Mostrando entradas con la etiqueta Educación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Educación. Mostrar todas las entradas

viernes, 15 de marzo de 2013

Vocabulario

0 comentaron




Hace algún tiempo, hace muchos años, en realidad, le dije muy contundentemente a una clase de Secundaria que, si uno poseía un vocabulario más o menos amplio, sus relaciones personales serían más ricas.

-¿Por qué?- preguntó una chica. Una de esas (pocas) alumnas preguntonas y beligerantes que tanto me gustan.

-No sé explicártelo- respondí. Yo no sé poner palabras a muchas cosas. Pero le di un cuento.

Al día siguiente entró en el aula y se acercó a mi mesa, me miró y sonrió:

-Tenías razón.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Autoridad docente

8 comentaron

Maravilloso, le he dicho. Ybris es profesor, jubilado. Escribe maravillosamente bien y yo le sigo, muchas veces en silencio.

Pero hoy enlazo un artículo suyo para que lo lean los muchos amigos profesores que tengo por aquí. Se puede decir más alto, pero no más claro. Habla de la autoridad docente, desde la perspectiva de quien ha pasado más de 33 años dando clases. Se puede leer pinchando aquí.

domingo, 15 de junio de 2008

Entre les murs

4 comentaron

Me gustan las películas de profesores. No me pierdo una, por previsibles o malas que sean, así que tengo pendiente la que ganó el Festival de Cannes, Entre les murs, por más que cuando las críticas periodísticas hablen de "cine necesario", a mí me salga un sarpullido.


Fue la mejor aula que tuve jamás: la más cohesionada y la más entera. En el techo, colillas de cigarro. A ambos lados de la pizarra, dos pósters: Georg Solti, a la izquierda, con su pajarita y su gesto adusto y Aerosmith con un par de tías enseñando las tetas. No teníamos buena fama. Nuestro tutor acababa de llegar: muy joven, muy guapo, muy inexperto. Y quiso contener a la jauría mandando amonestaciones como correctivo. No a todos: sólo a los repetidores. La primera semana de clase. Pero no se dio cuenta: entre ellos había un chico tímido que no abría la boca, y allí estallamos: "Si me la hubieras puesto a mí -espeté-, todavía podríamos entenderlo". A partir de ahí, la guerra.

Ese año aprendí dos cosas. Que ser injusto es lo peor que puede pasarle a un profesor y que, cuando te enfrentas con quien es más poderoso que tú y lo haces sin trampas, siempre llevarás las de perder.

Tengo el dudoso honor de haber tenido que recuperar Educación Física en COU.


jueves, 4 de octubre de 2007

Cultura. Educación. Políticas Sociales.

57 comentaron

Los números siempre se me dieron mal. Los demás preguntan cuánto tiempo llevarán las obras, qué presupuesto se ha gastado en la programación de teatro, a cuántos profesores afecta la medida. No soy de temas de apertura: se me dan mejor los cierres. No me gustan las cifras porque no me cuentan la historia individual de nada: porque las magnificamos hasta lo indecible, porque sirven como pretexto y como excusa. Las veo innecesarias, salvo cuando se habla de corrupción, de robos, de pérdidas o de muertes. Porque a mí me interesa lo pequeño, eso que en teoría no le importa a nadie: alguien que consigue que sus alumnos aprendan qué bacteria es la que provoca el olor a tierra mojada, la restauración paciente de un cuadro, cómo viven los inmigrantes en un centro de acogida temporal, un concurso gastronómico de las amas de casa, la historia de un monumento.

No entiendo de arte ni de danza ni de teatro. De teoría literaria sé lo justo. De música, menos aún, y no digamos ya de cine o arquitectura. La memoria del CAP -Curso de Adaptación Pedagógica- me la suspendieron porque pidieron una valoración crítica y escribí diez folios hablando del penoso curriculum de Literatura en Secundaria (o cómo lograr que los alumnos odien la lectura de una vez por todas) y de que la integración quedará muy progre y muy maravillosa en un papel, pero que en la práctica no funciona. Mis alumnos de catorce años pedían silencio cuando yo recitaba a Pavese y disfrutaron más con los cuentos de fútbol de Galeano que con el Marqués de Santillana. Leímos a Olympia de Gouges, a Neruda, Ángel González, Florencia Pinar, Vallejo, Christine de Pisan, Cernuda y Celaya y pidieron "más poemas de esa gente", pero lo obligatorio era analizar la métrica de las serranillas.

Y dos cursos por debajo estaba Irene.

Irene, que con doce años escribía como Dios y a la que no me dediqué ni se dedica nadie, porque saca sobresalientes y en su clase había tres mataos que rompían los libros, corrían encima de las mesas y pasaban cinco horas diarias jugando a la Play Station. Cuando me largué, descubrí que ella (que devora libros, que me hizo llorar con un texto, que es callada, dulce, rubia, tierna y tímida) es, al final, la marginada del sistema educativo y de los esfuerzos.

No entiendo de cine, ni de literatura, ni de tendencias artísticas. Soy incapaz de decir si un cuadro es bueno y aún menos de explicar por qué me gustan una obra de teatro o una película. Sobre educación no tengo ni idea, a pesar de la trayectoria familiar y de que los adolescentes se me den tan bien como se me dieron en tiempos los yonkis. Y, sin embargo, son los únicos temas que me gustan. Cultura. Educación. Políticas Sociales.

La Conferencia de Presidentes, que la cubra otro.


