miércoles, 12 de abril de 2006

De nuevo en los andenes

2 comentaron


Vuelvo a escribir en las estaciones, recorro kilómetros sin detenerme demasiado en ningún sitio. Consumo más tabaco del que debería, me estreso, me río. Abomino de la descoordinación y de la falta de transporte en esta tierra llena de carreteras maltrechas. Regresan los horarios intempestivos y el cansancio acumulado y las (escasas) horas de sueño entrecortadas. El mercado laboral se me ha resistido siempre. Es imprescindible para la subsistencia, aunque jamás vaya a arrepentirme de haber pasado poco tiempo en redacción alguna. Esa incoherencia es la que se me escapa: pasar tantas horas donde uno no debería estar. Hoy Marcial me contaba que el momento más feliz de su jornada es cuando llega a casa y ve a sus dos hijas. Pero que le encanta su profesión, que le apasiona grabar planos: a pesar de no tener horarios, a pesar del sueldo, de la precariedad, del agotamiento de los músculos. Y sí, es cierto: lo urgente reemplaza a lo importante, pero la urgencia también nos gusta. Nos disparan la adrenalina el frenesí, la desigualdad de los días, la imprevisibilidad de los hechos, la producción, el desenlace. Quizá sea producto de alguna disfunción neuroquímica, quién lo sabe, pero no hayotra salida. O no la conocemos o no queremos verla. No sé hacer otra cosa, nos decimos; pero es falso. Todos valemos para cualquier otra cosa. No para la inseguridad, para la precariedad, para el desarraigo, las maletas, las relaciones abortadas, la frustración ni la pobreza. Y sin embargo...