaga, en Granada, en Sevilla, en Barcelona. Alguno a caballo entre dos sitios. Yo había planeado ir al concierto con uno de ellos, cuyo nombre es Raúl, un tipo al que da igual que no vea en dos años, que arregla una habitación de su casa para mí ("ya he pintado tu cuarto") y al que le acabo vomitando todas las mierdas del último bienio delante de una copa y de una manera muy calmada, porque es él.

Su jefe lo envió a Sri Lanka esa misma semana. Creo que voy a odiarle siempre por eso. Al menos, le envió con tiempo suficiente como para que nos viéramos el viernes. También conocí a Claudia (que, por cierto, tiene un blog de cocina vegana muy apañao. Ah. Yo también tengo uno) y estuve con Luis, para ver a Cloe, por fin, y para hablar de feminismo y literatura.

Yo solo hablo de libros con dos o tres personas, cuando se tercia. Ese tema es personal.

Málaga fue todo eso y también fue un concierto. En esta foto, se me puede ver.


Estuvo encima del escenario un par de horas y, cuando acabó, yo pensé: ¿Ya? No cantó But for now, porque tengo la manía de adoptar como canciones favoritas todos esos temas que no caben en un repertorio, pero sí High and dry, con If I ruled the world. Saltó, brincó, cantó, usó el piano como instrumento de cuerda real (es decir, tocando las cuerdas) y como elemento percusivo y sus músicos demostraron ser hombres orquesta. Y creo, que, en la tercera canción, me señaló y me sonrió. A mí nada más (y, si no fue a mí, amo los efectos ópticos que crea la distancia).

Pero hubiera disfrutado más si la gente no hubiera sacado ni sus cámaras ni sus móviles.

Debo de tener problemas de concentración, debo de estar transformándome en una asocial o no entiendo bien los modos de mirar de los jóvenes de ahora (tengo 37 años: hace mucho tiempo que dejé de ser joven). Ni de los viejos.

Vale. Sí. Yo lo hice una vez. Pero era Sonny Rollins, tenía mi equipo fotográfico encima, estaba en el Beacon Theatre y aquello no era un concierto normal. Aquello era un evento histórico. No es, yo qué sé, como cuando vas a un concierto de Iván Ferreiro, o de Coque Malla, y de pronto ves allí, en primera fila, a todo el mundo grabando (con calidad de imagen y de sonido penosas, por cierto) toda la actuación de cabo a rabo, a todo el mundo intentando que un móvil sin estabilizador, sin objetivo, sin nada, haga una imagen nítida y decente. Y todas esas lucecitas brillando a mi lado. Y los flashes desde lejos, comiéndose la luz cuidada que intenta crear una atmósfera determinada en una determinada canción. Gente que se acercaba a hacerse fotos con Cullum, gente que posaba debajo del escenario para inmortalizar el momento y vigilantes de seguridad que no decían nada ni de los móviles, ni de los flashes, ni de ese vaivén de fotógrafos aficionados debajo del escenario. Llamadas de teléfono incluidas, claro: "¡Estoy en un concierto de Jamie Cullum!". Y Twitter. Y el Facebook.

No entiendo qué lleva a gente que ha cumplido los 30 a comportarse de una manera tan absolutamente irrespetuosa y gilipollas.