Imagen de las ventanas: Darco TT

Imagen del aula: angelgriselectrico.

sábado, 9 de junio de 2007

Antes y ahora

13 comentaron




martes, 15 de mayo de 2007

Porque sí

9 comentaron

Tuve muchos profesores y algún maestro y el reconocimiento siempre llegó tarde, o no llegó, porque a ciertas edades se saben las cosas pero no se dicen por pudor y por vergüenza. Uno ha muerto ya. Me metió en el colegio a los dos años porque mi hermano se iba al cole y yo lloraba. Se llamaba Don Tomás. Le dio clases mi abuelo y creó la Academia. Estuvo pendiente de mí más de una década y yo lo sabía. De esa época me quedan la señorita Eva, la señorita Águeda, Don Francisco y Don José. A una iba a verla en los recreos cuando pasé de curso y los siguientes y todavía recuerdo una clase suya que se ha convertido, en mi memoria, en el primer día que tomé conciencia de que podía reírme de mí hasta que me doliera el cuerpo. Otra me mandaba raíces cuadradas a los ocho años, antes de saber qué es eso de la atención a la diversidad, y nos llamaba al orden con una campanita porque siempre estaba afónica. Me veo con dos libretas en sus clases: una para escribir -yo escribo desde que puedo recordar- y otra para hacer los ejercicios, cuando me enteraba de que había que hacerlos. Con Don Francisco no hizo falta burlar al resto de las asignaturas, porque sólo daba lengua y nos encargaba una redacción cada lunes sobre temas tan raros como los tacos (que ahí aprendí que tienen que ver con el sexo), los gitanos y el romanticismo. Y Don José merecería un libro entero él solo porque jamás he visto luego a nadie tan férreo y tan tierno, tan rudo y tan dulce.

Después pasé al instituto y Chencho, que ahora es subdelegado del Gobierno, me volvió a demostrar que la Historia es un cuento hermoso aunque la narren los que ganan siempre. Félix tuvo paciencia con este pato mareado que soy yo. Pilar me mostró el mundo a través de los ojos de Kant, Platón y Kierkegaard y Manuel me dedicó una clase para que comprendiera el uso de los colores de Mondrian.
Los recuerdo a todos, pero recuerdo aún más a los que perseguí allá donde dieran clase cuando tuve edad para descubrirlos al momento. El día de la presentación de Manuel Ángel Vázquez Medel, yo andaba en un examen de Lengua y, cuando volví, mis amigos me rodearon: "Este tío te va a encantar: dice que la literatura es una experiencia orgásmica". Y orgasmo tras orgasmo ahí estaban Alberto Caeiro -"que es una mezcla de Baudelaire y Whitman: ¡por eso grita tanto!"- y Borges ("tenue rey, sesgo alfil") y Joyce y Kafka y todos los semiólogos que en el mundo han sido. Me contó el significado etimológico de la palabra "amigo" y me mostró, por encima de todas las cosas, lo importante que es Ser. El amigo del que habló aquella noche, con contundencia y orgullo, se llama Adrián Huici, me espoleó el sentido crítico y el análisis y me encargó un trabajo sobre el Che Guevara, de no más de 12 páginas y del que me sintiera orgullosa. Le escribí 34, mezclé a Serrat con Larralde y con párrafos de cartas de Nerea, que es mi amiga y es un genio, y me dijo la nota una noche que le encontré en el cine, mirándome muy serio y riéndose al final. A Huici le perseguimos todos y ese año, el primer día, nos preguntó si nos habíamos equivocado de aula, porque el curso pasado había tenido 30 alumnos y esa vez éramos 110 más. Y luego estaba Leonardo, que le hablaba de usted a todos los alumnos menos a mí, que cambiaba la fecha de un examen si a mí no me convenía y que ha sido el maestro más irónico y punzante que he tenido jamás. A él sí fui a verle, cuando ya estaba en cuarto, y entré en su clase para dar una palmada en la mesa, mirarle a los ojos y decirle: "Vengo a darte las gracias" "¿Por qué?" "Porque sí".
Eso me lo enseñó Josemari, porque hay veces que los amigos son también maestros. Que no hace falta, a ratos, más explicación que ésa: ese sentimiento rotundo que lo muestra todo: porque sí.

domingo, 1 de abril de 2007

Retazos

2 comentaron

Me sacaba la cabeza, me midió con los ojos, estuve con él una hora y me dijo:

-¿Tus clases siempre son así?

-Lo que te has perdido, chaval.

Me gustó.

Me gustó porque tenía el pelo largo y porque era un chulo y a mí me suelen gustar los chulos, porque un chulo a los quince años siempre es chulo porque está perdido y luego me enteré de que toca el violín desde los cuatro años y luego me enteré de que robó una moto.

Ha cambiado el violín por una perilla, cadenas de oro y un año en un centro de menores.

Quiero equivocarme, pero esta vez intuyo que el hábito hace al monje.

jueves, 2 de febrero de 2006

Ellos

5 comentaron

No tienen nivel. Sólo piensan en ordenadores. Su inteligencia es mínima. Son violentos. No les interesa nada. Eso dicen. Ésa es la imagen que tienen los demás.

Y lo cierto es que no son diferentes a como éramos nosotros. Aunque hayan pasado doce años y existan los móviles, el messenger, las web cam y los vídeos integrados en cámaras digitales. Y aunque haya modas, más o menos violentas, más o menos horribles, como pegarle a alguien y grabarlo en el teléfono (¿es una moda o simplemente es producto de la incapacidad para ser empático a ciertas edades? ¿esconde algo más o será sólo algo de lo que se avergüencen horriblemente más tarde?).

Es agotador, es un juego de malabares y, cuando acaba la jornada, siempre te preguntas si deberías haber dicho esto o aquello. Preguntan y respondes, pero no sabes si respondes bien o no. Si lo que se espera de ti es eso: ellos sí, desde luego. Pero ¿y sus padres, y el resto de profesores, y la administración desentendida?

Ha sido hermoso, eso sí. Y les echo de menos.