sábado, 27 de noviembre de 2010

The Colossus

Sonny Rollins cumplió 80 años hace tres días. Hacía un trienio que no tocaba en Nueva York. A mi lado, dos franceses. También un adolescente oriental y, sobre todo, mucho maduro bebiendo whisky. El agua que llevaba la he tenido que tirar en la papelera, pero dentro venden alcohol a raudales.




El Beacon es dorado. Muy dorado, con un moral de montañas y una mansión greek-revival. Escribo de pie, observando a la gente. Fuera, muchísima seguridad. Dentro, muchísimo bullicio. Jóvenes treintañeros con sombrero de ala ancha, muchos cuarentones entrecanos interesantísimos y, sobre todo, aunque no sea sobre todo porque no es la mayoría (pero sí es en lo que me fijo) mucha señora mayor. Mucha señora negra y mayor, muy mayor, 70-80 años, con la cara luminosa. Antes ha pasado uno de los músicos tocando la trompeta en el coche. La media de edad es alta: la gente que ha crecido escuchando a este señor. Me acuerdo mucho de mi hermano Nacho, de Javi del Barco y de Juan. Yo seré sus ojos, pero sus ojos y sus oídos hubieran sido mucho mejores que los míos.




A mi lado pasa un anciano, caminando muy lento. Detrás de mí, un tipo idéntico a Quincy Jones, cuando Quincy Jones tenía treinta años menos.

Es un público interesante.

Yo estoy disfrutando ya.




Lo que no sé es si voy a disfrutar del concierto o no. Son las ocho y cuarto y sigue entrando gente. El Beacon, por dentro, es de lo más ampuloso: sigue siendo dorado, claro está, sillas burdeos, techos de tela y dos estatuas (doradas) a ambos lados del escenario. Compré una entrada de orchestra sin que me dejaran elegir asiento, así que estoy en uno de los laterales, en la tercera fila. En teoría es un buen lugar, hasta que se sienta gente delante. En primera fila, hay un señor en silla de ruedas (una silla de ruedas alta, claro está); a mi lado, los fotógrafos de prensa (con unos teleobjetivos inmensamente grandes, más de lo que yo haya visto nunca "al natural") y delante de mí otro señor bastante alto y su mujer, una rubia cardadísima. Hay peinados que deberían estar prohibidos porque restan visibilidad. De todos modos, es que realmente no saben cómo construir teatros. Los respaldos de los asientos deberían sobresalir de la cabeza y cada fila, bastante más alta que la anterior. Si no, se corre el riesgo de que ocurra lo que me pasa a mí: que comienzo a cabrearme antes de que empiece el espectáculo.




Este público es raro, definitivamente. Unos comienzan a aplaudir (falsa alarma); otros están en pie todo el tiempo y, lo que en el Marquis era un acomodo rápido y eficiente, aquí es una empresa imposible.





***

Salió. Salió arrastrando los pies, vestido de blanco y negro, con una camisa muy grande y el pelo blanco y rizado.

Yo había pensado que no podría tocar. Que tiene 80 años y sus pulmones no le responderían. Javi me había dicho que soplaba ayudándose de la dirección de sus pasos: andaba y soplaba. Él lo vio en Sevilla, a los 78.

Hoy no. Hoy se dirigió a la otra punta del escenario, se metió la boquilla y comenzó a tocar. Patan Jali. Un sonido limpio, diáfano. Nos sentamos. Nos habíamos puesto todos de pie en cuanto le vimos aparecer.



En el cartel estaban anunciados Jim Hall, Christian McBride y Roy Hargrove. Pero hubo más, porque el coloso cumplía ochenta. Hubo más y fueron casi dos horas de concierto. La gente hacía fotos y, por primera vez, no me importó. Yo también saqué mi cámara, cambié el objetivo en la oscuridad y me puse a disparar como podía. Hasta que me riñeron. Guardé la cámara hasta el final, cuando estaban todos juntos encima del escenario, para los bises.

Sonny Rollins, uno de los mejores saxofonistas de todos los tiempos, estaba allí arriba, en el escenario del Beacon, con su acústica límpida, vendiendo más camisetas, a la entrada, que cualquier grupo de hard rock. Y yo estaba allí.



Yo estaba allí para no enterarme de nada cuando lo escuchaba hablar (ni con él, ni con su presentador, Stanley Crouch: sólo palabras sueltas, ideas), salvo cuando presentó a un "joven" guitarrista. Esta gente no tiene Parkinson, pensé. Es más: a estos tipos les quitas la posibilidad de reunirse con los amigos a tocar, de establecer diálogos entre saxo y bongos, entre saxo y trompeta, como el que se marcó con Roy Hargrove... de hacer el gamberro, además, como cuando Jim Hall y él jugaban a afinar la guitarra... de volverse hacia los compañeros, de mirarlos tocar y chasquear los dedos, como hacía Rollins con su banda, bailando con el cuerpo y con las manos... a esta gente les quitas eso (la posibilidad de acariciar un contrabajo como lo hace el disfrutón Christian McBride; de marcarse un solo de batería totalmente gamberro -"aquí tienen a uno de los mejores baterías del mundo", lo presentó Sonny Rollins, a Roy Haynes-) y se morirían, pienso.



Creo que el jazz es muy comunitario. Yo no entiendo mucho de maneras de tocar, de ejecución, de fraseos. Pero sí sé lo que viví. Viví a todo el Beacon poniéndose en pie cada vez que acababa un tema, enfervorecido, riendo, aplaudiendo, rugiendo y gritando. Y yo con ellos.

Sobre todo cuando presentó por sorpresa a Ornette Coleman y nos quisimos morir. Qué dúo mano a mano (Sonny moon for two, además), qué manera de dialogar entre ambos, a ver quién da la nota más larga, esa forma de mirarse los dos (nunca antes habían tocado juntos), Rollins yéndose al extremo menos iluminado del escenario para dejarlo solo, para dejarle tocar y volverse un espectador más que se mueve al compás de la música de su colega y que aplaude y se ríe.




Llamo a mi hermano Nacho por la mañana, pero no está, así que no puedo contárselo. En el metro reviso las fotos: creo que hay algunas muy buenas, aunque las hice en automático y con el ISO a 1600 (espero que en el ordenador no aparezcan con demasiado ruido: hay alguna de Roy Hargrove que querría tratar en blanco y negro. A Robert le han gustado, pero dice que tengo que recortarlas porque les sobra aire). Estaba sentada y las hice como pude, entre aplauso y aplauso, entre grito y grito y baile y baile.

Llegué a casa a las once y media de la noche, tarareando los temas del concierto y con una sonrisa perenne en la boca.

Qué manera de tocar.

10 de septiembre.